¿Cómo podemos hacer que Dios sea real para nuestros hijos?
Como padres, anhelamos que nuestros hijos sigan a Dios. Pero el proceso de lograr que Dios sea real para ellos, y no solo un personaje de alguna historia, puede ser muy abrumador.
¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos a conocer a Dios y a tener la certeza de que existe? Muchos padres se preguntan: “¿Por dónde puedo empezar?”
Clases de voz
Podemos empezar ayudando a nuestros hijos para que aprendan a reconocer la voz de su Padre.
Durante todo el embarazo de Sarah, nuestra primera hija, mi marido David le hablaba. Me ponía las manos en el estómago, se arrodillaba y decía algo así como: “Sarah, soy tu papá. ¿Puedes oírme? Te quiero”. A veces le cantaba canciones o simplemente le contaba pormenores de su día. A él le encantaba hacerme reír dándome golpecitos en la barriga y diciendo: “Hola, hola, hola, ¿hay alguien ahí? Por favor, golpea si puedes oírme”.
Lo sorprendente era que cada vez que él hacía esto, ella respondía. Empezaba a dar pataditas en mis costillas, como señal de que había oído la voz de su padre.
La noche en que nació Sarah, nada salió como esperaba. La idílica experiencia de parto que había planeado se convirtió en una larga y dolorosa jornada. Finalmente, después de más de 18 horas de parto y en medio del último esfuerzo, vomité y no pude tomar inmediatamente a mi bebita recién nacida. En cambio, mientras una enfermera intentaba atenderme, otra enfermera se llevó a Sarah para limpiarla y pesarla. Mi pequeñita estaba en brazos de una desconocida, oyendo la voz de una extraña que le hablaba e intentaba calmarla, pero solo lloraba y lloraba: no reconocía la voz de aquella persona.
Mi marido, que había permanecido en silencio mientras presenciaba el nacimiento de su hija, estaba abrumado, de pie junto a ella. El diminuto puño de nuestra hijita recién nacida se aferraba con fuerza a su dedo, pero ella aún no lo había oído hablar. La enfermera lo animó a que lo hiciera, y él, casi en un susurro, dijo: “Hola, Sarah. Soy yo, tu papá”.
Mi marido y yo nunca olvidaremos ese momento. Sarah se detuvo a medio llanto y se volvió hacia su padre buscando su cara, su voz. La enfermera miró a mi marido y le dijo: “Parece que alguien ha estado hablando con su bebita. Ella conoce la voz de su papá”.
Han pasado 17 años, y cada uno de nuestros tres hijos conoce la voz de su padre.
Nunca se han dejado engañar por alguien que se haga pasar por su papá, porque conocen la autenticidad absoluta de la voz del suyo: es inconfundible. La han oído desde el vientre materno y la han llevado con ellos en sus jóvenes vidas. Mis hijos no tienen problemas para reconocer a su padre, creer en él o confiar en que cuidará de ellos. Él les ha mostrado, una y otra vez, pruebas de su fidelidad.
Pero ¿qué tiene que ver la historia del nacimiento de mi hija, o que mis hijos conozcan el sonido de la voz de su padre, con ayudarlos a creer en que Dios es un Ser real?
La respuesta es muy sencilla: a todos los niños hay que enseñarles a reconocer la voz de su Padre, su Padre celestial. Hay que enseñarles a conocerla, a confiar en ella, a discernirla y a no dejarse engañar para seguir la voz de un impostor. Es algo simple, pero que no deja de ser un desafío; y, como padres, puede que sea la labor más importante de nuestras vidas.
A continuación me gustaría entregarle algunos consejos sobre cómo puede ayudar a sus hijos a ver a Dios como un Ser real, vivo, y que forma parte de sus vidas.
Enséñeles el sonido de su voz
Cuando Sarah estaba en el útero, tanto David como yo hablábamos con ella todo el tiempo. Le conversábamos, le cantábamos, le decíamos lo emocionados que estábamos por conocerla. A lo largo de esos meses llegamos a conocerla por medio de sus movimientos, y ella llegó a conocernos por los sonidos de nuestras voces. Cuando nació, ya teníamos una relación incipiente.
Ella aún no podía entender lo que le decíamos, pero sabía que la queríamos y ya se habían establecido los cimientos de una relación duradera.
Enseñar a nuestros hijos a reconocer la voz de su Padre Celestial es algo muy parecido. Incluso antes de que puedan hablar, caminar o gatear, empezamos a compartir con ellos la voz de su Padre divino. ¿Cómo? Inculcándoles la Palabra de Dios desde su infancia.
En Deuteronomio 6:4-9 leemos que al antiguo Israel se le dijo lo siguiente: “Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalas a tus manos como un signo; llévalas en tu frente como una marca; escríbelas en los postes de tu casa y en los portones de tus ciudades” (Nueva Versión Internacional, énfasis nuestro).
Aquí vemos el estilo de enseñanza multidisciplinario original: los del antiguo Israel debían grabar la Palabra de Dios en el corazón y la mente de sus hijos. Más que una simple serie de sermones sobre el cumplimiento de los mandamientos de Dios, esta admonición fue dada a los padres como una metodología para una enseñanza eficaz. Sus hijos debían oír, ver, tocar y sentir la Palabra de Dios a su alrededor todos los días.
El mensaje a la nación física de Israel en Deuteronomio 6 trasciende el tiempo y es igual de relevante para la nación espiritual del Israel de hoy. Es relevante para usted y para mí, porque la Palabra de Dios debe ser nuestro todo. Y nuestra tarea como padres, aunque nos haga sentirnos abrumados, consiste en ayudar a nuestros hijos a aprender a amar la Palabra de Dios e imprimirla en sus propios corazones para que se convierta también en su todo.
Enséñeles a amar su Palabra
El Salmo 119:105 nos dice: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”. He leído la Palabra de Dios a nuestros hijos desde pequeñitos, y hemos tenido varias Biblias para niños. Hay cosas en ellas que me han parecido valiosas, pero al final siempre vuelvo a la Biblia original.
Cuando leía a mis hijos un libro de cuentos bíblicos en particular, me daba cuenta de todo lo que no se mencionaba y había quedado fuera. Y como deseaba llenar los espacios en blanco, tomaba mi Biblia personal y empezaba a leerles de ella.
Me esforzaba por utilizar palabras apropiadas para su nivel de desarrollo, pero casi siempre descubría que les gustaban más las historias de la propia Biblia que las del libro de cuentos. Los dejaba que sostuvieran la Biblia de cuentos y miraran las ilustraciones mientras yo les leía la mía. No siempre era por un tiempo prolongado, pero les leía una historia tras otra.
A medida que pasaban los años y crecían, comentábamos lo que leíamos. Hablábamos al respecto y podían hacerme preguntas. No siempre tengo las respuestas, pero sé a donde acudir para encontrarlas.
Leer la Palabra de Dios a nuestros hijos es solo una de las formas de enseñarles a reconocer la voz de su Padre y quizá sea el nivel más fundamental para hacer que él sea real en sus vidas. A medida que se va tejiendo la trama de sus primeros recuerdos, entretejemos la historia de Dios con la de ellos. Y antes de que se den cuenta de que hay otra alternativa, la de no conocerlo, él ya es parte de sus vidas.
Empiezan a conocer a Dios por medio de las grandes historias de la Biblia: el gran Creador, el Artista, el Redentor, el Sanador, el Sustentador. Por medio de las historias que les contamos una y otra vez, les enseñamos el carácter de su Padre Celestial.
Enséñeles a hablar con Dios en oración
Como adultos, cuando alguien nos pregunta: “¿Cómo puedo acercarme más a Dios?”, solemos repetir una y otra vez el mismo consejo: orando y estudiando de la Biblia. Es un buen consejo, y es verdadero, pero también puede ser ambiguo.
En primer lugar, recomendamos la Biblia. Animamos a quienes nos preguntan a que dediquen tiempo a leer las Escrituras y aprender la Palabra de Dios. Esto tal vez les parezca muy fácil, pero cuando llegamos al tema de la oración, usualmente se amedrentan. Con expresión de pánico o consternación preguntan: “Pero ¿qué digo? ¿Por dónde empiezo?”
Algo similar puede ocurrir cuando les enseñamos a nuestros hijos a orar. Como preguntó recientemente una madre: “¿Cómo se le enseña a un niño a orar?”
La oración no es más que una conversación continua con Dios. Solo que es una conversación en la que el Creador del universo se inclina para escucharnos . . . ¡a nosotros!
Enseñar a nuestros hijos a hablar con Dios como parte de una conversación continua que puede tener pausas y breves descansos, pero que nunca se detiene del todo, es otro paso para hacer que Dios sea real en sus vidas.
Hemos hecho tiempo para la oración en familia con nuestros hijos desde que eran pequeños. Empezamos haciendo que se pusieran de rodillas a la hora de acostarse para dar las buenas noches a Dios. Las oraciones solían ser breves, ya que la capacidad de concentración de los niños es muy corta, pero orábamos junto a ellos. A medida que su vocabulario aumentaba, empezamos a guiarlos en oraciones más elaboradas.
A menudo oíamos vocecitas que preguntaban: “Papá, ¿puedo orar?” El papá les daba permiso para orar, pero les decía que tal vez él “terminaría” después de ellos. Era una forma de que nosotros escucháramos sus oraciones y ellos escucharan las nuestras.
Escuchar a su hijo mientras ora es un regalo inconmensurable y que conlleva innumerables lecciones. Enseñar a nuestros hijos a hablar con Dios y a compartir con él sus altibajos, esperanzas y luchas, bendiciones y pruebas, también nos enseña a nosotros a orar mejor. Escuchar la sinceridad en esas voces tiernas puede ser el mejor facilitador para nuestras propias oraciones. Nuestro Padre Celestial quiere oírnos y quiere oír a nuestros hijos. A medida que les enseñamos a reconocer su voz, también queremos compartir su voz con él.
Una cosa que quiero recalcar es que no hay una sola forma correcta de orar. La oración puede llevarse a cabo de rodillas, en la ducha, en un paseo, conduciendo un auto o desmalezando el jardín. Puede hacerse en cualquier lugar y a cualquier hora del día. Puede ser larga y detallada o corta y eficaz. Debemos asegurarnos de enseñarles a nuestros hijos a crear el hábito de hablar con Dios a lo largo de su día, todos los días. Queremos que él reconozca su voz.
Muéstreles a Dios
Dios dijo que había elegido a Abraham porque instruiría “a sus hijos y a su familia, a fin de que se [mantuvieran] en el camino del Señor y [pusieran] en práctica lo que es justo y recto” (Génesis 18:19, NVI). Nosotros tenemos la misma responsabilidad.
Como padres, siempre estamos mostrándoles a nuestros hijos la dirección que deben tomar, al punto que se vuelve parte de nuestra vida cotidiana. Les mostramos la cama que deben hacer, la ropa que deben recoger, los alimentos que deben comer, el trabajo escolar que hay que terminar. A veces da la impresión de que nuestros dedos están constantemente apuntando a algo. Así que, mientras esté mostrándoles cosas a sus hijos, muéstreles a Dios.
Hábleles de las cosas asombrosas que él ha hecho. Indudablemente podemos mostrarles sus magníficos atributos en las Escrituras, pero no debemos detenernos ahí. Cuénteles lo que Dios ha hecho en sus vidas, la forma en que él ha respondido a sus oraciones, lo fiel que ha sido en todas las circunstancias.
En agosto de 2020, durante un viaje familiar a Montana, me di cuenta de que la sonrisa de mi hija Grace parecía diferente. Como muchos padres, intenté tomar fotos de todos los momentos importantes durante el viaje. Cada vez que los niños posaban para una foto, le decía a Grace “que sonriera bien”. Pensaba que se estaba metiendo la lengua en el labio inferior para bromear, porque le gustaba hacer ese tipo de cosas.
Al llegar a casa, me di cuenta de que su sonrisa aún “no parecía correcta”, así que le pedí que me dejara mirar dentro de su boca. Vi algo que evidentemente no debía estar ahí, así que esa misma tarde fuimos a la consulta de nuestro dentista y en 24 horas le habían hecho una biopsia. En una semana nos dijeron que tenía un tumor agresivo y que tendrían que extirparle la mayor parte de la mandíbula inferior, porque no había suficiente hueso que salvar. Nos dijeron que nuestra pequeña necesitaría años de cirugía reconstructiva, ¡y tenía apenas diez años!
Cuando uno es padre, nada puede prepararlo para oír que algo malo le pasa a su hijo. ¡Estábamos aterrorizados! Pero, a pesar de todo, al hablar con Grace tratamos de hacer énfasis en Dios y su constante fidelidad en nuestras vidas y en la suya. Volvimos a contarle historias de cómo Dios había estado con nosotros hasta ese momento y expresamos nuestra certeza de que él siempre estaría con nosotros.
El oncólogo pediátrico nos instó a llevar a Grace a la Clínica Mayo y escribió una carta de urgencia médica. Nos dijeron que la cita podía demorarse meses, pero Dios abrió puertas que para nosotros estaban vedadas. En dos semanas estábamos en la Clínica Mayo y Grace fue operada por un cirujano eminente en su especialidad, quien le extirpó el tumor. Su mandíbula se salvó, y nuestra pequeñita se recuperó.
Todos tenemos historias que contarles a nuestros hijos, historias de la fidelidad de Dios en nuestras vidas. Comparta esas historias. Señáleles a Dios a cada paso del camino y ayúdeles a oír la voz de su Padre y también a apreciar su lealtad.
Estos son algunos de los principios importantes que he aprendido para hacer que Dios sea real para mis hijos. ¡En la segunda parte de este artículo cubriremos más de estos principios fundamentales! BN