Cuando Dios se convirtió en hombre para que el hombre se convirtiera en Dios

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Cuando Dios se convirtió en hombre para que el hombre se convirtiera en Dios

¿Cuánto sabe acerca de Jesucristo? ¿Exactamente qué y quién era él? ¿Cuáles eran su misión y propósito aquí en la Tierra? Millones de personas están convencidas de conocer las respuestas.

Estas son preguntas fundamentales, no solo desde el punto de vista del conocimiento, sino también por el impacto crucial que deberían tener en nuestra vida.

El hecho es que conocer las respuestas a estas preguntas no solo se relaciona estrechamente con la forma en que usted vive cada día de su existencia ahora mismo, ¡sino también con la forma en que pasará la eternidad! ¿Está listo para descubrir las verdaderas respuestas bíblicas a estas preguntas? ¡Vamos a escudriñar las Escrituras para averiguarlo!

Esta época del año es importante para los cristianos porque nos recuerda el sacrificio de Jesucristo y también su muerte y resurrección para ascender a su Padre en el cielo. Todo esto es correcto, y la mayoría de la gente lo sabe. Pero para profundizar un poco más, ¿por qué tuvo él que morir? ¿Por qué entregó su vida como sacrificio? ¿Para qué se sacrificó? ¿Y por qué resucitó a la vida?

Para empezar, primero debemos conocer la verdadera identidad de Jesucristo y remontarnos muy atrás en el tiempo a fin de entender quién y qué era él antes de su nacimiento como ser humano.

Tal vez recuerde la historia en Lucas 1, cuando el ángel se le apareció a María, una joven virgen judía, y le dijo que concebiría milagrosamente por medio del Espíritu Santo. Mateo 1 registra cómo su futuro marido, José, recibió un anuncio similar en el que un ángel le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un Hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.

Mateo explica a continuación: “Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emmanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (vv. 20-23, énfasis nuestro en todo este artículo).

Como vemos aquí, Jesús, aunque plenamente humano, era mucho más que alguien y algo. Él era “Dios con nosotros”.

El Verbo que estaba con Dios y era Dios

Pero, ¿qué significa esto en realidad? La respuesta se encuentra al comienzo de Juan 1: “En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio” (vv. 1-2, Nueva Versión Internacional).

El apóstol Juan nos dice aquí que “en el principio” –un tiempo que precede la creación del universo registrada en Génesis 1– existían dos Seres divinos, uno denominado “Dios” y el otro “el Verbo”, quien también “era Dios” y “estaba con Dios en el principio”.

Luego, en el versículo 14, Juan nos dice algo asombroso sobre este Verbo que era Dios: “Y aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros . . .” Este Ser al que Juan llama “el Verbo”, que “era Dios” y existía “con Dios”, luego “fue hecho carne y habitó entre nosotros” como un ser humano, ¡el que conocemos como Jesucristo!

Al analizar Juan 1:1 a la luz de estas afirmaciones, es obvio que “el Verbo” mencionado aquí es Aquel que conocemos como Jesucristo y que “Dios” es Aquel que más tarde se revelaría como Dios Padre. Ambos eran divinos, no habían sido creados, y eran diferentes de cualquier otro ser: eran Seres Dios.

Juan explica entonces en el versículo 18: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre [es decir, mantiene con él una relación estrecha y amorosa], él le ha dado a conocer”.

Juan acababa de explicar (versículo 14) que fue testigo presencial del “Verbo” que se hizo carne como Jesucristo, por lo cual el “Dios” mencionado aquí como nunca visto no puede referirse a Jesús; tiene que referirse a Dios Padre.

Juan repite exactamente esta misma declaración en 1 Juan 4:12. Y Jesucristo mismo hace dos declaraciones explícitas de este tipo en Juan 5:37 y 6:46, diciéndonos que únicamente él entre los seres humanos ha visto a Dios el Padre.

¿A quién vieron realmente aquellos que “vieron a Dios”?

En los primeros libros de la Biblia leemos que varios personajes bíblicos vieron a Dios. Entre ellos se encuentran el patriarca Abraham (Génesis 12:7; 15:1; 18:1), su hijo Isaac (Génesis 26:2, 24), su nieto Jacob (Génesis 28:13; 32:30; 35:9-10), Moisés (Éxodo 3:6; 33:11, 21-23), Aarón, el hermano de Moisés, junto a 70 hombres destacados de Israel (Éxodo 24:9-11), Josué, el sucesor de Moisés (Josué 6:2), y Gedeón (Jueces 6:14).

Los relatos bíblicos describen la mayoría de estos encuentros como cara a cara. En dos de ellos los protagonistas comieron con Dios, y en una ocasión Jacob luchó literalmente con él. Estos fueron claramente encuentros personales y no sueños o visiones.

¿Cómo explicamos esto entonces? ¿A quién vieron estas personas cuando las Escrituras nos dicen que vieron a Dios? La única manera de darle sentido a esto es entender que las palabras de Jesús y Juan nos están diciendo que ningún hombre, en ningún momento, había visto a Dios el Padre.

Y si no estaban viendo a Dios el Padre, el Ser que vieron, de acuerdo a lo registrado en estos pasajes (y en otras ocasiones en las que Dios se apareció personalmente a otras personas) era el Verbo que era Dios (Juan 1:1), Aquel de quien Juan nos dice que más tarde nació en la carne como Jesús de Nazaret.

Si juntamos todo esto, lo que las Escrituras revelan es que Aquel que nació como Jesús de Nazaret fue Aquel que interactuaba con los patriarcas, los líderes, los profetas y el pueblo de Israel como el Señor, o Dios en nombre de Dios el Padre. Ellos nunca vieron al Padre, solo al Verbo o representante de Dios, que vino a revelar al Padre (Juan 1:18).

Las implicancias de esto son enormes.

El Creador de todas las cosas

Continuando en el primer capítulo de su evangelio, Juan nos cuenta otro hecho extraordinario sobre este Ser divino que él conoció como Jesucristo: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció”.

Por tanto, no solo el que se convirtió en Jesucristo era Dios junto al que se conocería como Dios el Padre, habiendo existido ambos como Dios antes de la creación del mundo, sino que “el mundo por él fue hecho”, es decir, fue hecho por quien más tarde se convirtió en Jesús.

¡Sorprendentemente, el mundo en el que vivimos fue creado por Aquel que conocemos como Jesucristo! Este mismo hecho se repite en Hebreos 1:1-2: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo . . . y por quien asimismo hizo el universo . . .”. Sí, Dios “hizo el universo”, pero lo hizo a través de Aquel que conocemos como Jesucristo, el Creador “práctico”.

Fíjese también en Colosenses 1:16, que habla de Jesucristo: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles . . . todo fue creado por medio de él y para él”.

Él creó el universo físico que nos maravilla con su magnificencia y complejidad, pero eso no es todo. El apóstol Pablo también nos dice aquí que él creó “todas las cosas . . . visibles e invisibles”, refiriéndose aparentemente no solo al universo físico que podemos ver, sino también al mundo espiritual invisible de los ángeles que no podemos ver.

El Creador vino a morir por aquellos que creó

Estos pasajes aportan mucho a nuestra comprensión de quién y qué era Jesucristo. ¡Pero aún hay más!

Observemos un pasaje revelador en Filipenses 2:5-8, donde Pablo destacó lo que hizo Cristo como el máximo ejemplo de humildad y entrega para todos nosotros:

“Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús. Aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse. En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano. Cuando apareció en forma de hombre, se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales” (Nueva Traducción Viviente).

Lo que se revela aquí es profundo: este mismo Ser divino que había estado con Dios el Padre, voluntariamente “renunció a sus privilegios divinos” (el poder, esplendor y majestad que compartía con el Padre) para convertirse en un ser humano de carne y hueso concebido en el vientre de María. Pasó de ser un espíritu supremamente glorioso, lo suficientemente poderoso como para crear un universo, a convertirse en un infante diminuto e indefenso, absolutamente dependiente de su madre y su padre adoptivo.

Su identidad no cambió en el proceso (siguió siendo Dios), pero ahora era un ser humano físico y mortal sujeto al dolor, sufrimiento, agotamiento, hambre, sed y todos los demás sentimientos y experiencias comunes a la existencia humana (aunque nunca pecó, según se afirma en Hebreos 4:15).

El Creador de todas las cosas, incluyendo la humanidad, vino a su creación como un ser humano mortal sujeto a la muerte. Lo hizo para llevar a cabo el plan que el Padre y él habían elaborado “desde antes del comienzo del tiempo” (2 Timoteo 1:9, NTV), es decir, antes de que se creara el universo.

La necesidad de un sacrificio por todos los pecados para todos los tiempos

Dicho plan consistía en que el Creador de todas las cosas diera su vida por todos los seres humanos que habían vivido o que todavía iban a vivir, y cuyas vidas procedían de él.

Jesús no fue obligado a tomar esta decisión. Sus palabras en Juan 10:15-18 (NTV) enfatizan que esta fue su elección voluntaria: “Así que sacrifico mi vida por las ovejas . . . sacrifico mi vida para poder tomarla de nuevo. Nadie puede quitarme la vida sino que yo la entrego voluntariamente en sacrificio”.

¿Por qué era necesario este sacrificio?

La Palabra de Dios nos dice en Romanos 3:23 que “todos han pecado”, o sea, han desobedecido los mandamientos y las leyes de Dios. Al hacerlo nos ganamos la pena de muerte, pues “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Esto significa que morimos, y ese sería el final de la historia: nuestros cuerpos se descompondrían y desapareceríamos en el olvido, sin convertirnos en seres incorpóreos que viven una existencia consciente, como algunos imaginan.

Sin embargo, puesto que “Dios es amor” (1 Juan 4:8, 16), y en su amor “no [quiere] que nadie perezca” (2 Pedro 3:9), nos proporciona una manera de librarnos del juicio de la muerte eterna.

Juan 3:16, quizás el pasaje más conocido de la Biblia, nos dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.

El plan de Dios, entonces, fue que Jesucristo viniera al mundo para llevar sobre sí mismo la pena de muerte que merecíamos y así pudiéramos recibir la vida eterna. Muchos versículos bíblicos describen la importancia de este sacrificio y por qué tenía que llevarse a cabo. Analicemos algunos de ellos:

“Pues ustedes saben que Dios pagó un rescate para salvarlos de la vida vacía que heredaron de sus antepasados. No fue pagado con oro ni plata . . . sino que fue con la preciosa sangre de Cristo, el Cordero de Dios, que no tiene pecado ni mancha” (1 Pedro 1:18-19, NTV).

Pues todos hemos pecado; nadie puede alcanzar la meta gloriosa establecida por Dios. Sin embargo, en su gracia, Dios gratuitamente nos hace justos a sus ojos por medio de Cristo Jesús, quien nos liberó del castigo de nuestros pecados. Pues Dios ofreció a Jesús como el sacrificio por el pecado” (Romanos 3:23-25, NTV).

“Y [Jesús] tomó en sus manos una copa de vino y dio gracias a Dios por ella. Se la dio a ellos y dijo: Cada uno de ustedes beba de la copa, porque esto es mi sangre, la cual confirma el pacto entre Dios y su pueblo. Es derramada como sacrificio para perdonar los pecados de muchos” (Mateo 26:27-28, NTV).

Estos y otros versículos nos dicen que Jesús tuvo que morir en nuestro lugar para que nuestros pecados fueran perdonados. Él sufrió voluntariamente la pena de muerte que nosotros hemos merecido. Como nos dice Hebreos 9:22, “sin derramamiento de sangre no hay perdón” (NTV). Si Cristo no hubiera muerto en nuestro lugar, todos moriríamos por la culpabilidad de nuestros pecados. Estaríamos apartados para siempre de Dios y de cualquier esperanza de vida más allá de esta.

Y por esto es tan importante comprender la verdadera identidad de Jesucristo. Fue necesaria la vida del Creador de toda la vida humana para pagar la inmensa pena por los pecados de toda la humanidad de todos los tiempos. Esto incluye mis pecados, los de usted y los de todos quienes han vivido.

El asombroso objetivo del plan de Dios

¿Por qué entregó Jesús su vida? Para darnos vida, y no cualquier vida, sino vida eterna. Y no solo vida eterna, sino vida eterna como hijos mismos de Dios, parte de su familia espiritual glorificada.

Esto es lo que muy pocos entienden. Aunque es crucial, Jesús no dio su vida solo para que podamos ser perdonados. El perdón es solo una parte del gran propósito de Dios. Y ese gran propósito es “llevar a muchos hijos a la gloria”: para que usted y yo podamos ser parte de su familia espiritual eterna.

Esto se nos explica claramente en Hebreos 2:9-12: “No obstante . . . debido a que sufrió la muerte por nosotros, ahora está ‘coronado de gloria y honor’. Efectivamente, por la gracia de Dios, Jesús conoció la muerte por todos. Dios– para quien y por medio de quien todo fue hecho– eligió llevar a muchos hijos a la gloria. Convenía a Dios que, mediante el sufrimiento, hiciera a Jesús un líder perfecto, apto para llevarlos a la salvación.

“Por lo tanto, Jesús y los que él hace santos tienen el mismo Padre. Por esa razón, Jesús no se avergüenza de llamarlos sus hermanos, pues le dijo a Dios: ‘Anunciaré tu nombre a mis hermanos. Entre tu pueblo reunido te alabaré’” (NTV).

Por esto es que Pablo llama a Jesús “el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29). Pablo escribe de manera similar que Dios el Padre le dice a su pueblo en 2 Corintios 6:18: “Y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”.

“Ustedes son dioses”

Si esto le parece increíble, vayamos al meollo del asunto y veamos lo que dijo el propio Jesús. Según consta en Juan 10:33, los judíos de su tiempo le acusaron de blasfemia por afirmar que era el Hijo de Dios y le dijeron “porque tú, siendo hombre, te haces Dios”.

Observe su sorprendente respuesta: “Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?” (Juan 10:34-36).

En otras palabras, dijo Cristo, “si la Escritura llamó abiertamente dioses a los seres humanos, ¿por qué os enfadáis cuando me limito a afirmar que soy el Hijo de Dios?

Pero, ¿qué quiso decir? ¿Acaso los seres humanos deben convertirse en dioses? En el Salmo 82:6, que Jesús citó, Dios dice a los seres humanos: “Yo dije: Vosotros sois dioses y todos vosotros hijos del Altísimo”. La clave aquí es la palabra hijos, como hemos visto en otros versículos. Debemos entender que Dios es una familia, una familia divina que ahora está compuesta de Dios el Padre y de Jesucristo el Hijo, pero a la cual se añadirán otros miembros.

Este es el asombroso propósito del plan de Dios. Por eso Jesucristo se despojó de la gloria que compartía con el Padre como Dios en el cielo. Por eso vino voluntariamente a la Tierra, para vivir como ser humano de carne y hueso y dar su vida como sacrificio en nuestro lugar y pagar así por nuestros pecados. Y por eso fue resucitado para volver a su anterior estado glorificado, ahora como “el primogénito entre muchos hermanos”: ¡aquellos destinados a ser los propios hijos de Dios!

¿Actuará según el propósito de Dios para usted?

Jesucristo, aunque es Dios, se hizo hombre con un propósito asombroso. Cambió su vida por la suya y la mía. Se hizo hombre para que los seres humanos (todos los que estén dispuestos a entregarle sus vidas como él entregó la suya por nosotros) puedan convertirse en hijos inmortales de Dios, como parte de esa familia espiritual divina.

Dios Padre y Jesucristo, que son los únicos no creados y eternos, siempre reinarán de forma suprema. Pero al mismo tiempo tenemos la extraordinaria promesa de que “seremos semejantes a él, porque le veremos tal como es” (1 Juan 3:2).

Su vida no está destinada a ser vacía y carente de sentido, sino a ser vivida con el más sublime propósito imaginable: llegar a ser uno de los hijos de Dios, viviendo para siempre como parte de su familia. El plan de Dios de “llevar muchos hijos a la gloria” (Hebreos 2:10) lo incluye a usted.

Según muestran las numerosas escrituras citadas en este artículo, Jesucristo se hizo hombre por una razón específica: para que usted pudiera llegar a ser como él y formara parte de su familia para siempre. Como nos dice Juan 1:12, “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.

Esta declaración no es solo una expresión de buenos deseos, sino una promesa de que nos convertiremos en seres espirituales divinos e inmortales, tal como Dios el Padre y Jesucristo. Como nos dice el apóstol Pedro, “y debido a su gloria y excelencia, nos ha dado grandes y preciosas promesas. Estas promesas hacen posible que ustedes participen de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4, NTV).

¿Hará realidad el propósito de Dios para usted? Ahora que empieza a comprender cuál fue la intención de Cristo al venir a la Tierra y entregar su vida por usted, ¿le dará su vida y empezará a cumplir el magnífico plan que Dios le tiene reservado? BN