El noveno mandamiento
La verdad como modo de ser
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El noveno mandamiento: La verdad como modo de ser
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“No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo 20:16).
¿Cuán importante es la verdad? Para poder valorar el noveno mandamiento, que prohíbe la mentira, es necesario que nos demos cuenta de la trascendencia que tiene este asunto a los ojos de Dios.
¿Qué nos dicen las Escrituras acerca de Dios, su Palabra y la verdad? Repasemos algunos versículos: “Toda palabra de Dios es limpia” (Proverbios 30:5). El profeta Daniel se refiere a la Palabra de Dios como “el libro de la verdad” (Daniel 10:21). Orando al Padre, Jesucristo dijo: “Tu palabra es verdad” (Juan 17:17).
La Biblia nos enseña que “Dios no es hombre, para que mienta” (Números 23:19). En Deuteronomio 32:4 se nos dice que debido a que todos sus caminos son rectitud, él es un “Dios de verdad”. El salmista declaró: “La suma de tu palabra es verdad” y que Dios “guarda verdad para siempre” (Salmos 119:160; Salmos 146:6).
Dios, como la fuente de la verdad, exige que sus siervos hablen siempre con la verdad. Bajo su inspiración, el rey David escribió: “Eterno, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo? El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón. El que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino . . . el que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia” (Salmos 15:1-4). Dios quiere que en todos los aspectos de nuestra vida rebose la verdad.
Cristo y la verdad
Cuando Jesucristo retorne para reinar sobre todas las naciones, restaurará la verdad como parte de la vida diaria: “Así dice el Eterno: Yo he restaurado a Sion, y moraré en medio de Jerusalén; y Jerusalén se llamará Ciudad de la Verdad, y el monte del Eterno de los ejércitos, Monte de Santidad” (Zacarías 8:3).
En Salmos 85:9-13 podemos ver cómo Dios hará hincapié en la verdad y la justicia cuando Jesucristo venga a establecer su reino: “Ciertamente cercana está su salvación a los que le temen, para que habite la gloria en nuestra tierra. La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron. La verdad brotará de la tierra, y la justicia mirará desde los cielos. El Eterno dará también el bien, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia irá delante de él, y sus pasos nos pondrá por camino”.
En ese tiempo Cristo insistirá en que todos sigan su ejemplo aceptando, creyendo y hablando la verdad.
La verdad en nuestra relación con Cristo
Nuestra relación personal con Dios por medio de su Hijo Jesucristo empieza cuando aceptamos la Palabra de Dios por lo que es: la verdad, y nos sometemos a los preceptos que en ella se exponen: “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1:13).
Cuando Jesús fue llevado para ser juzgado, poco antes de su crucifixión, el gobernador romano Pilato le preguntó si realmente era rey. Jesús le respondió resumiendo brevemente cuál era su misión y quiénes entenderían su mensaje: “Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (Juan 18:37).
El carácter de Jesucristo era —y es— un reflejo perfecto del carácter de nuestro Padre celestial, el Dios de la verdad. En respuesta a uno de sus discípulos, Jesús le dijo: “Yo soy el camino, la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). A los que somos sus discípulos se nos aconseja que, “siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efesios 4:15). Y en Colosenses 3:9 leemos esta exhortación: “No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos”.
Para ser discípulos de Cristo debemos estar dispuestos a seguir y hablar continuamente con la verdad, demostrando así la sinceridad de nuestro amor hacia los demás. También debemos aceptar y obedecer, como “el camino de la verdad”, los mandamientos y enseñanzas de Dios (Salmos 119:30, Salmos 119:151, Salmos 119:160). En 1 Samuel 12:24 se nos dice: “Solamente temed al Eterno y servidle de verdad con todo vuestro corazón, pues considerad cuán grandes cosas ha hecho por vosotros”.
La mentira se encuentra por doquier
Hoy en día es casi imposible estar seguro de quién está diciendo la verdad, si es que alguien la dice. Tal parece que a la mayoría de la gente no le importa correr el riesgo de ser sorprendida en la mentira, con tal de obtener los supuestos beneficios de la misma.
Todos hemos visto cómo algunas empresas, al anunciar sus productos, demuestran una asombrosa creatividad para disfrazar el engaño. Casi en todas partes podemos encontrar individuos, negocios u otras organizaciones envueltos en el juego siniestro de ver hasta dónde pueden llegar con sus engaños sin ser demandados judicialmente o ahuyentar a posibles compradores.
La mentira ha sido aceptada como un modo de vida. La descripción que el profeta Isaías hizo del antiguo Israel también representa muy acertadamente nuestro mundo: “No hay quien clame por la justicia, ni quien juzgue por la verdad; confían en vanidad, y hablan vanidades; conciben maldades, y dan a luz iniquidad” (Isaías 59:4).
¿Cómo veía Dios el constante mentir de los israelitas? “Les dirás, por tanto: Esta es la nación que no escuchó la voz del Eterno su Dios, ni admitió corrección; pereció la verdad, y de la boca de ellos fue cortada” (Jeremías 7:28).
Ahora, como entonces, la gente continuamente se vale del engaño en sus relaciones, ya sean personales, sociales, políticas, religiosas o comerciales. La falta de honradez es tan aceptada por doquier que ya ni la censura pública les preocupa a los mentirosos. La decisión de hablar siempre la verdad tiene que salir de dentro de la persona.
¿Decimos siempre la verdad?
Ahora viene la pregunta importante para cada uno de nosotros personalmente: ¿Mentimos? Quizá sería más amable preguntar: ¿Cuán importante es para nosotros ser veraces? O, invirtiendo los términos: ¿Nos resulta repugnante la mentira? Estas preguntas son decisivas. Cada uno de nosotros necesita contestárselas fielmente.
Nunca faltan las oportunidades para mentir. Esta puede parecer una forma muy fácil de salir de alguna situación vergonzosa, de miedo o de culpabilidad. Sin embargo, en la Biblia se nos dice: “Los labios mentirosos son abominación al Eterno, pero le agradan los que actúan con verdad” (Proverbios 12:22, Reina-Valera Actualizada).
Nosotros nos enfrentamos a una decisión básica: ¿Seguiremos el ejemplo de veracidad y honradez de Dios en nuestros hechos y palabras, o seguiremos el ejemplo del iniciador de la mentira? Jesús nos dice que Satanás “es mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8:44). Él engañó a Eva, luego ella convenció a Adán para que comieran del fruto prohibido (Génesis 3:1-6, Génesis 3:17); esta desobediencia fue lo que acarreó el sufrimiento y la muerte de nuestros primeros padres. Desde entonces el diablo no ha cesado de engañar a toda la humanidad. La malvada influencia de Satanás es tan penetrante que “engaña al mundo entero” (Apocalipsis 12:9). Para todos nosotros es muy fácil seguir su ejemplo en nuestro trato con los demás, sobre todo cuando mentir es una costumbre tan común en la sociedad que nos rodea.
La naturaleza humana es engañosa
Para aprender a ser firme y constantemente veraz, se requiere de dominio propio y valor, así como de un vínculo estrecho con Dios, la verdadera fuente de nuestra firmeza y constancia.
Muchas veces hacemos cosas que sabemos que no son correctas. ¿Por qué, entonces, las hacemos? El profeta Jeremías nos da la respuesta: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo el Eterno, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17:9-10).
Dios entiende nuestra naturaleza y nos revela cómo combatirla. Jesús mismo explicó que, aun en el caso de que estemos dispuestos a obedecer, nuestra carne es débil (Marcos 14:38). Carecemos de la decisión y la firmeza de carácter para resistir las tentaciones. ¿Cómo, entonces, podemos eliminar esta debilidad?
Dios, por medio del apóstol Pablo, nos explica la causa y la solución de este problema de todos los seres humanos. Poniéndose a sí mismo como ejemplo, Pablo describe esta lucha perenne: “Sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago” (Romanos 7:14-15).
Ciertamente podemos identificarnos con Pablo. Nosotros hemos experimentado la misma frustración y remordimiento. Un poco más adelante nos dice: “Según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (vv. 22-24).
Cómo vencer el engaño
Cuando Jesucristo fue traicionado, uno de los discípulos, Pedro, mintió, negando tres veces conocerlo (Mateo 26:69-74). Al igual que Pedro, para la mayoría de la gente es casi imposible dejar todas las formas de engaño hasta que someten sus vidas a Dios y empiezan a buscar sinceramente su ayuda. Esa ayuda está disponible, “porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13).
Nosotros tenemos que pedir esa ayuda, y ¿cómo podemos obtenerla? En Hebreos 4:14-16 se nos dice: “Teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”.
La solución a tan insidiosa y penetrante debilidad humana no está lejos de nosotros. En Efesios 4:24-25 el apóstol Pablo exhorta a los cristianos con estas palabras: “Vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros”.
El camino de la verdad
Aquellos que voluntariamente creen y obedecen la verdad de Dios —una vez que se han arrepentido de sus pecados, han sido bautizados y han recibido el Espíritu Santo— llegan a ser miembros del Cuerpo de Cristo, la iglesia que él fundó (Efesios 1:22-23; Colosenses 1:18). A éstos Jesús les llama “la luz del mundo” (Mateo 5:14); son los que siguen “el camino de la verdad” (2 Pedro 2:2).
A la Iglesia de Dios, el apóstol Pablo la llama “columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3:15). Sus miembros son los siervos del “Dios vivo y verdadero” (1 Tesalonicenses 1:9). La iglesia, la cual “usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15), fue comisionada por Jesucristo para predicar “la verdad del evangelio” al mundo entero (Gálatas 2:5; Mateo 28:19).
Todo en la vida de un cristiano está cimentado en la verdad. Dios quiere que nosotros, como hijos suyos, reflejemos la verdad en todo lo que hacemos. Es por eso que nos manda: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo 20:16).