¿Qué significa que Jesucristo es nuestro hermano mayor?
Jesucristo estaba muy entregado a la vida familiar. Él no vino a vivir en aislamiento. Nació y creció en una familia que amaba: José, María, sus hermanos y hermanas. Reveló su amor en la hora crítica de su crucifixión, observando a su madre desde el madero, solicitando el cuidado de su discípulo Juan.
¡Examinémonos para ver si compartimos el profundo deseo de nuestro Hermano Mayor, formando una relación familiar con él, haciendo la voluntad de Dios!
Jesucristo hizo una afirmación intrigante ante la multitud y su familia: “Y la gente que estaba sentada alrededor de él le dijo: Tu madre y tus hermanos están afuera, y te buscan. El les respondió diciendo: ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.” (Marcos 3:34).
¿Quiénes verdaderamente pertenecen a la familia de Jesús? ¿Quiénes son sus verdaderos hermanos y hermanas?
Jesús expresó que los que anteponen el deseo de Dios a su propia voluntad, forman parte de su familia.
¿Cuál es el deseo de Dios?
Jesús dijo, “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”. (Juan 6:38)
¡El deseo de Dios es llevar hombres y mujeres hacia la vida eterna! Pero no lo hará sin respetar su libre albedrío. Tenemos que creer en Jesús como el Hijo de Dios y mostrarle nuestro amor.
La creencia en Jesucristo no es una simple afirmación. No se trata de creer en teoría. Es la confianza en la oportunidad de alcanzar la vida eterna en la Familia de Dios.
Esta es una profunda reflexión: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que nos ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16)
No hay duda de que este requerimiento de creer en Jesucristo describe un amor sincero. Significa buscar el refugio de aquel que nos ama más que su propia vida.
Cuando comprendemos y aceptamos este amor, nuestra vida ya no será la misma. De hecho, aprendemos cómo hemos de vivir de aquí en adelante (Tito 2:11-13).
Nuestra relación familiar con Jesús empieza haciendo la voluntad del padre.
El amor de Cristo nos enseña a obedecer el deseo del padre, viviendo para darle honor.
Esta relación familiar se consigue con obediencia, comprendiendo que Jesús murió por nosotros. Y nuestro compromiso de honrar su gran sacrificio nos conduce a vivir de acuerdo con su palabra. A medida que andamos en sus caminos, encontramos una profunda intimidad familiar.
Los hermanos y hermanas en la familia física de Jesús compartieron un hogar con él. Nunca habrían sido parte de su familia a menos que expresaran su amor por seguir su palabra. Este amor inicia este vínculo de hermandad.
Las palabras de Jesús a la multitud debieron ser aceptadas por su familia. María necesitaba comprender que Jesús no solamente era su hijo, sino que también el hijo de Dios. Necesitaban conocerle como su hermano espiritual y como su Salvador.
Desafortunadamente, algunos miembros de su familia le rechazaron. Jesús conoció el dolor de esa relación familiar distante. Las palabras del Salmo 69:8 encuentran cumplimiento en Jesús: “Extraño he sido para mis hermanos, y desconocido para los hijos de mi madre”.
Cuando nos distanciamos de nuestra familia, experimentamos tristeza y pensamos en aquellos con quienes compartimos el hogar donde crecimos. Si se siente solo y rechazado, la verdad es que no es el único. Si tiene el deseo de cumplir la voluntad de nuestro Padre ¡Él y Jesucristo formarán su hogar!
“El que me ama, mi palabra guardará: y mi padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:23).
Cuando cumplimos el deseo de Dios, podemos combatir la soledad.
Escuchemos las palabras de Juan: “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor” (Juan 15:9)
Si nuestro padre y nuestros hermanos están lejos de nosotros, como en lo alto de una colina, Dios nos ha enviado a su hijo, nuestro hermano espiritual, personificado en Jesucristo, quien verdaderamente caminó en la tierra para abrir sus brazos y su familia para nosotros.
Por lo tanto, si está en Cristo, no está solo. Dios no le ha redimido para vivir en aislamiento. No necesita estar ni sentirse solo — ha venido a formar parte de una nueva familia.
¡Su vida puede cambiar como resultado de encontrar ese sentido de pertenencia!
¡Está escaso de gozo? ¿Quiere un hogar lleno del calor que solo una familia provee? ¿Quiere que Jesús y nuestro Padre Celestial hagan morada con usted? ¿Quiere tener un hermano que siempre esté a su lado?
¡Examinémonos para ver si compartimos el profundo deseo de nuestro Hermano Mayor, formando una relación familiar con él, haciendo la voluntad de Dios! Empecemos por cumplir el deseo de Dios. Él quiere que se arrepienta del pecado y viva una vida de justicia y obediencia. (Juan 15:10)
Pertenecemos a Dios o no, Jesús es o no nuestro hermano. Nuestra creencia está directamente relacionada con mirar hacia nuestro hermano mayor, mientras luchamos por parecernos cada vez más a él.
Debemos entender el significado de esta instrucción para que, mientras disfrutamos las bendiciones terrenales de nuestra familia física, resistamos la tentación de atenuar nuestro compromiso hacia la familia divina que perdurará por siempre. Haga un compromiso de cumplir el deseo de Dios en su vida. Que las palabras de Jesús suenen en su corazón hoy, “He aquí mi madre, y mis hermanos. “Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre”.