El sacrificio más sublime
¿Qué acto podría demostrar el mayor poder imaginable? Nos quedamos pasmados frente a las magníficas obras de la ingeniería moderna: enormes rascacielos, gigantescas represas y cohetes que pueden llevar a los seres humanos al espacio. Por otro lado tenemos las obras de arte de la Antigüedad, como las pirámides de Egipto, la Gran Muralla China y el Coliseo romano, entre otras.
Sin embargo, por increíbles que sean estas maravillas, no se comparan en lo más mínimo con la más grandiosa demostración de poder jamás llevada a cabo: la creación del universo. ¿Qué clase de poder se necesita para crear un universo entero de la nada?
Es irónico que hasta los evolucionistas darvinianos, que rechazan cualquier idea de un Ser divino, parten de la premisa de un universo y un planeta hospitalario ya existentes, que cuentan con todas las leyes de la física y la química en perfecto funcionamiento. Después de un siglo y medio de intentarlo, ¡todavía no pueden ofrecer una explicación racional a la existencia de un universo que surgió de la nada!
No obstante, la Biblia revela cómo llegó a existir nuestro universo: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”(Génesis 1:1, énfasis nuestro en todo este artículo). Aquí la Biblia revela lo que la ciencia no puede decirnos. Nos da a conocer a un divino Creador que hizo el universo de la nada.
El Salmo 33:6 lo explica de esta manera: “El Señor tan solo habló y los cielos fueron creados. Sopló la palabra, y nacieron todas las estrellas” (Nueva Traducción Viviente). ¡Y eso, estimados lectores, sí que es poder!
Durante años, los científicos habían calculado que el número de galaxias en nuestro universo alcanzaba aproximadamente a 100.000 millones. Unos cuantos meses atrás, un grupo de astrónomos recalculó la información existente y declaró que en realidad existen entre dos a tres billones de galaxias, es decir, ¡20 a 30 veces más de las que se pensaba que había! Tales cifras prácticamente superan la capacidad de comprensión humana.
La Biblia también explica que este Ser fue quien creó el universo: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios . . . Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:1-3).
El apóstol Juan nos dice aquí que “en el principio”, una referencia a Génesis 1:1, existían dos Seres divinos, uno llamado “el Verbo” y el otro llamado “Dios”. En el versículo 14 Juan explica además que “aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros”, y que este “Verbo”, mediante el cual todas las cosas fueron hechas, fue el mismo que llegó a ser Jesucristo. Esto es confirmado posteriormente y de manera muy clara en Hebreos 1:2 y Colosenses 1:16-17.
Sin embargo, asombrosamente y mediante el acto de humildad y sacrificio más grandioso de todos los tiempos, este Ser que creó el universo renunció a ese extraordinario poder para ofrecer su vida como sacrificio, a fin de pagar la pena por nuestros pecados.
Como explica el apóstol Pablo en Filipenses 2:5-8: “Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús. Aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse. En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano. Cuando apareció en forma de hombre, se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales” (NTV).
El Verbo, el Ser divino que más tarde se convirtió en Aquel que conocemos como Jesucristo el Mesías, era Dios en el mismo nivel existencial que el Padre, pero por opción propia se despojó voluntariamente de su gloriosa existencia y majestad, esplendor y poder, mediante el acto más sublime de humildad de todos los tiempos.
Y debido a que él renunció a su gloria por iniciativa propia y se convirtió en el sacrificio por todos los pecados de la humanidad de todos los tiempos, Dios el Padre “lo elevó al lugar de máximo honor” y le dio autoridad sobre todas las cosas “para que, ante el nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua declare que Jesucristo es el Señor” (NTV, vv. 9-11).
La conmemoración de la Pascua bíblica nos recuerda año tras año lo que él hizo por nosotros. ¡Y los artículos en esta edición le ayudarán a comprender y apreciar mejor el sacrificio más sublime jamás realizado!