Esperando que surja una mano poderosa
Las elecciones presidenciales en Estados Unidos y otros países han puesto de relieve una serie de problemas que amenazan a nuestro mundo, y también la ineficacia de los gobiernos humanos para enfrentar estas amenazas. Ninguno de los candidatos a los cargos de presidente o primer ministro de ningún país tiene lo que se necesita –valentía y virtud– para poner fin a nuestras incontables adversidades. Sin importar quiénes ganen las elecciones en cada país del mundo, todo sigue en un estado caótico y peligroso, empezando con la economía, pasando por la guerra y la inestabilidad y culminando con la más absoluta corrupción.
Muchos aspiran a que las políticas de su predilección puedan arreglar nuestros problemas. Y quizá el enfrentamiento entre unas y otras logre detener la catástrofe en ciernes, aunque sea brevemente. Y aun si toda una nación rechaza a Dios, al menos los perjuicios pueden disminuir en la medida que más dirigentes políticos se vuelvan a él. No obstante, esta no será la solución definitiva, especialmente cuando por tanto tiempo se han cometido tantos errores. Pareciera que incluso los países más prósperos están dando un paso adelante y dos atrás. A largo plazo, el panorama es desalentador.
Sin importar lo que suceda, algunos se han vuelto pesimistas frente al aumento de las crisis y están desesperados. Sin embargo, hay motivos suficientes para tener esperanza, pero no es la que muchos anhelan.
Hace unos 55 años, en 1969, apareció en la revista U.S. News & World Report una opinión singular que aún podría considerarse válida hoy, si bien más preocupante: “La esperanza antaño optimista de los estadounidenses de un mundo bien ordenado y estable se está desvaneciendo . . . Entre los funcionarios gubernamentales está ganando aceptación el concepto predominante de que
las fricciones y los problemas mundiales se han arraigado demasiado como para poder solucionarlos, salvo por alguna mano poderosa procedente de algún lugar” (énfasis nuestro en todo este artículo).
Muchos creyeron en ese entonces, y aún hoy lo creen, que esa mano poderosa sería una solución política humana. Pero confiar en los hombres solo conduce al desencanto y la ruina. Ningún ser humano puede salvarnos. La mano salvadora que necesitamos es la única que tiene verdadero poder para salvar.
Esta mano es la misma a la cual se refirió en forma célebre el presidente George Washington en su discurso inaugural: “Ningún pueblo puede estar más obligado a reconocer y adorar la mano invisible que dirige los asuntos de los hombres que el pueblo de los Estados Unidos. Cada paso que ha dado en su avance para llegar al estatus de nación independiente parece haber estado marcado por alguna señal providencial”.
Solo la intervención de la poderosa mano de Dios puede descender, y descenderá, para rescatar a la humanidad. ¡El verdadero Salvador viene a salvar!
La insensata fantasía de un gobierno humano global
Mientras muchas personas consideran que la solución a los problemas radica en sus propios sistemas nacionales, muchas más en todo el mundo han buscado la solidaridad de organizaciones globalistas. El sueño que acarician muchas personas, especialmente entre las élites mundiales, es el de un gobierno global. Incluso Winston Churchill, siendo primer ministro, dijo: “La creación de un orden mundial autoritario y todopoderoso es el gran objetivo hacia el que debemos enfocarnos. A menos que se pueda poner en marcha rápidamente algún gobierno superior mundial eficaz, las propuestas de paz y progreso humano son oscuras e inciertas”.
Las Naciones Unidas y otros organismos internacionales han sido promocionados como agentes de gobierno mundial, pero han fracasado terriblemente en muchos aspectos. Algunos dicen que el problema radica en que están demasiado limitados por los intereses nacionales particulares, y que debería dárseles mayor autoridad sobre las naciones del mundo. Algunos quieren conceder más poder a instituciones como la Organización Mundial de la Salud y otras similares de carácter global. Pero ¿funcionarían realmente o, por el contrario, limitarían aún más las libertades individuales?
Un grave problema es que todas esas organizaciones están integradas por seres humanos falibles, que adolecen de una naturaleza corrupta. Como escribió el apóstol Pablo en Romanos 3: “No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda . . . no hay quien busque a Dios . . . No hay quien haga lo bueno . . . Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (vv. 10-12, 23). Y explicó, además: “La mente gobernada por la carne es enemiga de Dios, pues no se somete a la Ley de Dios ni es capaz de hacerlo” (Romanos 8:7, Nueva Versión Internacional).
El Salmo 146:3 nos advierte: “No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación”. Y el profeta Jeremías nos advierte además: “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta del Eterno” (Jeremías 17:5, Reina Valera Antigua).
Sin embargo, la gente espera que líderes humanos y falibles nos protejan a nosotros y a nuestro mundo. Pero eso no es todo: temiendo el caos y la guerra, muchos dicen que necesitamos un único gobernante poderoso, un dictador prominente que imponga todo lo necesario para salvarnos.
Hace años, el respetado historiador británico Arnold Toynbee dijo: “Al imponer en el planeta armas cada vez más letales y hacer al mismo tiempo que el mundo entero sea cada vez más interdependiente en lo económico, la tecnología ha llevado a la humanidad a tal grado de angustia que estamos ansiosos por endiosar a cualquier nuevo César que pueda lograr la unidad y la paz en el mundo”.
¿Es eso lo que necesitamos? ¿Un poderoso gobernante humano que imponga la paz, la ley y el orden? ¿Necesitamos un nuevo César? La profecía revela precisamente el surgimiento de un líder con tales características, ¡que implantará una tiranía terrible! El libro del Apocalipsis lo llama a él y a su imperio “la bestia”, a la que Satanás el diablo ha dado el poder (véase Apocalipsis 13 y nuestra guía de estudio gratuita El Apocalipsis sin velos).
Nuestro mundo cautivo
La situación actual de nuestro mundo ha sido representada de forma admirable por cierta ilustración fotográfica. Se trata de una imagen de la Tierra tomada desde el espacio y editada, que muestra al planeta encerrado en una jaula. Nuestro planeta está encarcelado, prisionero de una fuerza poderosa y maligna.
Los corazones corruptos de los seres humanos son propensos a la maldad y la guerra (Jeremías 17:9; Santiago 4:1-2; Isaías 59:6-8). Esto se debe especialmente a la influencia malévola de Satanás. Como escribió el apóstol Juan, “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19). Sí, nuestro mundo está preso, con la necesidad de “escapar del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él” (2 Timoteo 2:26).
La deshonestidad es tanta, que “lo torcido no se puede enderezar” (Eclesiastés 1:15). Dios mira desde su trono hacia abajo y ve a nuestro mundo ahogándose en la confusión y la ruina, languideciendo bajo las mentiras y el perverso dominio de Satanás.
Las palabras del general Douglas MacArthur al final de la Segunda Guerra Mundial aún siguen vigentes: “Las alianzas militares, los equilibrios de poder, las ligas de naciones, todos a su turno fracasaron, dejando como único camino la prueba de fuego de la guerra. La actual capacidad destructiva de la guerra elimina esta opción. Hemos tenido nuestra última oportunidad. Si no encontramos de inmediato algún sistema superior y más equitativo, el Armagedón estará a las puertas. El problema es básicamente teológico e implica un resurgimiento [o renovación] espiritual y una mejora del carácter humano . . . Debe ser del espíritu si queremos salvar la carne”.
En efecto, ¡así debe ser! Sin embargo, llegará un momento en que las cosas empeorarán tanto que la sociedad se sumirá en la peor época de crisis, algo jamás visto; al parecer nadie podría sobrevivir; y es justo en ese momento cuando Dios intervendrá (Mateo 24:21-22).
El Señor vendrá con mano poderosa
Los reportajes de hace décadas sobre la gente que veía la necesidad de “una mano poderosa de algún lugar”, en realidad no captaban lo que verdaderamente se necesita para solucionar los profundos problemas que aquejan al mundo. George Washington aparentemente reconoció que aquella necesidad era “la mano invisible” de la intervención divina, y eso es exactamente lo que Dios finalmente hará.
El profeta Isaías anunció el tiempo del fin: “He aquí que el Eterno el Señor vendrá con poder, y su brazo señoreará; he aquí que su recompensa viene con él, y su paga delante de su rostro” (Isaías 40:10).
Entristecido y airado por la abyecta tiranía y el incumplimiento del deber de los gobernantes del mundo, Dios declara que finalmente entrará en acción para poner fin a la descarriada civilización: “Estaba asombrado al ver que nadie intervenía para ayudar a los oprimidos. Así que yo mismo me interpuse para salvarlos con mi brazo fuerte, y mi ira me sostuvo” (Isaías 63:5, Nueva Traducción Viviente).
Esto va a ocurrir al regreso de Jesucristo como Rey de reyes y Señor de señores, cuando una trompeta anuncie que los reinos del mundo han quedado bajo el dominio del reino de nuestro Señor y de su Cristo y que él reinará por los siglos de los siglos (Apocalipsis 11:15; 19:11-16).
Dios juzgará la maldad pero, como dice Isaías 40:11, alimentará y cuidará a los que se humillan ante él: “Como pastor apacentará su rebaño; en su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a las recién paridas”. Esta es la gran esperanza de la humanidad.
Estos versículos de Isaías 40 forman parte del mensaje que se proclamará en preparación de la venida del Mesías (véanse los versículos 3 y 6). Básicamente se aplica a la segunda venida de Cristo. Pero Jesús demostró su liderazgo amoroso cuando vino por primera vez, y prueba de ello es el gran cuidado que tiene hoy por su pueblo.
Cuando Cristo regrese, no solo librará al mundo del mal gobierno y de las condiciones catastróficas en que está, sino también de las formas erróneas de pensar que causa todo ello. De hecho, para que el mundo cambie, no solo se necesita cambiar de liderazgo, sino que además haya un cambio en el corazón de los seres humanos. Y eso sucederá cuando por fin se le enseñen al mundo los caminos de Dios y su Espíritu sea derramado para que haya una transformación interior. Este proceso ya está en marcha actualmente, con el pueblo de Dios.
El rescate del mundo requiere no solo el gobierno de Cristo sobre nosotros, sino también su ayuda en el ámbito personal para que superemos nuestros problemas. Ninguna persona puede salvarse a sí misma: ni el mundo en forma colectiva ni nadie en forma individual. Todos necesitamos la fuerza de la mano y del brazo del Señor: su poder en acción.
Tal como Pedro hizo mientras se hundía, aférrese ahora a la mano de Dios
El relato bíblico de Jesús caminando sobre las aguas, registrado en Mateo 14:22-33, es más que una simple manifestación milagrosa de poder: el apóstol Pedro
desempeña un importante papel en el relato. Cuando Jesús caminaba sobre el mar de Galilea y se acercó a la barca de los apóstoles, Pedro le preguntó si podía salir a encontrarse con él, y Jesús le dijo: “Ven”.
Pedro obedeció y también pudo caminar sobre el mar. Sin embargo, al enfrentarse al viento y las olas embravecidas se llenó de miedo y empezó a hundirse, gritando: “¡Señor, sálvame!” Entonces, “al instante Jesús extendió la mano y lo agarró”, preguntándole por qué dudaba. ¡Este fue el brazo poderoso del Señor en acción!
Al igual que Pedro, todos nos hundiríamos sin esa ayuda. El apóstol no pudo mantenerse a flote por cuenta propia sobre el agitado mar para evitar ahogarse. Nosotros tampoco podemos, como tampoco puede nadie en el mundo entero. Y los gobiernos de este mundo no pueden ofrecer la liberación que realmente se necesita. Solo Dios puede hacerlo a través de Cristo, tanto por medio de la salvación personal como por el establecimiento del Reino de Dios en todo el mundo.
Dios intervendrá en este mundo trastornado para tomarnos de las manos y rescatarnos, alentándonos a aferrarnos a él. Usted puede acudir a él ahora mismo y asir su mano. Arrepiéntase y reciba la esperanza eterna que conlleva su perdón y ponga su esperanza en la promesa de la vida eterna al regreso de Jesús.
Cuando Pablo reflexionó sobre sus propias actitudes y acciones pecaminosas, exclamó: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24). Luego declaró: “Gracias doy a Dios por Jesucristo Señor nuestro [quien traerá la liberación]” (v. 25).
Lo mismo pasará con todos los seres humanos cuando Jesucristo reine sobre la Tierra. Veremos a la humanidad rescatada por una mano poderosa y providencial que descenderá de lo alto. Oremos todos para que ese gran rescate llegue pronto, ¡y usted ore para que pueda formar parte de las soluciones que Jesús traerá a fin de transformar al mundo! BN