¿Está construyéndose el templo de Dios?
Muchos judíos lo esperan ansiosamente. Algunos incluso se están preparando activamente para el momento en que se haga realidad. La profecía bíblica dice que esto efectivamente ocurrirá. Pero lo más sorprendente es que ello le concierne directamente a usted.
Ciertos pasajes de la Biblia parecen indicar que antes del cumplimiento profético del regreso de Jesús a la Tierra, un tercer templo físico de Dios, y también un altar para sacrificios, se construirán o estarán en proceso de ser construidos, posiblemente en el mismo sitio donde se erigía el antiguo templo sobre el monte Moriá en la ciudad de Jerusalén.
Debido a que el judaísmo –una variante de la religión israelita original establecida por Dios hace miles de años– se ha adaptado y funcionado desde hace casi 2 .000 años sin un templo operativo, inicialmente puede ser difícil comprender y apreciar el importante papel que una vez cumplió el templo de Dios.
Repasemos brevemente la historia de los dos templos físicos para comprender mejor el significado de lo que Dios está haciendo en la actualidad, ¡y veamos de qué manera podrían relacionarse con usted!
El primer templo físico en Jerusalén
Tras haber sido edificado y dedicado por el rey Salomón en el año 900 a.C., el templo sustituyó al santuario móvil, comúnmente llamado el tabernáculo, el cual fue construido en tiempos de Moisés poco después del Éxodo. Este elaborado “templo” portátil sirvió para albergar el arca del pacto, que fue colocada en un cuarto llamado el lugar santísimo, destinado a ser ocupado por la presencia de Dios.
Con una altura estimada de entre 15 y 20 pisos, el primer complejo del templo ocupaba la mitad de la ciudad de Jerusalén en la época de su construcción. Aunque el edificio se terminó en el octavo mes del calendario hebreo (1 Reyes 6:38), no fue dedicado formalmente por el rey Salomón sino hasta cerca de un año después, en el séptimo mes del año siguiente, al inicio de la Fiesta de los Tabernáculos (1 Reyes 8:2; 2 Crónicas 5:3).
El templo terminado, que se elevaba por sobre la ciudad, tenía diferentes significados para cada persona. Conforme a la declaración de que “una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder” que más tarde haría Jesús (Mateo 5:14), Dios ordenó específicamente que el templo se construyera sobre el monte Moriá para que fuera “el más grande y famoso de toda la tierra” (1 Crónicas 22:5, Nueva Versión Internacional, énfasis nuestro en todo este artículo).
Para los antiguos fenicios en el norte, la presencia de una nueva superpotencia regional era muy bienvenida. Después de convertirse en rey, David finalmente unificó a todo Israel, creando una presencia militar y política regional difícil de ignorar. De hecho, el nuevo reino unificado que se expandió bajo el rey Salomón, hijo de David, extendió sus fronteras en detrimento del territorio asirio. Los aborrecidos asirios ya no dominaban a los fenicios, líderes del comercio en la región.
Como ya no tenían que pagar más tributo a los asirios, ahora los fenicios estaban ansiosos por forjar fuertes lazos con el creciente poder militar del sur, sobre todo porque éste parecía ganar grandes batallas sin ningún esfuerzo. Así pues, Fenicia se apresuró a reconocer al victorioso rey David de Israel enviando emisarios diplomáticos al sur, que llevaron como regalo abundante y valiosa madera de los legendarios cedros del Líbano.
La dedicación de esta monumental y gloriosa estructura durante la Fiesta de los Tabernáculos fue un acontecimiento de proporciones épicas. Poco antes de la emotiva oración de dedicación pronunciada por el rey Salomón, los sacerdotes llevaron la preciada arca del pacto, que contenía las dos tablas de piedra sobre las que Dios mismo había escrito los Diez Mandamientos, al nuevo lugar santísimo.
A medida que los sacerdotes se retiraban de este lugar santo, “la nube llenó el templo del Señor. Y por causa de la nube, los sacerdotes no pudieron celebrar el culto, pues la gloria del Señor había llenado el templo” (1 Reyes 8:10-11, Nueva Versión Internacional).
El primer templo era de crucial importancia en los comienzos del reino unido de Israel, pero ¿qué tiene que ver eso con usted? Continuemos leyendo.
El otrora orgulloso templo es destruido
Trágicamente, y a pesar de este majestuoso e impresionante comienzo, los pueblos de Israel y Judá al final dejaron que la belleza y magnificencia del templo físico eclipsaran a Dios mismo. Permitieron, y más tarde promovieron, su profanación. A pesar de las muchas advertencias proféticas que les fueron dadas, comenzando con Moisés, siguiendo con Jeremías y muchos otros, primeramente Israel y luego Judá se volvieron hacia otros dioses, ídolos inútiles de piedra y arcilla (Ezequiel 8:5-17). Como resultado, habrían de pagar un alto precio.
Las consecuencias de actuar fuera de la ley finalmente produjeron un amargo desenlace. El profeta Ezequiel registra una visión de cierta escena aterradora: siglos después de la magnífica dedicación hecha por Salomón, la presencia de Dios nuevamente tomó forma de nube, y su poderosa manifestación una vez más “llenó el templo, y el atrio se llenó del resplandor de la gloria del Señor” (Ezequiel 10:4, NVI).
Pero esta vez sucedió algo terrible, como consecuencia de los múltiples pecados de Israel y su rechazo a Dios: “La gloria del Señor se elevó por encima del umbral del templo”, llegando a la puerta oriental del templo del monte y elevándose luego por encima del monte de los Olivos (v. 18; 11:1, 22-23, NVI).
Sin la presencia de Dios, el que una vez fuera un templo glorioso se convirtió en un edificio común. Sin la protección de Dios, la antigua Jerusalén estaba condenada.
Y, finalmente, ocurrió lo impensable. “La ciudad fue sitiada . . . se abrió una brecha en el muro de la ciudad” (Jeremías 52:5-7, NVI). ¿Cuál fue el resultado? Tal como había sido profetizado, en 587-586 a.C. el rey Sedequías fue capturado y llevado cautivo a Babilonia junto con varios millares de familias judías, como simple botín de guerra.
Poco después, el capitán de la guardia del rey babilonio Nabucodonosor regresó a Jerusalén, donde “le prendió fuego al templo del Señor, al palacio real y a todas las casas de Jerusalén, incluso a todos los edificios importantes” (Jeremías 52:13, NVI).
Las advertencias de castigo a causa de la desobediencia lamentablemente se habían hecho realidad. Ahora, las ruinas de Jerusalén y su otrora poderoso templo yacían prácticamente aniquilados, convirtiéndose en morada de cuervos y buitres (Salmos 79:1-2).
Sin embargo, no todo estaba perdido. ¡Dios es misericordioso, y lo que sucedió a continuación tiene un impacto directo sobre nosotros en la actualidad!
Reconstruido, aunque no como antes
Con el tiempo, las condiciones políticas cambiaron. Décadas más tarde, el Imperio persa conquistó al antiguo Imperio babilónico, y Dios hizo que su rey tuviera consideración hacia los judíos en cautividad. Milagrosamente, Ciro, rey de Persia, fue inspirado directamente por Dios, no solo para permitir que los judíos regresaran a su patria, ¡sino también para proveerles el dinero y los suministros para reconstruir el templo que había sido destruido!
En consecuencia, Ciro el Grande emitió un decreto en el año 538 a.C. para permitir que aproximadamente 50.000 judíos, dirigidos por Zorobabel, regresaran a Jerusalén y comenzaran la reconstrucción (Esdras 1:2-4; 6:3-5). Esta no era una tarea fácil, sobre todo teniendo en cuenta que los judíos ahora carecían de los abundantes recursos que habían disfrutado previamente en la emergente superpotencia desarrollada bajo Salomón.
Los judíos enfrentaron gran cantidad de dificultades, por lo que la obra se atrasó. Casi dos décadas más tarde, en 520 a.C., durante el segundo año del reinado del rey Darío (quien sucedió a Ciro), Dios facultó al profeta Hageo para animar y dirigir a los judíos en la reconstrucción del templo.
Pero a medida que se construían las rudimentarias paredes del segundo templo, algunas de las personas mayores recordaron la magnificencia del primer templo y se estremecieron. Hageo nuevamente entregó otro mensaje muy importante de parte de Dios: “¿Queda alguien entre ustedes que haya visto esta casa en su antiguo esplendor? ¿Qué les parece ahora? ¿No la ven como muy poca cosa?” (Hageo 2:3, NVI). Obviamente, el segundo templo, reconstruido en el año 520 a.C., distaba mucho de aquel que intentaba reemplazar.
Profecías en cuanto a gloria y destrucción
Sin embargo, posteriormente Hageo pronunció una profecía fundamental: “Sus riquezas llegarán aquí, y así llenaré de esplendor esta casa –afirma el Señor Todopoderoso– . . . El esplendor de esta segunda casa será mayor que el de la primera” (Hageo 2:7, 9, NVI).
Esta profecía, por supuesto, ¡es nada menos que el anuncio de que Jesucristo, Creador del universo, vendría en persona a este segundo templo! Ello se cumpliría repetidas veces, ya que Jesús, el deseado de todas las naciones (Isaías 9:6-7; 42:6), proclamó y enseñó muchas invaluables verdades en los atrios del templo (Juan 7:14, Mateo 21:12-16). ¿Podría haber algo más glorioso?
Así, este segundo templo era sumamente importante para los antiguos judíos y lo es para nosotros hoy.
El segundo templo continuó siendo remodelado y transformado; finalmente fue sometido a una gran reconstrucción por Herodes el Grande, alrededor de 500 años después de la profecía de Hageo. Al final, esta nueva y colosal estructura fue muy superior en muchos aspectos al templo construido por Salomón, al menos físicamente hablando. Este fue el templo en que el mismo Jesús estuvo.
Pero nuevamente sobrevino la tragedia. Unas pocas décadas después de la muerte y resurrección de Jesucristo, los judíos se rebelaron masivamente contra la ocupación romana; olvidaron su confianza en Dios y no reconocieron a Jesús como el Mesías. El resultado de su rebelión contra los romanos fue una cruel matanza, y el primer cumplimiento parcial de las advertencias de Cristo dadas en el monte de los Olivos se hizo realidad (Mateo 24).
Durante la Fiesta de los Panes sin levadura, en el año 70 d.C., el general romano y futuro emperador Tito rodeó Jerusalén con cuatro legiones de soldados. La maquinaria bélica se mantuvo activa hasta el mes de julio, cuando el templo fue incendiado y millares fueron masacrados.
La magnificencia del templo se había esfumado, y así llegamos a nuestros días. ¿Qué tiene que ver todo esto con usted?
¿Qué nos depara el futuro con respecto al templo?
Según hemos visto y entendido, tanto el primer templo como el segundo desempeñaron un papel muy importante en el antiguo Israel, que a través de los tiempos llega hasta nosotros. Como bien saben los estudiosos de la profecía bíblica, el libro de Daniel señala que una aterradora entidad futura “hará cesar el sacrificio y la ofrenda” (Daniel 9:27) y que los ejércitos de esta entidad “quitarán el continuo sacrificio, y pondrán la abominación desoladora” (Daniel 11:31).
Esto se cumplió parcialmente durante la época del gobernante greco-sirio Antíoco Epífanes, en el siglo II a.C., pero Jesús se refirió a la profecía de la abominación desoladora de Daniel como a un acontecimiento futuro (Mateo 24:15). Parte de ella se hizo realidad con la destrucción romana subsiguiente, pero Jesús relacionó claramente la profecía de la abominación con los eventos del tiempo del fin.
La interrupción de sacrificios y la profanación profetizadas presumiblemente no podrán ocurrir sin que haya un sacerdocio en ejercicio y un santuario, lo que en parte demostraría que un tercer templo, con su respectivo altar, posiblemente estará funcionando en Jerusalén antes de la segunda venida de Jesucristo.
Pero aunque la construcción de este templo será crucial dentro del marco de los acontecimientos del tiempo del fin, el plan de Dios contempla también la construcción de otro templo muy importante.
Además de los antiguos templos físicos de antaño, la Biblia revela la construcción actual de un templo que para Dios es extremadamente importante, que tiene consecuencias eternas y que él mismo está construyendo. ¿Dónde se encuentra?
Dios mora en un templo nuevo
Para responder a esta pregunta, considere lo que el apóstol Pablo le pidió a una congregación gentil en la ciudad portuaria griega de Corinto hace unos 2 .000 años: “¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños” (1 Corintios 6:19, NVI). Luego, para hacer hincapié en esto, unos años más tarde le dice a la misma congregación: “Porque nosotros somos templo del Dios viviente” (2 Corintios 6:16, NVI).
¿Por qué es de vital importancia que entendamos esto? La respuesta reside en la verdadera definición de un cristiano. Una persona puede poseer un amplio conocimiento bíblico, hacer grandes sacrificios y aun demostrar lo que parecen ser los principales frutos espirituales, pero corre el riesgo de no ser un verdadero cristiano a menos que cuente con un elemento crucial.
Pablo define al verdadero cristiano en la carta que escribió a la congregación en Roma: “Sin embargo, ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo [es decir, el Espíritu Santo], no es de Cristo”(Romanos 8:9, NVI).
Por tanto, un cristiano es alguien en quien mora el Espíritu Santo. Éste hace de tal persona un templo vivo, que a la vez pasa a formar parte del templo colectivo conformado por todos aquellos en quienes habita el Espíritu de Dios. ¡Este es el templo en cuya construcción Dios está más interesado!
Aunque el don de la vida eterna es precisamente eso, un magnífico y trascendental don de Dios que no se puede ganar por méritos propios, el cristiano desarrolla un carácter justo y santo a través de la superación de pruebas y del crecimiento en la gracia y conocimiento de Jesucristo (2 Pedro 3:17). Este carácter santo es el resultado de la construcción y el desarrollo del templo viviente de Dios, reflejado en nuestros pensamientos, palabras y acciones.
Nuestro propio proyecto de construcción espiritual
Pablo nos dice: “Les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios” (Romanos 12:1, NVI).
¿Cómo podemos lograr esto? ¿Cómo debemos fomentar el desarrollo de nuestro templo espiritual? Pablo continúa: “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente” (v. 2, NVI).
La mente es donde realmente nos entregamos a Dios, donde “llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo” (2 Corintios 10:5, NVI).
La Biblia a menudo ofrece paralelos físicos que debemos tomar en cuenta cuando estamos tratando de crecer espiritualmente. Analicemos la construcción del primer templo y consideremos lo que dijo David en cuanto a los deseos que nos motivan a edificar nuestro templo espiritual.
Para que nuestro proyecto de construcción del templo espiritual tenga éxito, primero debemos reconocer la omnipotencia de Dios y, a continuación, servirle con una mente dispuesta y con todo el corazón.
¿Por qué es tan importante tener una mente bien dispuesta? Considere este hecho fundamental: “El Señor escudriña todo corazón y discierne todo pensamiento” (1 Crónicas 28:9, NVI).
Con todo el corazón significa que debemos entregarnos con todas nuestras fuerzas, sin vacilación (Eclesiastés 9:10). Vemos que cuando David se preparaba para darle a Salomón las instrucciones de construcción del primer templo, le entregó públicamente sus tesoros personales: “por amor al templo de mi Dios entrego para su templo todo el oro y la plata que poseo”(1 Crónicas 29:3, NVI).
Aunque Dios es invisible, para tener éxito en nuestro proyecto del templo espiritual debemos demostrar fe en él. ¿Por qué? Porque “sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan” (Hebreos 11:6, NVI).
Cualquier proyecto de construcción tiene objetivos por cumplir y resultados por lograr, y nuestro proyecto de edificación del templo espiritual no es diferente. A medida que avancemos en nuestro plan de desarrollo cristiano, el Espíritu Santo que vive y trabaja dentro de nosotros nos ayudará a producir y demostrar resultados y logros importantes. ¿Cuáles? Los encontramos detallados en Gálatas 5:22-23: “amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio” (NVI). ¿Cuál es el resultado final? Jesús mismo lo reveló: “De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros”(Juan 13:35, NVI).
¿Por qué es tan importante la construcción de un templo espiritual? Como se señaló anteriormente, uno de los propósitos principales de la magnífica construcción del primer templo era dar testimonio de la forma de vida de Dios. Se iba a construir “el más grande y famoso de toda la tierra” (1 Crónicas 22:5, NVI). Del mismo modo, Jesús ordenó a sus discípulos: “Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo” (Mateo 5:16, NVI).
Por último, la ejecución de un gran proyecto es un trabajo duro. Si uno no sabe lo que está haciendo, la construcción de su templo espiritual puede producirle mucha ansiedad.
¡Pero tenemos un ingeniero constructor con nosotros! Este gerente espiritual, Dios, está dispuesto a ayudarnos con su guía y todo lo necesario. Pablo declara esta promesa del Eterno: “Así que mi Dios les proveerá de todo lo que necesiten, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19, NVI).
La mismas palabras que David le dijo a su hijo Salomón son válidas para nosotros hoy, mientras llevamos a cabo la construcción de nuestro templo espiritual: “¡Sé fuerte y valiente, y pon manos a la obra! No tengas miedo ni te desanimes, porque Dios el Señor, mi Dios, estará contigo. No te dejará ni te abandonará hasta que hayas terminado toda la obra del templo del Señor” (1 Crónicas 28:20, NVI).
Sí, el templo de Dios ya está en construcción. ¿Le está permitiendo construir dentro de usted? BN