Solo en medio de la multitud

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Solo en medio de la multitud

Su nombre era Marie. Era una mujer mayor a la que Dios había llamado tarde en su vida. Sin embargo, contaba con mucha experiencia, además de una sincera búsqueda de la verdad y de Dios. Tenía una fe a toda prueba, pero no fue hasta los últimos años de su vida cuando dijo con entusiasmo: “Por fin he encontrado al pequeño rebaño”. Aprendí una valiosa lección mientras visitaba a esta señora.

Marie, que estaba bien entrada en años, había quedado postrada en cama y había sido hospitalizada durante meses debido a una grave caída. Había llevado una vida increíblemente activa, había viajado a extraños lugares lejanos, había conocido a gente interesante, había aprendido al menos tres idiomas, cantaba y tocaba la guitarra, tenía muchos amigos y una fe muy sólida.

Durante una de mis visitas, comentó con voz lastimera: “Ahora sí sé lo que es la soledad”. Me sorprendió su comentario y me hizo reflexionar sobre quiénes y qué somos. Que esta señora tan ocupada y activa se sintiera realmente así era verdaderamente extraño. Era extrovertida y tenía una mente activa, se interesaba por muchas cosas y tenía amigos en toda América del Norte y del Sur. Sin embargo, ahora estaba pasando por el mayor problema de salud al que se había enfrentado nunca, no podía caminar y desplazarse como antes y le costaba hacer cosas muy simples. Me dijo que nunca se había sentido tan sola en toda su vida. Durante meses tuvo tiempo para pensar y reflexionar, y llegó a la conclusión de que la prueba que estaba viviendo era un camino que ella, y solo ella, debía recorrer. Visité a Marie poco antes de que muriera y estaba en paz. Su experiencia es una gran lección que todos necesitamos aprender.

Todos tenemos padres, hermanos, parientes y amigos. Algunos están muy cerca de nosotros por las circunstancias, por el lugar donde vivimos y por las cosas que hacemos. Sin embargo, todos nos damos cuenta de que hay muchos momentos en nuestra vida en los que caminamos solos. Winston Churchill dijo: “Un árbol solitario, si crece, crece fuerte”.

Es cierto que nos enfrentamos a muchas pruebas y problemas a lo largo de nuestra vida, y que frecuentemente contamos con otros para ayudarnos o consolarnos, así como para compartir muchos éxitos y ocasiones de alegría. Cuando somos parte de una comunidad nos animamos y fortalecemos unos a otros. Nos sentimos motivados e impulsados a realizar cosas y experimentamos la sinergia de un grupo. Pero aunque contemos con el apoyo necesario, seguimos recorriendo un camino personal de vida que puede hacernos sentir solos. Cuando uno se enfrenta a una prueba como la que afrontó esta querida señora, Marie, a menudo podemos sentirnos abrumados por la soledad.

La Biblia tiene muchos dichos sabios que Dios inspiró para que fueran escritos por personas que habían pasado por diversas crisis. Uno de esos versículos nos dice que dos son mejores que uno porque se ayudan mutuamente. Que si duermen juntos no pasarán frío, y que una cuerda triple no se rompe fácilmente (Eclesiastés 4:9-12).

Todos esos puntos son importantes y correctos. Cuando caminamos en multitud nos sentimos ayudados, apoyados y protegidos, y por tanto la vida es mejor y más fácil. Pero la velocidad a la que puede viajar un grupo se limita a la velocidad del miembro más lento del grupo. Cada persona tiene una responsabilidad, y si una falla, el grupo entero sufre.

Lo que queda claro es que cada persona tiene la responsabilidad de apoyar al grupo, basándose en la libertad de elección y en la capacidad de cada uno. Todos tenemos una comprensión diferente de lo que es correcto o incorrecto, verdadero o falso, o de lo que puede ser útil. Cada persona que camina por esta Tierra es única y diferente. La dinámica de la multitud en la que nos encontramos está en constante cambio. Llegan las enfermedades, cambian los valores y la gente envejece y muere. No tenemos ninguna garantía de que vayamos a caminar con la misma persona a nuestro lado durante el resto de nuestra vida.

Caminamos solos

En un breve párrafo de la Biblia, Pablo afirma: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros”, y “cada uno llevará su propia carga” (Gálatas 6:2, 5). Esto es lo que significa estar solo en una multitud. Nos necesitamos los unos a los otros, pero hay muchas, muchas áreas en nuestras vidas que son sagradas para nosotros mismos y en las que nadie puede entrar. Por enumerar algunas: pensamos, aprendemos, desarrollamos nuestros propios hábitos, oramos, libramos nuestras propias batallas interiores, luchamos contra la enfermedad y los achaques, sufrimos dolor, respiramos, caminamos por la vida por los senderos que elegimos, tenemos nuestra propia relación con Dios, sabemos cuáles son nuestros pecados y tratamos de superarlos, nos enfrentamos a la soledad o al miedo, y morimos solos. Podemos tener muchos amigos, parientes y personas que se preocupan por nosotros y quieren tendernos la mano, pero a menudo nos encontramos con que no pueden ayudar y ya tienen sus propias cargas que llevar.

Cuando Dios creó a Adán, dijo que no era bueno que el hombre estuviera solo, así que creó a Eva (Génesis 2:18). Y aunque ellos estaban muy unidos, y en el sentido matrimonial se convirtieron en uno, espiritualmente no eran completamente uno. Adán habló como si lo fueran (v. 23), pero cuando Satanás sedujo a Eva, solo ella fue seducida. Adán tampoco cumplió su parte, pero cayeron uno tras otro, no juntos. Al igual que Adán y Eva, nos enfrentamos a Dios solos.

Ciertas historias que hablan sobre estar en una multitud y a la vez estar solos pueden ayudarnos a comprender este concepto. La mujer que fue llevada ante Cristo después de ser sorprendida en adulterio estaba sola en una multitud. Después de haber escrito en la arena, Jesús estaba solo y la multitud desapareció (Juan 8:9-10). Una persona que tiene la increíble habilidad que poseía Jesús y que se desenvuelve con autoridad, es una persona que casi siempre está sola. La gente puede acercársele momentáneamente, pero no más que eso.

Aquellos que fueron llamados por Dios directamente a su servicio se sintieron solos entre quienes sirvieron. Abel, Noé, Abraham, Moisés, Josué, Samuel, David y Elías (1 Reyes 19:10) son solo algunos ejemplos de los que vinieron antes de Cristo. Más tarde, Pablo fue otro ejemplo y, en cierto sentido, también lo fueron cada uno de los discípulos. A Pablo se le dio un conjunto específico de instrucciones de Dios que incluía el sufrimiento (Hechos 9:15-16). Pablo llevaría esa carga solo. Pedro fue otro a quien Jesús le describió una muerte única (Juan 21:19). Eran caminos que Pablo y Pedro recorrerían solos. Podían contar con las oraciones de otros por ellos, pero nadie podía llevar sus cargas.

Hay Uno que nunca nos dejará

Jesucristo tuvo una vocación y una vida únicas, pero no fue comprendido por muchos de sus propios familiares y seguidores. No tenía dónde apoyar la cabeza (Mateo 8:20). No contó con el apoyo de su “multitud” cuando les dijo que sería apresado y asesinado (Marcos 14:27-31). Conocía su misión en la vida, pero como todos nosotros, tuvo que recorrer su camino solo. Es cierto que tenía seguidores y amigos amorosos, pero ellos no podían ocupar su lugar. Hubo momentos en que lo abandonaron (Mateo 26:56).

Sin duda, Jesús sintió intensamente esta soledad. Sabía lo que había en cada hombre (Juan 2:24-25); sin embargo, también sabía que no estaba completamente solo. Siempre supo que Dios el Padre estaba con él (Juan 8:16, 29). También mencionó que no estaba solo porque siempre hacía las cosas que agradaban a Dios. Sin embargo, Dios no podía morir por Jesús; solo él podía hacerlo. Incluso en una multitud de ángeles y amigos, testigos de su amoroso Padre celestial, Jesús se sintió tan solo que gritó angustiado: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mateo 27:46). Dios promete que nunca nos abandonará y Jesús prometió lo mismo (Hebreos 13:5).

Dios estaba con y en Cristo (2 Corintios 5:19). Dios está con y en nosotros a través de su Espíritu Santo. Pero somos responsables de nuestras elecciones y acciones y de sus consecuencias, ya sean castigos o recompensas. Podemos sentirnos abandonados o preguntarnos dónde está Dios en medio de nuestras luchas, pero él siempre está ahí. Pablo recordó que cuando se había sentido abandonado, el Señor lo había acompañado y fortalecido (2 Timoteo 4:17). Estar solo no significa que no obtengamos fuerza de Dios o de quienes nos rodean. Significa que nuestra mente experimenta el dolor, la pena o la alegría, el miedo o la confianza, en función de nuestros pensamientos y de todo lo que hemos llegado a ser en la vida.

Todos caminamos solos ante Dios, aunque estemos entre otros. Las primicias son una multitud, pero son los individuos los que forman la multitud. Estaremos solos ante él en el juicio (Mateo 12:36). Estar solo es parte del ser humano, parte de aprender a confiar en Dios. Comprender esta lección puede darnos fuerza y valor más allá de lo que creemos posible.

Siempre estamos en compañía de una multitud de ángeles y de Dios Padre y el Hijo, así como entre multitudes de humanos en nuestras vidas. Sin embargo, hay caminos que usted y yo debemos recorrer solos, y esa soledad puede llevarnos al punto de sentirnos abandonados. Aunque caminemos solos, hay muchos ojos que nos observan y voces que nos animan. Cuando tenemos una fe fuerte y confianza en Dios, somos capaces de hacer mucho más de lo que podemos imaginar debido al poder que obra en nosotros (Efesios 3:12, 20). Camine con valentía, porque Dios camina a su lado.

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