Viva hoy bajo el reinado de Jesús

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Viva hoy bajo el reinado de Jesús

El mensaje medular de Jesucristo no solo se refería a asegurar un destino futuro, sino que incluía también una relación personal con él y con el Reino de Dios, del que podemos formar parte hoy. Jesús dijo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones . . . enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28:18-20). Cuando entendemos que Jesús es nuestro Rey y actual gobernante, se transforma nuestra forma de abordar la vida cotidiana y pasamos de una espera pasiva a una ciudadanía activa bajo el reinado divino.

La palabra “reino” (traducida del griego basileia) abunda en los escritos del Nuevo Testamento y tiene profundas implicancias políticas y sociales que los lectores modernos a menudo pasan por alto. Dicho término denotaba el ejercicio activo de la autoridad real, el gobierno dinámico de un rey, y el nivel de influencia donde se reconoce y obedece esa autoridad. También se refería al Reino del Cielo venidero al que algún día entrarán los convertidos.

Cuando Jesús y sus apóstoles proclamaban la basileia de Dios, se trataba de una declaración del Gobierno divino: el dominio soberano de Dios era anunciado a los oyentes, y eran invitados a entrar. Tal lenguaje era revolucionario en un mundo dominado por el imperio de César. Muy por encima existía la realeza suprema, la autoridad máxima, el Gobierno celestial que trasciende los poderes terrenales y la ética ideada por los hombres.

El evangelio de Jesús invita a las personas a someterse a su Gobierno divino como su Rey, incluso ahora. Cuando declaró: “El tiempo se ha cumplido, y el reino [o reinado] de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15), el Mesías profetizado estaba presente en persona e invitaba a la gente a arrepentirse de no someterse a Dios, y a que cambiaran para vivir según su camino y bajo su dirección.

Este arrepentimiento era un cambio absoluto de lealtades: del humanismo, al teísmo. Significaba reconocer a Jesús como la autoridad ungida de Dios sobre la humanidad. La invitación del Evangelio era y es esencialmente un llamado a dejar de ser ciudadano de los fugaces reinos humanos de este mundo, para ser ciudadano del Reino eterno de Dios. Jesús se presentó a sí mismo como el Salvador, el que rescata de las tinieblas que conducen a la muerte, y como el Gobernante soberano de la luz que conduce a la vida. Según dice Colosenses 1:13, Dios “nos ha librado de la potestad de las tinieblas y nos ha trasladado al reino [o ‘reinado’] de su amado Hijo”.

A lo largo de su ministerio, Jesús demostró su autoridad real y divina sanando a los enfermos, perdonando los pecados, calmando las tormentas y enseñando con una jerarquía sin igual. Estas fueron manifestaciones del poder real, evidencia de que el Gobierno de Dios estaba presente por medio de su Rey ungido.

El apóstol Pablo expresó la realidad actual en estos términos: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Filipenses 3:20-21). Aquí, la ciudadanía no se expresa en tiempo futuro, sino como una realidad presente para los seguidores de Cristo sinceramente arrepentidos y bautizados que son guiados por su Espíritu (Romanos 8:14-17).

Los súbditos leales al Padre y a Cristo son considerados ciudadanos actuales de un país celestial, que viven como representantes del Reino de Dios, aunque residan temporalmente en la Tierra (véase Hebreos 11:13-16). Esta ciudadanía conlleva tanto privilegios como responsabilidades. Tenemos acceso a los recursos del Espíritu Santo de Dios —amor, paz, gozo, justicia y dominio propio— que las Escrituras llaman “[gustar] de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero” (Hebreos 6:5). También tenemos la obligación de vivir de acuerdo con las leyes y los valores de nuestra patria futura.

Por lo tanto, nuestra lealtad principal no es hacia los gobiernos, culturas o ideologías terrenales, sino hacia el Reino de Dios, su Gobierno y sus leyes.

Vivir hoy como ciudadanos del Reino de los Cielos significa que nuestra identidad, valores y propósitos están moldeados por normas divinas y no por normas sociales. Actuamos según las reglas del Reino y los principios divinos: obedecer las leyes de Dios, amar a los enemigos, perdonar las ofensas, ser generosos con los pobres y justos con los oprimidos. No se trata simplemente de bellos ideales, sino de requisitos legales de los ciudadanos del Reino de Dios.

Los mandamientos y principios de amor incondicional de Dios crean comunidades prósperas donde las personas experimentan una felicidad genuina, relaciones fructíferas y abundancia espiritual. Cuando la humanidad rechaza estas leyes divinas y escoge vivir fuera del Gobierno amoroso de Dios, se producen inevitablemente consecuencias nefastas: relaciones rotas, injusticias sociales, vacío personal y muerte espiritual.

Las Escrituras presentan a Jesús como “el soberano sobre los reyes de la tierra” y “Rey de reyes y Señor de señores” (Apocalipsis 1:5; 19:16). A lo largo del Nuevo Testamento, Jesús es reconocido como el “Rey de Israel” (Juan 1:49) y el “Rey de los santos” (Apocalipsis 15:3). Él mismo reconoció: “Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo” (Juan 18:37).

En la actualidad, Jesús es el Gobernante soberano de todos los creyentes que en conjunto forman su Iglesia, ya que Dios “sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo” (Efesios 1:22-23), “para que en todo tenga la preeminencia” (Colosenses 1:18). Los que son su pueblo, sus súbditos, se han sometido voluntariamente a su autoridad. Esta sumisión no es opresora, sino liberadora: hallamos nuestra libertad más auténtica bajo el Gobierno de Aquel que nos ama perfectamente. Someterse al mandato de este Rey significa reconocer su autoridad absoluta en todas las facetas de nuestras vidas.

La enseñanza bíblica presenta el Reino de Dios en dos etapas: una autoridad actual que convierte a las personas para que se sometan a su reinado y en el futuro puedan entrar a su glorioso Reino celestial. Actualmente estamos invitados a someternos a la autoridad del Reino de Dios, experimentando sus bendiciones y viviendo según sus principios. Esta experiencia presente es una vida virtuosa genuina.

Sin embargo, también esperamos la manifestación más completa del Reino de Dios con la segunda venida de Jesús, cuando “la tierra será llena del conocimiento de la gloria del Eterno, como las aguas cubren el mar” (Habacuc 2:14). Entonces, el reinado de Cristo será reconocido universalmente y aquellos que se hayan sometido a la autoridad de Dios ahora serán parte de su Reino eterno y reinarán con Cristo (2 Pedro 1:11; Apocalipsis 20:4, 6).

Esta realidad en dos etapas significa que la vida en el Reino de Dios es tanto un privilegio presente como nuestra esperanza futura. Ahora gustamos a pequeña escala lo que disfrutaremos eternamente. La invitación es clara: sométase hoy al Gobierno de Dios y herede su Reino mañana.

—John Elliott