¿Cómo debemos tratar a los pobres?
La fe en Jesucristo no tiene ninguna relación con las finanzas, la educación, la posición social o el perfil racial. En su vida, Jesucristo se relacionó con las masas y muy poco con la gente sabia, famosa o rica de su época.
Por lo tanto, cuando una iglesia concede beneficios, afecto y oportunidades a alguien, según la calidad de su calzado o la marca de su carro, haría bien en revisar el capítulo 2 del libro de Santiago.
¿Podemos mostrar preferencia, piedad y amabilidad hacia un determinado grupo? Dios no desea que seamos parciales y que tengamos prejuicios en nuestra relación con otros.
Santiago, el hermano de Jesús, escribe en su epístola: “Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso señor Jesucristo sea sin acepción de personas.” Santiago 2:1. Él mantuvo un trato individual y de fe hacia los pobres. En los versículos del 1-9 nos advierte sobre los peligros de tratar a las personas, según su aspecto exterior y sobre el favoritismo basado en su estrato socio- económico.
En su ilustración nos dice que dos extraños entraron en la congregación: uno rico y el otro pobre. Imaginemos que alguien llega a nuestra Iglesia con apariencia de rico, vestido con un traje fino y con joyas de oro. Al mismo tiempo aparece otro hombre desaliñado y con ropas andrajosas.
Entonces, alguien le ofrece al rico un lugar preferente y le muestra una atención especial. Alguien podría pensar que este hombre podría hacer una buena contribución económica a la Iglesia. El otro, en cambio, es un hombre pobre vestido con ropas raídas y no recibe ninguna atención ni un asiento disponible.
Santiago expresa algo muy importante: Si muestras favoritismo al visitante rico y menosprecias al hombre pobre, cometes pecado. “Pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores” (Santiago 2:9)
Alguien podría decir que era una época diferente y que no caeríamos en una actitud semejante en nuestra congregación. Pero no tenemos que ir muy atrás para encontrar congregaciones que imponían una comisión por un lugar preferente. Había parroquias donde sus miembros pagaban una cuota para asegurarse un buen lugar. Estas bancas daban hacia una puerta y tenían una llave para que nadie ocupara este lugar.
Después de todo, los ricos pensaban que habían asegurado la riqueza terrenal y que merecían un tratamiento preferencial. Mientras que aquellos que no tenían suficiente dinero, tenían que conformarse con un asiento público, en el suelo o permanecer de pie.
Durante siglos, este favoritismo se había extendido incluso, para el nombramiento de líderes en las iglesias. Una persona podía ser asignada a una posición, no por su entrega a Dios, sino por su bolsillo.
La Biblia dice claramente que la riqueza no merece en sí misma ningún honor. Nunca debemos asociar la riqueza con la fe en Jesucristo.
Para adquirir los valores cristianos, debemos considerar el criterio de Dios para llamar a su pueblo Israel. Deuteronomio 7:7-8 “No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido El Eterno y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos. Sino por cuanto El Eterno os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto”
Consideremos como, Jesús, viviendo en una riqueza incomparable y con la gloria de los cielos, se movía con comodidad entre las personas de estratos bajos. ¿Cómo era su relación con los pobres? “¿No ha elegido dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Santiago 2:5).
El Rey se despojó de su gloria para descender y vivir en nuestra humilde existencia. Solamente cuando comprendemos esto podemos cambiar la forma de tratar a los demás, según su apariencia externa y superficial.
Si Dios hubiera actuado así con nosotros, ¿qué lugar habríamos tenido? En lugar de esto Dios envió a su hijo, aún con la deuda y la suciedad de nuestros pecados.
Oremos para que Dios nos ayude a no cometer este pecado. No podemos hacer juicios según nuestras propias preferencias. Pidámos perdón a Dios cuando, voluntaria o involuntariamente, no le ofrezcamos al pobre un asiento. Qué Dios nos ayude a hacer lo correcto, reflejando cada vez más su amor – para convertirnos en congregaciones donde cualquiera se sienta bienvenido, sin importar su estrato social o sus recursos.