El perfecto amor y sacrificio de Jesucristo
La increíble verdad es que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16). Aún más sorprendente es que Dios nos amó cuando éramos aún pecadores. Todavía estábamos bajo la pena de muerte del pecado cuando él nos llama a la conversión (Romanos 5:8).
Jesús tiene un profundo y vehemente deseo de ayudar a la humanidad para compartir la eternidad con él (Mateo 23:37). El libro de Hebreos dice que debemos tener “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (12:2).
No fue nada placentero pasar por la flagelación y la crucifixión —una increíblemente brutal forma de ejecución. Isaías 52:14 profetizó que Cristo tendría “desfigurado el semblante; ¡nada de humano tenía su aspecto!” (NVI).
El Salmo 22 describe algunos de los pensamientos y sentimientos de angustia y dolor que Jesús enfrentó mientras soportaba la traición y muerte. Sin embargo, él tuvo la visión espiritual de mirar más allá de su propio sufrimiento a la alegría de pasar la eternidad con otros que elegirían el camino a la vida eterna (Hebreos 12:2).
De buena gana aceptó la maldición, la pena de muerte imputada para nosotros, “habiéndose hecho maldición por nosotros (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)” (Gálatas 3:13). (Para aprender más sobre quién en realidad fue Jesús y lo que sufrió por nosotros, solicite o descargue nuestra guía de estudio gratis, La verdadera historia de Jesucristo).
El sacrificio de Cristo fue tan completo que ningún pecado cometido es demasiado grande o pequeño para perdonar (Salmo 103:3). Pablo se llamó a sí mismo el primero de los pecadores, puesto que él había perseguido a los cristianos, a pesar de lo cual Dios lo utilizó poderosamente después de su conversión (1 Timoteo 1:15). A lo largo del libro de los Salmos, el rey David alaba la misericordia de Dios. Él vio la completa misericordia de Dios que llena la tierra (Salmos 119:64).
Semejantes ejemplos inspiran gran esperanza. No importa nuestros antecedentes o los errores de nuestro pasado, cuando genuinamente nos arrepentimos y somos bautizados, Dios promete completo perdón.
Podemos tratar de escondernos del pecado, ignorar el pecado o pretender que no hay consecuencias del pecado. Podemos tratar de huir de la consecuencia natural del pecado. Pero ningún esfuerzo humano puede perdonar el pecado y remover completamente el castigo espiritual asociado con él. Solo el sacrificio de Cristo puede limpiarnos permanentemente y perdonarnos.