Conozcamos a Dios

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Conozcamos a Dios

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¿Podemos conocer realmente a Dios, el que dice ser el Creador, el Dador de la vida, el que sostiene el universo, el único que no hace nada sin un propósito?

Los evolucionistas alegan que la vida existe debido a una sucesión de accidentes fortuitos, que las leyes que gobiernan el cosmos y la vida misma llegaron a existir por azar, que el universo surgió de la nada y que todo lo que vemos no tiene propósito o significado alguno. Cuando uno analiza las explicaciones acerca del origen del universo y de la supuesta evolución de la vida, puede decir con toda honradez que la ciencia y el razonamiento humano no han proporcionado alternativas admisibles a la existencia de Dios.

Desde hace miles de años, las respuestas a las incógnitas más importantes de la vida han estado disponibles en la Biblia, la Palabra de Dios mismo. Es aquí donde él se ha revelado como el Creador y mostrado su propósito para la creación. (No deje de solicitar el folleto gratuito ¿Se puede confiar en la Biblia?)

¿Acaso Dios ha guardado silencio?

Los escépticos preguntan: “Si hay un Dios, ¿por qué no se manifiesta?”, como si esto fuera a resolver la discusión acerca de su existencia. Pero Dios sabe muy bien que no hay pruebas que convenzan a quienes no estén dispuestos a reconocerlo y a obedecerlo.

Eso es exactamente lo que Dios nos repite constantemente en las Escrituras. No sólo se reveló a quienes escribieron la Biblia para enseñarnos lo que necesitamos saber, sino que también se ha revelado a toda la humanidad por medio de su creación.

No obstante, los humanos con frecuencia sacamos conclusiones equivocadas de las muchas pruebas que nos ha dado. Como dijimos anteriormente, algunas personas tienen otros motivos por los cuales no quieren creer en un Creador o en un propósito superior. Esto resulta muy cómodo para los que quieren vivir como les plazca, libres de toda autoridad divina.

La falsa suposición inherente a ese razonamiento es que Dios simplemente se apartará de nuestras vidas y entonces podremos satisfacer nuestros apetitos carnales. Pero reflexionemos. Negar que existe la ley de la gravedad porque no podemos verla o tocarla, o porque queremos liberarnos de sus efectos, no quiere decir que tal ley no exista o que podamos hacerle caso omiso sin sufrir las consecuencias. De la misma manera, negar los igualmente reales e ineludibles principios y leyes espirituales que Dios creó no quiere decir que tanto él como ellos desaparecerán como por encanto. Al fin y al cabo, todos tendremos que dar cuentas al Creador, quien nos ha dado abundantes pruebas de su existencia.

El apóstol Pablo, quien con gran denuedo predicó al verdadero Dios en un mundo rebelde e idólatra, habló muy claramente de las pruebas del Creador, así como de las consecuencias de cerrar los ojos ante ellas: “Las cosas invisibles de [Dios], su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20).

Pablo nos dice que podemos ver las pruebas del Creador, y que al observar su creación física podemos entender su carácter y naturaleza. Nos asegura que las pruebas son tan inequívocas que una persona razonable no tiene excusa para decir que no hay Dios. El hombre no tiene por qué llegar a la conclusión de que Dios no es lo que es: eterno, supremo, omnipotente e infinitamente misericordioso. La persona que hace las preguntas pertinentes y sinceramente desea conocer las respuestas, llegará a la misma conclusión lógica.

Las pruebas son tan evidentes que Pablo declaró: “La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó” (vv. 18-19).

Aunque Dios abiertamente revela su existencia, reconoce que hay quienes detienen la verdad acerca de él. ¿Por qué lo hacen? Pablo mismo responde que “como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen” (v. 28). Algunos sencillamente no quieren reconocer la existencia de Dios, para así poder vivir como quieran y hacer lo que les venga en gana. Esto aclara por qué la capacidad que Dios le dio para la investigación y la lógica ha sido empleada por el hombre para razonar erróneamente y llegar a conclusiones falsas.

Dios se revela como el Creador

Lo primero que Dios nos hace saber en la Biblia es que él es el Creador: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1:1). Aquí Dios establece el fundamento para todo lo que ha de venir después.

Más adelante, por medio de uno de sus profetas, Dios resume la creación de nuestro planeta y de todo lo que hay en él: “Así dice Dios, el Eterno, el Creador de los cielos, el que los despliega, el que extiende la tierra y sus productos; el que da aliento al pueblo que mora en ella, y vida a los que andan por ella” (Isaías 42:5, Nueva Reina-Valera).

Por medio de este mismo profeta Dios nos dice que miremos a su obra en los cielos: “Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas; él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres; ninguna faltará; tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio . . . ¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es el Eterno, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance” (Isaías 40:26, Isaías 40:28).

En una noche despejada podemos ver a simple vista cerca de dos mil estrellas. Los astrónomos de hace un siglo pensaban que nuestra galaxia, la Vía Láctea con sus miles de millones de estrellas, era todo el universo. Hoy en día se calcula que hay por lo menos cien mil millones de galaxias, y tal vez muchas más, cada una con sus miles de millones de estrellas. Y a medida que se producen nuevos adelantos tecnológicos que nos van permitiendo ampliar nuestro conocimiento del cosmos, el cálculo del número de galaxias continúa aumentando.

Necesitaríamos contar con supercomputadores para poder manejar tan sólo los nombres o números de una fracción de estas estrellas. Sin embargo, Dios nos dice que él las creó todas y que puede contar y nombrar cada una de ellas.

¿De dónde vino Dios?

Dios se anticipó a la pregunta que frecuentemente hacen los escépticos: “Si Dios hizo todo, entonces ¿quién hizo a Dios?” Leamos su respuesta: “. . . Antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí” (Isaías 43:10).

Dios no está limitado por el tiempo como lo estamos nosotros. Él es “el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver . . .” (1 Timoteo 6:16).

El nombre que más se usa en el Antiguo Testamento para referirse a Dios es el nombre hebreo YHVH, que en opinión de muchos eruditos está relacionado con el verbo ser. El nombre mismo expresa la idea de que Dios es un ser eterno; de hecho, él es “el Alto y Sublime, el que habita la eternidad” (Isaías 57:15). (En la versión Reina-Valera de la Biblia el nombre YHVH se traduce como Jehová, lo cual es una adaptación inexacta al español. En algunas Biblias este nombre aparece traducido como Yahveh, Yavé, Señor, etc.; en nuestras publicaciones lo hemos sustituido por la expresión el Eterno, por considerar que refleja más claramente el carácter imperecedero e inmutable del Creador.)

Dios es eterno e inmortal. El universo tuvo un principio, y Dios existía antes de que el universo existiera. Él ha existido siempre; nada ni nadie pudo crearlo a él.

El Creador viene a la tierra

En la Biblia se nos dice que Dios creó todas las cosas por medio de Jesucristo, quien también es llamado el Verbo (Juan 1:1-3; ver también Colosenses 1:15-17; Hebreos 1:1-2). “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). Jesucristo se refiere a sí mismo como “el Alfa y la Omega, principio y fin . . . el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Apocalipsis 1:8; ver también Apocalipsis 22:13).

Él fue quien de hecho formó el universo de la nada, creó la tierra, creó la vida en ella y vino a la tierra a vivir entre los hombres como un ser humano más. En Filipenses 2:5-7 leemos que “Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios . . . se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres”.

El Creador del universo vino al mundo a vivir y morir como cualquier ser humano. Mas no era un ser humano común. Él representaba al Padre y enseñaba exactamente los mismos principios y leyes que personifican al Padre mismo. “. . . Según me enseñó el Padre, así hablo. Porque él que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Juan 8:28-29).

Jesús vivió en la tierra exactamente como hubiera vivido el Padre si hubiera sido éste quien hubiera venido. Él personificó al Padre de manera tan perfecta que pudo decir: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).

Jesús enseñó un mensaje concreto: el evangelio o las buenas noticias del Reino de Dios (Marcos 1:14-15). Enseñó que podemos llegar a formar parte de la familia de Dios y que podemos recibir la inmortalidad en esa familia (Mateo 5:9, Mateo 5:45; Lucas 6:35; Lucas 20:36). Pero esto exige obediencia a las leyes del Reino de Dios y fe en el Rey de ese reino (Mateo 19:16-21; Hebreos 11:6).

El Creador está interesado en su creación

¿Acaso Dios nos creó a nosotros y al mundo para luego abandonarnos? ¿Dejó por ventura que el mundo sencillamente siguiera su curso, sin intervenir nunca más en la historia del hombre, como un relojero que hace un reloj, le da cuerda y luego lo deja hasta que se le acabe la cuerda?

Dios ciertamente está interesado en todo lo que ha creado. Desde antes de la creación misma, él ya tenía en mente el propósito de crear la tierra y la vida, y de darles a los seres humanos la oportunidad de recibir la vida eterna. Lo planeó, de hecho, “desde antes del principio de los siglos” (Tito 1:2; ver también 2 Timoteo 1:9; Efesios 1:3-4). Esto es completamente opuesto a la ilógica y absurda teoría de la evolución.

En la Biblia se nos revela que Dios se interesa tanto por aquellos a quienes creó, que no deja de intervenir a su favor. Él nos dice: “. . . Yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” (Isaías 46:9-10).

Dios ha intervenido antes en la historia, y lo hará otra vez, pero en esta ocasión para hacer que los seres humanos lleguen al punto en que reconozcan quién es él y acepten la revelación de su conocimiento, así como el propósito que tiene con ellos.

En el pasaje que quizá sea el más conocido de toda la Biblia se nos dice que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:16-17).

Lo que resulta más extraordinario es que Dios está tan interesado en el propósito por el cual creó el universo y al hombre que ¡hará que se cumpla tal como él mismo lo planeó! Todos y cada uno de los seres humanos, hechos a imagen y semejanza de Dios, tendrán la oportunidad de conocer a su Hacedor y de decidir si están dispuestos a reconocerlo y someterse incondicionalmente a él, para así poder recibir su ofrecimiento de la vida eterna.

Libertad para decidir

Dios nos dio libre albedrío. Hablando por medio de Moisés a su pueblo escogido, el antiguo Israel, Dios le dijo: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30:19). Si usted desea una explicación más amplia acerca de por qué Dios nos da libertad para decidir, no deje de leer el recuadro “¿Cómo se revela Dios?”, en esta página.

Adán y Eva tomaron la fatídica decisión de rechazar la revelación de Dios y apoyarse en su propio razonamiento para determinar qué era bueno y qué era malo. Desde entonces, Dios le ha permitido a la humanidad rechazar el conocimiento revelado. Nos dio la libertad de establecer nuestras propias filosofías acerca del origen y el significado de la vida y de experimentar con diferentes sistemas de vida, gobiernos y sociedades por medio de los cuales esperamos encontrar algún día paz y satisfacción. Pero nunca hemos podido lograr lo que tanto hemos buscado. Por miles de años nuestra experimentación con filosofías y gobiernos que nos den la paz, ha fracasado. La historia está repleta de derramamiento de sangre, de opresión y de esperanzas frustradas.

Seguiremos experimentando y seguiremos fracasando mientras no aceptemos la realidad: que sólo por medio del conocimiento revelado por Dios podremos encontrar la paz y felicidad verdaderas, además de poder cumplir finalmente con el propósito por el cual Dios nos creó a su imagen y semejanza.

La conclusión lógica

Lo que vemos a nuestro alrededor es un mundo que se apartó del conocimiento de Dios. La humanidad ha establecido muchas sociedades, cada una con sus filosofías y conceptos acerca del destino del hombre, sin tener en cuenta el conocimiento que Dios nos revela. Él ciertamente está interesado en su creación, pero por miles de años ha permitido que el hombre aprenda de sus propios errores.

Mucha gente supone que si este es el mundo de Dios, él debe estar tratando desesperadamente de convencer a la humanidad para que le obedezca. Asimismo suponen que, si esto es así, entonces Dios ha fracasado porque las fuerzas del mal están teniendo mucho más efecto.

La verdad escueta del asunto es que Dios no está tratando de convertir al mundo a su camino de vida ahora. Sólo ha estado permitiendo que el experimento de la humanidad la lleve a su lógica e inevitable conclusión.

Así como algunos niños no aprenden que la estufa está caliente hasta que la tocan, los adultos muchas veces tenemos que aprender las lecciones de la vida mediante experiencias dolorosas. La Biblia no sólo nos habla de las veces que Dios le advirtió a la gente acerca de las consecuencias que tendrían que afrontar si lo rechazaban a él y su camino de vida, sino que también nos dice que los exhortaba para que no lo hicieran: “Vivo yo, dice el Eterno el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis . . . ?” (Ezequiel 33:11).

¿Adónde nos conducirá la decisión global de la humanidad? Así como el rechazo del conocimiento del Dios creador y sus leyes acarrea sufrimiento y angustia a una persona, así también los puede acarrear a toda una nación y aun al mundo entero.

Jesús predijo el resultado inevitable de una civilización apartada de Dios: “Habrá entonces una angustia tan grande, como no la ha habido desde que el mundo es mundo ni la habrá nunca más. Si no se acortaran aquellos días, nadie escaparía con vida; pero por amor a los elegidos se acortarán” (Mateo 24:21-22, Nueva Biblia Española).

Debemos tomar muy en serio las palabras de Jesús. Dios le permitirá a la humanidad continuar con su experimento profano hasta el momento en que esté a punto de destruirse a sí misma. Sólo de esta manera aprenderán los hombres la lección.

(Si usted desea entender más acerca de estos temas, puede solicitar tres folletos gratuitos: El evangelio del Reino de Dios, ¿Estamos viviendo en los últimos días? y Usted puede entender la profecía bíblica.)

Dios intervendrá directamente

No todas las noticias son malas. De hecho, son más bien buenas porque al final Jesucristo intervendrá con gran poder y majestad para impedir que los humanos nos destruyamos totalmente. Aunque en la profecía bíblica se nos advierte que gran parte de la humanidad habrá de morir, que la supervivencia misma del hombre estará en juego, nuestra carrera hacia la destrucción total será detenida. La humanidad será rescatada, pero no porque hayamos encontrado alguna forma de resolver nuestras desavenencias. Será porque Cristo retornará a la tierra para finalmente “librarnos del presente siglo malo” (Gálatas 1:4), como lo llamó el apóstol Pablo.

En este tiempo profetizado de gran tribulación, un tiempo de caos y grandes peligros en todo el mundo, Jesucristo volverá. Simbólica y literalmente serán los días más tenebrosos que habrá tenido la humanidad. “Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus [pueblos, naciones] de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (Mateo 24:29-30).

Para quienes tienen una perspectiva atea del mundo, la situación que se va a presentar les parecerá contradictoria y confusa. Verán a gobernantes que querrán ser considerados como buenos, pero que debido a su tendencia natural les resultará más fácil maltratar y oprimir a sus semejantes. Verán aterradores fenómenos naturales que cobrarán las vidas de decenas de millares de personas, lo que a su vez acarreará dolor y pérdidas incalculables a muchos otros millares. Pero aun así continuarán rechazando a su Creador.

Si algún problema se resuelve, surgirán otros en su lugar. La gente clamará a Dios preguntándose dónde está, pero la realidad es que la humanidad tendrá que cosechar las trágicas consecuencias de no haber tenido en cuenta a Dios. Tendrá que aprender la lección de que no hay respuestas sin acudir a Dios y buscar sus enseñanzas sobre cómo vivir y cómo cumplir con el propósito por el cual fue creada.

Actualmente, Dios está dando la oportunidad a unos pocos para que cumplan con ese propósito. Si usted tiene el valor de rechazar las filosofías huecas y volverse a su Creador para buscar su guía, puede llegar a ser uno de los que están venciendo las tentaciones de este mundo con el deseo de poder reinar con Cristo cuando venga a establecer su reino (Apocalipsis 3:21; Apocalipsis 20:4, Apocalipsis 20:6).

Entonces Dios contestará poderosamente la pregunta de si existe o no. Todos conocerán al verdadero Dios, lo adorarán y acatarán sus santas y justas leyes: “Ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos” (Hebreos 8:11; Jeremías 31:34). Finalmente la humanidad encontrará la paz y felicidad verdaderas.

La relación personal con el Creador

¿Puede uno conocer realmente a Dios? El primer paso es estar dispuesto a reconocer las pruebas que nos da de su existencia. Como lo hemos explicado en esta publicación, él nos proporciona gran número de pruebas si estamos dispuestos a verlas y admitirlas. Por lo que vemos en el universo y en el mundo que nos rodea, podemos sacar muchas conclusiones con respecto a Dios. Luego podemos dar el siguiente paso: buscar una relación personal con él.

El rey David comprendió la realidad al contemplar las maravillas de la creación de Dios. En sus observaciones llegó por lo menos a dos conclusiones. La primera, que el ser que había creado el universo y nos había dado vida tenía un gran propósito para nosotros: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?” (Salmos 8:3-4).

La segunda conclusión a la que llegó fue que todo lo que hacía el ser que gobernaba tal creación, lo hacía bien, y que era el único en quien se podía confiar: “El cielo proclama la gloria de Dios; de su creación nos habla la bóveda celeste. Los días se lo cuentan entre sí; las noches hacen correr la voz. Aunque no se escuchan palabras ni se oye voz alguna, el tema va por toda la tierra y hasta el último rincón del mundo, hasta donde el sol tiene su hogar” (Salmos 19:1-4, Versión Popular).

David entendió que cuando miramos hacia el cielo podemos intuir esta verdad patente; es como si alguien nos la declarara cara a cara. Este mensaje está disponible para todo el mundo y puede ser entendido en cualquier idioma o dialecto: Existe un gran Creador, quien es infinitamente más poderoso que cualquier cosa que podamos imaginarnos. No tenemos excusa alguna para negarnos a creer tal verdad (Romanos 1:20).

Continuando en el mismo salmo, David habla de la grandeza de Dios y nos dice: “La ley del Eterno es perfecta . . . el testimonio del Eterno es fiel . . . Los mandamientos del Eterno son rectos . . . el precepto del Eterno es puro . . . El temor del Eterno es limpio . . . los juicios del Eterno son verdad, todos justos” (Salmos 19:7-9).

Muchas noches David se quedó admirado al contemplar el orden y el brillo impresionantes de lo que ahora conocemos como la Vía Láctea. Durante los años en que cuidaba de las ovejas de la familia tuvo tiempo de estudiar y preguntarse acerca de la complejidad y magnificencia de la creación. Estas experiencias lo ayudaron a sacar profundas conclusiones acerca de su Dios y Creador.

Usted puede examinar las mismas preguntas, contemplar las mismas pruebas y llegar a las mismas conclusiones lógicas. Puede obrar de acuerdo con lo que ve con sus propios ojos y tomar la decisión de aceptar el ofrecimiento que Dios le hace de establecer una relación personal con usted. Si lo hace, estará dando el primer paso en el camino que lo llevará a morar eternamente con su Creador. Nos gustaría ayudarle en esta búsqueda.

Usted puede aprender más acerca del Dios verdadero y del propósito que él tiene para usted. Tendremos mucho gusto en enviarle más información, sin costo ni compromiso de su parte. Para empezar, le recomendamos que solicite estos tres folletos: Nuestro asombroso potencial humano, El camino hacia la vida eterna y Los Diez Mandamientos. Y para entender mejor la Biblia y examinar varias pruebas de que es la Palabra inspirada de Dios, puede solicitar estas dos publicaciones: ¿Se puede confiar en la Biblia? y Cómo entender la Biblia.