Trasfondo Histórico de los Evangelios: Lección 39
Mateo 26 y Juan 18 (2da parte)
Después de que Judas traiciona a Jesús con un beso falso, los soldados proceden a arrestarlo, pero uno de los discípulos de Cristo intenta resistirse. Incluso en este momento de prueba, Jesús sigue enseñando algunas lecciones importantes. Cada uno de los relatos de los Evangelios nos entrega información vital.
Lucas registra la compasión de Jesús cuando Pedro se resistió y le cortó la oreja a un siervo. Dice: “Viendo los que estaban con él lo que había de acontecer, le dijeron: Señor, ¿heriremos a espada? Y uno de ellos hirió a un siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Basta ya; dejad. Y tocando su oreja, le sanó” (Lucas 22:49-51).
Juan enfatiza que este arresto fue parte del plan de Dios: “Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco. Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Juan 18:10-11).
Mateo muestra en su relato cuán incorrecto es que un cristiano tome la espada para matar, y dice: “Entonces Jesús le dijo: Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán. ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga? . . . Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron. Los que prendieron a Jesús le llevaron al sumo sacerdote Caifás, adonde estaban reunidos los escribas y los ancianos” (Mateo 26:52-57).
Jesús ahora sería juzgado, lo cual se haría en seis etapas. Estas consistían en tres pasos religiosos y tres civiles, muchos de los cuales eran ilegales según la ley judía.
1. Primero iría ante Anás, el previo sumo sacerdote y cabeza de las familias sacerdotales.
2. Luego ante Caifás, el sumo sacerdote gobernante y yerno de Anás.
3. Luego ante el Sanedrín, el cuerpo judicial religioso.
4. Después ante Poncio Pilato, el gobernador romano sobre Judea.
5. Enseguida ante Herodes Antipas, el gobernador judío bajo Pilato.
6. Finalmente, de nuevo ante Pilato para el veredicto final.
Juan, que fue testigo de la primera fase del juicio, registra: “Entonces la compañía de soldados, el tribuno y los alguaciles de los judíos, prendieron a Jesús y le ataron, y le llevaron primeramente a Anás; porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año. Era Caifás el que había dado el consejo a los judíos, de que convenía que un solo hombre muriese por el pueblo. Y seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Y este discípulo era conocido del sumo sacerdote, y entró con Jesús al patio del sumo sacerdote; mas Pedro estaba fuera, a la puerta. Salió, pues, el discípulo que era conocido del sumo sacerdote, y habló a la portera, e hizo entrar a Pedro” (Juan 18:12-16).
Juan, como era muy humilde, no quiso destacarse en su propio Evangelio. Por tanto, habló de sí mismo en tercera persona (Juan 21:24) y estuvo presente en el interrogatorio, dejándonos el único relato sobre esta parte del juicio registrado en los Evangelios.
Un comentario bíblico menciona: “Mientras tanto, Pedro ha seguido a Jesús con ‘otro discípulo’ (Juan 18:15). Los detalles íntimos que nos dicen cómo entró Pedro en el patio desde ‘fuera’ indican que Juan estaba presente aquí, pero no mencionan su nombre. Al parecer, su padre Zebedeo tenía un próspero negocio de pesca y su estatus bien podría haber abierto contactos dentro de la familia oficial del sumo sacerdote” (Preacher’s Bible Commentary [Comentario bíblico del predicador], notas sobre Juan 18:15).
También es probable que la madre de Juan, Salomé (Marcos 15:40), fuera hermana de María, la madre de Jesús (Mateo 27:56; Juan 19:25), por lo que ambos habrían sido primos. Juan también habría estado emparentado con Juan el Bautista, que procedía de una familia sacerdotal, y tal vez esa podría ser otra conexión para que el sumo sacerdote lo conociera.
Así que Jesús se presentó primero ante Anás, que ya había sido sumo sacerdote durante varios mandatos, y era conocido por ser muy poderoso pero corrupto.
Barclay nos entrega los antecedentes históricos sobre Anás: “Juan es el único de los evangelistas que nos dice que Jesús fue conducido en primer lugar a la presencia de Anás. Anás era un personaje célebre. [Alfred] Edersheim escribe de él: ‘No hay figura de la historia judía de aquel tiempo que nos sea más conocida que la de Anás; ninguna persona era más afortunada o influyente, pero tampoco más vilipendiada, que el ex sumo sacerdote’. Anás era el poder entre bastidores en Jerusalén. Había sido sumo sacerdote entre los años 6 al 15 d. C. y cuatro de sus hijos también ocuparon ese puesto, y Caifás, que era su yerno. Ese hecho ya es suficientemente sugestivo y esclarecedor. Había habido un tiempo, cuando los judíos eran libres, en que el puesto de sumo sacerdote era vitalicio, pero cuando llegaron los procuradores romanos, se alcanzaba mediante conspiraciones, intrigas, sobornos y corrupción. Se nombraba al mayor sicofanta, al mejor postor, al que consiguiera mantenerse en la cuerda floja con el gobernador romano. El sumo sacerdote era el supercolaboracionista, el que daba facilidades y prestigio y comodidades y poder a los dueños del país, no solo con sobornos, sino también con estrecha colaboración. La familia de Anás era inmensamente rica, y uno tras otro de sus hijos había alcanzado la cima con sobornos e intrigas, mientras él mismo seguía moviendo todas las marionetas.
“Su manera de hacer dinero tampoco era menos objetable. En el Atrio de los Gentiles estaban los puestos de vendedores de animales para los sacrificios, a los que Jesús había echado . . . No eran comerciantes, sino [extorsionistas]. Todas las víctimas que se ofrecían en sacrificio en el templo tenían que estar libres de mancha o defecto. Había inspectores que lo comprobaban. Si se traía un animal de fuera del templo, se podía estar seguro de que le encontrarían algún fallo. De esa manera se obligaba al fiel a comprar en el templo la víctima que quisiera ofrecer, que ya habría pasado la revisión y no había peligro de que se la rechazaran. Eso habría sido conveniente y de ayuda si no hubiera sido por una cosa: en el templo todo costaba diez veces más [fuera del templo un par de palomas podía costar tan solo cuatro centavos, a diferencia de los 75 que podían costar adentro]. Todo el negocio era una desvergonzada explotación y los puestos de venta en el templo se llamaban ‘El Bazar de Anás’, porque eran propiedad de su familia, y la manera en que Anás había amasado su fortuna.
“Los mismos judíos odiaban a la familia de Anás. Hay un texto en el Talmud que dice: ‘¡Ay de la casa de Anás! ¡Ay de su silbido de serpientes! Son sumos sacerdotes; sus hijos son los tesoreros del templo; sus yernos, los guardias del templo, y sus criados arremeten contra los fieles a garrotazos’. Anás y su familia eran célebres” (Comentario al Nuevo Testamento, notas sobre Juan 18:13).
Entonces Juan entrega su relato como testigo ocular, diciendo: “Y el sumo sacerdote preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le respondió: Yo públicamente he hablado al mundo; siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y nada he hablado en oculto. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído, qué les haya yo hablado; he aquí, ellos saben lo que yo he dicho. Cuando Jesús hubo dicho esto, uno de los alguaciles, que estaba allí, le dio una bofetada, diciendo: ¿Así respondes al sumo sacerdote? Jesús le respondió: Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas? Anás entonces le envió atado a Caifás, el sumo sacerdote” (Juan 18:19-24).
La segunda parte del juicio tuvo lugar en la casa de Caifás, de cuya existencia algunos estudiosos dudaban. Pero en 1990 se encontró en Jerusalén una elaborada caja de hueso con el nombre de Caifás.
Mateo afirma: “Los que prendieron a Jesús le llevaron al sumo sacerdote Caifás, adonde estaban reunidos los escribas y los ancianos. Mas Pedro le seguía de lejos hasta el patio del sumo sacerdote; y entrando, se sentó con los alguaciles, para ver el fin. Y los principales sacerdotes y los ancianos y todo el concilio, buscaban falso testimonio contra Jesús, para entregarle a la muerte, y no lo hallaron, aunque muchos testigos falsos se presentaban. Pero al fin vinieron dos testigos falsos, que dijeron: Este dijo: Puedo derribar el templo de Dios, y en tres días reedificarlo. Y levantándose el sumo sacerdote, le dijo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican estos contra ti? Mas Jesús callaba. Entonces el sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios. Jesús le dijo: Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo” (Mateo 26:57-64).
Barclay vuelve a entregar el mejor material de fondo sobre el juicio: “El sanedrín era el tribunal supremo de los judíos. Lo componían escribas, fariseos, saduceos y ancianos del pueblo; en total, setenta y un miembros; y lo presidía el sumo sacerdote. Para un juicio como este, el quórum era de veintitrés. Había determinadas reglas. Todos los casos criminales tenían que juzgarse durante el día, y terminarse durante el día. Los casos criminales no se podían juzgar durante la Pascua de ninguna manera. Solo si el veredicto era ‘No culpable’ podía un caso terminarse el mismo día que había empezado; de otra manera, había que dejar pasar una noche antes de pronunciar el veredicto, para dar tiempo a que surgieran sentimientos de misericordia. Además, ninguna decisión del sanedrín era válida a menos que se reuniera en su sede oficial, el salón de la Piedra Tallada, en el recinto del templo. Toda evidencia tenía que probarse por dos testigos examinados por separado, y que no tuvieran ningún tipo de relación entre sí. Y el falso testimonio se castigaba con la muerte . . . Estas eran las reglas del propio sanedrín, y está suficientemente claro que en su afán por deshacerse de Jesús quebrantaron sus propias leyes. Los judíos habían llegado a tal cima del odio que cualquier medio estaba justificado para acabar con Jesús.
“El propósito principal de la reunión nocturna de las autoridades judías era la formulación de la acusación contra Jesús. Como ya hemos visto, toda evidencia tenía que garantizarse por dos testigos, separadamente interrogados. Durante un tiempo, ni siquiera dos testigos falsos se podía conseguir que estuvieran de acuerdo, y entonces se encontró una acusación, la de que Jesús había dicho que destruiría el templo y lo reconstruiría en tres días. Está claro que era una tergiversación de algo que Jesús había dicho. Él predijo –y correctamente– la destrucción del templo. Esto se había tergiversado para convertirlo en una acusación de que Él había dicho que Él mismo destruiría el templo. Ya hemos visto que Jesús predijo que Le quitarían la vida, y en tres días resucitaría. Eso se tergiversó para que pareciera que había dicho que reedificaría el templo en tres días.
“Esta acusación se formuló repitiendo e interpretando deliberada y maliciosa y falsamente algunas cosas que Jesús había dicho. A esa acusación, Jesús se negó en rotundo a contestar. En esto la ley estaba de Su parte, porque a nadie se le podía obligar a contestar en un juicio a una pregunta que le inculpara. Fue entonces cuando el sumo sacerdote lanzó la pregunta decisoria. Ya hemos visto que Jesús había advertido repetidamente a sus discípulos que no le dijeran a nadie que Él era el Mesías. Entonces, ¿cómo sabía el sumo sacerdote qué pregunta debía hacer para que Jesús no pudiera evitar responder? Bien puede ser que, cuando Judas presentó información contra Jesús, también les dijo a las autoridades judías que Jesús les había revelado a Sus discípulos que Él era el Mesías. Bien puede ser que Judas quebrantara entonces intencionadamente el secreto que Jesús les había impuesto a Sus discípulos que no dijeran a nadie.
“En cualquier caso, el sumo sacerdote hizo la pregunta, y la hizo formulándola con un juramento: ‘¿Eres tú el Mesías? –preguntó– ¿Pretendes ser el Hijo de Dios?’ Este fue el momento crucial del juicio. Bien podríamos decir que todo el universo contuvo la respiración esperando la respuesta de Jesús. Si Jesús decía: ‘No’, el juicio perdía su razón de ser; no se le podía acusar de nada. Jesús podía decir simplemente ‘No’, y salía libre y Se [escaparía] antes de que el sanedrín pudiera urdir otra manera de enredarle. Por otra parte, si decía: ‘Sí’, firmaba Su propia sentencia de muerte. Nada más que un simple ‘Sí’ se necesitaba para convertir la Cruz en algo definitivo e inescapable.
“Puede ser que Jesús Se detuviera y guardara silencio un momento otra vez para calcular el costo antes de hacer la gran decisión; y entonces dijo ‘Sí’ [porque no podía mentir]. Pero dijo más: citó Daniel 7:13 con su gráfica profecía del triunfo definitivo y de la majestad del Escogido de Dios. Sabía muy bien lo que estaba haciendo. Inmediatamente surgió el clamor de ‘¡Blasfemia!’ Se rasgaron sus vestiduras en una especie de horror sintético e histérico; y Jesús fue condenado a muerte.
“Luego siguió el escupirle, el abofetearle, el golpearle el rostro en burla. Hasta las cosas externas de justicia se olvidaron, y la hostilidad venenosa de las autoridades judías se manifestó. Esa reunión nocturna había empezado como un tribunal de justicia, y acabó en una manifestación frenética de odio, en la que no se hizo el menor intento de mantener ni siquiera las superficialidades de una justicia imparcial” (Comentario al Nuevo Testamento, notas sobre Mateo 26:57).
Así, nuestro Salvador, el Cordero de Dios, aceptó voluntariamente beber de esa horrible copa de sufrimiento, todo por amor a nosotros y para el perdón de nuestros pecados. ¿Apreciamos realmente la profundidad de lo que él hizo? EC