El sacrificio de Jesús y la necesidad de un nuevo gobierno
Después de un difícil año con libertades restringidas y violencia desenfrenada en todo el mundo, unas elecciones muy reñidas en Estados Unidos, y el silenciamiento agresivo de políticos y rivales ideológicos, muchos están dándose cuenta del fracaso de los gobiernos humanos. La enormidad de la corrupción, la hipocresía, la mentira y la injusticia en todo el espectro político es profundamente frustrante y casi sobrepasa toda nuestra capacidad de comprensión.
¡Si tan solo pudiéramos solucionar estos problemas! Pero no podemos. Los líderes políticos e intelectuales en todas las áreas comparten la falsa ilusión de que pueden salvarnos de nuestra propia ignorancia absurda, y todos sufrimos a causa de ella porque el poder corrompe. Incluso las aparentes buenas intenciones, ya sean sinceras o fingidas, pueden terminar en pesadillas dictatoriales.
Con mucha frecuencia los gobiernos representativos se convierten en perniciosos focos de nepotismo, soborno y conformismo. Todavía hay algunos funcionarios honestos que tratan de luchar por lo que es correcto, pero no son muchos y ellos mismos también tienen defectos. Los esfuerzos por “secar el pantano” de la corrupción están destinados a fracasar desde un comienzo porque, como muestran los acontecimientos de los últimos años, el pantano lo ha inundado todo.
Así, se ha demostrado una vez más que la humanidad no puede crear un gobierno estable que vele por sus ciudadanos. ¿Por qué? Hay dos razones principales y que van de la mano detrás de este problema: no hay justicia en el corazón humano, y Satanás el diablo dirige el mundo.
En esta época del año, las fiestas bíblicas de la Pascua y los Días de Panes sin Levadura son poderosos recordatorios de estas dos razones y también apuntan hacia la solución. Por esa causa Cristo murió en la Pascua, y lo hizo para que a partir de su muerte y las etapas subsiguientes finalmente hubiera una solución eficaz. Cuando Jesús regrese tomará las riendas del gobierno mundial; sin embargo, la verdadera salvación debe ocurrir, y ocurrirá, en el interior de cada persona, en todo lugar.
Corazones rebeldes en cautiverio
La formación de los Estados Unidos como una república constitucionalmente limitada ha sido de gran bendición para el mundo. Sin embargo, su promoción de la libertad y la justicia ha dependido del carácter de la ciudadanía. Así lo expresó John Adams, segundo presidente de la nación y uno de sus fundadores: “Nuestra Constitución fue hecha solo para un pueblo moral y religioso. Es totalmente inadecuada para el gobierno de cualquier otro tipo [de pueblo]”.
A medida que la moralidad ha decaído, también ha decaído el gobierno. Con personas descarriadas que toleran a representantes cada vez peores, los controles sobre los abusos de poder importan cada vez menos. Los líderes corruptos fomentan la corrupción en la gente, que transige con una maldad progresiva.
Este círculo vicioso ocurre en todo lugar en diversos grados. Los gobiernos de naciones de alta moralidad han sido los más beneficiados. Pero la realidad es que ninguna nación ha tenido una moral lo suficientemente elevada y constante como para persistir en lo que es correcto a través del tiempo.
Considere incluso la nación que Dios mismo estableció, el antiguo Israel. Sumamente bendecida y dirigida por Dios, debía servir como un modelo de ley y sabiduría permaneciendo en sus caminos (ver Deuteronomio 4:5-8). Dios le advirtió insistentemente al pueblo que no se desviara, pero aun así se desviaron. Dañaron la relación del pacto que habían hecho con él, haciendo necesario un nuevo pacto (Jeremías 31:31-32). El problema no fue el antiguo pacto, sino el pueblo, dijo Dios (Hebreos 8:8). Sabía que no tenían un corazón para obedecerle fielmente (véase Deuteronomio 5:29).
Las Escrituras además nos dicen que toda la humanidad tiene una naturaleza corrupta y que el corazón humano es extremadamente inicuo e incapaz de sujetarse a la ley de Dios (Jeremías 17:9; Romanos 8:7), y que nadie es realmente justo (Romanos 3:10-12, 23).
Por supuesto, cuanto más justas sean las personas, mejor para ellas y para los demás. La justicia en el gobierno es motivo de regocijo (Proverbios 29:2); pero no hay garantía de que los gobernantes terrenales persistan en lo correcto.
Como dijimos antes, gran parte de la desdicha humana se debe a la influencia de Satanás el diablo y sus secuaces demoniacos, ángeles que se rebelaron contra Dios después de haberse dejado corromper por el mal. Satanás ha engañado a la humanidad para que se rebele desde el mismo huerto del Edén. Ahora, “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19).
El diablo es el gobernante invisible de este mundo, el espíritu que obra en la humanidad desobediente (Juan 12:31; 14:30; 16:11; Efesios 2:2-3). Sus demonios ocupan posiciones de poder tras bambalinas (Efesios 6:12) y son responsables en gran parte del mal que vemos en los gobiernos del hombre y en las vidas destrozadas de personas en todas partes.
Felizmente, Dios tiene la intención de neutralizar de una vez por todas el fuerte dominio de Satanás sobre la sociedad humana mediante un cambio de gobierno y un cambio de corazón, lo que, una vez más, está muy ligado.
Cambio de gobierno mediante un cambio de corazón, ahora y en el futuro
Para liberarnos de la tiranía de Satanás y del pecado con su consecuente sufrimiento y finalmente la muerte, Jesús primeramente tuvo que morir por nosotros “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hebreos 2:14). Él murió en nuestro lugar en el día de la Pascua, cumpliendo así el simbolismo del sacrificio del cordero pascual (1 Corintios 5:7; Juan 1:29).
Luego resucitó de entre los muertos para sacarnos del pecado, como simboliza la fiesta siguiente, la de Panes sin Levadura. Al aceptar en arrepentimiento la muerte expiatoria de Cristo, nuestra esclavitud al pecado se acaba, ya que a cambio sometemos nuestras vidas a la autoridad de Dios (ver Romanos 6:1-23).
Jesús se convierte en nuestro Señor y Maestro, nuestro Rey en nombre de Dios el Padre. “Dios nos libró del poder de las tinieblas y nos llevó al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:13, Dios Habla Hoy). Ahora estamos sujetos al gobierno de ese reino, aunque aún no se haya establecido en toda la Tierra, como sucederá.
Al recibir el Espíritu Santo de Dios, Jesús vive su vida en nosotros para que vivamos conforme a la voluntad de Dios (Hechos 2:38; Gálatas 2:20). Como parte de las condiciones del nuevo pacto que Jesús inició con sus discípulos en la última Pascua con ellos, Dios comienza a escribir sus leyes en sus corazones y mentes (Hebreos 8:10). Por tanto, las personas que responden al llamado de Dios en esta era experimentan el necesario cambio de gobierno y de corazón. Es el corazón transformado lo que hace posible que sigamos a Dios como nuestro Gobernante, y a medida que reina en nuestras vidas seguimos sometiendo nuestros corazones. “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13).
Actualmente, solo unos pocos viven este proceso y no la sociedad en general. Estos pocos causan cierto impacto en el mundo, pero no lo suficiente como para cambiarlo de manera fundamental. De hecho, a menudo son perseguidos por el mundo. No obstante, son los que van a recibir inmortalidad y poder al regreso de Cristo para ayudarlo a gobernar cuando establezca el Reino de Dios en la Tierra (Daniel 7:13-14, 27; Apocalipsis 5:10; 20:4, 6).
Es un hecho que Jesús regresará para gobernar sobre todas las naciones (Daniel 2:44; Apocalipsis 11:15). “El principado sobre su hombro” (Isaías 9:6). Satanás será atado y encerrado (Apocalipsis 20:1-3). Muchas profecías describen los maravillosos cambios que ocurrirán en todo el mundo. Bajo el gobierno de Cristo, el proceso de transformación se extenderá velozmente. Dios derramará su Espíritu por todo el mundo (Joel 2:28), y todos podrán conocer a Dios y sus caminos (Isaías 11:9; Hebreos 8:11).
Bajo el gobierno justo y perfecto de Cristo y sus seguidores de esta era, que serán glorificados, el mundo finalmente conocerá la paz, la justicia, el gozo y el amor verdaderos, a medida que él transforme los corazones de las personas para que acepten su gobierno en ellos, no solamente sobre ellos.
Soportando la cruz por el gozo venidero
Al final de su vida humana, en la víspera del día de la Pascua, Jesús miraba con ansias hacia el futuro. Sentado con sus discípulos para la última cena pascual que compartirían juntos, les dijo que no la comería más hasta que se cumpliese en el reino venidero (Lucas 22:14-18).
También les dijo que se iba para prepararles un lugar en la casa de su Padre, es decir, que se convertirían en parte de la familia de Dios y de su reino por medio de él (Juan 14:1-6). Oró para ser restaurado a la gloria divina con el Padre, a la que finalmente se unirían todos sus seguidores (Juan 17).
Solo aferrándose a esta maravillosa esperanza del reino venidero pudo Jesús superar el horrible sufrimiento de las horas que siguieron: “. . . quien, por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios” (Hebreos 12:2, Nueva Versión Internacional).
¿Por qué estaba Cristo pasando por todo esto? Por el gozo venidero. Por liberarnos del pecado y la muerte y guiarnos en la transformación para lo que vendrá en el futuro. Por su regreso para salvar al mundo y arreglar todo. Para que fuésemos parte de su familia divina y del nuevo gobierno que él traerá.
En el servicio anual de la Pascua recordamos no solamente que Jesús murió, sino también que volverá de nuevo: “Todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Corintios 11:26, énfasis nuestro).
Al recordar lo que Jesús hizo por nosotros mediante su gran sacrificio, recordemos también por qué lo hacemos: por el futuro que él traerá para toda la humanidad; por un mundo transformado; por el Reino de Dios a través de un cambio de gobierno y un cambio de corazón, tanto ahora en la preparación como finalmente al regreso de Cristo. ¡Ese es el nuevo gobierno que todos necesitamos! BN