¿Por qué sufrimos?: Segunda Parte

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¿Por qué sufrimos?

Segunda Parte

¿A qué se debe el sufrimiento? ¿De dónde proviene?

¿Con qué motivo iba a crear Dios un mundo de caos y maldad? La verdad es que no lo hizo. Este no es el mundo que él quería, y su creación original no incluía tales aflicciones. El mundo que Dios creó era pacífico y hermoso, el alimento era fácil de conseguir, no había muerte, y la gente estaba destinada a tener una relación estrecha y personal con Dios. Él nos dio libre albedrío y también opciones.

Cuando Adán y Eva, nuestros antepasados, escogieron el árbol del conocimiento del bien y del mal, también escogieron desobedecer a Dios. Rechazaron el plan que él había diseñado para la humanidad, y al hacerlo optaron por este mundo caótico y todos los problemas que actualmente nos aquejan. En el mundo que eligieron existía la maldición de la causa y efecto, del tiempo y el azar, y las malas decisiones del momento pueden afectar a las generaciones venideras. Satanás se convirtió en el gobernante de este mundo atribulado que eligieron nuestros antepasados y que nosotros heredamos.

Ya sea que en estos momentos nos hallemos en medio de una prueba o que estemos disfrutando un periodo de relativa paz en la vida, es útil entender por qué existe el sufrimiento. El famoso escritor Paul Johnson se preguntó en una ocasión: “Si Dios es infinitamente bueno, y también infinitamente poderoso, ¿por qué debería existir el mal?” Todos deseamos saber la respuesta a dicha pregunta.

Dios nos revela por qué permite que el sufrimiento exista en nuestro mundo actual. Un aspecto ineludible de la vida humana es nuestro libre albedrío (nuestra libertad de elegir, nuestra libertad moral), el cual proporciona la clave para entender por qué Dios permite que existan el mal y el sufrimiento.

El primer libro de la Biblia habla de dos árboles que Dios creó (Génesis 2:9). Uno representaba el camino que llevaba a la vida y las bendiciones y el otro representaba el camino al sufrimiento, la angustia y la muerte. Dios les dio a Adán y a Eva la posibilidad de elegir entre ambos árboles y les explicó las consecuencias de escoger uno o el otro. Incluso les ordenó que no eligieran la opción equivocada (Génesis 2:15-17; comparar con
Génesis 3:3).

Pero igual como tan a menudo pasa con nosotros, Adán y Eva tomaron la decisión equivocada. “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella” (Génesis 3:6).

Aunque Dios advirtió a Adán y Eva que no comieran del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, no les impidió tomar una decisión equivocada. Dios los había creado a su imagen y semejanza y por tanto les dio libertad de elegir tal como él lo hace.

Debido a que Dios desea que seamos como él, nos dio la capacidad de escoger lo que hacemos. Si no tomamos decisiones correctas no podemos desarrollar un carácter justo, o sea, el mismo carácter que él tiene. Para desarrollar carácter es preciso que tomemos decisiones sabias; debemos elegir entre lo correcto y lo incorrecto, entre la sabiduría y la insensatez, entre la diligencia y el descuido.

Todas las acciones tienen consecuencias; algunas son buenas, y otras malas.

Consecuencias del tiempo y el azar

Todos los días escuchamos noticias de accidentes trágicos o sucesos terribles que provocan gran sufrimiento: tornados que arrasan con escuelas, terremotos que matan a miles de personas o bombas que estallan en mercados abarrotados, y nos preguntamos por qué suceden estas cosas tan espantosas.

Pero a veces la tragedia nos toca más de cerca: es nuestra casa la que es arrasada por un tornado; es nuestro ser querido el que sufre un terrible accidente automovilístico, y solo nos queda preguntarnos lo inevitable: ¿Cómo puede ocurrir algo así? ¿Dónde se origina el sufrimiento que padecemos cada uno de nosotros y nuestras familias? Por mucho que las personas intenten escudriñar dentro de sí mismas para entenderlo, no les queda más que admitir que no tienen respuestas reales.

Salomón, el rey bíblico de Israel, se enfrentó a los mismos problemas e interrogantes hace mucho tiempo y en un mundo muy diferente. Él fue testigo de la fragilidad de la vida cuando ciertos actos fortuitos de la naturaleza humana, o incluso de la propia naturaleza que nos rodea, arruinaban la tranquilidad. Concluyó que “un mismo suceso acontece a todos” (Eclesiastés 9:3) y que el mal y la locura sí existen. Gran parte de lo que ocurre está sujeto a circunstancias que escapan a nuestro control.

Salomón registró sus pensamientos sobre este tema en un libro llamado Eclesiastés. En muchos sentidos este es el diario de una persona que pasó su vida buscando las mismas respuestas que nosotros buscamos hoy. Miró a su alrededor y vio que había maldad y sufrimiento, justicia y placer, y participó en todo ello para averiguar qué era lo que más le convenía. Tenía suficiente dinero para comprar y construir todo lo que deseaba. Buscó la sabiduría de su época, la recopiló y estudió, y fue considerado por todos sus compañeros como el más sabio de todos.

Indudablemente Salomón fue testigo de acciones de violencia y catástrofes naturales inexplicables que cobraron innumerables vidas, pero nadie tenía respuestas, ni siquiera el hombre más sabio. ¿Por qué el mal? ¿Por qué el sufrimiento?

Después de todas sus observaciones y meditación llegó a la conclusión de que existe algo llamado “tiempo y ocasión”, y que el sufrimiento puede ser el resultado de acontecimientos aparentemente fortuitos. Concluyó que “ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos. Porque el hombre tampoco conoce su tiempo; como los peces que son presos en la mala red, y como las aves que se enredan el lazo, así son enlazados los hijos de los hombres” (Eclesiastés 9:11-12).

Esta afirmación es real, y permite comprender más allá de los titulares y acontecimientos de esta vida. Factores como el tiempo y el azar, acontecimientos de la vida que escapan a nuestro control y no tienen relación alguna con el momento que vivimos, sí ocurren, y todos nos vemos a veces atrapados en una red; y en ese momento somos como los peces o los pájaros: nuestra vida se apaga y aparentemente carece de sentido.

Sin embargo, sí hay un sentido. La conclusión de Salomón sobre los asuntos de la vida en este ámbito llamado Tierra está llena de esperanza: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Eclesiastés 12:13-14).

Existe un Dios, y su juicio es un hecho de la vida. El juicio forma parte de la esperanza de esta vida, pues sin él no hay esperanza de justicia. La esperanza de la justicia de Dios ofrece un rayo de luz para atravesar la oscuridad justamente cuando la vida es más oscura y la desesperación más aguda. Esto es lo que concluyó Salomón después de toda una vida de reflexión.

Satanás es quien causa el sufrimiento

Y si bien la conclusión de Salomón sobre el papel que juegan el tiempo y el azar en el sufrimiento es cierta, esta no es la única fuente de sufrimiento en nuestras vidas. A veces las terribles tragedias y circunstancias que nos provocan sufrimiento provienen de un ser muy real que solo existe para causar daño a las personas.

Jesucristo habló de un ser al que llamó “homicida desde el principio” y “mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8:44). Jesús identifica el origen del mal y del sufrimiento: los padecimientos que usted y todos los seres humanos experimentan provienen de un ser que primero mintió, engañó, odió y asesinó y quien es el enemigo de la humanidad, Satanás el diablo
(1 Pedro 5:8).

La Biblia nos dice que en un tiempo él fue un ángel glorioso cuyo nombre, Lucifer (o Lucero, Isaías 14:12), significaba portador de luz. Dios dijo que Lucifer era “el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios, estuviste; de toda piedra preciosa era tu vestidura . . . Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día en que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad” (Ezequiel 28:12-15).

Pero algo cambió en lo más profundo de Lucifer. Dios le dijo: “¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: subiré al cielo, en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” (Isaías 14:12-14).

Lucifer se convenció de que era tan bueno o mejor que su Creador. Se rebeló contra Dios e intentó egoístamente ponerse por encima de los demás ángeles. ¿De dónde viene la violencia, la ira y el odio? Dios le dijo a Satanás “fuiste lleno de iniquidad” (Ezequiel 28:16-17). Su actitud de egoísmo e ira ha influido sobre la gente a lo largo del tiempo; y como odia a Dios, hace lo que puede para hacer sufrir a sus hijos.

Aunque la Biblia presenta a Satanás por primera vez cuando engañó a Eva en el huerto de Edén (Génesis 3), su existencia se remonta a mucho más atrás. Fue el primer criminal, un ser cuya mente y pensamiento se corrompió, torció y pervirtió. Introdujo el mal en el mundo y la humanidad ha luchado contra este desde entonces.

Jesucristo es el camino para soportar nuestro sufrimiento

Una vez que usted entienda de dónde viene el sufrimiento y por qué pasamos tan a menudo por pruebas, podrá empezar a superar su propio dolor. En su misericordia, Dios nos mostró la clave en la Biblia; esa clave es confiar en Jesucristo.

¿Cómo puede la confianza en Jesús ayudarnos a superar una prueba? ¿Por qué tendría él que ayudarnos? La Biblia nos dice: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades”. ¿Por qué el Creador del universo se preocupa por los seres humanos de manera tan personal? Porque “fue tentado en todo”, igual que nosotros (Hebreos 4:15). ¿Qué significa esto? Puede ser difícil entender cómo Dios mismo podría, por ejemplo, entender las necesidades de una mujer, o empatizar con la depresión y la pérdida. ¿Y qué se puede decir sobre el trauma de un divorcio?

Pablo explica que no estamos solos en nuestras pruebas (1 Corintios 10:13). Si usted asiste a una confraternidad cristiana, seguramente conoce a otros que pasan por experiencias similares (2 Corintios 1:3-6) y ello nos fortalece. Sin embargo, cada uno de nosotros tiene su propio dolor, su propia prueba y su propia angustia, y quizá pensemos que nadie más puede entenderlos realmente.

Tal vez nos preguntemos si Dios puede sentir nuestro pesar. ¿Puede Dios captar la profundidad de la desesperación humana? Pedro escribió que Jesús sufrió por nosotros, dejándonos un ejemplo (1 Pedro 2:21). ¿De qué manera nos dio Jesús el ejemplo? ¿Qué confianza podemos tener en que él comprende el trauma personal de cada uno de los suyos?

Jesús entiende la fragilidad humana

Jesús entiende lo que es tener un cuerpo humano imperfecto y frágil. Isaías fue inspirado a escribir que la apariencia física de Cristo no lo hacía especialmente atractivo o deseable (Isaías 53:2). En otras palabras, aparentemente tenía un aspecto común y corriente y un cuerpo que, tal como el nuestro, a veces se agotaba. Descansó en el pozo de Samaria porque estaba físicamente exhausto y sediento (Juan 4:6-7).

Como cualquier otro ser humano, necesitaba tiempo para recuperarse del estrés de las grandes responsabilidades, pues realmente el peso del mundo estaba sobre sus hombros. Después de períodos de actividad frenética, se retiraba a zonas solitarias para reanimarse y reponerse (Marcos 6:31).

Jesús entiende que nuestro mundo no es justo ni correcto

Muchas de nuestras tensiones y dolores humanos provienen de las sociedades en las que vivimos. Los gobiernos suelen ser ineficaces en el mejor de los casos y abusivos en el peor. Las injusticias y agresiones formaban parte del mundo de Jesús tanto como del nuestro. Su vida estaba regulada por un opresivo sistema de leyes y reglamentos a veces absurdos, igual como puede estar la nuestra, dependiendo de dónde vivamos.

Jesús conoció el peso de un gobierno opresor y el aguijón del racismo. Vivió en Judea bajo las fuerzas de ocupación del poderoso Imperio romano, que trataba a su pueblo con dureza. Fue insultado personalmente, acusado de ser ilegítimo y “nacido de fornicación” (Juan 8:41).

Jesús entiende los problemas de relaciones personales

Muchos de nuestros problemas provienen de relaciones tensas o rotas con miembros de nuestra familia y amigos cercanos. A menudo, las personas que más queremos son las que más nos estresan y nos hacen sufrir. Jesús también tuvo que lidiar con esto. Sus propios hermanos no creían en él (Juan 7:5). Sus discípulos eran sus mejores amigos, pero incluso ellos lo abandonaron cuando fue arrestado (Marcos 14:43-50). Al día siguiente, muchos de sus discípulos todavía estaban demasiado asustados para dejarse ver públicamente mientras él era golpeado y ejecutado. “Pero todos sus conocidos, y las mujeres que le habían seguido desde Galilea, estaban lejos observando estas cosas” (Lucas 23:49).

¿Y qué hay de otras relaciones interpersonales? Jesús no estaba casado, así que ¿cómo puede entender los problemas matrimoniales? ¿Cómo puede entender lo que es vivir con una pareja difícil o incluso infiel?

El hecho es que sí puede. Él está casado simbólicamente con la Iglesia (2 Corintios 11:2; Apocalipsis 19:7). ¿Con qué frecuencia, como cristianos individuales, lo defraudamos y le somos infieles? (Jeremías 3:6-14). Pero él no solo está dispuesto a aceptar nuevamente a la Iglesia, sino también a recibir a cada uno de nosotros cuando nos arrepintamos y comprometamos a vivir fielmente con él.

Jesús entiende el dolor y la congoja

El mundo está lleno de personas que pasan por el sufrimiento físico derivado de la enfermedad, de la violencia o de simples accidentes. Si se encuentra en una situación así, debe saber que Cristo comprende lo más profundo de su sufrimiento. En sus últimas horas como ser humano fue acusado falsamente, fue objeto de burlas, injuriado, escupido y abofeteado. Sufrió una brutal paliza antes de su crucifixión, que en sí misma era una forma extremadamente dolorosa y humillante de morir. Puede leer sobre su sufrimiento en cada uno de los evangelios para hacerse una idea somera de lo que realmente pasó.

Isaías profetizó sobre el sufrimiento de Jesús: “Cómo se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres” (Isaías 52:14). Aparentemente Jesús era apenas reconocible como humano después de la terrible paliza que sufrió. Como Dios en la carne, ¿acaso quería vivir físicamente menos que nosotros? No, él no quería sentir la agonía de la crucifixión y la muerte, e incluso le preguntó a Dios Padre si era posible no pasar por semejante prueba (Lucas 22:42). Pero soportó el dolor para poder compadecerse de nosotros como nuestro Sumo Sacerdote y para que pudiéramos ser perdonados de nuestros pecados (Hebreos 4:14-16).

Antes de su propia muerte física, Jesús no estaba ajeno a la pérdida y al dolor. Se sintió abrumado por la congoja y lloró cuando murió su amigo Lázaro (Juan 11:35). Pero lo más conmovedor era su consideración por todas las personas que conoció y sirvió. Como Dios y Creador de todas las cosas, incluida la humanidad, Jesús experimentaba un intenso dolor por lo que los seres humanos son capaces de hacerse a sí mismos y a los demás por medio del pecado.

Contempló Jerusalén y lloró por la tragedia que la ciudad había sufrido y que sufriría nuevamente en un futuro próximo, y experimentó un profundo sentimiento de tristeza por la forma en que sus hijos estaban sufriendo y viviendo, sumidos en el dolor (Lucas 19:41-44).

Empiece a resolver su sufrimiento hoy mismo

Tenga la certeza de que cuenta con un Dios fiel y un Sumo Sacerdote que caminó por esta vida física antes que usted. Él sabe lo que significa sufrir. Cristo hablaba en serio cuando nos dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil y ligera mi carga” (Mateo 11:28-30).

Jesús quiere que se acerque en oración a Dios Padre con sus preocupaciones. Incluso cuando sienta que algunas de sus oraciones no han sido respondidas, confíe en las promesas de Dios de escucharlo y cuidarlo. Recuerde el ejemplo de Pablo. Aunque la respuesta de Dios no siempre es la que queremos, siempre es la mejor para nosotros.

Cuando esté sufriendo, acérquese en oración a Dios con valentía y confianza. Con cada dolor que sufra, sepa que Jesús es su Sumo Sacerdote y que él escucha, conoce y entiende cómo se siente. Cuando lo amamos y obedecemos, Dios hace que incluso nuestros mayores errores, dificultades y dolores sean para bien (Romanos 8:28). Dios Padre y Jesucristo tienen un plan para usted: su reino, que está a las puertas. En ese hermoso reino no habrá más dolor ni sufrimiento (Apocalipsis 21:4), y ellos quieren que usted sea parte de él (2 Pedro 3:9). Ore a Dios y estudie su Palabra en la Biblia. Él quiere ser su Padre amoroso ahora y siempre. Búsquelo para que lo consuele hoy, en su hora de necesidad. EC