¿Por qué sufrimos?
Primera parte
Ya sea que nos suceda personalmente, a nuestros seres queridos o a nuestras comunidades, todos tenemos el deseo natural de encontrar respuestas. ¿Cómo puede un Dios amoroso y todopoderoso permitir que sucedan cosas terribles? En realidad él nos da respuestas y esperanza. La Biblia, que es la Palabra misma de Dios, revela las razones del dolor y el sufrimiento y también nos brinda confianza para superar las pruebas y tristezas. Dios no quiere que le pasen cosas malas a la gente. Él lo ama a usted y a todos los seres humanos y, como a un padre amoroso, le duele ver a sus hijos sufriendo. De hecho, parte del plan de Dios para la humanidad es eliminar toda aflicción, congoja y dolor. Su plan es que todos los hombres, mujeres y niños vivan en paz y armonía en su reino, y desea este nuevo mundo incluso más que nosotros. Quiere que nos acerquemos a él, que le obedezcamos y que encontremos la verdadera paz y el consuelo en su amor y forma de vida. Lo más importante es darse cuenta de que Dios se preocupa por uno.
Dios sí se preocupa por usted
Cuando nos enfrentamos a una prueba que parece demasiado difícil de superar, con frecuencia nos sentimos abandonados. Abandonados por los amigos, la familia, y en algunas ocasiones incluso por Dios. En esos momentos sombríos nos sentimos abrumados por pensamientos negativos y carentes de esperanza.
Sin embargo, Dios es un Dios de esperanza, y por medio del apóstol Pedro nos dice que debemos acudir a él en oración y entregarle todas nuestras preocupaciones, “porque él tiene cuidado de [nosotros]” (1 Pedro 5:7).
Al pasar por una prueba, podemos olvidar dos de los atributos divinos de Dios: el cuidado y la compasión. El rey David pasó por muchos acontecimientos difíciles y trágicos en su vida. Fue exiliado y perseguido por su rey, experimentó la muerte de su mejor amigo, e incluso perdió a su hijo pequeño. No obstante, incluso en medio de todo su dolor, fue capaz de entender el amor y la preocupación de Dios: “Mas tú, Señor, Dios misericordioso y clemente, lento para la ira, y grande en misericordia y verdad . . . Tú, Eterno, me ayudaste y me consolaste” (Salmos 86:15-17). David expresó bellamente el cuidado y la preocupación de nuestro Creador por nosotros en los Salmos: “Bendice, alma mía, al Eterno, y bendiga todo mi ser su santo nombre, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias” (Salmos 103:1-4).
La naturaleza amorosa, de cuidado y preocupación que tiene nuestro Padre Celestial es la misma de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. En los evangelios leemos: “Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos” (Mateo 14:14). El apóstol Santiago escribió más tarde que “el Señor es muy misericordioso y compasivo” (Santiago 5:11).
Puede ser difícil concebir que un Dios todopoderoso se inquiete por nuestros problemas. Tal vez nos sentimos tan insignificantes que pensamos que no le importamos. Él mismo habló a través del profeta Isaías y nos aseguró que aunque es omnipotente, realmente se preocupa. “El Alto y Majestuoso que vive en la eternidad, el Santo, dice: Yo vivo en el lugar alto y santo con los de espíritu arrepentido y humilde. Restauro el espíritu destrozado del humilde y reavivo el valor de los que tienen un corazón arrepentido” (Isaías 57:15, Nueva Traducción Viviente).
Aunque a veces nos olvidemos de que Dios nos ama y se preocupa por nosotros, debemos tener fe en que él nunca nos olvida. Debido a nuestra limitada perspectiva humana, podemos perder de vista el propósito supremo de Dios. En su gran amor y misericordia, él no se olvida de nosotros ni de nuestro futuro. “Porque yo sé los planes que tengo para vosotros”, dice el Señor. Son planes para el bien y no para el mal, para daros un futuro y una esperanza” (Jeremías 29:11).
Dios es amor (1 Juan 4:8). Su amor y preocupación por el ser humano se basan en un plan muy especial para usted y para toda la humanidad. Cuando Dios creó a la humanidad, nos hizo a su propia imagen (Génesis 1:26).
Dios nos escucha
Dios no solo se preocupa profundamente por nosotros, sino que también nos escucha cuando le clamamos. Sin embargo, no siempre sentimos que nos oye, y es muy humano sentir que hemos perdido la conexión con él. Dios conoce nuestros sentimientos y nos da ánimo en la Biblia.
En Romanos 15:4 Pablo dijo que “las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza”. Así que las historias y relatos de diferentes personas a lo largo de la Biblia están registrados en sus páginas para nosotros. Podemos leer sobre las luchas de personas como David, Moisés y Pedro y sentirnos alentados porque Dios obró en sus vidas, al igual que puede obrar en nuestras vidas actualmente. Cuando David escribió sobre sus luchas personales, siempre siguió un camino simple pero muy eficaz: clamó a Dios con fe, confiando en que él lo escucharía. “Oye, oh Dios, mi clamor; a mi oración atiende. Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare” (Salmos 61:1-2).
Aunque David era rey, también era una persona normal y, como cualquiera de nosotros, a veces tenía miedo e incluso falta de fe. Pero a pesar de su miedo e incertidumbre, cuando su fe en Dios era restaurada siempre lo llevaba a la conclusión correcta: Dios escucha, y Dios se preocupa. “Buscad a Dios, y vivirá vuestro corazón, porque el Eterno oye a los menesterosos, y no menosprecia a sus prisioneros” (Salmos 69:32-33). Cuando se sienta abrumado por el temor, las dudas y los problemas, dirija su corazón a Dios y pídale en oración su consuelo y voluntad en su vida.
Cuando parece que Dios no escucha
Incluso cuando le llevamos nuestros problemas a Dios y tratamos de confiar en él, puede parecer que nuestras oraciones no van a ninguna parte y que no estamos hablando con nadie. Muchos hombres y mujeres de inquebrantable fe también se han sentido así en algunos momentos de su vida.
El apóstol Pablo podría haber llegado a la conclusión de que Dios no escucha a la gente. Después de todo, le rogó a Dios que lo sanara de un problema físico crónico que lo aquejaba, pero Dios no lo curó. ¿Significa esto que Dios no lo escuchó? Echemos un vistazo a la experiencia de este apóstol y veamos cómo puede ayudarnos a tener fe en que Dios sí escucha en tiempos de necesidad. Pablo escribió a la Iglesia de Corinto sobre su experiencia: “. . . una espina me fue clavada en el cuerpo, es decir, un mensajero de Satanás, para que me atormentara. Tres veces le rogué al Señor que me la quitara” (2 Corintios 12:7-8, Nueva Versión Internacional).
¿Cuál era esta prueba que aquejaba a Pablo? No lo sabemos con certeza, pero los comentarios en sus escritos insinúan que pudo haber sido una dolencia relacionada con sus ojos (Gálatas 4:13-15; 6:11).
Pero cualquiera haya sido su prueba, la implicancia es que Pablo le pidió a Dios que se la quitara, lo que probablemente hizo con ayuno y ferviente oración (2 Corintios 11:27). Pablo incluso deseaba esto por las razones correctas: para poder seguir difundiendo el evangelio y cuidar de las congregaciones que Dios había levantado.
¿Puede imaginarse lo desanimado que estaba Pablo? No es difícil concluir que tal vez pensó que Dios no estaba escuchándolo. Podría haberse dejado ahogar fácilmente en la desesperación, o incluso amargarse contra Dios, pero tenía la perspectiva correcta de lo que realmente estaba sucediendo: se dio cuenta de que Dios sí lo escuchaba. La respuesta no fue la que Pablo pidió, pero sí fue la correcta para el propósito de Dios en la vida del apóstol. Él les dijo a los corintios que Dios le respondió lo siguiente: “Te basta mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9). En otras palabras, Dios le dijo a Pablo: “Sé que estás sufriendo. Te escucho y prometo cuidarte. Puede que no sea de la manera que te gustaría ahora, pero tengo planes más grandes y mejores para ti. Esta situación es solo un paso en el camino. Confía en mí”.
No sabemos si Dios le habló directamente a Pablo o si este llegó a comprender gradualmente la voluntad de Dios. Lo que está claro es que el apóstol llegó a una comprensión espiritual más profunda de su propio sufrimiento. Aunque se encontraba en una situación difícil, fortaleció su fe y su compromiso.
Es fácil pensar que el ejemplo de Pablo no es relevante para nosotros en la actualidad, porque después de todo él era un apóstol; fue testigo y realizó grandes milagros y básicamente era un “supercristiano”, ¿verdad? Sin embargo, al igual que David, Pablo era un ser humano como nosotros y sin la ayuda de Dios era débil e inútil. Cualquier cosa extraordinaria en su vida provino de Dios, el mismo Dios que trabaja en las vidas de aquellos que hoy lo buscan.
La experiencia de Pablo nos enseña una importante lección. A veces, cuando sentimos que nuestras oraciones no son contestadas, la respuesta que Dios nos da en realidad es “no”, o “todavía no”. Dios nunca pretendió que nuestras vidas físicas duraran para siempre o que fueran lo más importante para nosotros. Su objetivo es que desarrollemos un carácter justo y una relación de confianza con él que pueda durar por toda la eternidad. Él quiere resucitarnos a la vida eterna en un cuerpo espiritual glorioso e inmortal que no esté sujeto a la debilidad, la enfermedad y la muerte (1 Corintios 15:40-44, 50-54).
En ese proceso Pablo comprendió que Dios, en su amor, nunca permitirá que experimentemos pruebas mayores que las que podamos soportar: “ . . . pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más allá de lo que podáis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Corintios 10:13). A veces esa “salida” es simplemente la determinación de soportar la prueba y de “ponerse de pie ante ella”. EC
Continuará