El coronavirus y un temor desenfrenado

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El coronavirus y un temor desenfrenado

La propagación pandémica de la reciente y novedosa cepa de coronavirus (Covid-19, o síndrome de coronavirus 2019) nos ha dado, tras la explosión de casos en una pandemia mundial en 2020, otro ejemplo en tiempo real de la rapidez con que pueden cambiar las condiciones mundiales y dar lugar al miedo y al pánico.

Los mercados bursátiles se han desestabilizado, naciones enteras desvían sus recursos y atención a la contención, y ciudades y regiones han puesto en cuarentena a sus ciudadanos. Es como una tormenta que se levanta rápidamente en el horizonte y, antes de que alguien pueda discernir lo que está sucediendo y refugiarse o tomar otras precauciones, se estrella contra la sociedad y trastorna la vida normal.

Este virus es grave por varias razones. En primer lugar, como otros virus de la gripe, causa la muerte en un número significativo de casos, siendo los ancianos los más vulnerables. En segundo lugar, a la fecha de este artículo no hay ninguna vacuna. Cuando aparecen nuevas cepas, siempre hay un retraso en la producción de vacunas eficaces. El desarrollo de cualquier vacuna demora meses.

Pero quizá lo más grave sea la reacción a este virus debido a nuestro mundo interconectado. Mientras escribo, el número de casos confirmados está creciendo en muchos países. Escuelas, bares y restaurantes han sido cerrados, y muchos están preocupados y asustados — muy asustados.

Consternación por lo que pueda venir y por la falta de protección estatal

El miedo es una reacción común ante un brote pandémico: miedo de lo desconocido, de a dónde podría llevarnos. ¿Matará a unos pocos miles, o a cientos de miles? ¿Qué pasará con la economía? ¿Cuál será el impacto en los viajes? ¿En las elecciones nacionales? ¿En las relaciones internacionales? La gente se pregunta si alguna vez volveremos a experimentar “normalidad” y si recuperaremos el control de los acontecimientos.

En una columna de la plataforma en línea Geopolitical Future (Futuro geopolítico), publicada a principios de este año, el estratega internacional George Friedman escribió sobre la reacción al virus. Él comentó: “La amenaza del virus no es solo que podamos morir, sino que el miedo a la muerte hará que el mundo se desbande y pierda el control. El virus surgió por primera vez con fuerza en China, un país dominado por la idea de que el poder del Estado gobierna todas las cosas. Esta creencia mantiene unida a una nación beligerante por el orgullo de cómo el Estado ha hecho grande a China.

“El coronavirus mostró los límites del poder humano, incluso en China. Pekín insiste en que se ocupará del virus y que sus mandatos detendrán su propagación, pero la realidad es que China se está viendo sobrepasada, tanto por la enfermedad como por el miedo a la enfermedad” (“Thoughts on the Coronavirus” [Pensamientos sobre el coronavirus], 3 de marzo de 2020, énfasis nuestro en todo este artículo).

Y si bien China ha hecho notables progresos en cuanto a la reducción del número de muertes, el punto implícito en la declaración de Friedman es crucial: nuestro mundo globalizado fomenta la confianza en el Estado y su dependencia de él. La gente espera que el líder, el partido, el sistema y el gobierno satisfagan sus necesidades y la protejan de los enemigos, trátese de una potencia extranjera o de un pequeño virus invisible. La Biblia muestra que en los años venideros las condiciones del mundo se pondrán tan malas, que la gente cederá su soberanía a un sistema totalitario llamado “la bestia”, un poder político, económico y espiritual supranacional que prometerá orden y seguridad (Apocalipsis 17:13; Apocalipsis 13:3-4).

Esta confianza mal enfocada es, en parte, la razón del pánico que hemos visto frente al Covid-19 y a la atribución de la culpa por su aparición. Friedman continúa diciendo que “tales sucesos impredecibles arruinan las expectativas económicas y geopolíticas . . . y buscamos explicaciones. Y como ya no creemos que están aquí como castigo de Dios por nuestros pecados –no que este sea el caso, ¿pero cuántos en estos días considerarían siquiera esta posibilidad?–, concluimos que deben haber sido causados por unidades de guerra biológica, o que se han propagado debido a la incompetencia tanto de científicos como de políticos. En situaciones similares en las que antes nos consolaban los sacerdotes, ahora lo hacen los líderes, así que hacemos responsable al líder, no por haber causado el virus, sino por no haber actuado lo suficientemente rápido para protegernos”.

Con el correr de los años el Estado se ha convertido en la religión secular, y no solo en las naciones comunistas u otras naciones dictatoriales. El tamaño del gobierno ha crecido masivamente, mientras que la religión ha disminuido. En el mundo occidental, Dios, la Biblia y la religión organizada ya no ocupan en la mente de la gente el lugar que tenían antes.

Friedman concluye: “Pero hemos llegado a esperar ser protegidos, y cuando no lo somos, nuestra imaginación se vuelve al apocalipsis. Los éxitos de la ciencia y las afirmaciones de los políticos nos han llevado a creer en la invencibilidad humana, de modo que la llegada del virus es una violación del contrato social entre el Estado, la ciencia y nosotros. El poder tiene límites y ello, por sobre todo, nos asusta”.

El miedo es un aspecto importante de los próximos y terribles acontecimientos profetizados en la Biblia. El fin de esta era estará marcado no solo por el aumento de las guerras, hambrunas y enfermedades pandémicas, sino también por el aumento del miedo a estas cosas y el empeoramiento de las calamidades. Incluso si el coronavirus en sí mismo no resulta ser tan catastrófico como algunos han vaticinado, la respuesta de la gente a él, ya sea ignorándolo o dejándose llevar por el pánico, puede tener un efecto devastador y darnos lecciones sobre qué esperar en el futuro.

El coronavirus debiera ser una llamada de atención para todos nosotros.

Advertencias de pánico creciente

El gobierno no puede garantizar nuestra seguridad ni inmunidad ante la catástrofe, porque gran parte de lo que sucede en la naturaleza escapa al control de los seres humanos. Es mejor que aprendamos esto ahora para estar preparados cuando ocurran calamidades mucho mayores en el mundo; podemos empezar ahora mismo, evitando reaccionar con un miedo paralizante.

Observe lo que Jesús dijo en su profecía del monte de los Olivos sobre los eventos mundiales a medida que se acerca el fin de los tiempos: “Se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá grandes terremotos, y en diferentes lugares hambres y pestilencias; y habrá terror y grandes señales del cielo” (Lucas 21:10-11).

La combinación de grandes terremotos, hambrunas y pestes debe ser sin duda una experiencia muy temible. Y si a ello se agregan señales celestiales como nunca antes se habrán visto, es fácil imaginar la reacción humana. Pero eso no es todo.

Continúa: “Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que vendrán sobre la tierra, porque las potencias de los cielos serán conmovidas” (vv. 25-26).

Considere esto por un momento: hace mucho tiempo que ha habido terremotos, pestes y otras calamidades en todo el mundo, pero la gente de otros lugares a menudo no se enteraba de ellos, o las noticias al respecto llegaban a un ritmo mucho más lento.

Hoy en día, debido a nuestra interconexión moderna, oímos y vemos todo al instante y en tiempo real. Las noticias de China, Italia, África, Europa u otras partes del país en el que vivimos parecen ocurrir al lado, aun cuando no sea el caso, lo cual provoca un aumento del temor en todas partes: un pánico masivo.

Y esto se torna aún peor por el sensacionalismo de los medios de comunicación. El miedo vende, así que se nos lo provee en abundancia. Las malas noticias atraen la atención hacia los programas de cable y dirigen el tráfico hacia los sitios de Internet.

Una de las consecuencias graves de las preocupaciones sobre la salud, tanto genuinas como exageradas, es que la economía se perjudica seriamente, lo que en general trae consigo un daño mucho peor que el que probablemente causaría la crisis de salud por sí sola. Y los informes y pronósticos económicos negativos contribuyen a aumentar el miedo, lo que perpetúa el ciclo.

Note que Jesús advirtió no solo acerca los terribles sucesos que vendrían, sino también sobre la aterradora expectación de empeoramiento de esos sucesos y el miedo generalizado resultante.

Mucho antes, la Biblia advirtió sobre tal miedo como parte de las maldiciones por desobedecer a Dios: “. . . y tendrás tu vida como algo que pende delante de ti, y estarás temeroso de noche y de día, y no tendrás seguridad en tu vida. Por la mañana dirás: ¡Quién diera que fuese la mañana! por el temor con que estarás amedrentado, y por lo que verán tus ojos” (Deuteronomio 28:66-67).

Por supuesto que de ninguna manera queremos minimizar este nuevo virus, pero es bueno dar un paso atrás y observar lo que está sucediendo. En cualquier caso, incluso si el virus resulta ser más grave, no debemos sucumbir al miedo, no si somos sabios y prestamos atención a lo que nos dicen las Escrituras. Indudablemente debemos tomar precauciones sabias, y la más sabia de todas es saber dónde poner nuestra confianza y actuar en consecuencia.

Los fieles seguidores de Cristo no deben temer

Y aunque no debemos ceder al miedo, tampoco debemos concluir que debemos vivir como si nada importara. Jesús continúa diciendo a sus discípulos en Lucas 21: “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre los que habitan sobre la faz de toda la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre” (vv. 34-36).

Un discípulo que mantiene un estado mental vigilante y preparado no será sorprendido con la guardia baja cuando tales eventos ocurran. Por eso Jesús habló de ellos. Quiere que sus seguidores “[levanten] la cabeza” (v. 28) cuando sucedan estos horribles acontecimientos del fin de siglo.

Hoy en día, cuando ocurren terremotos en regiones pobres y remotas del mundo donde los edificios caen como naipes, o los tornados rugen a través de una ciudad convirtiendo los edificios en montones de palos y ladrillos, es terrible. Multipliquemos esto por muchos grados de magnitud con respecto a las calamidades que se avecinan al final de los tiempos, y la escala aturde la mente. Sin embargo, el miedo descontrolado no se apoderará de quienes escuchen las enseñanzas de Cristo y hagan lo que él dice.

Al final del sermón del monte, Jesús mostró la diferencia entre los que observan y obedecen y los que ignoran la advertencia y siguen con sus vidas como si nada pasara o simplemente se agazapan en el miedo sin arrepentirse. Esta es la diferencia entre construir un cimiento en la roca o en la arena:

“Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.

“Pero cualquiera que me oye estas palabras mías y no las hace, le compararé a un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena: y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos. Y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (Mateo 7:26-27).

El Covid-19 y sus efectos colaterales han surgido como una tormenta repentina en el horizonte del mundo. Aún no sabemos cuán grave será ni su impacto económico final, pero los creyentes de la Biblia saben que es un presagio de tormentas mayores y más mortales por venir. Por ahora tenemos un momento para aprender, para examinar nuestros cimientos, una llamada de atención. ¿Están nuestras vidas construidas sobre la roca o sobre la arena?

No se deje vencer por el miedo. No se asuste ni desespere. Este es el momento de levantar nuestra cabeza y nuestro corazón hacia Dios y buscarlo mientras aún se le puede encontrar. ¡Escuche a aquellos que lo buscan y humillan sus corazones ante él! EC