Destino final y rectificación del rumbo: Planeados desde el principio

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Destino final y rectificación del rumbo

Planeados desde el principio

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El apóstol Pablo nos dice que Dios hizo planes para nuestro maravilloso futuro aun antes de crear a nuestros primeros padres, Adán y Eva. Él diseñó nuestro destino “según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos”(2 Timoteo 1:9).

Nuestro futuro eterno fue parte del gran plan y propósito de Dios, incluso antes de que este mundo existiera. Ya en ese entonces Dios había decidido que solo un perfecto Redentor podría llevar a cabo su plan maestro, porque previó que los seres humanos se desviarían del camino que les había trazado.

Al crear al primer hombre y a la primera mujer, Adán y Eva, Dios les dio a escoger entre dos caminos de vida. Les entregó a ambos claras instrucciones para que tomaran del árbol de la vida. Como su creador, Dios quería que ellos desarrollaran una estrecha relación personal con él. El árbol de la vida en el Huerto de Edén simbolizaba una relación basada en la obediencia, que los conduciría a la vida eterna (Génesis 2:9; Génesis 3:22).

No obstante, tenían también otra opción—¡una que podría resultar desastrosa! En lugar de escoger la vida mediante la obediencia a Dios, podían optar por una vida de desobediencia a Dios en la que decidirían por sí mismos qué era bueno y qué era malo. Esta alternativa estaba simbolizada por otro árbol del huerto: el árbol del conocimiento del bien y del mal (Génesis 2:16-17; Génesis 3:1-6). Dios les ordenó explícitamente no comer de este árbol, pero no les impidió hacerlo, sino que les dio libre albedrío.

Mediante sus deliberadas acciones, Adán y Eva rechazaron el camino de vida que Dios les había ordenado (Génesis 3:6). En lugar de confiar en Dios para que les mostrara la manera correcta de vivir, escogieron el confiar en sí mismos. Se embarcaron así en un camino equivocado, que es una mezcla del bien y el mal.

Como consecuencia de su decisión acarrearon sobre sí mismos la pena del pecado, que es sufrimiento y muerte (Romanos 6:23). Desde aquel momento, la humanidad ha seguido su ejemplo y se ha corrompido por el pecado (Romanos 5:12). Todos han fracasado en seguir el camino revelado de Dios (Romanos 3:23). Hasta nuestros días la humanidad sigue en este mismo camino, que lleva a la muerte (vv. 9-12).

Por este motivo, el plan de Dios contempla un Salvador, el Mesías, “el cordero (sacrificatorio) de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Por medio del sacrificio de Jesucristo los seres humanos pueden ser reconciliados con Dios, y el perdón de sus pecados que Dios les concede anula la pena de muerte (Colosenses 1:20-22).

Gracias al perdón y a la ayuda de Dios, el hombre puede corregir su camino para recibir de él el regalo de la vida eterna (Romanos 6:23; Romanos 8:11). El destino del hombre radica en esta vida eterna. (Lea acerca de cómo los seres humanos pueden reconciliarse con Dios en nuestros folletos gratuitos Transforme su vida y El camino hacia la vida eterna).