El milagro de la vida
Cuando mis dos hijas nacieron, la palabra “milagro” fue la primera que se me ocurrió para describir ese momento tan extraordinario.
Hace más o menos 3.000 años, el rey David expresó un pensamiento muy parecido al mío: “Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien” (Salmos 139:13-14).
La placenta es uno de los órganos absolutamente esenciales para la formación y nacimiento de un bebé, sin embargo, es un héroe desconocido. Su estructura es una clara evidencia de un diseño maestro, y todo el proceso de gestación representa algo incluso más extraordinario.
La increíble placenta
Debido a que la placenta parece ser solo una masa de tejido que se desecha después del parto, los padres, familiares y amigos no le dan la importancia que corresponde a esta compleja creación, cuyas características y funciones intrincadas y únicas debieron funcionar de manera perfecta desde el mismo comienzo.
“Después de que el óvulo es fertilizado, la placenta es el primer órgano que empieza a desarrollarse. Estudios recientes muestran que cuando el óvulo fertilizado se divide para formar dos células, una está destinada a formar la placenta y la otra a transformarse en el bebé” (A Pocket Guide to the Human Body—Intricate Design That Glorifies the Creator, Answers in Genesis [Guía práctica sobre el cuerpo humano —Un diseño complejo que glorifica al Creador, respuestas en Génesis], 2011, p. 47). Así, la placenta cumple una función esencial desde la formación de la primera célula hasta el
nacimiento mismo.
A medida que la placenta se va desarrollando, en perfecta sincronización con el embrión, una de sus funciones más importantes es producir las hormonas responsables del funcionamiento del cuerpo de la madre. Tan solo tres días después de la fertilización estas hormonas inician el revestimiento del útero, que se prepara para recibir la implantación del óvulo fertilizado. Durante las siguientes semanas estas hormonas envían la cantidad apropiada de nutrientes y oxígeno que requiere el embrión, aunque la madre tenga carencias en estos aspectos.
Para la placenta, ¡el bebé manda! La salud y supervivencia de éste son su principal prioridad, y como carece de células nerviosas, no puede ser controlada por el cerebro ni la médula espinal de la madre. ¿Cómo es posible que un pedazo de tejido funcione como un cronómetro de alta precisión, entregando las cantidades exactas de elementos vitales, si no fuera la obra de un Diseñador inteligentísimo y perfecto?
Una gran célula reguladora
Aproximadamente cinco días después de la fertilización, las células que envuelven al embrión en desarrollo comienzan a fusionarse y se convierten en una sola célula gigante con millones de núcleos. Al momento del parto, la placenta, con todos sus pliegues y ramificaciones que conectan a la madre y al bebé, tiene un tamaño aproximado de 9 m2 y pesa 1/6 del peso del bebé. Creer que este proceso evolucionó por casualidad es simplemente irracional.
¿Por qué una sola célula gigante, delgada y lisa? Porque de esta forma la placenta es un perfecto intermediario impermeable que comunica a la madre y al bebé para que sus sangres se acerquen, pero nunca se mezclen ni entren en contacto directo. La placenta filtra las hormonas, los nutrientes como el calcio y el hierro, los electrolitos, el oxígeno, los anticuerpos maternos y los desechos sanguíneos del bebé.
Aunque se halla fuera del bebé, la placenta es su órgano más esencial y cumple la función de hígado y de sistema digestivo, pulmonar, inmunológico y renal.
Debido a que el bebé y la placenta son genéticamente distintos a la madre, una de las principales funciones de la placenta es evitar que el feto sea atacado por el sistema inmunológico de su progenitora. “Aún es un misterio cómo la placenta evita que la mujer la rechace a ella y al embrión como injertos foráneos sin que colapse su sistema inmunológico” (ídem, p. 48).
¿Cómo se evita la pérdida de sangre?
Cuando el útero se contrae para expulsar la placenta, entre 15 a 30 minutos después del parto, se mutilan alrededor de 20 arterias, que sin un mecanismo corporal regulatorio provocarían la pérdida de casi medio litro de sangre en un minuto. Un cuerpo femenino contiene menos de 5 litros de sangre, por lo tanto, una mujer podría desangrarse en menos de 10 minutos. A esto debemos agregar que el mecanismo de coagulación en la placenta y en los vasos sanguíneos uterinos durante el embarazo se anula.
Pero gracias a nuestro Sustentador de la vida, “cada arteria uterina cortada tiene un esfínter muscular muy bien colocado que actúa como un hemostato quirúrgico para bloquear inmediatamente la pérdida de sangre. Como resultado, un nacimiento normal involucra la pérdida de solo medio litro de sangre” (p. 51).
El nacimiento humano representa el nacimiento espiritual
En su nivel más simple, el milagroso nacimiento de un bebé es un poderoso testigo de la gloria de Dios y no el resultado de una evolución sin propósito ni sentido. Sin embargo, a un nivel espiritual más profundo, el nacimiento humano representa el nacimiento espiritual en la familia de Dios. Por esta razón, Jesús le dijo a Nicodemo en Juan 3:3 que uno debe “nacer de nuevo” para ver el Reino de Dios. Nicodemo le preguntó con incredulidad: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” (v. 4).
Romanos 1:20 dice: “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa”.
Dios no solo confirma el evidente hecho científico de que la creación implica un Creador, sino que comparte además un secreto de familia. Dios dice que su Creación debería ayudarnos a ver algo muy importante acerca de la naturaleza divina. Más que una trinidad, como muchos creen, Dios es una familia—compuesta actualmente por Dios el Padre y Jesucristo el hijo— pero a nivel divino, y Dios está en el proceso de reproducirse a sí mismo.
Nuestro nacimiento espiritual comienza cuando después de arrepentirnos y bautizarnos en respuesta al mensaje de la Palabra de Dios, somos engendrados por el Espíritu Santo (ver Hechos 2:38; Romanos 8:16; 1 Pedro 1:23) y pasamos a formar parte de su Iglesia.
Como el cuerpo unificado de creyentes, la Iglesia es una sola (Efesios 4:4-6) y tiene el rol de madre proveedora para los hijos espirituales de Dios antes de que nazcan (ver Gálatas 4:26, en donde aquellos que son parte colectiva del Nuevo Pacto son llamados “la Jerusalén de arriba”).
Como una madre capaz de alimentar y proteger a sus hijos mientras éstos están en el vientre gracias a la placenta, Dios permitió a la Iglesia cuidar a los cristianos en desarrollo hasta que se conviertan en “un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13), cuando sean totalmente transformados como hijos espirituales de Dios al son de la última trompeta (1 Corintios 15:52; 2 Corintios 6:18; Juan 3:1-2).
Para profundizar sobre el nacimiento espiritual, le invitamos a descargar o solicitar nuestro folleto gratuito ¿Por qué existimos?
Agradezca al Eterno por el maravilloso diseño que es la placenta, por el proceso de gestación humana y por el increíble potencial para llegar a formar parte de su familia eterna.