#277 - Hechos 15-16: "El decreto de Jerusalén; el segundo viaje misionero de Pablo"

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#277 - Hechos 15-16

"El decreto de Jerusalén; el segundo viaje misionero de Pablo"

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Dice la Biblia: “Entonces pareció bien a los apóstoles y a los ancianos, con toda la iglesia, elegir de entre ellos varones y enviarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé: a Judas que tenía por sobrenombre Barsabás, y a Silas, varones principales entre los hermanos; y escribir por conducto de ellos: [el siguiente decreto] ‘Los apóstoles y los ancianos y los hermanos, a los hermanos de entre los gentiles que están en Antioquía, en Siria y en Cilicia, salud. Por cuanto hemos oído que algunos que han salido de nosotros, a los cuales no dimos orden, os han inquietado con palabras, perturbando vuestras almas, mandando circuncidaros y guardar la ley, nos ha parecido bien, habiendo llegado a un acuerdo, elegir varones y enviarlos a vosotros con nuestros amados Bernabé y Pablo, hombres que han expuesto su vida por el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Así que enviamos a Judas y a Silas, los cuales también de palabra os harán saber lo mismo. Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis. Pasadlo bien’” (Hechos 15:22-30).

Es vital entender bien este decreto, porque aclara muchísimas cosas doctrinales. Vayamos por partes.

(1). El decreto fue enviado a dos áreas: Antioquía en Siria, y las iglesias en Galacia. Esto muestra que los judaizantes habían perturbado la paz en esas áreas y que siguieron a Pablo para contradecir su mensaje. Es preciso entender que este decreto explica y soluciona lo que Pablo mencionaba en su epístola a los Gálatas. 

Allí Pablo menciona que “ni aun Tito, que estaba conmigo, con todo y ser griego, fue obligado a circuncidarse; y esto a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraban para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud, a los cuales ni por un momento accedimos a someternos, para que la verdad del evangelio permaneciese con vosotros” (Gálatas 2:3-6).

La controversia se trataba de si se debía exigir a los gentiles circuncidarse y guardar las leyes ceremoniales según el judaísmo. José Di Pardo menciona acerca del judaísmo: “El Sumo Sacerdote era reconocido como cabeza religiosa de la nación, con ciertas funciones civiles y junto con el Sanedrín o ‘el Concilio’ como es llamado en la Biblia, le fue permitido [por los romanos] gobernar de acuerdo con la ley judaica, es decir, la de Moisés, con las adiciones introducidas por los rabíes… Los fariseos decían respetar la ley, pero torcían después su texto, más o menos forzadamente, haciéndose decir lo que ellos querían, de suerte que mientras ateniéndose a la letra nada innovaban, innovaban en las consecuencias que sacaban. En cuanto se refiere a ciertas prescripciones de la ley mosaica, acerca de la abstención de ciertos alimentos, de la pureza personal y de los objetos tanto sagrados como profanos, la conducta en público o en privado y la frecuencia de la oración, los fariseos exageraban mucho. Fueron tan rigurosos y tenaces que hicieron casi imposible la observancia de cuanto ellos afirmaban debía observarse, a pesar de que muchos nada de eso guardaban, pese a sus afirmaciones: ‘Dicen pero no hacen’. Se convirtieron en verdaderos hipócritas, ‘sepulcros blanqueados’ como los llamó Jesús” (p. 25, 33).

(2). Estos “falsos hermanos”, en realidad no estaban conversos ni se atenían a las instrucciones apostólicas, sin autorización fueron y mandaron a los gentiles conversos a circuncidarse y guardar todas las leyes ceremoniales según las interpretaciones severas del Sanedrín. Pablo vio que estaban equivocados y actuando por cuenta propia. El decreto de Jerusalén apoyaba a Pablo al decir: “Hemos oído que algunos que han salido de nosotros, a los cuales no le dimos orden, os han inquietado…”. Santiago muestra que los judaizantes no tenían el apoyo de los apóstoles, los líderes de la iglesia, y que estaban actuando ilegalmente por cuenta propia.

(3). Los inquietaban al mandarles que se circuncidaran y guardaran la ley. Cuatro veces menciona Lucas cuál era el problema. En la primera, los judaizantes decían: “Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos” (Hechos 15:1). La segunda vez dicen: “Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés” (Hechos 15:5). La tercera dice: “… mandando circuncidaros y guardar la ley” (Hechos 15:24). La cuarta vez es diez años más tarde, cuando Santiago niega la acusación contra Pablo que: “enseñas a todos los judíos que están entre los gentiles a apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni observen las costumbres… Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito [en el decreto] que no guarden nada de esto” (Hechos 21:21-25).

Aquí vemos que términos como “el rito de Moisés”, “la ley de Moisés”, “la ley” y “las costumbres” eran equivalentes. Es importante entender el término que usaba Lucas para “la ley” y “las costumbres”. El Diccionario Teológico del Nuevo Testamento dice del término “costumbre” o ethos: a. “Hábito,” “uso”; b. “costumbre,” “ordenanza cúltica [ritual],” “ley” (es usada para las leyes judías en la Septuaginta). En el NT tiene ambos sentidos… En Hechos 25:16 éthos denota una costumbre en la justicia romana y en Hebreos 10:25 la mala costumbre de no asistir a los servicios religiosos. La ley de los judíos es el tema en Juan 19:40, y esto conlleva al uso común en Lucas para la ley cúltica del Judaísmo, sea que tenga que ver con ordenanzas individuales (Lucas 1:9; 2:42) o a toda la ley cúltica [ritual] (Hechos 6:14; Hechos 15:1; Hechos 16:21; Hechos 21:21; Hechos 26:3; Hechos 28:17)”.

De modo que es importante entender que el término “ley” en Lucas puede perfectamente referirse a las leyes ceremoniales que se aplicaban al pueblo según las costumbres establecidas por el Sanedrín y que eran normas obligatorias en el judaísmo.

(4). El decreto menciona que los gentiles conversos no deben ser inquietados con estas imposiciones. Es decir, no tenían que convertirse en judíos al circuncidarse, ni tenían que guardar todas las leyes ceremoniales y costumbres impuestas por el Sanedrín. 

Philip Schaff, en su obra magna, La Historia de la Iglesia Cristiana, explica bastante bien este asunto. “La cuestión de la circuncisión, o los términos para admitir a los gentiles a la iglesia, era un ardiente tema de la era apostólica. Abarcaba la cuestión más amplia de la autoridad que tenía la ley Mosaica y la relación total entre el cristianismo y el judaísmo. Pues, la circuncisión era en la sinagoga lo que el bautismo era en la iglesia, o sea, una señal divinamente establecida y el sello del pacto del hombre con Dios, con todos sus privilegios y responsabilidades. Exigía que la persona circuncidada obedeciera la ley completa [con sus ceremonias y rituales] so pena de perder las bendiciones prometidas. De acuerdo a la decisión que se tomaba de este tema dependía la paz interna de la iglesia y el éxito externo del evangelio. Si se imponía la circuncisión como una condición necesaria para ser miembro de la iglesia, el cristianismo hubiera sido confinado para siempre a la raza judía y una pequeña minoría de prosélitos, o sea, medio cristianos, mientras que el dictaminar lo innecesario de la circuncisión para los gentiles conversos y declarar que bastaba con la fe en Cristo para ser aceptados en la iglesia pudo asegurar la conversión de los gentiles y establecer la universalidad del cristianismo… Con una genuina libertad cristiana, Pablo no le importaba si uno era circuncidado o no, pues lo consideraba un mero rito o una condición externa que no se podía comparar con guardar los mandamientos de Dios y ser una nueva criatura en Cristo [vea 1 Corintios 7:19 y Gálatas 6:15].” Todas estas libertades las gozamos hoy. 

A la vez, Schaff dice de la intervención de Pedro en la conferencia: “Él protestó contra la imposición de poner sobre el cuello de los gentiles conversos el insoportable yugo de la ley ceremonial, y estableció, con la misma claridad que Pablo, el principio fundamental de que “los judíos, al igual que los gentiles, son salvos solo por la gracia de nuestro Señor Jesucristo… El decreto de Jerusalén proclamó la emancipación de los discípulos gentiles de la circuncisión y la esclavitud de la ley ceremonial”.

(5). La última parte del decreto reitera las leyes de pureza que los gentiles estaban todavía sujetas: no contaminarse con los alimentos ofrecidos a los ídolos, no contaminarse casándose entre miembros de su propia familia, no quedar impuro al comer carne que no había sido desangrada ni comer la misma sangre. Estas eran leyes que no tenían que ver con “ceremonias” sino con hábitos alimenticios y sanguíneos establecidos por Dios.

Lamentablemente, algunos del “partido de la circuncisión” [o los que lo abogaban para gentiles] no aceptaron el decreto de Jerusalén y fueron los primeros disidentes en la Iglesia. 

Philip Schaff explica: El decreto de Jerusalén no silenció la facción extrema de los judaizantes. Al contrario, los enfureció más. Fueron derrotados, pero no convencidos, y ahora lucharon con más amargura que nunca. Ellos organizaron una “contra misión”, y siguieron a Pablo en casi cada área donde trabajó, especialmente en Corinto y Galacia. Para Pablo fueron unos aguijones, si no de la carne. Los tenía en cuenta en todas sus epístolas, salvo las de Tesalonicenses y Filemón. No podemos entender sus epístolas en su correcto sentido histórico sin tomar en cuenta este hecho. Los falsos apóstoles quizás hasta fueron los mismos fariseos que le causaron el problema inicial, o por lo menos eran hombres con el mismo espíritu. Se jactaban de haber conocido personalmente a Jesús en sus días en la carne y con los primeros apóstoles. Por eso Pablo los llama “falsos apóstoles y en forma sarcástica, “sobre eminentes” o “apóstoles máximos”. Ellos atacaron su apostolado como irregular y falso, y su evangelio como radical y revolucionario. Le proclamaron audazmente a sus gentiles conversos que debían someterse a la circuncisión y guardar la ley ceremonial. En otras palabras, deben convertirse en judíos, al igual que ser cristianos para asegurar su salvación”. 

Una vez terminada la conferencia, Pablo comienza su segundo viaje apostólico que duraría tres años. Empieza por las mismas áreas de Antioquía y Galacia, y luego hacia Grecia. “Así pues, los que fueron enviados descendieron a Antioquía, y reuniendo a la congregación, entregaron la carta [del decreto]; habiendo leído la cual, se regocijaron por la consolación… Y Pablo y Bernabé continuaron en Antioquía, enseñando la palabra de Dios [que en ese entonces era solo el Antiguo Testamento], y anunciando el evangelio con otros muchos. Después de algunos días, Pablo dijo a Bernabé: Volvamos a visitar a los hermanos en todas las ciudades en que hemos anunciado la palabra del Señor, para ver cómo están. Y Bernabé quería que llevasen consigo a Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos; pero a Pablo no le parecía bien llevar consigo al que se había apartado de ellos desde Panfilia, y no había ido con ellos a la obra. Y hubo tal desacuerdo entre ellos, que se separaron el uno del otro; Bernabé, tomando a Marcos, navegó a Chipre, y Pablo, escogiendo a Silas, salió encomendado por los hermanos a la gracia del Señor, y pasó por Siria y Cilicia, confirmando a las iglesias” (Hechos 15:30-41).

He aquí las razones de la separación entre Pablo y Bernabé. Nunca más estarían juntos de nuevo, pero vemos que siguieron haciendo la obra de Dios en la misma iglesia. Uno no se separó para empezar una nueva iglesia, sino que siguieron bajo la misma iglesia, pero dividiendo las áreas de trabajo. Al final, Pablo reconoce que Marcos en realidad maduró y se convirtió en un buen ministro de Dios y lo ayudó mucho, como dice en Colosenses 4:10; Filemón 24; 2 Timoteo 4:11. 

El joven ayudante que ahora escoge Pablo para también acompañarlo es Timoteo. “Después llegó a Derbe y Listra; y he aquí, había allí cierto discípulo llamado Timoteo, hijo de una mujer judía creyente, pero de padre griego; y daban buen testimonio de él los hermanos que estaban en Listra y en Iconio. Quiso Pablo que este fuese con él; y tomándole, le circuncidó por causa de los judíos que había en aquellos lugares; porque todos sabían que su padre era griego” (Hechos 16:1-3). 

Aquí vemos que Pablo no objetaba el ser circuncidado, solo que no era necesario para los gentiles ni para la salvación, ya que era la señal de identificación de ser descendiente sanguíneo de Abraham. Como Timoteo era medio judío por el lado de su madre, lo circuncidó para mostrar que la circuncisión seguía vigente para el pueblo judío converso. Esto fue lo mismo que le reiteró Santiago y que apoyó Pablo (Hechos 21:18-24). 

Schaff explica: “¿Cómo pudo Pablo circuncidar a Timoteo después de haberse negado a circuncidar a Tito? La respuesta es que circuncidó a Timoteo por su descendencia judía de parte de su madre, y que así, Timoteo podría ser más útil entre los judíos, que podían reclamarlo como un judío por su madre judía, y sin ello, no lo hubieran permitido predicar en las sinagogas que visitaba Pablo. Pero en el caso de Tito, que era completamente griego, la circuncisión hubiera sido vista como una condición para ser justificado y poder ser salvo”.

De ese modo comienza este hermoso y eficiente equipo de Pablo y Timoteo. Dice la Biblia: “Y al pasar por las ciudades, les entregaban las ordenanzas que habían acordado con los apóstoles y los ancianos que estaban en Jerusalén, para que las guardasen. Así que las iglesias eran confirmadas en la fe, y aumentaban en número cada día” (Hechos 16:4-5).

“Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se lo permitió. Y pasando junto a Misia, descendieron a Troas. Y se le mostró a Pablo una visión de noche: un varón macedonio estaba en pie, rogándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos. Cuando vio la visión, enseguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio” (Hechos 16:6-10). 

Aquí notamos por primera vez que Lucas cambia la narración de tercera persona a primera. ¡Es que ahora él se une al grupo de Pablo! Pablo lo incorpora junto con Silas y Timoteo para ser parte del equipo. Lucas puede narrar la historia de primera mano. “Zarpando, pues, de Troas, vinimos con rumbo directo a Samotracia, y el día siguiente a Neápolis; y de allí a Filipos, que es la primera ciudad de la provincia de Macedonia, y una colonia; y estuvimos en aquella ciudad algunos días”.

Aquí en Filipos es donde se establece una pequeña iglesia, y donde más tarde, Pablo les envía una carta apostólica, llamada la Epístola a los Filipenses. Veamos cómo se estableció esa iglesia.

“Y un día de reposo [sábado] salimos fuera de la puerta, junto al río, donde solía hacerse oración; y sentándonos, hablamos a las mujeres que se habían reunido. Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía. Y cuando fue bautizada, y su familia, nos rogó diciendo: Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor, entrad en mi casa, y posad. Y nos obligó a quedarnos” (Hechos 16:11-15).

De hecho, Lucas narra que la primera iglesia en Filipos fue establecida con una mujer gentil, que había sido una “temerosa de Dios”. Como Filipos era una ciudad oficial de los romanos, había pocos judíos y no había suficientes varones para constituir una sinagoga. Se necesitaban diez varones para hacerlo. Las normas judías decían que si no había diez varones, los creyentes se podrían congregar cerca de un río, para poder orar y llevar a cabo las purificaciones necesarias. Por eso Pablo y su grupo, viendo que no había una sinagoga en Filipos, fueron al río. Allí se encontraron con una próspera mujer de negocios de la ciudad de Tiatira, que era famosa por sus costosos tintes púrpuras que usaban la clase noble. Se llamaba Lidia, y junto con sus hijos mayores y probablemente sirvientes, fueron bautizados. Esa hospitalidad que mostró Lidia, se vería más tarde cuando la generosidad de este grupo, quizás con Lidia como la coordinadora por falta de varones capaces, le enviaban a Pablo suministros y dinero para poder sostener parte de su ministerio. 

Es un buen ejemplo para nosotros del apoyo, amor y generosidad que debe haber en la iglesia. 

Continuaremos con este viaje de Pablo que ahora llega hasta Europa, pues Grecia es parte de este continente.