Sí podemos caminar con Dios

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Sí podemos caminar con Dios

De niño, me encantaba caminar con mi padre cuando me llevaba a la ferretería o a otros lugares. Y cuando mi esposa y yo nos hicimos novios y luego nos casamos, disfrutábamos mucho pasear juntos de la mano. Más tarde, cuando nos convertimos en padres, atesorábamos cada ocasión en que podíamos caminar con nuestros hijitos, un niño y una niña, cogidos de la mano.

Caminar junto a alguien en un espíritu de armonía es gratificante y agradable. Pero ¿qué pasa cuando se trata de una relación con Dios? ¿Es posible tener esa unidad con nuestro Padre celestial? ¿Cómo podemos cultivar una relación con él si nunca la hemos tenido, o la hemos tenido pero no ha sido satisfactoria? Cualquiera sea nuestra situación actual, puede ser cambiada para mejor. Es perfectamente posible caminar con nuestro Creador en paz y unidad, algo que él desea fervientemente.

De hecho, Dios busca una relación muy estrecha con nosotros y solo desea lo que más nos conviene (Deuteronomio 5:33; Salmos 20:4). Pero si queremos disfrutar una relación significativa con Dios, es fundamental llevar a cabo algunas acciones importantes.

Para empezar, dispongámonos a leer la Palabra de Dios, la Biblia, poniendo especial énfasis en comprender mejor la grandeza, gloria y bondad del Eterno (Isaías 42:5). El hacerlo puede motivarnos a querer caminar con él, ya que podremos ver mucho mejor cuán profundamente se preocupa por nosotros (1 Pedro 5:7). Caminar con Dios puede describirse como el acto de amarlo y respetarlo tanto, que optamos por seguir sus caminos virtuosos y rechazar todos los caminos equivocados (Salmos 1:1-3).

La Palabra de Dios es una lámpara que alumbra nuestro camino

Dios se complace enormemente cuando uno se compromete a buscarlo a él y a su camino de vida por medio del estudio de su conocimiento y sabiduría divinamente revelados. La Biblia dice que “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16).

La Biblia nos muestra el camino a seguir. El Salmo 119:105 se dirige a Dios, declarando: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino (énfasis nuestro en todo este artículo). También Salomón, rey del antiguo Israel, escribió: “Confía en el Eterno con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Proverbios 3:5-6).

Por tanto, para caminar con Dios es necesario reconocer que él sabe lo que es más conveniente y estar dispuesto a confiar en él en cada situación, sin importar cuán problemática sea (Proverbios 16:3). El rey David lo expresó de esta manera: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Salmo 23:4).

La Biblia no solo nos ofrece una asombrosa visión de Dios y su justicia, sino que nos proporciona ejemplos sobresalientes de individuos que vivieron diligentemente “el camino de Dios” (Hechos 18:26). Por ejemplo, los patriarcas Enoc y Noé “caminaron con Dios” (Génesis 5:22; 6:9). El Creador dirigió a su fiel amigo Abraham con estas palabras: “Anda delante de mí y sé perfecto” (Génesis 17:1; Santiago 2:23). Dios llamó al rey David “varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero (Hechos 13:22).

La Biblia también nos habla de un devoto sacerdote llamado Zacarías y de su esposa Elisabet (prima de María, madre de Jesús), y dice que eran “justos ante Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor” (Lucas 1:6). También Moisés, Sara, Rahab, los apóstoles del Nuevo Testamento y muchos otros caminaron fielmente con Dios (véase Hebreos 11).

Jesucristo hizo posible que camináramos con Dios

Al estudiar las Escrituras, descubrimos que nuestro caminar con Dios fue hecho posible porque Jesucristo caminó en completa armonía y unidad con su Padre celestial. Cristo dijo: “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió (Juan 6:38).

Jesús renunció a la gloria que había disfrutado con su Padre para convertirse en un ser humano. Luego, siendo un hombre relativamente joven, entregó voluntariamente su vida como sacrificio por usted, por mí y por toda la humanidad. La Biblia afirma que “todos pecaron” (Romanos 3:23), lo que significa que todos los seres humanos han desobedecido los mandamientos de Dios y que, como resultado, todos merecemos la pena del pecado, que es la muerte (Romanos 6:23).

Sin embargo, como “Dios es amor” (1 Juan 4:8, 16), “grande en misericordia” (Nehemías 9:17), y “no quiere que nadie perezca” (2 Pedro 3:9, Nueva Versión Internacional), hizo posible que nos libráramos de nuestra condena a muerte.

Un conocido pasaje bíblico nos dice que “tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16, NVI). Jesús sufrió el castigo que usted y yo merecíamos, para que pudiéramos tener la asombrosa oportunidad de recibir la vida eterna (Romanos 3:23-25; 1 Pedro 1:18-19).

Habiendo sido restaurado a la gloria divina tras su resurrección de entre los muertos, Cristo está ahora a la diestra de Dios Padre en el cielo (1 Pedro 3:22). Como Cabeza viva de su Iglesia, Jesús conduce a la salvación a todos aquellos que deciden seguir el camino de vida de Dios (Colosenses 1:18; Hechos 4:12).

Arrepentimiento, bautismo y recibimiento del Espíritu Santo

Debido al gran amor, justicia y paciencia de Dios, él nos dirige misericordiosamente para que tomemos una decisión emocionante que puede cambiar nuestra vida (Romanos 2:4). Esto comprende nuestra disposición para aceptar personalmente el sacrificio de Jesucristo, arrepentirnos de nuestros pecados y comprometernos a obedecer los mandamientos de Dios.

Arrepentirse significa que uno logra verse a sí mismo como pecador, que está profundamente arrepentido de esa condición deplorable y que desea cambiar por completo su forma de pensar y actuar de ahí en adelante. Además, desea fervientemente que Dios le conceda “un corazón limpio” y “un espíritu fiel” (Salmos 51:10, Nueva Traducción Viviente) para que pueda apartarse del mal y obedecer sus leyes.

Para ello uno debe desarrollar y ejercitar la fe en Dios, confiar en él para que lo perdone y lo ayude a andar por sus caminos, y creer en el maravilloso futuro que tiene planificado para nosotros y para todos aquellos que caminen con él. (Para aprender más, asegúrese de leer nuestro folleto gratuito Usted puede tener una fe viva).

Tras el arrepentimiento y la fe en Dios se debe llevar a cabo el bautismo –la inmersión completa en agua–, que indica que uno ha aceptado plenamente el sacrificio de Jesucristo por sus pecados. Esta ceremonia representa la muerte y sepultura de nuestro antiguo estilo de vida, que se lava simbólicamente en el agua del bautismo. Luego, el hecho de salir del agua representa una resurrección a una vida nueva y vigorosa en Cristo. Como escribe el apóstol Pablo en Romanos 6:4, “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva”.

Después del bautismo, el siguiente paso en el proceso de conversión bíblica es la imposición de manos por uno o más ministros ordenados por Dios (Hechos 19:6; 8:14-17). Es entonces cuando Dios nos obsequia el maravilloso don de su Espíritu Santo (Hechos 19:6; 2:38) para que encamine nuestra mente, actitud y acciones hacia la justicia y las aleje del pecado y el egoísmo.

La Biblia revela que el Espíritu Santo, en vez de ser la tercera persona de una trinidad, como muchos piensan, es la esencia misma del poder, la mente y la naturaleza de Dios (Miqueas 3:8; 2 Timoteo 1:7). El Espíritu de Dios nos ayuda a transformarnos en alguien que tiene un intenso deseo y motivación para “[andar] según sus mandamientos” (2 Juan 1:6).

El Espíritu Santo de Dios nos ayuda a pensar y actuar como Jesús lo hace, para que tengamos la misma “mente de Cristo” (1 Corintios 2:16). También nos ayuda a resistir el pecado y a superar los hábitos nocivos.

Sin duda, nada de lo que Dios nos pida será demasiado difícil de lograr una vez que tengamos su extraordinaria fuerza espiritual trabajando en nosotros (Romanos 8:26-28). Pablo oró para que entendiéramos “la increíble grandeza del poder de Dios para nosotros, los que creemos en él. Es el mismo gran poder que levantó a Cristo de los muertos y lo sentó en el lugar de honor, a la derecha de Dios, en los lugares celestiales” (Efesios­­ 1:19-20, NTV).

Caminemos como Jesús lo hizo, guardando los mandamientos

Mediante el Espíritu Santo no solo podemos amar y dedicarnos a Dios, sino también llenarnos de fervor por obedecer sus leyes, las cuales él diseñó como una bendición y beneficio para nosotros. Esto comprende aceptar los Diez Mandamientos como el fundamento de nuestra vida y acciones. Dios inspiró a su profeta Jeremías a escribir: “Mas esto les mandé, diciendo: Escuchad mi voz, y seré a vosotros por Dios, y vosotros me seréis por pueblo; y andad en todo camino que os mande, para que os vaya bien” (Jeremías 7:23).

Cuando una persona le preguntó a Jesús qué debía hacer para heredar la vida eterna, él le respondió: “Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19:17). Jesús también dijo: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Juan 14:21).­­

El apóstol Juan escribió sobre lo que significa seguir a Cristo: “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo lo conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en este verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo (1 Juan 2:3-6).

El apóstol Pedro escribió algo parecido: “Porque para esto fuisteis llamados, pues también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas (1 Pedro 2:21). En cuanto a los mandamientos de Dios, Pablo afirmó: “De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12). También escribió “me deleito en la ley de Dios (v. 22).

Por tanto, tal como los apóstoles seguían a Jesús, caminar con Dios y seguir los pasos de su Hijo significa estar dispuestos a obedecer todo lo que nuestro Padre nos ha ordenado. Esto incluye observar el séptimo día de reposo semanal bíblico (de la puesta del sol del viernes a la puesta del sol del sábado), y asimismo las fiestas anuales de Dios, como la Pascua y la Fiesta de los Panes sin Levadura.

Caminar con Dios también significa dejar de lado las festividades y costumbres derivadas de la religión pagana, ya que Dios dice que no debemos adorarlo de esa manera (Deuteronomio 12:29-32;
Jeremías 10:2-5; Colosenses 2:8). El Creador inspiró al profeta Ezequiel a escribir lo que debemos hacer a cambio: “Yo soy el Eterno vuestro Dios; andad en mis ordenanzas, y guardad mis derechos, y ponedlos por obra; y santificad mis sábados, y sean una señal entre mí y vosotros, para que sepáis que yo soy el Eterno vuestro Dios” (Ezequiel 20:19-20; ver también “Caminar con Dios: La verdad sobre la Pascua Florida y la Pascua bíblica”, en la página 8).

Caminemos humildemente con Dios

Caminar con Dios también implica otra cualidad espiritual importante: la humildad. Dios se complace cuando “[caminamos] humildemente” con él en armonía y gratitud (Miqueas 6:8, NTV). La humildad es en realidad el fundamento de la relación continua y satisfactoria que podemos tener con nuestro Creador (2 Crónicas 7:14; 1 Pedro 5:6). Dios dice: “Yo estimo a los pobres [aquí significa humildes] y contritos de espíritu [o arrepentidos], a los que tiemblan ante mi palabra” (Isaías 66:2).

¡Solo imagine lo que sería tener un amigo y aliado así! ¡Lo que significaría contar con el apoyo y guía del invencible Arquitecto del universo, que sabe perfectamente cómo ayudarnos a superar las dificultades de la vida!

El rey David escribió: “Él dirige en la justicia a los humildes, y les enseña su camino” (Salmos 25:9, NVI). Además, Dios nos ofrece un futuro incomparable en su reino venidero (Apocalipsis 12:10). “Porque el Eterno tiene contentamiento en su pueblo; hermoseará a los humildes con la salvación (Salmos 149:4).

¿Qué no hará Dios por nosotros si rechazamos de todo corazón el pecado y nos “[revestimos] de humildad”? (1 Pedro 5:5). Él nos dice en Isaías 57:15: “Yo vivo en el lugar alto y santo con los de espíritu arrepentido y humilde” (NTV).

Entablemos una relación personal y duradera con Dios

Mientras caminamos con Dios obedeciendo sus mandamientos, es fundamental que también nos esforcemos por desarrollar una relación personal sólida y duradera con él. Nuestro futuro en su familia divina requiere su continua ayuda y participación.

Una vez que Dios nos llama a entender su verdad, quiere que seamos proactivos y cultivemos nuestra relación con él comunicándonos con frecuencia. Esto se logra estudiando la Biblia para aprender lo que tiene que enseñarnos, y orando regularmente (Efesios 6:18; 1 Tesalonicenses 5:17). Si usted hace esto, su vida será bendecida de acuerdo a esta excepcional promesa: “Acérquense a Dios, y Dios se acercará a ustedes” (Santiago 4:8, NTV).

¡Con toda seguridad a su Padre celestial le encanta escuchar lo que usted tiene que decirle! “Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré” (Jeremías 29:12). Para enfatizar este punto, el apóstol Juan escribió: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho” (1 Juan 5:14-15).

Caminemos mientras tengamos luz

Tristemente, la humanidad en general ha rechazado la oportunidad de tener una relación con Dios y ha rehuido la luz vivificante de la verdad que él ofrece en la Biblia. Muchos son los que han decidido caminar sin su instrucción y guía y han terminado en la miseria, la desesperación y la angustia.

Al lamentar esta terrible condición, el profeta Jeremías oró a Dios: “Conozco, oh Eterno, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos” (Jeremías 10:23). A propósito de lo mismo, el profeta Oseas escribió: “El pueblo de Israel será aplastado y demolido por mi juicio, porque están decididos a rendir culto a ídolos” (Oseas 5:11). ¡Pero no tiene por qué ser así para nosotros!

Oseas declaró además: “Que los sabios entiendan estas cosas. Que los que tienen discernimiento escuchen con atención. Los caminos del Señor son rectos, y los justos andarán por ellos; mas los transgresores tropezarán en ellos” (Oseas 14:9, Reina-Valera 1977).

Jesucristo nos exhorta: “. . . andad entre tanto que tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas; porque el que anda en tinieblas no sabe a dónde va” (Juan 12:35). No debemos ignorar esta oportunidad. Como escribió Isaías: “Buscad al Eterno mientras pueda ser hallado, llamadle en tanto que está cercano” (Isaías 55:6). Medite en esta invitación. ¿Qué va a hacer al respecto? ¿Elegirá caminar con Dios? BN