¿Cuál es su imagen espiritual?

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¿Cuál es su imagen espiritual?

Cuando era niño, mis hermanos y yo disfrutábamos visitando la Feria Estatal de Wisconsin (EE. UU). Las exposiciones de ganado y maquinaria siempre eran interesantes, y las atracciones y kioscos de juegos eran muy divertidos. Al entrar en algunos de los juegos, de vez en cuando encontrábamos “espejos de feria” que reflejaban imágenes distorsionadas, pero muy graciosas, cuando nos poníamos frente a ellos. Algunos espejos nos hacían parecer gordos o achaparrados, y otros, chistosamente delgados. Obviamente, lo que veíamos en esos cómicos espejos no correspondía a nuestra verdadera apariencia física.

Pero, ¿qué pasa con nuestra verdadera imagen espiritual? ¿Tenemos una imagen fidedigna de la persona que somos por dentro? Profundicemos en este tema mientras nos preparamos para la próxima Pascua y la temporada de los Panes sin Levadura. Durante este tiempo, debemos examinar cuidadosamente nuestras vidas para detectar el pecado, que es la violación de la ley de Dios (1 Juan 3:4). Como dice 1 Corintios 11:28, “Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa” (énfasis nuestro en todo este artículo). Al examinar nuestra condición espiritual personal, debemos ser especialmente honestos con nosotros mismos.

A este respecto, sería valioso recordar a los fariseos de la época de Jesús. Aunque creían ser espiritualmente rectos, estos hombres tenían una opinión absolutamente equivocada de sí mismos. Si bien daban la impresión externa de ser virtuosos, Jesucristo percibía su verdadero interior (Lucas 18:9-12). Como conocía sus mentes y corazones, les dijo: “Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad” (Mateo 23:28).

¿Pruebas de un auténtico fruto espiritual?

En otro ejemplo, Jesús y sus discípulos se dirigían a Jerusalén antes de su última Pascua. Durante el viaje vieron una higuera que, a la distancia, parecía sana. Pero al acercarse y examinarla cuidadosamente, “nada [hallaron] sino hojas, pues no era tiempo de higos” (Marcos 11:12-14). Aunque ya había comenzado la primavera y normalmente los higos no aparecerían hasta junio, ni siquiera pudieron encontrar brotes precoces y comestibles. The New Bible Commentary-Revised (Nuevo comentario bíblico-Revisado) afirma que “la higuera en Palestina produce una cosecha temprana de frutos inmaduros, como capullos verdes, que aparecen antes que las hojas. Estas se conocen como taksh y son el alimento común de los campesinos”. Su ausencia era un claro indicio de la esterilidad del árbol” (p. 875).

Aunque debiera haber habido alguna señal física de que el fruto se desarrollaría más tarde, Jesús intuyó que el árbol no era capaz de hacerlo. Por eso dijo: “Nunca jamás coma nadie fruto de ti” (v. 14). Al día siguiente, cuando los discípulos volvieron a pasar junto a la higuera, vieron que se había marchitado y había muerto (versículo 20-21).

Si uno examina las ilustraciones bíblicas anteriores, pueden surgir varias preguntas. ¿Es posible acaso que podamos ser más que nada “apariencia”, como los fariseos y la higuera, que tenían poca o ninguna evidencia de fruto espiritual genuino? Cuando Jesús busca en nosotros un crecimiento genuino de la vid, ¿podría acabar decepcionado? Podemos exhibir señales externas de dedicación cristiana, como asistir a los servicios del sábado y de los días santos, diezmar, dar ofrendas y no comer alimentos impuros, pero, ¿manifestamos una verdadera transformación espiritual interna, o nuestras acciones son meramente superficiales y carentes de sustancia genuina?

Para responder a estas preguntas, es importante que analicemos con atención y objetividad nuestra vida. El apóstol Pablo escribió: “Examínense para ver si están en la fe; pruébense a sí mismos. ¿No se dan cuenta de que Cristo Jesús está en ustedes? ¡A menos que fracasen en la prueba!” (2 Corintios 13:5, Nueva Versión Internacional).

También, como dice Gálatas 6:4, “Así que, cada uno someta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse solo respecto de sí mismo, y no en otro”. Para determinar nuestra verdadera condición espiritual debemos, con la ayuda de Dios, hacernos un completo “chequeo” espiritual. Un ejemplo al respecto fue el rey David, que en una oración profundamente sentida dijo: “Examíname, oh Dios, y sondea mi corazón; ponme a prueba y sondea mis pensamientos” (Salmo 139:23, NVI).

Mirémonos en el espejo espiritual de Dios

Esta responsabilidad fundamental de autoanalizarnos exige que seamos proactivos. Requiere que nos miremos en un espejo divino especial, capaz de mostrarnos si tenemos una imagen espiritual inexacta de nosotros mismos.

En el primer capítulo del libro de Santiago, el apóstol cuenta una breve historia sobre un hombre que se mira la cara en un espejo físico y, después de seguir su camino, olvida rápidamente su aspecto. ¿Tal vez su rostro estaba sucio y manchado? ¿O tal vez estaba despeinado y desaliñado?

Aunque la historia no lo dice, Santiago continúa poniendo énfasis en lo que podría describirse como el espejo espiritual de Dios: “Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, este será bienaventurado en lo que hace” (Santiago 1:25).

En un pasaje paralelo, el rey David describió la ley de Dios como “perfecta” (Salmos 19:7). Además, escribió: “Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos” (Salmos 119:45). ¿Dónde están los mandamientos de Dios? En la Biblia. Por eso, cuando comparamos directamente nuestros pensamientos, palabras y acciones con la perfecta ley de Dios esbozada en las Escrituras, podemos evaluar mejor nuestra imagen espiritual personal y luego tomar medidas para hacer los cambios necesarios (Salmos 18:30). “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12, ver también Salmos 19:7 y 2 Timoteo 2:15).

¿Por qué es tan importante que nos examinemos meticulosamente en busca de pecados? Porque es muy fácil quebrantar la ley de Dios si no tenemos cuidado. El apóstol Pablo entendía esto cuando escribió sobre el pecado “que nos asedia” (Hebreos 12:1). También dijo: “. . . pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (Romanos 7:23). Además, escribió: “Y el Espíritu nos da deseos que se oponen a lo que desea la naturaleza pecaminosa. Estas dos fuerzas luchan constantemente entre sí, entonces ustedes no son libres para llevar a cabo sus buenas intenciones” (Gálatas 5:17, Nueva Traducción Viviente).

Reflejemos la imagen perfecta de Dios

Por tanto, a medida que estudiamos y practicamos la Palabra de Dios, debemos enfrentar nuestras tendencias naturales y humanas. Pero solo podemos ver y superar cualquier elemento engañoso en nuestra naturaleza y comprender nuestra verdadera condición espiritual si clamamos a Dios en oración y abrimos nuestros ojos mediante el estudio de la Biblia. Como señalan expresamente la Pascua y los Días de Panes sin Levadura, necesitamos vernos a nosotros mismos con toda claridad para expulsar el pecado de nuestras vidas y cumplir el objetivo de Jesucristo para nosotros, el de ser “perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48).

Entonces, mirémonos diligentemente en el espejo espiritual de Dios para que nos muestre la verdadera imagen que debiéramos reflejar. A medida que crecemos en gracia, conocimiento y entendimiento (2 Pedro 3:18), debiéramos ver cada vez menos rastros de nuestro viejo yo, y cada vez más la verdadera imagen de Dios en nuestras vidas. Aunque esta es una responsabilidad de por vida, con el tiempo, en la segunda venida de Jesús, reflejaremos plenamente la imagen perfecta de nuestro Padre y seremos bienvenidos a su glorioso reino y a su familia. EC