#189 - Jeremías 40-52
Remanente huye a Egipto; la reina del cielo; destino final
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#189 - Jeremías 40-52: Remanente huye a Egipto; la reina del cielo; destino final
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Vive en Mizpa, cerca del nuevo gobernador judío, Gedalías. Es el hijo de Ahicam, el que protegió a Jeremías cuando los sacerdotes querían matarlo (Jeremías 26:24). Gedalías había obedecido a Jeremías, y antes de que fuera Jerusalén tomada, se había rendido a los babilonios. Ellos consideraron que sería una persona fiel bajo ellos para cuidar a la nación. Gedalías se presentó ante el pueblo y les dijo (todo también de acuerdo con lo que Dios le había dicho a Jeremías): “No tengáis temor de servir a los caldeos; habitad en la tierra, y servid al rey de Babilonia, y os irá bien. Y he aquí que yo habito en Mizpa, para estar delante de los caldeos que vendrán a nosotros; mas vosotros tomad el vino, los frutos del verano y el aceite, y ponedlos en vuestros almacenes, y quedaos en vuestras ciudades que habéis tomado” (Jeremías 40:9-10). Al saber de estos favores y la protección, muchos judíos que habían huido a las naciones vecinas volvieron.
Es interesante saber que también existe una confirmación histórica acerca de Gedalías y uno de sus capitanes. Su sello fue encontrado en las ruinas de la fortaleza Laquis y el de su capitán, en Mizpa. Dice Halley: “En 1935 Starkey… halló en la capa de cenizas del incendio de Nabucodonosor, entre las “Cartas de Laquis” un sello que decía, “Pertenece a Gedalías, el que está sobre la casa”. También el sello de Jaazanías (Jeremías 40:8) un capitán del ejército de Gedalías… se encontró en las ruinas de Mizpa. Es un sello exquisito de ágata con la inscripción, “Pertenece a Jaazanías, siervo del rey” (p. 284).
Lamentablemente, Gedalías tenía un enemigo envidioso, Ismael, de la descendencia real, que deseaba estar a cargo. Había conspirado con el rey de los amonitas para matar a Gedalías y quedarse con el país. A pesar de las advertencias de Johanán, Gedalías no creyó el informe. Por descuidarse y confiarse demasiado, al recibir a Ismael y su grupo no tomó precauciones y fue asesinado junto con los babilonios que estaban allí para supervisarlo. También mataron a la mayoría de un grupo de peregrinos que llegaron en esos momentos.
Antes de que los babilonios supiesen qué había sucedido, Ismael huyó a Amón, donde tenía protección del rey. Forzó a los que estaban en Mizpa a acompañarlo. Estos incluían a Jeremías, Baruc y las hijas del rey Sedequías (Jeremías 41:10). Esta es la primera mención de las hijas del rey que tendrá mucho que ver con lo que haría Jeremías para “plantar” la descendencia de David en otra parte del mundo y así mantener su promesa a David.
Johanán, al enterarse del asesinato de su amigo, peleó contra las fuerzas de Ismael y las derrotó, aunque Ismael logró huir. Johanán rescata a los secuestrados, y le pide a Jeremías que consulte a Dios qué deben hacer, pues tienen mucho miedo de las represalias de los babilonios. Tras diez días de espera, Dios le envía a Jeremías un mensaje para este remanente: “Si os quedareis quietos en esta tierra, os edificaré, y no os destruiré; porque os plantaré, y no os arrancaré; porque estoy arrepentido del mal que os he hecho. No temáis de la presencia del rey de Babilonia, del cual tenéis temor… porque con vosotros estoy yo para salvaros y libraros de su mano… Mas si dijereis: No moraremos en esta tierra, no obedeciendo así a la voz del Eterno vuestro Dios, diciendo: No, sino que entraremos en Egipto, en la cual no veremos guerra… sucederá que la espada que teméis, os alcanzará allí en la tierra de Egipto… y Jeremías les dijo: El Eterno habló sobre vosotros, oh remanente de Judá: No vayáis a Egipto” (Jeremías 42:9-19).
Al escuchar estas palabras, a pesar de que habían hecho un juramento para acatar el consejo de Dios, ahora lo negaron. Le dijeron a Jeremías: “Mentira dices; no te ha enviado el Eterno nuestro Dios para decir: No vayáis a Egipto para morar allí, sino que Baruc...te incita contra nosotros, para entregarnos en manos de los caldeos, para matarnos y hacernos transportar a Babilonia. No obedeció, pues, Johanán...y todos los oficiales de la gente de guerra y todo el pueblo, a la voz del Eterno para quedarse en tierra de Judá, sino que tomó...a todo el remanente de Judá...y a las hijas del rey...y al profeta Jeremías y a Baruc...y entraron en la tierra de Egipto… hasta Tafnes” (Jeremías 43:2-7).
Dios les advierte que deben volver a Judá. Le pide a Jeremías que haga otro símbolo de la llegada y conquista de Nabucodonosor de Egipto. “Toma con tu mano piedras grandes, y cúbrelas de barro en el enladrillado que está a la puerta de la casa de Faraón en Tafnes, a vista de los hombres de Judá; y diles: ... He aquí yo enviaré y tomaré a Nabucodonosor, rey de Babilonia, mi siervo, y pondré su trono sobre estas piedras que he escondido, y extenderá su pabellón sobre ellas. Y vendrá y asolará la tierra de Egipto… y limpiará la tierra de Egipto, como el pastor limpia su capa [de los piojos], y saldrá de allá en paz” (Jeremías 43:9-12). Todo esto se cumplió al pie de la letra cuando Nabucodonosor descendió sobre Egipto en 568 a.C. y derrotó al Faraón Amosis II.
Por medio de Jeremías, Dios le ruega a este remanente a que se arrepientan y vuelvan a Judá donde serán protegidos. Pero ellos no le hacen caso. Incluso, se quejan de Dios y dicen las mujeres que prefieren a los dioses de los cananeos. “La palabra que nos has hablado en nombre del Eterno, no la oiremos de ti; sino que ciertamente pondremos por obra toda palabra que ha salido de nuestra boca, para ofrecer incienso a la reina del cielo, derramándole libaciones, como hemos hecho nosotros y nuestros padres, nuestros reyes y nuestros príncipes, en las ciudades de Judá y en las plazas de Jerusalén, y tuvimos abundancia de pan, y estuvimos alegres, y no vimos mal alguno” (Jeremías 44:16-17).
El Manual Bíblico de Unger explica: “La reina del cielo era la Istar asiria, la Astarté cananea, la Afrodita griega y la Venus romana. Era un culto corrupto. Las ofrendas incluían pasteles en forma de luna o de estrellas y réplicas de la diosa del amor sexual” (p. 364).
Es importante entender que existe una versión “moderna” de esta reina del cielo en el cristianismo tradicional. Ralph Woodrow escribe: “La madre babilónica era conocida como “Afrodita” o “Ceres” por los griegos… En Éfeso, la gran madre era conocida como “Diana”; el templo dedicado a ella en esa ciudad era ¡una de las Siete Maravillas del Viejo Mundo!... Este culto falso se esparció desde Babilonia a varias naciones, con diferentes nombres y formas; finalmente, se estableció en Roma y a través del Imperio romano. Dice un notable escritor de esta época: ‘El culto a la gran diosa madre… era muy popular en el Imperio romano. Existen inscripciones que prueban que los dos [madre e hijo] recibían honores divinos, no solamente en Italia, -especialmente en Roma- sino también en las provincias, particularmente en África, España, Portugal, Francia, Alemania y Bulgaria’.
“Fue durante este período de culto prominente a la madre divina, que el Salvador, nuestro Señor Jesucristo, fundó la verdadera Iglesia del Nuevo Testamento; ¡y qué gloriosa era la Iglesia en esos días! Pero la que una vez fue conocida como la “Iglesia”, abandonó su fe original en el tercer y cuarto siglos y cayó en la gran apostasía que los apóstoles habían anunciado. Cuando vino esta “apostasía” se mezcló mucho paganismo en medio de la cristiandad. Se aceptaban en la Iglesia a paganos no convertidos y en numerosos casos se les permitía continuar con muchos de sus ritos y costumbres paganas sin restricción alguna; en ocasiones se hacían algunos cambios con el fin de que estas creencias paganas parecieran similares a una doctrina cristiana. Uno de los mejores ejemplos fue… el continuar el culto a la diosa madre ¡solamente con una poca diferencia y con otro nombre! Había muchos paganos que se sentían atraídos al cristianismo, pero era tan fuerte en sus mentes la adoración a la diosa madre que no la querían abandonar. Entonces los líderes de la Iglesia buscaron una similitud en la cristiandad con el culto de los idólatras paganos para poder atraerlos en gran número y así añadirlos a ella. ¿Pero a quién podrían usar para reemplazar a la diosa madre del paganismo? Pues claro que a María, la madre de Jesús; era la persona más lógica que podían escoger. ¿Por qué, entonces, no permitir que los paganos continuaran sus oraciones y devociones a su diosa, llamándola con el nombre de María, en lugar de los nombres anteriores con los cuales ellos la conocían? Esto le daba al culto idólatra de los paganos la “apariencia” de cristianismo y de esta forma, ambos bandos podían estar satisfechos e incorporarse así a la Iglesia romana. Y es esto exactamente lo que sucedió”.
“A pesar de que María, la madre de Jesús, era una buena mujer, dedicada y temerosa de Dios, y fue escogida especialmente para engendrar el cuerpo de nuestro Salvador, no fue nunca considerada como una persona divina o como diosa por la verdadera Iglesia primitiva. Ninguno de los apóstoles, ni Jesús mismo, dieron alguna vez a entender que se debería venerar a María. Como lo indica la Enciclopedia Británica, durante los primeros siglos de la Iglesia no fue puesto ningún énfasis en María. No fue sino hasta la época de Constantino, la primera parte del siglo cuarto, cuando alguien empezó a ver a María como a una diosa” (Babilonia, Misterio Religioso, p. 22-24). Para mayores detalles vea Estudio #183 sobre la reina del cielo.
Al escuchar esta respuesta de las mujeres, Dios les contesta que como no quieren tomarlo en cuenta, tampoco podrán invocar su nombre y mezclarlo con estos dioses falsos. Dice: “...mi nombre no será invocado más en toda la tierra de Egipto por boca de ningún hombre de Judá, diciendo: Vive el Eterno el Señor. He aquí que yo velo sobre ellos para mal, y no para bien; y todos los hombres de Judá que están en tierra de Egipto serán consumidos a espada… y los que escapen [serán] pocos hombres… y yo entrego al Faraón Hofra… en mano de sus enemigos” (Jeremías 44:25-30). Este Faraón Hofra se conoce en la historia como Apries, (588-569 a.C.), quien fue asesinado por un oficial enemigo, Amasis II.
Baruc se queja ante Dios por todos los peligros de muerte que están pasando, pero luego recuerda que Dios le prometió protegerlos (Jeremías 45:5). Dice Unger: “Ahora, al terminar Baruc su ministerio con Jeremías y sus memorias, recordó la promesa de Dios de preservación física en todas sus pruebas” (p. 364).
En la siguiente sección, Jeremías 46-51, tenemos un resumen de las profecías que se cumplirán en ese tiempo. Todas estas naciones orgullosas serán conquistadas por los babilonios, que Dios usa para castigarlos. Luego vendría el final de Babilonia por haberse jactado de su poder y por haberse excedido en su crueldad cuando conquistó a Judá. Se mencionan las mismas naciones que en Isaías 19:1-15 por lo cual, se puede estudiar el Estudio #174 para tener más detalles.
El libro de Jeremías termina con una repetición de cómo fue tomada Jerusalén por los babilonios. Menciona también que el rey anterior a Sedequías, Joaquín, fue protegido por Nabucodonosor y al final, dado honores. De esta descendencia de Joaquín, llamado Jeconías en el Nuevo Testamento, vendría Jesucristo (Mateo 1:11-12).
Sobre Jeremías y Baruc, no se menciona más, sólo que estuvieron en Egipto con ese remanente que mayormente sería destruido. Dice el Nuevo Comentario de la Biblia: “La historia no ha dejado rastros de lo que le sucedió al profeta después de haberse ido con este remanente” (p. 652). Para el mundo no hay rastros, pero para la verdadera Iglesia sí.
El Sr. Armstrong menciona en su libro La Llave Maestra de la Profecía: “¿Adónde fue Jeremías con su secretario Baruc y con una o más de las hijas del rey? La historia se detiene en este punto. Los estudiosos de la historia bíblica saben desde hace mucho tiempo que las 10 tribus, llamadas “casa de Israel”, perdieron su identidad y su rastro histórico, y que hoy existen inadvertidas entre las naciones gentiles. Dios ha ocultado del mundo su identidad y su ubicación. Pero en este tiempo del fin, cuando el conocimiento se habría de aumentar y los “entendidos” comprenderían (Daniel 12:4, Daniel 12:10), el secreto nos será revelado por medio de profecías que no podían entenderse hasta ahora”.
Según el folleto, una de las claves está en Ezequiel 17: “Tomaré yo del cogollo [parte tierna del copo del árbol] de aquel alto cedro [reyes de Judá], y lo plantaré; del principal de sus renuevos cortaré un tallo, y lo plantaré sobre el monte alto y sublime [un trono de un reino]. En el monte alto de Israel lo plantaré [donde estaría el pueblo de Israel en ese entonces], y alzará ramas y dará frutos [tendrá hijos], y se hará magnífico cedro [otro reino de reyes de Judá]; y habitarán debajo de él todas las aves de toda especie [naciones menores serán protegidas por este reino]; a la sombra de sus ramas habitarán. Y sabrán todos los árboles del campo [demás naciones] que yo el Eterno abatí el árbol sublime [estirpe de Fares de Judá], levanté el árbol bajo [linaje de Zara en Israel], hice secar el árbol verde [la estirpe de Fares], e hice reverdecer el árbol seco. Yo el Eterno lo he dicho, y lo haré” (Ezequiel 17:22-24).
El Sr. Armstrong explica: “En Ezequiel 17 nos dice… ’De la punta de sus renuevos cortaré un tallo tierno, y lo plantaré yo mismo sobre un monte alto y excelso’. De manera que iba a tomar un tallo, un descendiente del rey Sedequías. Si los varones habían muerto, este tallo representaba ciertamente una hija… ¿En dónde se iba a plantar?... ’En el monte de lo alto de Israel lo plantaré’. El trono de David se iba a plantar ahora en Israel, una vez arrancado de Judá… Aquí se describe cómo Judá sería rebajado y perdería el trono, el cual pasaría a Israel. Israel llevaba cuatro siglos de independencia en lo que hoy es Irlanda, de modo que ya tenía un linaje real al cual se injertó la hija de Sedequías”. “Los israelitas irlandeses eran una colonia antigua que no habían ido al cautiverio en Asiria… Ahora bien, ¿a dónde se dirigió Jeremías, acompañado de la descendencia real, para encontrar la casa perdida de Israel y plantar allí el trono de David?”
“Ahora averigüemos brevemente lo que cuentan los antiguos anales, las leyendas y la historia de Irlanda, pues ellos nos darán el escenario de dónde Jeremías “plantó” a Israel y dónde ella se encuentra en la actualidad… En el año 569 a.C. (fecha en que Jeremías trasplantó el trono), llegó a Irlanda un anciano patriarca de cabellos blancos, llamado a veces un “santo”. Con él vinieron una princesa hija de un rey oriental, y un compañero de nombre “Simón Brach”. La princesa tenía nombre hebreo, Tefi, que era un apodo, pues su nombre verdadero era Tea-Tefi… Entre el grupo real se contaba el hijo del rey de Irlanda, quien había estado en Jerusalén durante el sitio. Había conocido allí a Tea-Tefi y se casó con ella poco después del año 585, cuando cayó la ciudad” (La Llave Maestra de la Profecía, pp. 83-97).
Así terminamos esta fascinante historia de este profeta tan valiente y paciente que fue Jeremías. Es una inspiración para todos nosotros, y nos recuerda lo que dijo el apóstol Pablo: “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hechos 14:22).