¿Quiénes son “las primicias”?

Usted está aquí

¿Quiénes son “las primicias”?

Las primicias del plan de Dios son las personas que están siendo llamadas ahora, en este tiempo, y que gracias al Espíritu Santo que trabaja en ellas están experimentando una transformación de sus mentes y actitudes para llegar a ser como Jesucristo.

El apóstol Santiago nos dice que Dios “nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas [que él ha creado]” (Santiago 1:18).

Pablo entendía muy bien que aquellos que fueran llamados y convertidos en esta era, entre la creación del hombre y la segunda venida de Jesucristo, serían las primicias del plan de Dios para la salvación de la humanidad. Él se refirió específicamente a algunos cristianos del primer siglo como los primeros frutos del llamamiento de Dios (Romanos 16:5; 1 Corintios 16:15). Al contemplar la futura resurrección de los que permanezcan fieles a dicho llamado, dijo: “y los creyentes también gemimos —aunque tenemos al Espíritu de Dios en nosotros como una muestra anticipada de la gloria futura— porque anhelamos que nuestro cuerpo sea liberado del pecado y el sufrimiento. Nosotros también deseamos con una esperanza ferviente que llegue el día en que Dios nos dé todos nuestros derechos como sus hijos adoptivos [es decir, con plenos derechos de hijos], incluido el nuevo cuerpo que nos prometió” (Romanos 8:23, Nueva Traducción Viviente).

Sin embargo, las primicias del plan de Dios, es decir, aquellos que son llamados ahora, se encuentran en una situación muy distinta a la de quienes serán parte del posterior periodo de cosecha espiritual.

Jesús dijo que quienes son sus seguidores en la actualidad “no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17:16). Estas personas son llamadas a salir del mundo y a desarrollar el carácter de Cristo, mientras que el resto vive engañado (Apocalipsis 12:9) y sigue los principios falsos que Jesucristo aborrece (1 Juan 2:15-17).

El presente siglo malo

Las primicias —el pueblo de Dios— son llamadas y se esfuerzan por obedecer al Eterno mientras viven en este “presente siglo malo” (Gálatas 1:4), gobernado por Satanás (2 Corintios 4:4). La cosecha de los primeros frutos es pequeña, ya que son muy pocos los que en la actualidad aceptan el llamamiento de Dios, se arrepienten, se convierten y permanecen fieles a su forma de vida. Por esta razón, Jesús afirmó: “porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:14).

Después del regreso de Jesucristo, que marcará el inicio de una nueva época, el mundo —la sociedad entera—aprenderá a vivir de acuerdo a la ley y los valores de Dios. En aquella era, el Todopoderoso atará a Satanás y no permitirá que engañe más a las naciones (Apoc. 20:2-3). Sin la influencia del diablo, el mundo por fin podrá conocer al Señor y también la verdadera paz (Hebreos 8:11).

Aquellos que no se conformen a este mundo (Romanos 12:2) serán los que ayudarán a Cristo a llevar la verdad de Dios a las naciones (Apoc. 20:4). Ellos habrán vencido al mundo, tal como Jesús lo hizo, y colaborarán con él para que todas las naciones sirvan a Dios (Apoc. 2:26; 3:21).

La dádiva del Espíritu Santo

Dios permite que su pueblo cumpla el propósito que tiene para ellos, pero ¿cómo lo hace?

De manera muy significativa, Dios escogió el día de Pentecostés para comenzar su Iglesia enviando el Espíritu Santo a sus pocos discípulos fieles (Hechos 1:15; 2:1-4). Muchos relacionan el concepto iglesia con un edificio, sin embargo, el vocablo griego que se tradujo como “iglesia” en el Nuevo Testamento proviene del término ekklesia, que significa “los llamados a salir”. Esta palabra griega era comúnmente usada para denotar una asamblea de personas, aquellas llamadas a convocarse. La Iglesia es el grupo humano llamado a salir del mundo para servir a Dios.

A los miembros que conforman su Iglesia, Dios les da el poder del Espíritu Santo para vencer al mundo. Es a través de este Espíritu que la Iglesia puede predicar el evangelio al mundo y hacer discípulos en todas las naciones (Marcos 16:15, Mateo 28:19-20). Gracias al Espíritu Santo, una persona puede pertenecer a Jesucristo y ser parte de su Iglesia (Romanos 8:9). Para que la Iglesia del Nuevo Testamento pudiera existir, Dios le envió su Santo Espíritu.

Las primicias del plan de Dios para la salvación son quienes han sido llamados a estar en la Iglesia durante esta época. La Iglesia, como “el cuerpo de Cristo” (1 Corintios 12:27), está conformada por personas en las que habita el Espíritu Santo. Ellas se han arrepentido de sus pecados y se han volcado a Jesucristo como su salvador personal; se han comprometido a obedecer sus santas y justas leyes y están dispuestas a dejarlo todo para permanecer fieles a Jesucristo (Lucas 14:33).

Las primicias siguen a Jesucristo

Apocalipsis 14:4 nos dice que los seguidores de Dios son “primicias para Dios y para el Cordero”. Los versículos anteriores y posteriores a éste entregan una descripción del carácter de quienes son las primicias y de por qué acompañan a Jesucristo.

¿Por qué son tan valiosos para Dios? Se les describe como aquellos que tienen el nombre del Padre escrito en su frente (v. 1); Dios ocupa el primer lugar en sus mentes y pensamientos, y no han sucumbido ante cierto sistema religioso falso (Apoc. 14:4), el cual es simbolizado por una mujer inmoral que seduce a la humanidad (Apoc. 2:20-22; 17:1-6).

Las primicias han salido del mundo y han evitado el sistema político y religioso que lo domina (ver Apoc. 17:1-6). Cuando fueron llamados por Jesucristo, entendieron que debían apartarse de dicho sistema (ver Apoc. 18:3-4).

Las primicias, además, “siguen al Cordero por dondequiera que va” (Apoc. 14:4). Son fieles seguidores de Jesucristo y no dejan que nada destruya la lealtad personal que tienen hacia él. Debido a que colaborarán con Cristo en la enseñanza del camino de Dios al mundo, es vital que estas primicias sean siempre leales a nuestro Salvador.

En el mismo versículo leemos que “fueron redimidos de entre los hombres”. Dios pagó por ellos con la sangre preciosa de su Unigénito (1 Pedro 1:18-19). Habiendo sido comprados por el Todopoderoso, saben que sus vidas ahora le pertenecen a Jesucristo, a quien se han entregado por completo en cuerpo y en espíritu (ver Gálatas 2:20; 1 Corintios 6:20).

Además, “en sus bocas no fue hallada mentira” (Apoc. 14:5). Han aprendido cómo enfrentarse a la maldad tan común en los corazones de los hombres. No hay engaño, confabulación o fingimiento en sus palabras o acciones; han aprendido acerca de la autenticidad, sinceridad y simplicidad de Cristo. Han logrado, en suma, admitir el engaño de sus propios corazones y se han sometido por completo a la vida pura e inmaculada de Jesucristo morando en ellos. Después de habérseles perdonado sus pecados y de haber madurado como cristianos, “son sin mancha delante del trono de Dios” (v. 5).

La representación del plan de Dios

Este importantísimo paso en el plan de Dios para la salvación de la humanidad es revelado en la observación de los días santos. Y naturalmente, las primicias estarán observando el día que representa el llamamiento y cosecha de las primicias del plan de Dios: el Día de Pentecostés.

Ellos observarán con gratitud este día que celebra otro hito en este gran plan: la fundación de la Iglesia mediante el recibimiento del Espíritu Santo de Dios.

Vivimos en la época de las primicias, el tiempo durante el cual Dios está preparando un linaje escogido para reinar con Cristo en su Reino (1 Pedro 2:9). ¿Es usted parte de este grupo? Lo será si sigue el consejo del apóstol Pedro cuando nos exhorta en 2 Pedro 1:10 a “hacer firme vuestra vocación y elección”.