#120 - 2 Samuel 20-24: "Gabaonitas; valientes de David; Censo"

Usted está aquí

#120 - 2 Samuel 20-24

"Gabaonitas; valientes de David; Censo"

Descargar
1202samuel21-24print (159.47 KB)

Descargar

#120 - 2 Samuel 20-24: "Gabaonitas; valientes de David; Censo"

1202samuel21-24print (159.47 KB)
×

A pesar de sus muchas fallas, ve que Joab es el hombre más indicado para estar sobre su ejército. No había mejor estratega aparte de David, y había ganado todas sus guerras. También era hombre de confianza al ser pariente de David (era el hijo de una hermana de David), y el jefe carismático y valiente que necesitaba sobre su ejército. Aún no era el momento para pasar juicio por sus crímenes, pues por el bien del pueblo, David todavía requería de sus servicios. El juicio se había aplazado, no había sido eliminado.

Más tarde, David mismo le pediría a Salomón que se encargara de juzgar a Joab por sus asesinatos: "Ya sabes tú lo que me ha hecho Joab hijo de Sarvia, lo que hizo a dos generales del ejército de Israel, a Abner hijo de Ner y a Amasa hijo de Jeter, a los cuales él mató, derramando en tiempo de paz la sangre de guerra, y poniendo sangre de guerra en el talabarte que tenía en sus pies. Tú, pues, harás conforme a tu sabiduría; no dejarás descender sus canas al Seol en paz" (1 Reyes 2:5-6).

Con gráficas modernas, podemos crear el organigrama del reino de David:

Lamentablemente, ya superada la etapa de las guerras civiles, siguen las crisis. Ahora llega una terrible sequía por un pecado nacional de Israel. En este territorio esto era muy grave, pues al tener pocos ríos, dependían de las dos temporadas de lluvias, la temprana en el otoño y la tardía, en la primavera. Con estas lluvias se llenaban los manantiales, los pozos y las cisternas. Habían pasado tres años de sequía se había convertido en hambre. El pueblo gemía. y por fin, David sabe qué hacer: "Y David consultó al Eterno, y el Eterno le dijo: Es por causa de Saúl, y por aquella casa de sangre, por cuanto mató a los gabaonitas" (2 Samuel 21:1). He allí un crimen que Dios no se había olvidado y castigó a todo Israel por ello.

Como era característica de Saúl, nunca obedecía correctamente a Dios. Hacia las cosas a su manera. "Bajo pretexto de una ejecución rigurosa y fiel de la ley divina acerca del exterminio de los cananeos, Saúl se había puesto a exterminar a los Gabaonitas, a quienes Josué había perdonado. Su proceder contra este pueblo fue una violación de un solemne juramento, y esta violación significaba una culpa nacional. El hambre, por ende, fue un castigo nacional, puesto que nadie condenó semejante crimen de este pueblo indefenso que servía fielmente a Israel" (Comentario Exegético, p. 263).

David les preguntó a los gabaonitas que sobrevivieron cómo podía hacer una reparación por el daño. Ellos le contestaron: "De aquel hombre que nos destruyó, y que maquinó contra nosotros para exterminarnos sin dejar nada de nosotros en todo el territorio de Israel, dénsenos siete varones de sus hijos, para que los ahorquemos delante del Eterno" (2 Samuel 21:5,6). Por el juramento que había hecho con Jonatán, David salva a Mefi-boset, pero tomó a dos hijos de una de las esposas de Saúl y cinco hijos que Mical, la primera esposa de David e hija de Saúl había criado de su hermana Merab, quién era la verdadera madre y esposa de Adriel (1 Samuel 18:19). Una vez que se llevó a cabo la reparación, comenzó a llover, "y Dios fue propicio a la tierra después de esto" (2 Samuel 21:14). Jamás pensemos que un acto serio y grave se arregla por sólo pedir el perdón. Debemos hacer lo posible por corregir el problema y luego estar tranquilo al orar a Dios. Es el mismo principio en Mateo 5:23: "Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda". Nadie se había reconciliado con los gabaonitas, y Dios intervino en el asunto.

Superada esta crisis nacional, viene otra: una invasión filistea. David y sus hombres bajaron de las montañas para hacerle frente al enemigo. Pero ya David no tenía la energía de antes, y casi lo mata un gigante filisteo llamado Isbi-benob. Abisai, hermano de Joab y sobrino de David lo salva al último momento y mata al gigante, pero el ejército quedó espantado. Casi perdieron a su gran estratega y rey, por lo que le dijeron: "Nunca más de aquí en adelante saldrás con nosotros a la batalla, no sea que apagues la lámpara de Israel" (2 Samuel 21:17). Este principio se aplica al pastor general de la iglesia, quien se debe proteger de peligros innecesarios. Hay que siempre orar por los líderes de la iglesia, quienes están bajo la autoridad de Cristo para que no se apague "la lámpara de Israel", es decir el liderazgo espiritual que entregan a la iglesia.

Luego, hubo otras tres batallas más contra los filisteos, y los israelitas mataron a otros gigantes que poco después quedaron extintos. La Biblia nunca más menciona a gigantes.

En este relato hay un pequeño error al copiar del original, pues dice en 2 Samuel 21:19 que Elhanán mató a Goliat geteo. Pero por eso tenemos dos relatos del mismo incidente, para corregir cualquier error al copiar el texto. En 1 Crónicas 20:5 tenemos el relato correcto: "y Elhanán hijo de Jair mató a Lahmi, hermano de Goliat". Así se corrige cualquier falla: Dios inspiró el documento original, pero no interviene cada vez que fue copiado a través de los siglos.

Una nota interesante es que uno de estos gigantes tenía "doce dedos en las manos y otros doce en los pies". Es una indicación de una alteración genética que se manifestaba en esa raza, y que hoy día también lo hace bajo el diagnóstico de "gigantismo", una hipertrofia de la glándula, pituitaria. Se ha encontrado en Israel un esqueleto de un gigante, aunque las fechas de cuándo vivió no se ha determinado bien.

Luego de sobrevivir tantos peligros, David, en agradecimiento por lo protección de Dios, compone uno de los salmos más hermosos que figura en la Biblia, y que aparece también en el Salmo 18. Luego añade otra sección poética para agrandar el nombre de Dios.

Hubo treinta y siete soldados que se destacaron como "los valientes de David". Acompañaron a David en sus batallas e hicieron grandes proezas. Eran el núcleo de su ejército, y se convirtieron en sus comandantes. En 1 Crónicas 12:2 nos entrega el relato más completo: "Estaban armados de arcos, y usaban de ambas manos para tirar piedras con honda y saetas con arco… hombres de guerra muy valientes para pelear, diestros con escudo y pavés; sus rostros eran como rostros de leones (sin miedo y feroces), y eran ligeros como las gacelas sobre las montañas… el menor tenía cargo de cien hombres, y el mayor de mil… Todos estos hombres de guerra, dispuestos para guerrear, vinieron con corazón perfecto a Hebrón, para poner a David por rey sobre todo Israel".

Había tres que se destacaron por sobre los demás Joseb-basebet, (Jasobeam, en 1 Crónicas 11:11), el jefe de los treinta y tres, bajo Joab, "el cual blandió su lanza una vez contra trescientos, a los cuales mató (texto en 2 Samuel 23:8 debe decir 300 en vez de 800 como lo dice en 1 Crónicas 11:11). Tras de éste estaba Eleazar quien, junto con David, "hirió a los filisteos hasta que su mano se cansó, y quedó pegada su mano a la espada. Aquel día el Eterno dio una gran victoria" (2 Samuel 23:10).

El tercero de los "inmortales" fue Sama quien cuando los filisteos atacaron, "se paró en medio de aquel terreno y lo defendió, y mató a los filisteos; y el Eterno dio una gran victoria".

Estos fueron los tres que cuando le dio a David tanta sed, ellos irrumpieron en el campamento de los filisteos, y sacaron agua del pozo para David. El, al ver el tremendo riesgo que pasaron, tomó el agua y "la derramó para el Eterno, diciendo: Lejos sea de mí, oh Eterno, que yo haga esto. ¿He de beber yo la sangre de los varones que fueron con peligro de su vida? Y no quiso beberla. Los tres valientes hicieron esto" (2 Samuel 23:17).

Los otros treinta y tres valientes se destacaron con grandes hechos, pero no igualaron las hazañas de estos tres. Abisai, hermano de Joab y sobrino de David fue el siguiente. Salvó a David del gigante, y "venció a los dos leones de Moab: también descendió y mató a un león en medio de un foso, en tiempo de nieve. El mismo venció a un egipcio, hombre de cinco codos de estatura (dos metros y medio de altura) ... y lo mató con su misma lanza… Fue el más ilustre de los treinta, y fue el jefe de ellos, pero no igualó a los tres primeros".

La mayoría acompañaron a David por todas las batallas y penurias desde los tiempos de Saúl. Eran hombres de guerra, pero lo seguían como cachorros mansos tal era el carisma y autoridad amorosa de David que los cuidaba como un tierno pastor. Es triste que entre estos hombres estuvo Urías, quién David hizo matar. David estuvo quebrantado por el resto de su vida por ese hecho y parece que nunca se perdonó.

Fueron en realidad 37 valientes, como lo dice 2 Samuel 23:39. Los valientes de David estaban divididos en tres clases: la primera y más alta: Jasobeam, Eleazar y Sama; la segunda: Abisai, Benaía y Asael; la tercera, los treinta. A esto se debe agregar el comandante en jefe, mencionado en forma pasajera en el versículo 37, Joab que nos lleva a 37.

La lección es que todos debemos ser unos "valientes de Cristo" y seguir los líderes de la iglesia con la misma mansedumbre y dedicación. Nos dice la Biblia: "Tú, pues, sufre las penalidades como buen soldado de Jesucristo" (2 Timoteo 2:3). Somos un ejército de Cristo que "no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes" (Efesios 6:12-13).

Debemos sentir esa misma estima por nuestros líderes que los valientes de David sintieron por él. El Apóstol Pablo, otro "valiente David", dijo: "Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan, y que los tengáis... en mucha estima y amor por causa de su obra… Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe… Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos, porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso" (1 Tesalonicenses 5:12-13; Hebreos 13:7-17).

Los valientes de David lucharon por preservar a Israel, igual que nosotros luchamos por preservar a la iglesia hasta que venga el Reino de Dios.  ¿Cuál creen que es la hazaña más importante la de ellos o la de nosotros? No debemos dar por sentado la gran responsabilidad y el honor de estar en esta iglesia.

Antes de finalizar su reinado, David comete un error muy grave. En el relato paralelo de 1 Crónicas 21:1, se nos entrega la historia completa: "Pero Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que hiciese censo de Israel'. El general Joab le advirtió que esto era un pecado al querer ver cuán grande era su ejército, especialmente después de las dos rebeliones. Según Deuteronomio 17:16, el rey no debía basarse en la cantidad "de caballos" y soldados en su ejército sino en Dios por la victoria.

El Comentario Exegético explica: "El acto de enumerar al pueblo, no fue pecaminoso en sí, porque Moisés lo hizo por la autoridad empresa de Dios. Pero David obró no sólo independientemente, sin tener una orden o sanción, sino por motivos indignos de un rey de Israel por orgullo y vanagloria, por confianza en sí mismo y falta de fe en Dios y para obligar al pueblo a dar servida militar para las empresas que tenía proyectadas". Se nota el carácter militar del censo cuando Joab le dice: "Añada el Eterno tu Dios al pueblo cien veces tanto como son… Y Joab dio el censo del pueblo al rey; y fueron los de Israel ochocientos mil hombres fuertes que sacaban espada, y los de Judá quinientos mil hombres" (2 Samuel 24:3-9).

"Después que David hubo censado al pueblo, le pesó en su corazón; y dijo David al Eterno: Yo he pecado… he hecho muy neciamente" (2 Samuel 24:10). Por medio del profeta Gad, Dios deja que David escoja de entre tres castigos: 

  1. Siete años de hambre; 
  2. Huir tres meses ante los enemigos; 
  3. La peste por 3 días. 

David escoge la tercera y murieron 70,000 personas, pero al llegar la peste a Jerusalén, Dios la detuvo en la era de Arauna jebuseo. David, siempre valiente y sincero, se sentía responsable y le dijo a Dios: "Yo pequé, yo hice la maldad; ¿qué hicieron estas ovejas? Te ruego que tu mano se vuelva contra mí, y contra la casa de mi padre" (2 Samuel 24:17).

Dios sólo le pidió por medio del profeta Gad que hiciera un altar en el lugar de Arauna. A pesar de que Arauna le ofreció gratis el sitio, David insistió en pagarlo. "No, sino por precio te lo compraré; porque no ofreceré al Eterno mi Dios holocaustos que no me cuesten nada… y el Eterno oyó las súplicas de la tierra, y cesó la plaga en Israel" (2 Samuel 24:24-25). Aquí termina el libro.