¿Por qué bautizarse?

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¿Por qué bautizarse?

Sin duda usted habrá esperado con mucha emoción varios sucesos en su vida. Quizás fue el día en que recibió su licencia de conducir (o incluso en la víspera), o cuando se graduó de la escuela secundaria o la universidad. O tal vez fue el día de su boda o el día en que nació su hijo. De hecho, hay muchos días y momentos emocionantes que puede haber anticipado con gran entusiasmo o anhelo por el futuro.

En lo personal, también he esperado ansiosamente varias ocasiones emocionantes, pero hubo una que anticipé más que todas las demás. Me gustaría contarles por qué fue tan significativa para mí, en la esperanza de poder inspirar a quienes aún no la han experimentado a desear que ocurra en su propia vida. ¿Cuál fue ese evento que tanto esperé? Fue el día de mi bautismo, que tuvo lugar hace casi 47 años, el 21 de octubre de 1972, cuando tenía 23 años. Ahora, quizás se pregunten, ¿por qué el bautismo? Bueno, durante aproximadamente un año y medio antes de ese día, había estudiado y aprendido muchísimo de la Biblia y de la literatura de la Iglesia de Dios, que incluía un curso de estudio bíblico muy esclarecedor. También había escuchado regularmente el programa de radio de la Iglesia, que añadía aún más información e inspiración a lo que estaba descubriendo.

A lo largo de ese tiempo fui entendiendo paulatinamente que gran parte de lo que me habían enseñado anteriormente sobre el cristianismo era completamente erróneo. Además, llegué a ver que la forma egocéntrica en que vivía no solo era perjudicial para mí y los demás, sino también profundamente desagradable para Dios.

El llamado de Dios al arrepentimiento

¿Cómo pude llegar a entender esto? Gracias al milagroso y misericordioso llamado espiritual de Dios el Padre (Juan 6:44). Mediante este llamamiento pude empezar a reconocer mi necesidad de arrepentirme del pecado, que no es solo la violación de sus santas leyes, sino la causa de estar separado de él (1 Juan 5:17;  1 Juan 3:4; Isaías 59:2). En cuanto al arrepentimiento, las Escrituras lo definen como un remordimiento y pesar profundo y sincero por haber ofendido a Dios, acompañado de un compromiso de cambiar (Salmos 51:4; Hechos 3:19; Hechos 17:30). 

Gracias a la compasión y guía de Dios, poco a poco me di cuenta de que necesitaba una restauración espiritual, un giro completo en la dirección de mi vida, dejando mis propios caminos para seguir de manera activa y consistente las prioridades de Dios.

También empecé a darme cuenta de cuánto necesitaba llegar a ser como Jesucristo, quien durante su vida humana en la Tierra fue el ejemplo perfecto de obediencia a su Padre y que murió de manera desinteresada y voluntaria por los pecados de la humanidad (1 Corintios 15:3; 1 Pedro 1:18-19).

Aparte de esto, empecé a entender lo imperativo que era para mí comenzar a desarrollar una relación fuerte y duradera con Dios el Padre y Jesús, reconociendo a Cristo como mi amado Salvador personal y hermano espiritual (Romanos 5:8-10; 2 Corintios 5:18-20; Mateo 12:50).

Además, Dios me ofreció la enorme posibilidad de reconciliarme completamente con él (Romanos 5:8-10; Isaías 53:5). Aparte de esa magnífica dádiva, también me proporcionó una maravillosa comprensión acerca de su espectacular propósito para toda la humanidad, que se centra en la vida eterna en su familia divina y en su reino. Esto también comprende el conocimiento de su asombroso plan para el futuro de la Tierra y la humanidad después de la segunda venida de Jesucristo.

Pero hubiera sido absolutamente imposible descubrir este deslumbrante tesoro del conocimiento divino, y mucho menos comprenderlo, de no haber sido por la maravillosa misericordia de Dios, que abrió mi mente. Como lo explica un pasaje muy revelador: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14 énfasis nuestro en todo este artículo).

De hecho esto va incluso más allá, porque “la mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo” (Romanos 8:7, Nueva Versión Internacional).

Al escribirles a los miembros de la congregación de la Iglesia en Éfeso, el apóstol Pablo describió cómo eran sus vidas antes de su conversión, afirmando: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire [es decir, Satanás el diablo], el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2:1-3). 

Efectivamente, Dios en su misericordia me permitió discernir mi tendencia natural al pecado. Sin su ayuda para entender las cosas espirituales habría quedado preso en un enfoque y actitud egoístas y contrarios a él y su camino de vida. Y, sin lugar a dudas, esto es válido para todos los seres humanos.

Por lo tanto, si Dios mismo no abre el corazón y la mente de una persona para concederle el arrepentimiento, e incluso la voluntad de hacerlo, como lo explican claramente las Escrituras, la comprensión espiritual necesaria es imposible (2 Timoteo 2:25-26).

El bautismo para el perdón de los pecados

Por tanto, gracias al amoroso y generoso llamado de Dios, llegué a entender todo esto. Y tal vez Dios lo esté llamando en este momento, tal como lo hizo conmigo. Él puede ayudarlo a entender su naturaleza carnal humana al tiempo que le concede su gracia divina y la oportunidad de arrepentirse de sus pecados para volverse a él con profunda humildad y obediencia (vea Proverbios 16:25; Jeremías 17:9). Quizás él esté guiándolo para que se embarque en un nuevo y emocionante camino de justicia que le brinde bendiciones asombrosas nunca antes experimentadas, como esperanza infinita, gozo y vida eterna en su familia divina (Romanos 2:4; Hechos 11:18; Santiago 1:25).

Ahora, volvamos a aquel día que yo tanto había esperado. ¿Por qué tenía tantas ganas de que llegara el día de mi bautismo? Es conveniente repasar en la historia bíblica el increíble recuento del inicio de la Iglesia del Nuevo Testamento en el Día de Pentecostés, una de las fiestas anuales de Dios. En ese extraordinario día, 120 de los discípulos de Jesucristo se reunieron en Jerusalén a esperar el cumplimiento de la espectacular promesa que él les había hecho solo diez días antes: “. . . recibiréis poder, cuando el Espíritu Santo haya venido sobre vosotros” (Hechos 1:8).

Cuando ese formidable evento ocurrió en Pentecostés, “todos fueron llenos del Espíritu Santo” (Hechos 2:4). Al recibir el magnífico don de la presencia de Dios en sus vidas, estos devotos discípulos rápidamente empezaron a producir resultados espirituales.

Hechos 2 registra cómo los apóstoles comenzaron a dar testimonio a la muchedumbre de residentes en Judea y a los peregrinos que habían viajado a Jerusalén desde todo el mundo conocido para observar esta fiesta santa. El apóstol Pedro y los demás apóstoles tomaron la iniciativa y comenzaron a hablar con gran pasión y convicción acerca de Jesucristo a las multitudes.

En su inspirado discurso, Pedro hizo esta contundente afirmación: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36).

Al escuchar el conmovedor mensaje de Pedro, los oyentes “se compungieron de corazón”, y clamando les rogaban a él y a los otros apóstoles: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” (v. 37). “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (v. 38).

Gracias al emotivo y convincente mensaje de Pedro, tres mil personas se arrepintieron, se bautizaron y recibieron el Espíritu de Dios, que es la esencia misma de su naturaleza y poder (versículos 40-41).

A partir de aquel acontecimiento trascendental en la historia bíblica, el Espíritu Santo ha estado disponible para cada persona que Dios llama, se arrepiente genuinamente, y es debidamente bautizada (Mateo 22:14; 2 Pedro 1:10). Es importante señalar en este punto que, debido a la seriedad de tal decisión y al cambio de vida que implica, el bautismo es solo para aquellos que son lo suficientemente maduros como para comprender su verdadero propósito espiritual y hacer el compromiso respectivo.

El maravilloso simbolismo espiritual del bautismo

La única forma de bautismo que encontramos en la Biblia es la inmersión completa del cuerpo. ¿Por qué debe ser así?

En realidad el bautismo es un entierro simbólico del “viejo hombre” de una persona (Romanos 6:1-6; Efesios 4:22-24). Cuando una persona emerge del agua una vez es bautizada, se levanta de una tumba acuática simbólica, que representa una resurrección de la muerte a una vida pura, nueva y diferente. Esto se debe a que, en un sentido espiritual, los pecados de la persona arrepentida son totalmente lavados y eliminados en el agua bautismal gracias a la grandiosidad del perdón y la misericordia de Dios.

El profeta Miqueas describió esta maravillosa experiencia al escribir: “Sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (Miqueas 7:19). El rey David lo expresó así: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Salmos 103:12).

Dios también inspiró a su profeta Isaías a afirmar: “Aunque sus pecados sean como la escarlata, yo los haré tan blancos como la nieve. Aunque sean rojos como el carmesí, yo los haré tan blancos como la lana” (Isaías 1:18, Nueva Traducción Viviente).

El bautismo simboliza la remoción completa del pecado en la vida de una persona arrepentida, hecha posible mediante el sacrificio de Jesucristo, quien derramó su sangre preciosa (Hechos 22:16; 1 Juan 5:6; Apocalipsis 1:5). Esto le permite a la persona avanzar en la vida con un propósito espiritual renovado y dinámico (1 Timoteo 1:5). 

Además, la persona ya no debe volver a sentir culpa por los pecados pasados. Lo que queda es una conciencia totalmente limpia y un deseo ferviente y decidido “de servir al Dios vivo” (Hebreos 9:14).

En mi caso, pude ver cómo el bautismo fue fundamental para mostrar mi deseo sincero de someterme por completo a Cristo y al Padre en plena obediencia y fe. También fue una magnífica oportunidad para prometerle al Padre, como lo hizo Jesús, “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).

Además, así como Jesús se levantó de la tumba, el bautismo le da a la persona arrepentida la seguridad total de que el Padre lo resucitará de la muerte a vida eterna cuando Cristo regrese.

Pablo escribió: “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección” (Romanos 6:4-5).

Por tanto, cuando alguien es llamado por el Padre y responde resueltamente, se arrepiente, se bautiza y recibe el Espíritu de Dios, comienza una nueva vida de crecimiento espiritual al tiempo que la antigua naturaleza humana egoísta es reemplazada gradualmente por la naturaleza justa y amorosa de Dios (2 Timoteo 1:6; 2 Pedro 1:4).

¡Qué gran emoción! ¿Puede entender ahora por qué esperaba yo con tantas ansias el día de mi bautismo? Así como este me libró en forma simbólica de los pecados pasados ​(Hechos 22:16), también representó un emocionante camino hacia una vida transformada de esperanza, felicidad y propósito. Además, abrió la puerta a una maravillosa y creciente relación con Dios el Padre y Jesucristo (Romanos 6:4, 11).

Más aún, fue el comienzo de una emocionante travesía hacia la vida eterna en el Reino de Dios. El apóstol Pedro exclamó: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero” (1 Pedro 1:3-5).

Compromiso pleno con Dios  

El bautismo fue fundamental para mi proceso de conversión y para una mayor comprensión de la Palabra de Dios y su plan. Ahora, décadas más tarde, él aún me guía diariamente con su Espíritu para ayudarme a vencer el pecado y obedecerle y servirle con fidelidad.

Además, gracias al bautismo Dios me hizo parte de su Iglesia, a la que encargó: “Por tanto id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28:19-20). La Iglesia está compuesta por individuos arrepentidos y bautizados de todas las naciones, razas y antecedentes económicos y culturales.

Todos trabajan unidos para llevar a cabo la obra de Dios en esta era, y para amarse y servirse como hermanos y hermanas espirituales en Cristo (Romanos 12:10; Gálatas 6:10).

¿Y qué hay de usted? Como dije antes, ¿podría Dios estar llamándolo a una comprensión más profunda de él y su Palabra? ¿Es capaz de verse a sí mismo y su naturaleza humana corrupta como realmente son y por qué necesita arrepentirse de sus pecados para comenzar de nuevo, a la vez que desarrolla una relación sólida con Jesucristo su Salvador?

Como dije antes, me tomó alrededor de un año y medio llegar al punto en que, después de estudiar y aprender, me sentí listo para dar el siguiente paso. Ese paso, por supuesto, era bautizarme y recibir el don del Espíritu Santo, que Dios entrega inmediatamente después del bautismo mediante la imposición de manos efectuada por un ministro fiel de Jesucristo (véase Hechos 8:17; 19:6; 2 Timoteo 1:6).

Después de considerar lo anterior, sinceramente lo animo a que continúe estudiando la Biblia. Hay muchos artículos en la revista Las Buenas Noticias y otras publicaciones, incluido el Curso de Estudio Bíblico de doce lecciones, producidos por la Iglesia de Dios Unida en forma tanto impresa como digital. Puede encontrar todo este material en el sitio web iduai.org. Igualmente, puede encontrar muchos y muy interesantes programas de Beyond Today en español en video para ayudarlo a obtener más conocimientos.

Por otra parte, si desea hablar sobre el arrepentimiento, el bautismo, el Espíritu Santo, asistir a servicios de culto u otros temas espirituales, la Iglesia de Dios Unida tendrá mucho gusto en concertar una cita privada con uno de nuestros ministros. Puede ponerse en contacto con la Iglesia a través de las direcciones o los números de teléfono que figuran en la página 2 de esta edición o por medio de nuestra página de contacto (iduai.org/contacto).

Por último, si Dios lo está llamando y usted comienza a ver la necesidad de arrepentirse, a su debido tiempo podrá tomar la decisión de comprometerse con él. Cuando llegue ese momento (que es diferente para cada persona), como sucedió conmigo, ¡anhelará intensamente el día en que sea bautizado! ¡Que Dios lo bendiga y lo guíe en su travesía espiritual!  BN