¿Quién fue Jesús?
¿Quién fue en realidad Jesucristo? Un año antes de ser arrestado y ejecutado mediante una horrorosa crucifixión, él les preguntó a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?”
Ellos le dieron las cuatro opiniones predominantes del momento: “Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas” (Mateo 16:13-14). Como se puede apreciar en estas respuestas, algunas personas en aquel tiempo decidieron arriesgarse y considerarlo un profeta resucitado por Dios específicamente para ese momento.
Pero si uno quiere ser un verdadero discípulo de Jesucristo, él insiste en que uno tiene que conocer su verdadera identidad. Por lo tanto, les hizo una segunda pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
Simón Pedro fue el primero en responder: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Esta afirmación —que Jesús era el Hijo de Dios— era tan importante, que Cristo le dijo: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”(vv. 15-17, énfasis nuestro en todo este artículo).
¿Qué significa ser el Hijo de Dios? Con el paso del tiempo, los discípulos entendieron que Jesús había existido desde mucho antes de nacer como ser humano. Pero, ¿quién era él en realidad? ¿De dónde había venido?
Hijo de David por medio de María, e Hijo de Dios
Jesús nació entre los descendientes de la tribu de Judá que vivían en la tierra original de los israelitas (la cual en ese entonces se hallaba bajo ocupación romana), y los autores de dos de los evangelios, Mateo y Lucas, registraron su genealogía. Mateo presenta la genealogía de Jesús por el lado de José, su padre legal. En su declaración inicial Mateo dice: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mateo 1:1).
Aquí Mateo responde sin demora la pregunta que cualquier judío podía hacerse en cuanto a alguien que afirmara ser rey del pueblo de Dios, ya que según la profecía, el Mesías sería un descendiente de Abraham y también del rey David. Dios le había dicho con anterioridad a Abraham: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Génesis 22:18; compare con Gálatas 3:16).
Los judíos también comprendían que el Mesías sería un descendiente del rey David, según la promesa de Dios al profeta Natán: “Será él quien construya una casa en mi honor, y yo afirmaré su trono real para siempre” (2 Samuel 7:13, Nueva Versión Internacional).
Lucas (quien nos entrega la genealogía de María) y Mateo certifican que Jesús era descendiente de Abraham y de David, y tienen mucho cuidado de no afirmar que Jesús era hijo de José. Mateo 1:16 nos dice que “Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo”, y Lucas 3:23 dice que Jesús “al comenzar su ministerio era como de treinta años, hijo, según se creía, de José”. El mismo versículo dice a continuación “hijo de Elí”. Este Elí no es el padre de José, Jacob, sino el padre de María, del cual se dice que también descendía de David.
Según el relato de Mateo, José estaba comprometido con María, pero aún no habían vivido juntos como marido y mujer, de acuerdo a las leyes de noviazgo y matrimonio de aquel tiempo. María estaba embarazada y José sabía que él no era el padre de la criatura. Se preguntaba qué debía hacer, y consideró seriamente la posibilidad de romper privadamente el compromiso.
Pero un ángel se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es” (Mateo 1:20). Por lo tanto, Jesús no tuvo un padre humano biológico. El padre de Jesús de Nazaret era Dios,y Jesús se refería a él como“mi Padre”, lo cual decía en sentido muy literal.
El Verbo estaba con Dios y era Dios
El apóstol Juan escribió su evangelio posiblemente unas seis décadas después de la muerte de Jesús, y no comienza con su genealogía familiar ni su nacimiento humano, sino con su origen divino.Juan es enfático, desde el mismo comienzo de su registro, en decirnos quién es Jesús, de dónde vino, y que existió mucho antes de su concepción humana.
Su evangelio comienza así: “En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio” (Juan 1:1-2, NVI). Juan se refiere a Jesucristo como “el Verbo”, y dice que él estaba en el principio con Dios, y que él era Dios”.
Este no es un misterio tan inescrutable como parece; lo que vemos claramente aquí es que hay dos seres divinos que han existido juntos desde siempre, y que ambos son Dios.
Esto nos revela algo en cuanto a Dios: Dios está compuesto de más de una persona, y el hecho de que uno esté con el otro y ambos sean Dios nos dice claramente que son dos entidades distintas, pero tanto una como la otra son Dios. Algunos se confunden con este concepto porque no entienden la forma en que la Biblia define o describe a “Dios”.
La idea comúnmente aceptada es que Jesús era uno de los miembros de un Dios trino, es decir, una divinidad compuesta de tres personas en una sola, pero este concepto de Dios no se encuentra en el relato de Juan. Primero, Juan no habla de tres personajes, sino que nombra solo a dos: el Verbo (Aquél que se convirtió en Jesucristo), y Dios (que llegaría a ser conocido como el Padre).
Recién en el siglo IV d.C. la iglesia romana decidió en sus concilios que Dios era un ser único, pero compuesto de tres personas. Por lo tanto, los hombres comenzaron a definir a Dios como una Trinidad solo mucho después de que los discípulos originales de Jesús murieran.
No vemos ninguna Trinidad en el relato de Juan ni tampoco en ninguno de los otros evangelios, y Jesús ciertamente no se describió personalmente de esta manera. Él se refirió muchas veces a sí mismo y también a Aquél que él llamaba “su Padre”, y hablaba de una relación mutua que solamente puede entenderse como la de dos seres distintos que habían coexistido por toda la eternidad.
Juan registra la oración final de Jesús antes de su muerte: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). Aquí Juan refuerza la afirmación inicial de su evangelio: Jesús estaba con el Padre antes de que el mundo fuera creado y tenía gloria divina con el Padre, y en este momento, al final de su vida física en la Tierra, le pide a su Padre en oración que le restituya el mismo estado de gloria que había tenido previamente con él.
Jesús el Creador
En la introducción a su evangelio, Juan prosigue diciendo de Aquél que se convirtió en Jesús: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3). Aquí nos dice que el Verbo, quien existió con Dios el Padre, ¡es el que en realidad llevó a cabo la creación bajo la dirección del Padre!
El apóstol Pablo también corrobora este punto diciendo que Jesús fue el creador de todo lo que existe: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él” (Colosenses 1:16). La terminología de Pablo incluye la creación de los ángeles y la autoridad que éstos tienen actualmente en el universo.
Pablo agrega en el versículo 17 que “él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten”. Esto significa que Jesús no solo fue el agente que llevó a cabo el acto mismo de la creación, sino que también es Aquél que sostiene la creación mediante su poder.
En otras palabras, la creación se mantiene en su estado actual —es sostenida, organizada, dirigida y preservada— por Aquél que era y es el Verbo. Hebreos 1:3 lo describe como quien “sustenta todas las cosas con la palabra de su poder”. ¡Indudablemente, esto alude a un Ser de infinito poder y capacidad creativa! Él es eterno y divino.
Claramente, Jesús fue el Ser increíblemente poderoso que se sometió a la voluntad de aquel otro Ser a quien llamaba “su Padre”, y actuó como Creador ejerciendo su autoridad para gobernar sobre toda la creación, incluyendo a los seres angelicales.
Además, sus reiteradas referencias al Padre y a sí mismo como “el Padre y el Hijo”, aunadas a las abundantes alusiones en este sentido a lo largo de todo el Nuevo Testamento, nos ayudan a entender la verdadera naturaleza de Dios como familia divina —¡una familia dentro de la cual también otros pueden nacer!
Por esto es que Jesús es llamado “el primogénito entre muchos hermanos”(Romanos 8:29). También por ello fue que Pablo, en 2 Corintios 6:18, cita estas palabras de Dios: “Y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas,dice el Señor Todopoderoso”. (Para más información, solicite o descargue nuestro folleto gratuito ¿Por qué existimos?).
“El Verbo se hizo carne y moró entre nosotros”
Juan 1 sigue explicando que “aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (v. 14). Desde luego, como él llegó a ser una persona de carne y hueso, cabe preguntarse, ¿qué o quién era Jesús antes de convertirse en ser humano?
Esta es una revelación realmente extraordinaria para nosotros —que el gran Ser que ejecutó la creación de todas las cosas, animadas e inanimadas, el Ser eterno que vivió por siempre en el pasado y tenía el poder absoluto para gobernar el universo, se convirtió en un ser humano mortal,capaz de experimentar todo lo que les sucede a los seres humanos, incluso la muerte.
En 1 Juan 1:1-2, Juan nos entrega más detalles y reafirma en un lenguaje inconfundible todo lo que había dicho con anterioridad: “Lo que ha sido desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que hemos tocado con las manos, esto les anunciamos respecto al Verbo que es vida. Esta vida se manifestó. Nosotros la hemos visto y damos testimonio de ella, y les anunciamos a ustedes la vida eterna que estaba con el Padre y que se nos ha manifestado” (NVI).
De acuerdo a las palabras de Juan, podemos concluir que Aquél conocido como Jesús, el hombre, preexistió como Dios, coexistió con Dios, y fue el mismo que bajo la dirección de su Padre creó el universo y puso al hombre sobre la Tierra con el propósito de que éste pudiera compartir con ellos su magnífica existencia. Este asombroso Ser, Jesús, algún día viviría como hombre entre los seres humanos en la Tierra para que tal propósito se llevara a cabo.
Igualdad con Dios
Pablo nos dice: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5). Pablo nos muestra la actitud de sacrificio y servicio de Cristo, quien renunció a la gloria y el poder divino que tenía junto al Padre en su preexistencia.
El apóstol después nos exhorta a tener la misma actitud humilde, servicial y generosa que tenía Jesucristo, “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse” (v. 6). En otras palabras, él no insistió en asirse al poder y los privilegios que tenía como Dios omnipotente junto al Padre. En cambio, “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (v. 7); es decir, lo abandonó todo — el increíble poder, la gloria y los privilegios que legítimamente tenía como Dios y segundo Ser eterno.
Pablo dice aquí que el Verbo que se convirtió en Jesús era igual que el Padre en términos de su naturaleza — eran el mismo tipo de Ser. El Verbo era Dios, eterno, autoexistente, pero estuvo dispuesto a transformarse en ser humano y estar sujeto a tentación, sufrimiento, dolor y hasta muerte. “Se humilló a sí mismo”, dice el apóstol Pablo en el versículo 8. ¡Una vez que nos damos cuenta de dónde vino Jesús, podemos entender cuánto estuvo dispuesto a dejar por nuestro bien!
Aquí vemos descrito a Aquél que estuvo en el principio con Dios, que fue el creador de todas las cosas, que se humilló a sí mismo y se despojó de la gloria que tenía como Dios, y se convirtió en humano “a causa de la muerte que sufrió” (Hebreos 2:9, Dios Habla Hoy).
Más adelante Pablo nos dice que él también fue el Ser que se apareció como Dios en el Antiguo Testamento. Note lo que dice 1 Corintios 10:1-4: “No quiero que desconozcan, hermanos, que nuestros antepasados estuvieron todos bajo la nube y que todos atravesaron el mar. Todos ellos fueron bautizados en la nube y en el mar para unirse a Moisés. Todos también comieron el mismo alimento espiritual y tomaron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los acompañaba,y la roca era Cristo” (NVI).
Este mismo Jesús fue el que dijo “¡Sea la luz!”; el que ordenó a Noé construir un arca; el que se reunió con Abraham y comió con él; el que descendió del monte Sinaí como Dios de Israel y le dio la ley a su pueblo. (Si desea más información, solicite o descargue nuestro folleto gratuito La verdadera historia de Jesucristo).
Aquél que se convirtió en Jesucristo nunca abandonó a los seres humanos que creó junto con su Padre, sino que continuó interactuando con ellos a lo largo de la breve y turbulenta historia del hombre, y en el momento indicado vino a la Tierra como ser humano a fin de revelarnos al Padre y el gran propósito que él tiene para nosotros (Juan 1:18).
Jesucristo como siervo
Volvamos a lo que dijo Pablo acerca de Jesucristo cuando éste se despojó a sí mismo, “tomando forma de siervo” (Filipenses 2:7). Él adoptó la condición de siervo, y no la de alguien de alto rango.
Al convertirse en hombre, Jesús se rebajó a la categoría más insignificante de la humanidad, la de siervo y esclavo, y sirvió a Dios y al hombre. “Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve”, dijo él (Lucas 22:27).
Ésta era su actitud, su condición, su manera de pensar. Fue obediente hasta el punto de morir, y su muerte fue la más terrible que una persona pueda experimentar. “Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8).
Lo que Pablo dice es esto: el gran Ser divino que es Dios junto con el Padre, y que estaba con el Padre como Dios en el principio, voluntariamente se convirtió en un ser humano inferior, humillándose a sí mismo, sirviendo a toda la humanidad, y pagando el precio por nuestros pecados mediante un dolor indescriptible y una muerte espantosa.
Este fue su acto de servicio más sublime. Debido a que él era Dios, pudo pagar el precio por todos los pecados de toda la humanidad de todos los tiempos. ¡Y lo hizo voluntariamente, por usted y por mí!
Cuando pensemos en Jesucristo, debemos entender quién es él en realidad. ¡Él es Dios! ¡Es nuestro Creador, el mismo Ser que nos hizo! Debemos considerarlo como Aquél que tomó la clara decisión de someterse completamente para llevar a cabo el sacrificio más trascendental de todos los tiempos por nuestro bien.
Su sacrificio nos comprobó que el amor más grandioso puede ser demostrado de una manera que no deja lugar a ninguna duda. Por esta razón, ¡él no merece nada menos que todo nuestro amor y servicio incondicional a cambio!