La honesta verdad sobre la paz
Editorial

Nuestro mundo se halla atrapado en un ciclo de conflicto, división y angustia. Sintonice las noticias o navegue por las redes sociales y vea los intentos de la humanidad por alcanzar la paz, a menudo a través de conflictos violentos. Las naciones libran guerras en busca de seguridad. Los políticos prometen unidad mientras siembran discordia. Las personas se dividen aun cuando anhelan relaciones significativas. Las instituciones tratan de prevenir los conflictos, pero sin resultados duraderos, como deja en evidencia este 80.º aniversario de las Naciones Unidas.
La pregunta que nos atormenta es simple, pero profunda: ¿Por qué la humanidad no puede alcanzar la armonía pacífica que tanto desea? La respuesta no se encuentra en la lógica colectiva, sino en verdades que trascienden el entendimiento humano. La paz verdadera y duradera no se puede fabricar, negociar ni legislar. Después de la Segunda Guerra Mundial, el general Douglas MacArthur afirmó: “El problema es fundamentalmente teológico e implica un resurgimiento [o renacimiento] espiritual y una mejora del carácter humano . . . Debe ser del espíritu si queremos salvar la carne”. La paz verdadera solo puede llegar a través de la intervención divina. Felizmente, las Escrituras prometen que la paz verdadera no solo es posible, sino también segura.
Dios ha prometido enviar a Jesucristo como el Rey conquistador que establecerá su Reino y traerá la paz que ha eludido a la humanidad durante milenios. Él establecerá algo nuevo: el Reino (o Gobierno) de Dios sobre la Tierra. El profeta Isaías predijo la paz que se producirá como resultado, cuando todas las naciones “volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:4).
Una escultura en la sede de la ONU [Nueva York] representa este pasaje (véase la página 5), pero el proceso para hacerlo realidad supera el conocimiento humano. Apocalipsis 15:3 dice: “Justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos”. Cuando la gente da “gloria a Dios en las alturas”, podrá haber “paz en la tierra para los que gozan de su buena voluntad” (Lucas 2:14).
Esa era futura de paz y alegría es lo que motiva el nombre de nuestra revista Las Buenas Noticias. Esa era aún está por llegar, como se expone en nuestro artículo de portada, acompañado de otro que explica cómo el reinado de Cristo será diferente de lo que vemos hoy en día. Otro artículo explica cómo la oportunidad de vivir bajo el Gobierno de Dios acabará abarcando a todos los que han vivido.
Sin embargo, no estamos simplemente esperando el futuro sino que debemos vivirlo ahora. El Evangelio contiene una invitación para el presente, como menciono en más detalle en el artículo “Viva hoy bajo el reinado de Jesús”, que comienza en la página 13. El mismo Rey que gobernará la Tierra con justicia es el Jesús vivo que nos llama a observar todo lo que mandó a sus discípulos: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28:19-20), convirtiéndonos por adelantado en ciudadanos del pacífico Reino de Dios. No solo estamos llamados a creer intelectualmente, sino a someternos plenamente al señorío de Jesucristo y vivir sus leyes de preocupación por los demás, que producen la verdadera paz.
He aquí una verdad que muchos pasan por alto: escuchar el Evangelio requiere una respuesta. Debemos “[obedecer] al evangelio” (2 Tesalonicenses 1:8; 1 Pedro 4:17; Romanos 10:16). Jesús dijo: “Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19:17). No se trata de meras sugerencias, sino de requisitos para integrar el Cuerpo de Cristo y ser ciudadanos de su Reino venidero.
Los maestros religiosos a menudo predican sobre “el cielo” mientras justifican vivir según sus propias reglas. Nos sentimos cómodos hablando de recompensas eternas, pero evitamos los requisitos presentes. Amamos la gracia de Dios, pero rechazamos su Gobierno. Celebramos la gloria futura pero descuidamos la piedad ahora. Jesús habló en contra de esta fe selectiva cuando dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).
Esta obediencia no significa que hay que ganarse la salvación mediante las obras, sino vivir como ciudadanos del Reino al que decimos servir. Cuando entendemos que Jesús es Rey, nuestra respuesta natural es alinear nuestras vidas con sus mandamientos. Nuestra obediencia al Evangelio es nuestro testimonio de la realidad del Reino de Dios.
Los que se someten al Gobierno de Cristo comienzan a disfrutar un anticipo de su paz, que un día llenará la Tierra. Esa realidad se experimenta cada año mediante la observancia de la Fiesta de los Tabernáculos de Dios. Este festival, que dura una semana, está lleno de bendiciones, relaciones armoniosas, alimento espiritual y gozo físico que no solo representan su reinado venidero, sino que nos dan un anticipo tangible hoy mismo.
Mientras esperamos el regreso de Cristo y el establecimiento de su Reino, somos llamados a vivir ahora como ciudadanos del Reino de Dios. Esto significa permitir que su paz reine en nuestros corazones cuando las circunstancias amenacen nuestro gozo. Significa extender su perdón cuando se nos hace daño. Significa promover sus leyes de amor en un mundo desesperado por la paz auténtica.
El mismo Dios que enviará a Jesucristo para establecer la paz perfecta en la Tierra está ofreciendo su Espíritu para establecer esa paz en nuestros corazones. Pero debemos decidir arrepentirnos de la injusticia, someternos a su Gobierno, recibir su perdón, obedecer sus mandamientos y vivir más allá de los problemas temporales de hoy, enfocándonos en las promesas eternas del mañana.
El Reino de Dios está a las puertas. El Rey está por regresar. La pregunta que se nos plantea ahora es si viviremos como súbditos fieles del Rey que ya reina sobre su Iglesia: “. . . y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (Efesios 1:22-23); “. . . y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia; él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia” (Colosenses 1:18).
¡Ojalá usted experimente la paz que proviene de la completa sumisión al Gobierno de Cristo, tanto ahora como en el futuro!
John Elliott, presidente
Iglesia de Dios Unida