El perdurable trono de David
La historia de David, el segundo rey de Israel, posee todos los elementos de una emocionante historia de aventuras. En sus setenta años, llenos de contrastes entre la pobreza y la riqueza, David pasó de su rol como el octavo hijo de una familia promedio y el encargado de cuidar las ovejas de la familia, a ser el líder dominante de la nación. Su vida contó con toda la aventura que cualquiera pudiera desear, ya que debió luchar con animales salvajes para proteger a sus ovejas, escapar de Saúl para salvar su vida, y guiar a soldados a la batalla.
Sin embargo, David tenía además un lado creativo: era poeta, músico y compositor. Encontramos muchas de sus obras en el libro de Salmos. Su celo por Dios era tal, que adquirió materiales para construir un templo y estandarizar la estructura formal de adoración de Israel a través de sus sacerdotes y músicos. Sin embargo, no quedó exento de pecados, faltas y conflictos familiares.
A pesar de que los aspectos de la vida de David nos suenen muy emocionantes, Dios se sentía atraído a este hombre por otra razón. Después del fracaso de Saúl de servir como rey según la manera que Dios deseaba, la Biblia nos dice que Dios buscó “un varón conforme a su corazón” (1 Samuel 13:14). Dios eligió a David para que reemplazara a Saúl por esta razón. A pesar de que David cometió serios errores, al final siempre se arrepintió de sus pecados y buscó a Dios para que lo perdonara (Salmos 51). Y aun cuando era el rey de Israel, tomó a Dios más en serio que a sí mismo.
Una asombrosa promesa
Debido a que David era un hombre conforme al corazón de Dios, un hombre con una consciencia sensible hacia su creador, Dios hizo un pacto separado y distinto con él en adición al pacto que había hecho con Israel. De esta manera, cuando David quiso construir una casa para Dios, el Eterno le envió un mensaje a través del profeta Natán:
“Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. El edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres; pero mi misericordia no se apartará de él como la aparté de Saúl, al cual quité de delante de ti. Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente” (2 Samuel 7:12-16).
Comprender el alcance de su promesa –que Dios establecería el trono de David por toda la eternidad– es un tema complicado. El aspecto que mejor se entiende de este pacto se encuentra en el cumplimiento de Jesús el Mesías –nacido de María, una descendiente literal de David– gobernando el Reino de Dios.
Por medio del profeta Jeremías, Dios profetizó en cuanto a este tiempo: “He aquí que vienen días... en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y este será su nombre con el cual le llamarán: el Eterno, justicia nuestra” (Jeremías 23:5-6).
Antes de la concepción de Jesús, un ángel le dijo: “Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre” (Lucas 1:31-32).
Estos pasajes muestran que Jesús estaba destinado a sentarse en el trono de David. Y a pesar de que estos eventos de seguro se llevarían a cabo, muchos creen erróneamente que estos ya se cumplieron en Cristo. Sin embargo, esto no se cumplirá por completo hasta que él regrese.
Gobernantes humanos en el trono de David
Otra parte de la promesa de Dios a David fue que sus descendientes continuarían gobernando sobre el pueblo de Israel hasta que Dios estableciese su reino en la Tierra. Al no comprender correctamente cuándo establecerá Dios su reino, muchos han supuesto equivocadamente que esta promesa fue cumplida hace mucho tiempo en Cristo y que ya no tiene ningún significado.
Contrariamente al concepto de que el Reino de Dios ya ha sido establecido en la Tierra, ya sea como una iglesia o en los corazones de los seres humanos, la Biblia dice claramente que Dios establecerá su reino cuando Cristo venga por segunda vez a la Tierra (Daniel 2:44; Apocalipsis 11:15). A pesar de que hombres han predicado el mensaje del reino con varios niveles de comprensión por miles de años, la aparición del reino en la Tierra aún no ha ocurrido. Cuando lo haga, el Reino de Dios reemplazará los gobiernos humanos del mundo (para una explicación más completa de este tema, solicite el folleto gratuito El Evangelio del Reino de Dios).
La adoración religiosa de Dios que fue instituida para el antiguo Israel –con su sábado semanal y las fiestas santas anuales– también revela mucho acerca de la manera que las naciones lo adorarán después de que Dios establezca su reino en la Tierra. (Para estudiar las formas continuas de adoración que Dios ha establecido, por favor solicite nuestros folletos gratuitos El Día de Reposo Cristiano y Las Fiestas Santas de Dios: Esperanza segura para toda la humanidad. Todos nuestros folletos están disponibles en una de nuestras oficinas cercanas a usted o a través de la biblioteca de literatura en Internet en iduai.org/folletos).
Con el entendimiento de que Dios aún no ha establecido su reino en la Tierra, consideremos algunas de las promesas en la Biblia de que un descendiente de David continuaría gobernando sobre los descendientes de Israel. En 2 Crónicas 13:5 encontramos que “el Eterno Dios de Israel dio el reino a David sobre Israel para siempre, a él y a sus hijos, bajo pacto de sal”. Tal como la sal tiene propiedades preservantes, un pacto de sal era uno que perduraría. Dios garantizó que “la casa de David” –sus descendientes– continuarían existiendo por toda la eternidad (2 Crónicas 21:7).
Debido a que los descendientes de David no continuaron obedeciendo a Dios, algunos han creído incorrectamente que Dios deshizo el pacto con David. Sin embargo, este no es el caso. Dios dijo acerca de David: “Para siempre le conservaré mi misericordia, y mi pacto será firme con él. Pondré su descendencia para siempre, y su trono como los días de los cielos.
“Si dejaren sus hijos mi ley, y no anduvieren en mis juicios, si profanaren mis estatutos, y no guardaren mis mandamientos, entonces castigaré con vara su rebelión, y con azotes sus iniquidades. Mas no quitaré de él mi misericordia, ni falsearé mi verdad.
“No olvidaré mi pacto, ni mudaré lo que ha salido de mis labios. Una vez he jurado por mi santidad, y no mentiré a David. Su descendencia será para siempre, y su trono como el sol delante de mí. Como la luna será firme para siempre, y como un testigo fiel en el cielo” (Salmos 89:28-37; compare con Jeremías 33:15-21).
A través del pacto con David encontramos otra prueba bíblica de que los descendientes de Abraham, los israelitas, continúan existiendo. No han muerto ni han desaparecido de la faz de la Tierra. Nuevamente, la credibilidad misma de Dios está en juego. Él nos dice en su Palabra que los descendientes de David y la gente de su nación continuarán existiendo.