¿Qué debo decir o hacer para que Dios escuche mis oraciones?
Para nuestros lectores jóvenes
Dios tiene la capacidad de escuchar todas las oraciones, pero obviamente no concede todas las peticiones que le hacemos. ¿Qué pasaría si dos personas participaran en un concurso y ambas oraran para obtener la victoria? Es imposible que las dos consigan lo que quieren; por tanto, Dios debe decidir cuándo actuar y cuándo no.
Formulemos la pregunta de una manera un poquito distinta
¿Hay algo que pueda o deba hacer para que Dios me conceda mis peticiones? ¿Para que me rescate o asista en momentos de angustia, o para que utilice su extraordinario poder a fin de ayudarme a cumplir mis objetivos?
No existe una fórmula fija para la oración que obligue a Dios a conceder una petición. Si ese fuera el caso, Dios sería más bien un genio mágico en una lámpara. No podemos controlar o manipular a Dios mediante palabras, acciones o rituales, porque él decide responder o no según le plazca. En Mateo se nos exhorta específicamente a que no oremos así (Mateo 6:7-8).
¿Cómo influyen nuestras acciones y actitudes en la decisión de Dios de conceder una petición hecha por medio de la oración?
En el aspecto negativo, la indiferencia o desobediencia a sus mandatos, la violencia, la deshonestidad, el orgullo y la injusticia crean una separación entre nosotros y nuestro Creador. Dios no presta atención a las oraciones de quienes actúan y piensan así. Él puede actuar con misericordia hacia ellos para llamar su atención y conducirlos hacia un cambio significativo, pero al fin y al cabo actúa como le place (Isaías 59:1-2).
En el aspecto positivo, lo que complace a nuestro Creador y nos acerca a él es que tomemos en serio sus mandatos y nos esforcemos por vivir de acuerdo con ellos, que busquemos la paz y nos conduzcamos con honestidad, humildad, integridad personal, generosidad y justicia. Dios presta mucha atención a las oraciones y peticiones de quienes se comportan de esta manera. Él toma en cuenta nuestras peticiones y decide actuar o no de acuerdo a lo que sea bueno para nosotros (1 Pedro 3:12).
Nuestro Padre sabe lo que es mejor para nosotros
El bien que Dios desea para nosotros es que aprendamos a pensar y actuar como Jesucristo y que recibamos el don de la vida eterna. El camino hacia ese bien comprende sufrimiento y perseverancia, tal como ocurrió con Jesucristo.
Considera cómo oró Jesús la noche previa a su ejecución. Le pidió a Dios Padre que no le obligara a soportar el doloroso sufrimiento y la muerte que le aguardaban solo unas horas después, pero su petición no le fue concedida. La prolongada oración de Jesús esa última noche culminó con su sumisión a la voluntad del Padre (Mateo 26:39-44). El sufrimiento de Jesús era el único camino hacia la meta suprema: el deseo de Dios de que muchos hijos reciban la vida eterna.
De la misma manera, con frecuencia nuestras oraciones y peticiones son la manera en que conseguimos que nuestros pensamientos, actitudes y objetivos se sincronicen con los pensamientos, actitudes y prioridades de nuestro Creador.
Cómo orar
Podemos orar para que se nos libere del dolor, la enfermedad o el sufrimiento, o para que se nos concedan determinadas bendiciones, y nuestro Padre estará encantado de darnos esas cosas buenas. Pero si al otorgársenos cierta petición esta se convierte en un obstáculo para alcanzar nuestro pleno potencial como hijos eternos de Dios, ¿será bueno para nosotros que la recibamos? Debemos tener confianza en que Dios conoce la diferencia entre ambas cosas y que puede tomar una decisión mejor que la que nosotros mismos podemos tomar.
No debemos dejar de orar por temor a nuestra impotencia para influir en los acontecimientos. Se nos exhorta a orar constantemente, a seguir aguantando y a esperar una respuesta (1 Juan 5:14).
Debemos orar con la absoluta convicción y seguridad de que Dios escucha nuestras plegarias y es plenamente capaz de responder a todas nuestras peticiones (Hebreos 11:6). También debemos orar con una actitud humilde, conscientes de que lo que según nosotros es lo más conveniente puede no ser el camino para lograr el objetivo superior que nuestro Creador tiene en mente para nosotros: crecer en plenitud espiritual según el ejemplo de Jesucristo, y recibir el don de la vida eterna. EC