¿Cuándo comienza la vida humana?
La Palabra de Dios describe cómo comenzó la primera vida humana: cuando Dios formó a Adán y le insufló aliento de vida (Génesis 2:7). La humanidad fue hecha a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26); no obstante, el hombre fue hecho de tierra (materia), mientras que Dios es espíritu (Juan 4:24).
Dios describe el destino que planificó para los seres humanos en 2 Corintios 6:18: “Y seré para vosotros por Padre. Y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”. En realidad, Dios está creando una familia, es decir, está reproduciéndose a sí mismo, y lo está haciendo a través de la humanidad. ¡Esta es la razón por la cual fuimos creados y por la cual nacemos!
¿Cómo se lleva a cabo esto? El proceso espiritual de cómo nos convertimos en hijos de Dios es equivalente al proceso físico de cómo nacen los niños.
Dios dijo a nuestros primeros padres: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla” (Génesis 1:28). Así lo hicieron, y formaron la primera familia humana. Desde entonces, todos los seres humanos han sido el fruto de ese proceso que Dios diseñó.
La reproducción humana comenzó con Adán. La reproducción divina de la familia de Dios comenzó con el segundo Adán, Jesucristo (1 Corintios 15:20-22, 45-49), quien nació como un ser humano. La gran diferencia es que Dios fue su Padre de una manera única (Juan 1:14, 18; 3:16, 18; 5:18). El óvulo en el vientre de María, una joven virgen, fue milagrosamente fecundado por el Espíritu y poder divino de Dios, el Espíritu Santo (Lucas 1:35).
La vida humana comienza con un óvulo o huevo alojado en el ovario de una madre humana potencial. El diminuto óvulo es apenas lo suficientemente grande como para ser visto por el ojo humano. Los espermatozoides del hombre son mucho más pequeños que el óvulo femenino: solo una quincuagésima parte de su tamaño. Cuando un espermatozoide penetra el óvulo y se une al núcleo de esa célula, se da inicio a una vida humana.
Este comienzo de la vida humana equivale exactamente al comienzo de la vida divina como hijo de Dios.
Dentro de cada persona hay un espíritu humano que nos distingue de los animales. Las investigaciones sobre el cerebro humano y el de los animales han demostrado que hay muy poca diferencia física entre ambos. Sin embargo, los seres humanos son capaces de pensar, planificar, razonar, adquirir conocimientos y crear de maneras que no son posibles para ningún animal. La Biblia revela que dentro de cada persona existe un espíritu humano que nos diferencia del mundo animal.
En su gran mayoría los científicos ignoran cualquier cosa que no pueda ser detectada o medida por medios físicos, por lo que se niegan a aceptar la existencia del espíritu. Como se nos dice en 1 Corintios 2:14, “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”.
Lamentablemente, al negarse a aceptar la existencia de un mundo espiritual, muchos científicos también se niegan a aceptar la existencia de Dios, los ángeles, los espíritus malignos y el espíritu humano. Así, la ciencia es incapaz de dar respuestas a las grandes preguntas y enigmas de la vida.
Entonces, ¿cómo comienza la vida divina, que es un paralelo de la vida humana?
La Biblia registra un asombroso suceso sobrenatural acaecido en la primera Fiesta de Pentecostés, después de la crucifixión y resurrección de Cristo: el milagroso descenso del Espíritu Santo de Dios sobre los seguidores de Cristo que se encontraban reunidos en Jerusalén (Hechos 2:1-4).
Esa esencia espiritual, es decir, el poder de Dios, se unió al espíritu humano de los presentes para hacerlos hijos recién engendrados de Dios (véase Romanos 8:16-17). ¡Ahora que estaban fortalecidos con el poder del Espíritu de Dios, estos hombres y mujeres podían empezar a entender las cosas de Dios!
Como escribe el apóstol Pablo en 1 Corintios 2:9-11: “Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aún lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino [por] el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino [por] el Espíritu de Dios”.
El hecho de ser infundidos del Espíritu Santo fue el equivalente a ser concebidos divinamente. Ahora eran hijos de Dios, aunque todavía no nacerían como hijos espirituales inmortales. Ello ocurriría en la resurrección, al regreso de Jesucristo (1 Corintios 15:20-23, 35-54). Ahora crecerían espiritualmente en gracia y conocimiento (2 Pedro 3:18) hasta ese momento postrero de renacimiento espiritual. Mientras tanto, los que están bautizados y han recibido el Espíritu de Dios son sus hijos y partícipes de su naturaleza, aunque aguardan ese renacimiento (véase 1 Juan 3:1-2; Romanos 8:9, 14-17; 2 Pedro 1:3-4).
Del mismo modo, un niño en el vientre materno es hijo de sus padres desde el momento mismo de la concepción. Por tanto, a los ojos de Dios, que es el Creador de toda la vida, matar a un niño no nacido es un asesinato. ¡Ojalá todos nos esforcemos por agradar a Dios y reconocer este horrendo pecado por lo que verdaderamente es! BN