¿Qué debo hacer para que Dios escuche mis oraciones?

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¿Qué debo hacer para que Dios escuche mis oraciones?

Dios tiene la capacidad y el deseo de escuchar todas las oraciones. Quiere oírnos y darnos cosas buenas, pero está claro que no concede todas las peticiones que le hacemos en oración. Si se pregunta si hay algo que pueda hacer para que Dios le conceda sus peticiones, o para que use su impresionante poder a fin de ayudarle a lograr sus objetivos, debe saber que no es tan sencillo.

No hay una fórmula establecida para la oración que obligue a Dios a conceder una petición. Si eso fuera cierto, Dios sería más bien un genio mágico en una lámpara. No podemos controlar o manipular a Dios mediante palabras, acciones o rituales. A veces Dios responde a nuestras oraciones con un “sí, un “no”, o un “ahora no”. Él decide responder o no, según le plazca.

Sin embargo, nosotros tenemos un papel que desempeñar cuando interactuamos con nuestro Intercesor. Nuestras oraciones deben ser ofrecidas a nuestro Padre en el cielo en el nombre y por medio de la autoridad de nuestro Intercesor, Jesucristo. La Biblia nos dice que nuestras actitudes y acciones tienen un efecto en cómo Dios responde a nuestras oraciones.

Dios toma en cuenta nuestra conducta

En el aspecto negativo, la indiferencia o la desobediencia a sus mandatos, así como la violencia, la deshonestidad, el orgullo y la injusticia crean una separación (llamada pecado) entre nosotros y nuestro Creador (Isaías 59:1-2). Dios puede decidir no escuchar o no responder las oraciones de las personas que llevan vidas abiertamente injustas.

Juan 9:31 dice: “Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí a los piadosos y a quienes hacen su voluntad” (Nueva Versión Internacional).

Y 1 Pedro 3:12 dice: “Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos, atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra los que hacen el mal” (NVI).

En ciertos casos, Dios puede decidir actuar con misericordia para llamar la atención de los malhechores y conducirlos hacia un cambio significativo. Pero estos versículos muestran el daño que puede sufrir nuestra potencial cercanía a Dios si rechazamos continuamente su guía y sus mandatos.

En el aspecto positivo, tomar sus mandatos en serio y tratar de vivir de acuerdo con ellos (buscando la paz y teniendo honestidad, humildad, integridad personal, generosidad y justicia) es lo que complace a nuestro Creador y nos acerca a él. La Biblia muestra que Dios presta mucha atención a las oraciones y peticiones de aquellos que aman sus caminos y viven según su Palabra.

El Salmo 66:17-19 dice: “A él clamé con mi boca, y fue exaltado con mi lengua. Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado. Mas ciertamente me escuchó Dios; atendió a la voz de mi súplica”.

Y Santiago 5:16 dice: “La oración del justo es poderosa y eficaz” (NVI).

Aun así, Dios puede optar por actuar o no según su voluntad, pero claramente hay una diferencia en la forma en que él escucha y responde a aquellos cuyos corazones se vuelven hacia él.

El panorama más amplio

Al fin y al cabo, el bien que Dios desea para nosotros es que aprendamos a pensar y a conducirnos como Jesucristo y que recibamos el don de la vida eterna. Esto significa que incluso cuando oramos pidiendo algo que genuinamente creemos es bueno para nosotros o para nuestras familias, Dios puede tener una perspectiva diferente. El camino hacia su familia y la vida eterna comprende sufrimiento y perseverancia, tal como ocurrió con Jesucristo. Y el hecho de que Dios pueda responder con un “no” o un “no en este momento” no significa necesariamente que la falta de respuesta a nuestras oraciones se deba a un pecado personal.

Considere cómo oró Jesús la noche antes de su ejecución: clamó a Dios Padre para que no le exigiera soportar el doloroso sufrimiento y la muerte que le esperaban solo unas horas después, pero su petición no le fue otorgada. La larga sesión de oración de Jesús esa última noche terminó con su sumisión a la voluntad del Padre (Mateo 26:39-44). El sufrimiento de Jesús era el único camino hacia la meta suprema: el deseo de Dios de que muchos hijos reciban la vida eterna.

De la misma manera, nuestras sesiones de oración y peticiones con frecuencia son el modo en que conseguimos que nuestros pensamientos, actitudes y objetivos armonicen con los pensamientos, actitudes y prioridades de nuestro Creador.

Podemos pedir que se nos libere del dolor, la enfermedad o el sufrimiento, o podemos pedir bendiciones específicas, y nuestro Padre está feliz de darnos estas cosas buenas. Pero si la concesión de una determinada petición nos impidiera alcanzar nuestro pleno potencial como hijos eternos de Dios, en realidad no sería bueno para nosotros después de todo. Debemos tener confianza en que Dios conoce la diferencia entre ambas cosas y que su decisión puede ser mejor que la que nosotros mismos podemos tomar.

Aunque es Dios quien decide cómo nos responde, no debemos abandonar el hábito de orar pensando que no tenemos poder para influir en los acontecimientos. Se nos instruye a orar continuamente, a seguir soportando, y a esperar una respuesta (1 Tesalonicenses 5:17, 1 Juan 5:14).

Debemos orar con la absoluta convicción y seguridad de que Dios escucha nuestras plegarias y es plenamente capaz de responder a todas nuestras peticiones (Hebreos 11:6). También debemos orar con una actitud humilde, comprendiendo que lo que consideramos mejor para nosotros puede no ser el camino para alcanzar el objetivo superior que nuestro Creador tiene en mente para nosotros: crecer en plenitud espiritual según el modelo de Jesucristo, y en el futuro recibir el don de la vida eterna. BN