#363 - Apocalipsis 22: "El interior de la Nueva Jerusalén; una advertencia final"

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#363 - Apocalipsis 22

"El interior de la Nueva Jerusalén; una advertencia final"

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Juan comienza: “Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 22:1-5).

Primero, noten que el capítulo 22 es una continuación de la visión del capítulo 21. Como Ladd señala: “Las divisiones de la Biblia en capítulos y versículos son una invención relativamente moderna (1555) y no siempre representan ‘unidades de pensamiento’. En este caso, la visión del último capítulo de Apocalipsis es una continuación del capítulo anterior” (p. 286).

Así, en el capítulo 21 Juan vio el exterior de la Nueva Jerusalén, mientras que en el capítulo 22 ve el interior. Adentro, hay una gran sala donde Dios Padre y Jesucristo están sentados en un trono. Tal como Jesús nos prometió: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis. 3:21).

De hecho, antiguamente, un trono podía parecerse más a un sillón que a un asiento. Como Barclay señala: “Un trono oriental podía parecerse más a un sillón que a un asiento. Así, el que vence en esta vida compartirá el trono del Cristo victorioso”.

Juan nota que debajo del trono de Dios fluye el río de vida que sale por un canal hacia afuera. En medio de ello estaba el árbol de la vida. Es parecido en el Milenio al trono de Cristo con un río de vida (Ezequiel 47:1-12; Zacarías 14:8). Es un recordatorio de cómo se cumplirá el Plan de Salvación de Dios en etapas. Mounce menciona: “En Génesis, primero vemos el árbol de la vida en medio del huerto de Edén (Génesis 2:9). El comer de su fruto significa vivir para siempre (Génesis 3:22). Como resultado del pecado de Adán, la primera pareja fue desterrada de ese huerto y tuvieron que trabajar duro en una tierra llena de espinas y cardos que estaba bajo una maldición (Génesis 3:17-19).

“Pero ahora, en el libro de Apocalipsis, vemos a la humanidad redimida, que está de vuelta en otro tipo de bello huerto y capaz de comer el delicioso fruto del árbol de la vida (Apocalipsis 22:1-2). La maldición ha sido eliminada y el pueblo de Dios vuelve a tener el privilegio de ‘ver su rostro’ y de servirle. No existe mayor recompensa ni una verdad más sublime que el tener esa comunión eterna con Dios Padre y con el Cordero (Jesucristo). Las esplendorosas bendiciones del Edén han sido restauradas” (p. 398).

Así pues, el árbol de la vida no es un adorno o un símbolo, sino que tiene una utilidad práctica, pues los redimidos podrán literalmente comer de su fruto y así refrescarse. Como Cristo le ha prometido a la Iglesia: “Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios” (Apocalipsis 2:7).

Respecto al término “sanidad”, en el griego es therapeia, de donde viene la palabra “terapia”. Es un vocablo amplio que puede significar “salubridad” o “refrescar”, ya que en la Nueva Jerusalén no habrá más dolor ni enfermedad que curar (Apocalipsis 21:4). Por tanto, como seres espirituales, podremos disfrutar de tales delicias, que también incluyen beber “del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17).

Luego, Dios menciona tres cargos que los santos tendrán en la Nueva Jerusalén. Primero, tienen acceso directo a Dios Padre y a Jesucristo y los podrán ver “cara a cara.” Esto significa poder conversar con ellos como un miembro de la familia divina, al ahora ser un amado hijo glorificado.

De hecho, esta es la última etapa de la culminación del Plan de Dios. En una etapa anterior, los santos resucitados vieron a Cristo “cara a cara” en su regreso. Como dice 1 Juan 3:2, “pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”. Ahora, en esta etapa final del Plan de Dios, veremos además a Dios Padre “cara a cara”, dentro de la Nueva Jerusalén. 

El segundo papel que ellos desempeñarán, será que “sus siervos le servirán”. Y el tercero es que “reinarán por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 22:3,5). Comentaristas como Ladd, al no entender el Plan de Salvación y al creer que uno va al cielo, no conciben la idea de que los santos “reinarán” sobre “algo” para siempre. Él dice: “El texto no dice sobre ‘quienes’ ellos reinarán, pero eso no importa” (p. 289). Sin embargo, ¡para nosotros sí importa! Pues entendemos esa futura herencia, tal como dice en Isaías 9:7 sobre el reinado de Cristo: “Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite”. Además, en Romanos 8:17-21 leemos que Dios nos hará “coherederos con Cristo” sobre esta “creación”, que es el universo. Nos dice: “Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios.” También, en 1 Corintios 2:9 leemos: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”. Así pues, en el futuro, ¡todavía queda mucho por desarrollar en este maravilloso e inmenso universo que nos aguarda y Dios quiera, que podemos heredar!

Juan sigue: “Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto. ¡He aquí, vengo pronto! Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro. Yo Juan soy el que oyó y vio estas cosas. Y después que las hube oído y visto, me postré para adorar a los pies del ángel que me mostraba estas cosas. Pero él me dijo: Mira, no lo hagas; porque yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas, y de los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios” (Apocalipsis 22:6-9).

Luego que Juan ve esas pasmosas escenas de la Nueva Jerusalén, un ángel le asegura que todo lo visto será cumplido. No obstante, algunos creen que todo esto solo es simbólico y no literal. Pero esta sección no está escrita en un estilo poético, sino narrativo. Por ejemplo, nadie duda de que el lago de fuego será algo literal. ¿Por qué, pues, creen que el nuevo cielo y la nueva tierra son solo símbolos? ¿Por qué dice también que el mar ya no existía más, si la tierra no es real? Por eso, el ángel le asegura que la visión proviene de Dios, quien ha inspirado a sus siervos a través de su espíritu, y ha entregado relatos verídicos. De hecho, este “espíritu en los profetas” es personificado más tarde como “el Espíritu” que, junto con la Novia, dicen: “¡Ven!”. Como Mounce afirma: “Las palabras que relatan estas visiones de lo venidero son dignas de confianza y son verdaderas. Lo son porque corresponden a la realidad” (p. 403). 

En este pasaje, Jesús entregó la sexta bendición en Apocalipsis, diciendo que los que guardan las enseñanzas de este libro serán bendecidos (Apocalipsis 22:7). Por eso, no basta con leer esto, sino también ponerlo por obra. Como veremos más adelante, esto incluye guardar todos los mandamientos de Dios

Al ver todo esto, Juan quedó tan impactado y agradecido que quiso adorar al ángel que se lo mostró. Pero por segunda vez, un ángel le reprende y le dice que solo debe adorar a Dios. La primera vez que Juan lo intentó fue en Apocalipsis 19:10.