#268 - Hechos 4-5
"Pedro y Juan ante el Sanhedrín; Ananías y Safira"
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#268 - Hechos 4-5: "Pedro y Juan ante el Sanhedrín; Ananías y Safira"
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“Hablando ellos al pueblo, vinieron sobre ellos los sacerdotes con el jefe de la guardia del templo, y los saduceos, resentidos de que enseñasen al pueblo, y anunciasen en Jesús la resurrección de los muertos. Y les echaron mano, y los pusieron en la cárcel hasta el día siguiente, porque era ya tarde. Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los varones [griego: “personas”] era como cinco mil” (Hechos 4:1-3).
Esta área techada del Templo, llamada el Pórtico de Salomón, estaba en la Corte de los Gentiles donde todos podían concurrir y había peregrinos, comerciantes y hasta turistas, que querían ver el magnífico Templo.
El jefe de la guardia del Templo, llamado el Sagán, se alarmó al ver la multitud que escuchaba a Pedro y Juan y que alababa a Dios por la sanidad del cojo bien conocido. Comenta Robertson: “El Templo era protegido por una guardia selecta de levitas, que se alternaba para vigilar las puertas y que consistía en 24 diferentes cuadrillas. El jefe de turno era el capitán de la guardia y Josefo menciona que su autoridad era superada sólo por la del sumo sacerdote”. Normalmente, este capitán de la guardia era un eminente saduceo y cuando vio lo que sucedía, notificó a los demás sacerdotes.
Los sacerdotes eran en su mayoría de una rama del judaísmo llamada los saduceos. Los saduceos eran descendientes de los Hasmoneos, el apellido de la famosa familia de sacerdotes que se opusieron a Antíoco Epífanes en el año 168 a.C. y expulsaron a los griegos de Judá. Recibieron el apodo, Macabeos, o “martillos” por lo fuerte y duro que eran en las batallas. Ellos gobernaron a Israel como sacerdotes-reyes por casi cien años. El Comentario Expositor agrega: “Los saduceos creían que los Macabeos habían inaugurado la Era Mesiánica y que ellos eran la continuación de ese “reino de Dios” sobre la tierra. Como eran de la tribu de Leví, se consideraban protectores de la religión antigua [y sólo aceptaban los primeros cinco libros de la Biblia como legítimos, llamados “la ley de Moisés”] y no les interesaba hacer ninguna innovación. No creían en la ley oral de los fariseos ni en la existencia de ángeles ni en la resurrección de los muertos. Además, rechazaban la esperanza de que vendría un Mesías para establecer el reino de Dios en la tierra, puesto que creían que ya se había establecido ese “reino” con los Macabeos y que ellos eran los herederos y su línea de gobernantes. Para ellos el Mesías era un ideal y no una persona”.
Por eso, Pedro y Juan eran una clara amenaza a su autoridad y doctrinas. Consideraban que ellos estaban actuando sin la debida autorización sacerdotal al predicar y ganar adeptos. Además, estaban predicando la doctrina de la resurrección de los muertos, y que Jesús había resucitado, algo que los saduceos negaban era posible. Con razón estaban “resentidos” o en el griego: “muy irritados”. De inmediato ordenaron callarlos y arrestarlos. Los pusieron en la cárcel para ser juzgados.
Sigue el relato: “Aconteció el día siguiente, que se reunieron en Jerusalén los gobernantes, los ancianos y los escribas, y el sumo sacerdote Anás, y Caifás y Juan y Alejandro, y todos los que eran de la familia de los sumos sacerdotes; y poniéndoles en medio, les preguntaron: ¿Con qué potestad, o en qué nombre, habéis hecho vosotros esto?” (Hechos 4:5-7).
Los dos apóstoles fueron juzgados por el Sanhedrín, que era el cuerpo jurídico judío de ese entonces. Consistía en 71 gobernantes: el sumo sacerdote que los presidía; 24 sacerdotes (cuya mayoría eran saduceos); 24 ancianos, u hombres de renombre; y 22 escribas, casi todos fariseos. Anás es mencionado primero ya que era el verdadero poder detrás del trono sacerdotal. Se las había ingeniado para colocar como sumo sacerdotes en forma sucesiva a su yerno Caifás, a cinco de sus hijos, y a un nieto. Anás fue sumo sacerdote por nueve años (6-15 d.C.) y Caifás lo reemplazó desde el año 18-36 d.C., en la época (el año 31 d.C.) en que ocurre este juicio.
Ante esta imponente asamblea de gobernantes y eruditos, Pedro, un ex pescador y hombre sin educación formal, entregó un discurso que cumple con lo que dijo Jesús: “Y seréis llevados ante reyes y ante gobernadores por causa de mi nombre. Y esto os será ocasión para dar testimonio. Proponed en vuestros corazones no pensar antes cómo habéis de responder en vuestra defensa; porque yo os daré palabra y sabiduría, la cual no podrán resistir ni contradecir todos los que se opongan” (Lucas 21:12-15). “Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Gobernantes del pueblo, y ancianos de Israel: Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste haya sido sanado, sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano. Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación: porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:8-12).
Lo primero que Cristo inspira a Pedro hacer, es ponerlos a la defensiva al preguntar, en efecto: ¿Estamos siendo juzgados por haber hecho un beneficio al cojo? Luego menciona que era por el nombre y la autoridad de Jesucristo que se llevó a cabo esta sanidad. Cita Salmos 118:22, que profetizaba que Cristo, como la piedra principal de Dios, sería rechazado por los gobernantes, pero sería exaltado por Dios. Con gran valentía les declara que no hay otro nombre bajo el cielo en que uno pueda ser salvo excepto en el nombre de Jesucristo.
Los gobernantes están a la defensiva ahora; no sólo son acusados de haber rechazado al autor de la salvación, sino que estaban impidiendo que se completara el edificio de Dios, que es su Iglesia. Pablo explica más tarde: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2:19-22). Los gobernantes estaban rechazando la oportunidad de ser parte de ese edificio de Dios e impidiendo a otros poder entrar en la Iglesia.
Sigue el relato: “Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús. Y viendo al hombre que había sido sanado, que estaba en pie con ellos, no podían decir nada en contra” (Hechos 4:13-14).
Cuando dice que “eran hombre sin letras y del vulgo”, Robertson aclara: “Sin letras significa que eran hombres sin la preparación técnica de las escuelas profesionales rabínicas de Hillel o Shamai. Así habían considerado también a Jesús (Juan 7:15). La frase “del vulgo” se refiere a ser un laico y no un profesional. Pedro y Juan eran hombres con habilidades y valor, pero no pertenecían a la escuela de los rabinos”.
Sigue el relato: “Entonces les ordenaron que saliesen del concilio; y conferenciaban entre sí, diciendo: ¿Qué haremos con estos hombres? Porque de cierto, señal manifiesta ha sido hecha por ellos, notoria a todos los que moran en Jerusalén, y no lo podemos negar. Sin embargo, para que no se divulgue más entre el pueblo, amenacémosles para que no hablen de aquí en adelante a hombre alguno en este nombre. Y llamándolos, les intimaron que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús. Más Pedro y Juan respondieron diciéndoles: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído. Ellos entonces les amenazaron y les soltaron, no hallando ningún modo de castigarles, por causa del pueblo; porque todos glorificaban a Dios por lo que se había hecho, ya que el hombre en quien se había hecho este milagro de sanidad, tenía más de cuarenta años. Y puestos en libertad, vinieron a los suyos y contaron todo lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho.”
Aquí Pedro y Juan establecen una regla de oro para la Iglesia—hay que temer y obedecer más a Dios que a los hombres. Cristo les había mandado predicar la verdad de Dios al mundo entero, y aunque los gobernantes judíos se lo prohibían, tenían que obedecer los dictados de alguien superior: Dios. Al contarle a la Iglesia lo acontecido, ellos le pidieron a Dios ayuda y valor. “Y ellos, habiéndolo oído, alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron: Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay; que por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se reunieron los reyes de la tierra, y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor, y contra su Cristo. Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera. Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús. Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (Hechos 4:23-31).
Aquí vemos el poder de la oración cuando se hace según la voluntad de Dios. No pidieron protección para ellos, sino el valor para que “hablen tu palabra”. Noten que cuando viene la sanidad, es porque Dios “extiende su mano” para llevarla a cabo. La imposición de manos para la sanidad consiste en que Dios usa al ministro como un instrumento por el cual pasa el poder de Dios por la fe.
Lucas otra vez entrega una viñeta o cuadro de la vida cristiana en ese entonces: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos. Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad. Entonces José, a quien los apóstoles pusieron por sobrenombre Bernabé (que traducido es, Hijo de consolación), levita, natural de Chipre, como tenía una heredad, la vendió y trajo el precio y lo puso a los pies de los apóstoles” (Hechos 4:32-37).
Explica El Comentario Explicativo de la Biblia: “Para Lucas como para los primeros cristianos, el ser llenos del Espíritu Santo no sólo significaba proclamar la Palabra de Dios, sino también compartir sus posesiones con los necesitados al estar unidos en Cristo”. Noten que siempre era voluntario y no obligatorio, pero mostraba la preocupación por los pobres de la congregación. Sin embargo, no todo era “miel sobre hojuelas”. También había entre ellos miembros “no convertidos” que pronto se llenaron de ambición y envidia.
Lucas relata: “Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una heredad, y sustrajo del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo sólo una parte, la puso a los pies de los apóstoles” (Hechos 5:1-2). Noten que ellos lo hicieron en forma voluntaria y que pusieron el dinero a los pies de todos los apóstoles. Pedro, como el vocero, es quién Dios inspira a “discernir los espíritus, o actitudes” que es uno de los dones de Dios para el ministerio, y nota el engaño que están perpetrando.
“Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad? Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? Y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios. Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y vino un gran temor sobre todos los que lo oyeron. Y levantándose los jóvenes, lo envolvieron, y sacándolo, lo sepultaron. Pasado un lapso como de tres horas, sucedió que entró su mujer, no sabiendo lo que había acontecido. Entonces Pedro le dijo: Dime, ¿vendisteis en tanto la heredad? Y ella dijo: Sí, en tanto. Y Pedro le dijo: ¿Por qué convinisteis en tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu marido, y te sacarán a ti. Al instante ella cayó a los pies de él, y expiró; y cuando entraron los jóvenes, la hallaron muerta; y la sacaron, y la sepultaron junto a su marido” (Hechos 5:3-10).
Primero enfoquemos en un argumento que los trinitarios hacen al decir que aquí, el Espíritu Santo equivale a Dios, y por tanto, el Espíritu Santo es una persona divina como Dios el Padre y Jesucristo. Pero noten la falla—más tarde Pedro dice que habían tentado al “Espíritu del Señor”. Si el Espíritu Santo fuera una persona aparte de Dios Padre y Jesucristo, no podría ser el Espíritu del Señor, o Cristo. Pedro no está hablando del Espíritu Santo como persona, sino como el Espíritu que proviene de Dios el Padre y de Jesús. Noten también que en ninguna parte de las Escrituras aparece una controversia sobre el Espíritu Santo como una persona. Pero sí existió una controversia sobre Jesucristo como Dios. Los fariseos lo mataron principalmente porque, como dijeron: “tú, siendo hombre, te haces Dios” (Juan 10:33). Los apóstoles fueron perseguidos al proclamar a Jesús como Dios, pero jamás fueron perseguidos o acusados de proclamar que el Espíritu Santo era Dios, ni según los documentos cristianos tampoco nadie lo creyó por los primeros doscientos años. Es curioso, ¿verdad?
¿Por qué fue tan severo el castigo de Ananías y Safira por algo que parece insignificante, el haber dicho que entregaban toda la venta de la heredad cuando era sólo una parte? Lucas lo revela al concluir esta sección: “Y vino gran temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas. Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón. De los demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos; mas el pueblo los alababa grandemente”.
Parece que Ananías y Safira habían intentado “juntarse” con los apóstoles, y ganarse un puesto al mostrar su supuesta generosidad. Habían visto lo que le había ocurrido a Bernabé al vender su heredad y entregar toda la suma--Bernabé fue “juntado o incorporado” a los apóstoles, como parte del equipo ministerial. Parece que querían “sobornar” a los apóstoles de esta manera. Dios le reveló a Pedro este gran pecado, y por eso les costó la vida, para que nadie más lo intentara. Simón el Mago lo intentaría un rato más tarde. También hay que tomar en cuenta que, tal como Acán en el comienzo del establecimiento del pueblo de Dios, “sustrajo” lo indebido (Josué 7:1-26), así lo hicieron Ananías y Safira al comienzo de la Iglesia. Fueron casos ejemplares.
Dios seguía apoyando fuertemente a los apóstoles: “Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres; tanto que sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre algunos de ellos. Y aun de las ciudades vecinas, muchos venían a Jerusalén trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; y todos eran sanados” (Hechos 5:12-16). Tal como una mujer fue sanada al tocar el borde de la túnica de Jesús (Lucas 8:43-44), ahora hasta la sombra de Pedro podía sanar al emanar ese poder de Dios.
Fueron momentos emocionantes, y los milagros y señales que Dios hizo al comienzo de la Iglesia recuerdan los grandes milagros que también hizo al comienzo de su pueblo Israel cuando salieron de Egipto y cuando por fin se establecieron en la Tierra Prometida. Dios promete también hacer grandes milagros en los tiempos del fin, cuando surjan los dos testigos como un testimonio final a un mundo incrédulo y desobediente de sus mandamientos. Todo tiene su tiempo, dice la Biblia, y para la Iglesia, lo que Dios nos dice en Apocalipsis 3:8-11 es en esencia: “Ser fiel a su Palabra, hacer su obra y ‘retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona’” (Apocalipsis 3:9). Parece que algunos dejarán caer sus coronas para que otros las tomen. En el siguiente estudio veremos lo que pasa cuando todos los apóstoles son arrestados.