Cinco claves para una buena salud mental

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Cinco claves para una buena salud mental

No es ningún secreto que en el mundo actual la salud mental es motivo de gran preocupación. En Estados Unidos, el porcentaje de adultos con ansiedad o trastornos depresivos aumentó sustancialmente durante la pandemia de covid-19. La salud mental de los jóvenes también empeoró, y la cifra de los que buscan ayuda aumentó un 9 % entre 2019 y 2020. Si siguió los Juegos Olímpicos, probablemente haya visto que Simone Biles [la extraordinaria gimnasta estadounidense] decidió abandonar todas sus competencias, excepto una, esgrimiendo motivos de salud mental. En todo el mundo la gente intenta lidiar con el estrés, la ansiedad y las presiones de la vida.

Lamentablemente, el hecho de reconocer y confesar problemas de salud mental todavía constituye un estigma social y muchas personas se sienten demasiado avergonzadas o desesperadas para buscar y obtener ayuda o apoyo. ¿Cuál debiera ser nuestra actitud en la Iglesia de Dios al respecto? ¿Deberíamos sentirnos avergonzados de revelar que sufrimos cosas como la depresión o pensamientos de suicidio? Es fácil pensar que, como pueblo de Dios, somos inmunes a estos problemas.

No soy experto en salud mental, pero llevo mucho tiempo estudiando este tópico ya que en mi familia, mientras crecía y llegaba a la edad adulta, fui testigo directo del impacto devastador que produce la falta de tratamiento de los trastornos mentales. Pero felizmente no tengo que pretender ser un experto en esta área, ya que la Biblia tiene mucho que decir acerca de ella.

En este artículo quiero compartir cinco principios de salud mental. Sin embargo, en lugar de dar una lista de respuestas cliché a un tema complejo, mi intención es que esto estimule la discusión, la reflexión, la oración y la meditación.

1- Jesús se preocupa por nuestra salud mental

Nuestra salud física, mental y emocional está en el centro del mensaje de Jesucristo. En Lucas 4:18 Jesús cita a Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos . . . ”

Cristo dice que vino con un propósito principal: el de predicar el evangelio a los pobres. ¿Por qué? Porque en esta vida los pobres no tienen mucho. Él vino a predicar el advenimiento de otro mundo, un mundo venidero. Si uno es rico, lo más probable es que no anhele un nuevo mundo en el futuro porque el suyo está perfectamente bien. Pero si es pobre, esta vida física no ofrece tanto; y en los tiempos bíblicos, la posibilidad de escapar de la pobreza era casi nula.

Muchos en Estados Unidos [y en otros países occidentales] han crecido en un entorno en el cual la fórmula del éxito es la suma del trabajo duro más el tiempo que se le dedica; pero este no es siempre el caso. El coordinador de un programa social en el distrito Tenderloin de San Francisco (un barrio con un alto índice de pobreza y personas sin hogar) habló de sus experiencias en una sesión de orientación a la que asistí. Afirmó que entre quienes experimentan pobreza hay una gran sensación de desesperanza que conduce a la depresión, la ansiedad y la impotencia. Jesucristo vino en primer lugar a predicar la buena noticia a los pobres, a los que no tienen esperanza, recursos ni ayuda.

A continuación él dice que vino a sanar “a los quebrantados de corazón”. Estas son personas que han sido tan dañadas emocional y físicamente, que la esencia misma de su ser ha sido pisoteada y hecha trizas. Cristo vino a sanar a aquellos cuyas experiencias y circunstancias han lastimado, abatido y destrozado irremediablemente sus corazones. Esto tiene que ver con el abuso físico y emocional, con sufrir un trauma antes de saber siquiera lo que está ocurriendo. Muchas personas viven 18 años con sus familias mientras crecen, y luego pasan los siguientes 60 años tratando de superar el trauma que padecieron en su infancia.

Más adelante en Lucas 4 se nos dice que Cristo vino a predicar la liberación de los cautivos. Esto incluye a los que están esclavizados tanto física como mentalmente, a los que no tienen escapatoria. También vino a dar la vista a los ciegos, y a muchos los sanó literalmente, pero también sanó a los que tenían muchas enfermedades físicas de todo tipo. Y, por último, vino a liberar a los oprimidos: a los que vivían bajo amos déspotas, o bajo la tiranía de un mundo gobernado por el gran adversario.

Creo que este versículo muestra que debemos comenzar con la premisa de que Jesucristo vino a tratar nuestros traumas físicos, mentales y emocionales. A él le preocupa nuestra depresión y ansiedad mental. Pero si esto es cierto, ¿por qué seguimos padeciendo depresión y enfermedades mentales?

Encontramos una explicación en 2 Corintios 12. Pablo sufría una dolencia física a la que llamó “un aguijón en la carne”, de la cual Dios se valió para desarrollar en él la mente de Cristo. Las dolencias mentales también pueden infundirnos fuerza a través de Dios a medida que crecemos para comprender mejor nuestras propias debilidades. “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Corintios 12:7-9).

Esto no significa que no podemos o que no debemos recibir ayuda. Solo significa que Dios puede permitir cierto grado de sufrimiento (en lugar de sanar instantáneamente cualquier enfermedad) en beneficio de nuestro crecimiento espiritual a largo plazo. En otros versículos, la Biblia muestra que hay cosas que podemos hacer para fortalecer nuestra salud mental y disminuir los sentimientos de depresión o ansiedad.

2- Acérquese a los demás en la Iglesia de Dios y entable una amistad con ellos

Una forma de contrarrestar las dificultades de la salud mental es acercarse a los demás. No estamos solos en esta lucha: formamos parte del Cuerpo de Cristo. Eclesiastés 4:10 muestra el peligro del aislamiento: “¡Ay del que cae y no tiene quien lo levante!” (Nueva Versión Internacional).

¿Por qué nosotros, como pueblo de Dios, sufrimos en silencio con la depresión y las enfermedades mentales, cuando hay personas a las que podemos acudir? Muchas veces, específicamente en la Iglesia, el temor a admitir que tenemos un problema es demasiado grande. Nos rehusamos a parecer débiles y a mostrar nuestra vulnerabilidad.

En lo personal, me gustaría poder decir que siempre estoy de buen humor, que no me deprimo y que estoy perfectamente tranquilo todo el tiempo, pero no es así. No soy perfecto, ni usted tampoco. Y sería magnífico pensar y creer que porque asistimos a la iglesia cada semana y oramos y estudiamos nuestras Biblias somos inmunes los problemas de salud mental, pero esa no es la realidad.

El hecho es que todos sufrimos algún tipo de ansiedad, preocupación, miedo o depresión. Y cuanto antes seamos capaces de compartir nuestros sentimientos abiertamente, más pronto tendremos la oportunidad de recuperarnos de los cambios de humor que nos afectan a todos.

Generalmente interpretamos la analogía de “el hierro con hierro se afila”, de Proverbios 27:17, en términos de una espada afilada que afila otra espada afilada, pero a veces nuestra espada no tiene nada de filo. Por tal razón adoptamos ciertas ideas extrañas sobre nosotros mismos y sobre lo que más nos conviene, y entonces se hace necesario que aprendamos a aceptar consejos. Tenemos que aprender a escuchar a los demás: a nuestros padres, ministros y mentores en la Iglesia. En los años de la adolescencia, especialmente, es fácil carecer de perspectiva, y a veces esto puede llevar a consecuencias desastrosas, como las de enredarse en una relación abusiva o tomar decisiones de vida que afecten negativamente nuestro futuro empleo o finanzas.

3- Dedique tiempo a descansar y poner las cosas en perspectiva

Otra forma de mejorar nuestra salud mental es asegurarnos de reservar tiempo para descansar. Dios creó un calendario de descanso para que nos recuperemos y veamos el panorama general. Sabemos que Dios creó el sábado y las tres temporadas de días santos (primavera, verano y otoño) para romper la rutina de nuestro ritmo semanal habitual.

Además del sábado y los días festivos, deberíamos apartar tiempo para alejarnos y encontrar alguna manera de descansar, aunque sea por un rato. En Marcos 6:31, Cristo dijo a sus discípulos: “Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco”. Deberíamos seguir este ejemplo.

Este descanso debe incluir también ejercicio periódico que nos ayude a despejar la cabeza y nos conecte con nuestro cuerpo físico. Se ha comprobado fehacientemente que el ejercicio y el descanso habituales regulan el estado de ánimo y el comportamiento.

4- Ir más allá del autocontrol y confiar en las promesas de Dios

El dominio propio es uno de los frutos del Espíritu Santo (Gálatas 5:22-23), y Dios espera que ejerzamos autocontrol sobre nuestra mente. El dominio propio es importante para controlar los pensamientos negativos, el parloteo cerebral y las emociones derrotistas que se apoderan de nosotros. Pero si bien el autocontrol es importante, a menudo nuestra propia fuerza de voluntad no es suficiente cuando se trata de la salud mental. Para ello necesitamos ir más allá del autocontrol y confiar en las promesas de Dios.

Debiera llenarnos de aliento saber que Dios ha prometido cuidar de nosotros. En Deuteronomio 6:8-9, Dios ordenó a los israelitas atar la ley como frontales entre sus ojos. Deberíamos imprimir los versículos clave y colocarlos en nuestras casas para leerlos y recordarlos, y memorizar los versículos importantes que nos pueden ayudar cuando necesitemos controlar nuestros pensamientos. También sabemos que debemos escribir la ley en nuestros corazones.

Considere las promesas de Dios en estos versículos: “Claman los justos, y el Eterno oye, y los libra de todas sus angustias. Cercano está el Eterno a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu. Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará el Eterno” (Salmo 34:17-19).

“No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10).

“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6-7).

En los siguientes versículos (8-9) Pablo hace hincapié en que debemos meditar y poner atención en lo positivo, lo noble y lo verdadero. Esta es nuestra parte.

5- No hay que avergonzarse de buscar ayuda profesional

La impresión que tenemos sobre las enfermedades mentales en nosotros mismos y en nuestros hermanos es importante. Tenemos que analizar cuidadosamente nuestro modelo mental sobre las enfermedades mentales.

Frank Viola, un bloguero cristiano bastante conocido, comparte tres puntos de vista cristianos principales respecto a los trastornos mentales (https://www.christianpost.com/news/3-christian-responses-to-mental-illne...):

“De acuerdo a lo que aprendí durante mis años de participación en diversos movimientos y denominaciones cristianas, parece que los cristianos entienden los trastornos mentales de una de tres formas principales:

1. “La enfermedad mental es de origen demoniaco. Por lo tanto, el antídoto es expulsar a los demonios que la causan.

2. “Enfermedad mental no es más que jerga de psicólogo. No hay tal cosa como un ‘trastorno mental’. Todas las llamadas enfermedades mentales son solo conductas pecaminosas. Por tanto, el antídoto es que la persona se arrepienta y haga las paces con Dios.

3. “La enfermedad mental es un trastorno fisiológico. El cerebro es un órgano físico como el corazón, la tiroides, las articulaciones, etc. Por tanto, si alguien sufre de ataques de pánico, trastorno bipolar, esquizofrenia, depresión crónica o TDAH [trastorno por déficit de atención o hiperactividad], es porque tiene un desequilibrio químico en el cerebro, no muy distinto de un hipertiroidismo, presión arterial alta o artritis.

“Comencé mi carrera en un movimiento que favorecía la primera opción. He conocido a mucha gente que creía en la número dos, pero creo que la número tres es a menudo el caso. Sin embargo, la cosa no es tan sencilla”.

Los comentarios de Frank Viola son muy acertados. Entendemos que existe un reino espiritual y que es posible que el pecado nos afecte de manera mental, emocional y espiritual. Pero las iglesias pueden caer en la trampa de atribuir todas las enfermedades mentales a las fuerzas espirituales o al pecado, ignorando las valiosas investigaciones sobre los trastornos mentales o dándose por vencidas y diciendo que todo el asunto es un misterio.

Si usted es quien sufre, sea proactivo y busque asistencia. Si quien sufre es otra persona, no la ignore y procure encontrarle ayuda. La mano de Dios no es demasiado débil para salvarnos, y él no quiere que nadie sufra innecesariamente.

No hay respuestas fáciles, pero Dios es misericordioso. Hay principios bíblicos a los que podemos aferrarnos, medidas que podemos tomar, y ayuda que podemos pedir.

El Salmo 46:10 dice: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”. Cuando me siento aquejado de angustia y preocupación, recuerdo este versículo y que Cristo dijo que no nos preocupáramos ni estuviéramos ansiosos, sino que buscáramos primero el Reino de Dios y su justicia (Mateo 6:33). Llenémonos de ánimo pensando en que nuestro Dios es el supremo Consolador, y que Cristo vino a sanar a los quebrantados de corazón. EC