Trasfondo Histórico de los Evangelios
Lección 38: Mateo 26 y Juan 18
Mateo relata lo que sucedió después de que Jesús terminó de hablar a sus discípulos en aquella noche de Pascua: “Y cuando hubieron cantado el himno, salieron al monte de los Olivos” (Mateo 26:30-31). Probablemente cantaron el himno tradicional, el Salmo 136, conocido como Gran Hallel (Hallel significa “alabanza a Dios”). Juan añade: “Habiendo dicho Jesús estas cosas, salió con sus discípulos al otro lado del torrente de Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró con sus discípulos” (Juan 18:1).
Llegamos así al momento del arresto de Jesús en este lugar, llamado el huerto de Getsemaní, en el monte de los Olivos, que se alzaba sobre Jerusalén.
Werner Keller describe la escena: “Llegados al punto más alto y casi al final del camino, surge, detrás de la cumbre del monte de los Olivos –cual aparecida como por encanto entre las montañas– la ciudad Santa. El espectáculo que Jerusalén ofreció a Jesús y a sus discípulos podemos apreciarlo por las descripciones que poseemos de aquella época:
“‘Quien no ha visto a Jerusalén en su belleza, no ha visto ciudad bella y grande en su vida; y quien no ha visto el edificio de su segundo templo, no ha visto en su vida una construcción impresionante’, escribían con orgullo los rabinos judíos de aquel entonces. Las investigaciones realizadas sobre la antigua Jerusalén las resumió [el arqueólogo inglés] Garstang en las siguientes frases: ‘En ningún momento de su historia pueden haber ofrecido el templo y la ciudad un aspecto más seductor. El ritmo y la armonía del arte grecorromano, que de manera tan maravillosa destacaba sobre el cielo de Oriente, dejaban atrás las exageradas tendencias constructivas de Herodes, y llevaban el buen orden y el buen gusto al caos tradicional de la ciudad.
“A 75 metros sobre la superficie del valle se levantan las formidables murallas. Detrás de sus almenas y de entre los cubos apretados de sus casas, calles y callejuelas, se levantan hacia el cielo las siluetas de grandiosas construcciones. Exactamente enfrente del monte Olivete [de los Olivos] está situado, en primer lugar, el templo, que sobrepuja en esplendor a todos los demás edificios. Su amplia fachada de 50 metros de altura está orientada hacia el Este y es toda ella de mármol blanco. Los adornos son de oro auténtico. Unas columnatas limitan los amplios patios y atrios; la brillante cúpula corresponde al santuario, en el centro, y resplandece cual ‘montaña cubierta de nieve’, para decirlo con las propias palabras que emplea Flavio Josefo . . .”
A continuación, Keller añade el relato bíblico de las últimas horas de Jesús: “Las descripciones del juicio, de la condena y de la crucifixión, que figuran en los Evangelios, han sido examinadas y comprobadas por numerosos eruditos con objetividad científica y han podido ser confirmadas hasta en sus menores detalles como relatos fieles desde el punto de vista histórico . . .
“Con la prisión empieza la enorme tragedia. Jesús, en el monte Olivete, ha reunido en su derredor a sus discípulos penetrando con sus predilectos en el huerto de Getsemaní, ‘y luego, estando él hablando todavía, se presenta Judas, uno de los doce, y con él una turba con espadas y bastones de parte de los sumos sacerdotes, y de los escribas y de los ancianos’ (Marcos 14:43). Sobre las ‘porras y bastones’ de los sumos sacerdotes betusianos que [habían estado en control] desde el tiempo de Herodes nos habla una canción del Talmud:
“‘¡Pobre de mí ante la casa de Betuso! ¡Pobre de mí ante sus porras! ¡Pobre de mí ante la casa de Anás! ¡Pobre de mí ante sus denuncias! . . . Y termina: ‘Pues son sumos sacerdotes y sus hijos, los tesoreros, y sus yernos, los administradores, y sus siervos azotan al pueblo con bastones’” (Y la Biblia tenía razón, Werner Keller, pp. 368-369).
The Archaeological Commentary of the Bible (Comentario arqueológico de la Biblia) menciona lo siguiente sobre Getsemaní: “Las referencias de los Evangelios indican que este memorable lugar era un jardín o huerto al otro lado del valle del Cedrón, en la ladera del monte de los Olivos. Por las circunstancias del arresto de Jesús se puede deducir que estaba situado al pie del monte. Indudablemente estaba emplazado más o menos en la zona donde hoy se puede ver el huerto de este nombre. Las referencias bíblicas coinciden con su ubicación. El huerto actual contiene olivos grandes y muy antiguos, césped y macetas” (1980, p. 206).
A continuación, Jesús dice: “Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad. Vino otra vez y los halló durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño. Y dejándolos, se fue de nuevo, y oró por tercera vez, diciendo las mismas palabras. Entonces vino a sus discípulos y les dijo: Dormid ya, y descansad. He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. Levantaos, vamos; ved, se acerca el que me entrega” (Mateo 26:36-46).
Lucas añade algunos detalles importantes: “Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos, los halló durmiendo a causa de la tristeza . . .” (Lucas 22:41-45).
Barclay comenta: “El espacio era tan limitado en Jerusalén que no había jardines. La gente acomodada tenía jardines privados en el monte de los Olivos. Algún amigo de Jesús le permitiría usar su jardín, y allá se retiró a pelear su solitaria batalla. Solo tenía treinta y tres años, y nadie quiere morir a esa edad. Sabía cómo era la crucifixión. Estaba en agonía; la palabra griega se refiere a la lucha desesperada por la vida. No hay escena comparable en toda la Historia. Era el momento decisivo de la vida de Jesús. Todavía podía volverse atrás, y evitarse la cruz. La salvación del mundo estaba pendiente de aquella decisión de Jesús mientras sudaba grandes gotas de sangre en Getsemaní. ¡Y Él venció!” . . .
Cuando Jesús fue a Getsemaní había dos cosas que necesitaba perentoriamente. Necesitaba la compañía humana, y necesitaba la compañía de Dios. ‘No es bueno que el hombre esté solo’, había dicho Dios en el principio (Génesis 2:18.) En momentos de angustia queremos tener a alguien con nosotros. No es que queramos que haga nada en particular, ni que queramos decirle nada ni que nos hable, simplemente que esté con nosotros. Así le pasaba a Jesús. Es extraño que los hombres que habían asegurado que estaban dispuestos a morir por Él no pudieran mantenerse despiertos con Él ni siquiera una hora. Pero no podemos culparlos, porque la emoción y la tensión los habían drenado de fuerzas y de resistencia” (Comentario al Nuevo Testamento, notas sobre Lucas 22:43 y Marcos 14:33, énfasis en el original).
Hebreos 5 explica más acerca de la lucha interna de Jesús: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (vv. 7-9).
Así, aunque Cristo fuera Dios en la carne, había ciertas cosas que había aprendido y le habían servido para superarse. Este era el resultado final de que Dios viniera en la carne para salvar a la humanidad, por puro amor abnegado hacia ella, y a pesar de su ingratitud.
Tres veces oró al Padre preguntando si había alguna manera de evitar pasar por aquel calvario insoportable, y aún así llevar a cabo su gran plan de salvación. No había otra manera, así que Jesús se enfrentó valientemente a la tarea, y sin mucha ayuda de sus somnolientos discípulos.
La “copa” que deseaba evitar constaba de tres partes: 1) el tipo de muerte al que se enfrentaba: tortura, crucifixión y muerte; 2) cargar sobre sí todos los pecados de la humanidad y convertirse así en pecado ante el Padre (2 Corintios 5:21); 3) tener que ser abandonado por el Padre a causa de lo que representaba.
“Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú” (Marcos 14:36).
En cuanto al término “Abba”, Barclay señala: “Hay todo un mundo encantador en esta palabra Abba, que estará oculto a nuestros oídos occidentales a menos que conozcamos su contenido. Joachim Jeremias, en su libro Las palabras de Jesús, escribe: ‘El uso que hace Jesús de la palabra Abba dirigiéndose a Dios no tiene paralelo en toda la literatura judía. La explicación de este hecho ha de encontrarse en la afirmación de los padres Crisóstomo, Teodoro y Teodoreto, de que Abba (como jaba se usa todavía en árabe) era la palabra que usaba un niño para dirigirse a su padre, cuya traducción en castellano sería Papá; era una palabra familiar, cotidiana, que nadie se había atrevido a usar para dirigirse a Dios. Jesús sí. Él hablaba con Su Padre celestial de la manera infantil, confiada e íntima de un hijo pequeño con su padre’. Sabemos cómo nos hablan nuestros hijos, y cómo nos llaman a sus padres. Así era como hablaba Jesús con Dios. Aun cuando no Le entendiera totalmente; aun cuando Su única convicción era que Dios Le empujaba hacia la Cruz, Le llamaba Abba, como un hijo pequeño. Aquí tenemos confianza, una confianza que nosotros debemos tener en ese Dios al que Jesús nos ha enseñado a conocer como nuestro Padre” (Comentario al Nuevo Testamento, notas sobre Mateo 26:36-46, énfasis en el original).
Ahora viene su arresto: “Mientras todavía hablaba, vino Judas, uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo” (Mateo 26:47). Juan añade: “Judas, pues, tomando una compañía de soldados, y alguaciles de los principales sacerdotes y de los fariseos, fue allí con linternas y antorchas, y con armas” (Juan 18:3).
Barclay nuevamente añade observaciones perspicaces: “Hay algo sorprendente acerca de la fuerza que se movilizó para arrestar a Jesús. Juan dice que era una compañía de soldados, además de algunos agentes de los principales sacerdotes y de los fariseos. Esos agentes pertenecerían a la policía del templo. Las autoridades tenían una especie de cuerpo de policía privada para mantener el orden en el templo, y el Sanedrín también tenía guardias a sus órdenes. Los agentes, pues, serían policías judíos; pero también había una compañía de soldados romanos. La palabra es speira, que, si se usa correctamente y estamos en lo cierto, puede tener tres significados. Es la palabra griega para designar la cohorte romana, que solía constar de 600 hombres. Si era una cohorte de soldados auxiliares, la speira tendría mil hombres, doscientos cuarenta de los cuales serían de caballería, y los otros setecientos sesenta de infantería. En raras ocasiones, esta palabra designa un destacamento de hombres que se solía llamar un manípulo . . .,
que estaría formado por doscientos hombres.
“Aun tomando la palabra en este último sentido, ¡qué expedición se mandó para arrestar a un carpintero galileo
desarmado! En la Pascua siempre había soldados extra en Jerusalén, acuartelados en la Torre Antonia que daba al templo, así es que habría hombres disponibles. ¡Qué importancia le daban al poder de Jesús! Cuando las autoridades decidieron arrestarle, mandaron casi un ejército” (Comentario al Nuevo Testamento, notas sobre Juan 18:3, énfasis en el original).
Al parecer esperaban una fuerte resistencia, quizá de muchos de los galileos, pero se sorprendieron cuando Jesús los recibió pacíficamente. Juan dice: “Pero Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis? Le respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy. Y estaba también con ellos Judas, el que le entregaba. Cuando les dijo: Yo soy, retrocedieron, y cayeron a tierra” (Juan 18:4-6). Lucas añade estas funestas palabras pronunciadas por Jesús: “. . . mas esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas” (Lucas 22:53). Se estaba dirigiendo al mismo Satanás.
F. F. Bruce menciona: “Su respuesta, ‘Yo soy’, (en griego, ego eimi), puede entenderse en dos niveles, y esta es probablemente la intención del evangelista. En un nivel, y en un sentido común, simplemente significa ‘Yo soy él’ . . . sin embargo, en un escenario apropiado, ego eimi es más que eso: es una palabra que denota poder y equivale a la afirmación de autoidentificación [‘Yo soy él’] de parte del Dios de Israel. Las palabras de Jesús han dejado entrever algo de este poder en el Evangelio de Juan (ver Juan 8:24, 28); y aquí queda claro que sí tiene tal poder a juzgar por el retroceso y caída en tierra de quienes lo buscaban. Dos veces retroceden, y cuando por fin Jesús les permite llevárselo, es con la condición de que dejen partir a sus discípulos sin ser molestados” (The Gospel According to John [El Evangelio según Juan], 1983, p. 341).
Cristo sabía quién estaba detrás de todo esto: el propio Satanás, que había poseído a Judas y lo estaba utilizando como su instrumento para atacarlo. Por eso, cuando Cristo pronunció el nombre sagrado Yahvé, que significa “Yo soy”, la horda armada cayó de espaldas. Vemos en la Biblia que cuando las personas son guiadas por Satanás y se enfrentan a la presencia de Dios, caen hacia atrás, pero cuando alguien espiritualmente sano está ante la presencia de Dios, cae hacia adelante para adorarle.
Después de esto, Judas traiciona a Cristo. Leemos: “Y el que le entregaba les había dado señal, diciendo: Al que yo besare, ese es; prendedle. Y en seguida se acercó a Jesús y dijo: ¡Salve, Maestro! Y le besó. Y Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué vienes? Entonces se acercaron y echaron mano a Jesús, y le prendieron” (Mateo 26:48-50). De ahí viene la frase “el beso de Judas”, que describe a un amigo que parece amable pero que traiciona a otro amigo. Como dice Proverbios 27:6: “Fieles son las heridas del que ama, pero engañosos los besos del que aborrece”. EC