#248 - Mateo 16-17: "¿Fue Pedro «la Roca» de la Iglesia?; La transfiguración"

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#248 - Mateo 16-17

"¿Fue Pedro «la Roca» de la Iglesia?; La transfiguración"

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Volvemos ahora a Galilea, la tierra nativa de Jesús. Allí pasaría los últimos seis meses de su vida. Sólo haría dos viajes más a Jerusalén; uno para la Fiesta de Dedicación y el otro para guardar la última Pascua, cuando estaba profetizado que sería sacrificado por los pecados de la humanidad y luego resucitaría. Por eso, de aquí en adelante veremos a Jesús preparando diligentemente a sus discípulos para su próxima partida y para que se encargaran de su futura Iglesia.

Comienza el relato: “Vinieron los fariseos y los saduceos para tentarle, y le pidieron que les mostrase señal del cielo” (Mateo 16:1). Esta es la primera vez que se unen dos grupos religiosos opuestos, pero que tienen a un adversario en común: Jesús. Explica Robertson: “Odiaban a Jesús más de lo que se odiaban entre sí”.

Los saduceos y fariseos representaban dos enfoques distintos de la religión judía. Los fariseos seguían cuidadosamente las tradiciones de los ancianos, o rabinos, aceptaban la autoridad de todo el Antiguo Testamento y creían en la resurrección de los muertos. En cambio, los saduceos sólo aceptaban la autoridad de los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, o los escritos por Moisés—de Génesis hasta Deuteronomio, y negaban la resurrección de los muertos. Además, mientras que los fariseos no eran un partido político y estaban dispuestos a vivir bajo cualquier gobierno que les permitiera observar sus tradiciones, los saduceos eran un partido religioso y político de sacerdotes y aristócratas acaudalados que colaboraban con los romanos para poder conservar sus riquezas y privilegios.

Sin embargo, ahora dejaron de lado sus diferencias para atacar a Jesús. Lo tentaron para que hiciera una señal en el cielo y así creer en él. Los rabinos enseñaban que el Mesías, cuando apareciera, haría grandes señales en el cielo, como detener el sol o hacer sonar un trueno en pleno día. Pero Jesús sabía que ellos lo pidieron para tentarle y no para creer en él. Cristo sanó a enfermos, resucitó a muertos y también alimentó milagrosamente a miles de personas en dos ocasiones. De modo que ellos tenían suficientes pruebas para creer en él si en realidad lo deseaban, pero obviamente, no era el caso.

Por eso Cristo les dijo: “Cuando anochece, decís: Buen tiempo; porque el cielo tiene arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el cielo nublado. ¡Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡mas las señales de los tiempos no podéis! La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Y dejándolos, se fue” (Mateo 16:2-4).

En una nación agrícola como Israel, era muy importante entender ciertos indicios del tiempo. Cuando se veía el cielo enrojecer en la tarde, significaba que el viento seco venía del oriente y traía buen tiempo. Pero si venía el viento húmedo del Mediterráneo que enrojecía el cielo en la mañana, podía significar lluvias y tormentas.

Los fariseos y saduceos sabían discernir el tiempo físico, pero no el momento espiritual. El Mesías estaba en frente de ellos, hacía milagro tras milagro, y, aun así, no lo reconocían. Por eso, la única señal que les dejaría sería la de su resurrección después de tres días. De hecho, hubo más tarde fariseos y saduceos que llegaron a convertirse por esa señal (vea Hechos 6:7; Hechos 15:5).

“Llegando sus discípulos al otro lado, se habían olvidado de traer pan. Y Jesús les dijo: Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos… Entonces entendieron que no les había dicho que se guardasen de la levadura del pan, sino de la doctrina de los fariseos y de los saduceos” (Mateo 16:5-12).

La doctrina de los fariseos y saduceos estaba llena de vanas tradiciones y creencias que, tal como la levadura infla el pan, los había llenado de auto-justicia, vanidad, insolencia y obstinación. Así, sus tradiciones habían contaminado a la verdadera fe. Los que estaban de acuerdo con ellos eran populares, pero tendrían que dejar de lado el verdadero camino de Dios. Por eso, Jesús los denuncia con tanta vehemencia al decir: “Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él” (Mateo 21:43). Es decir, la autoridad en vez se daría a la Iglesia. Jesús sabía que ellos querían matarlo, y por eso se aleja a otra región donde podría estar más tranquilo para enseñar a sus discípulos—al norte de Israel. 

“Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:13-16).

Quedaban sólo unos meses para que Jesús estuviera con ellos. Había sido rechazado por gran parte de los líderes religiosos y el pueblo. Hasta un grupo numeroso de discípulos recientemente lo habían abandonado. Ahora se vuelve a los doce discípulos principales para saber si ellos reconocían quién era en realidad. Pedro, siempre impulsivo pero sincero, reconoció que Jesús no sólo era el Mesías, sino también el Hijo de Dios, es decir, que era divino. Pero no era el crédito de Pedro por lo que dijo. Jesús le dijo: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:17). Continúa Jesús: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades [la muerte] no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18).

Hay mucha controversia respecto a este versículo, y por eso, debemos estudiarlo cuidadosamente. Primero que nada, Marcos y Lucas dicen en sus relatos lo siguiente: “Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo. Pero él les mandó que no dijesen esto de él a ninguno”. Si Cristo iba a fundar la iglesia sobre Pedro, es muy extraño que ni Lucas, un historiador escrupuloso, ni Marcos, el compañero del mismo Pedro, hayan mencionado algo tan importante. Sólo Mateo comenta lo que dijo Jesús con el juego de palabras entre “Pedro” y “Petra”. Por las Escrituras podemos ver que Jesús es el Mesías, y la Roca de la Iglesia y no Pedro.

“Desde tiempos antiguos,” explica un comentario, “el pueblo hebreo había empleado la figura de la roca para referirse específicamente a Dios (Deuteronomio 32:4; Salmos 18:2). Pablo afirma que era Cristo la Roca que había acompañado a su pueblo por el desierto (1 Corintios 10:4). También dice: ‘Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo’ (1 Corintios 3:11). Está claro que Jesús es el fundamento de la Iglesia, y no Pedro”. Robertson explica: “Jesús acepta la confesión de Pedro como genuina y declara que es Dios. Los discípulos expresan esta convicción en contraste con las opiniones divididas del populacho. Lo importante aquí, fuera cual fuere la lengua en que habló el Señor, [arameo o griego], el texto griego sí muestra la distinción entre “petros”, o pequeña piedra, y “petra”, o gran piedra o una peña. Es patente que Dios inspiró este juego de palabras para que fuera parte del texto y es de capital importancia para comprobar que Simón Pedro no fue la “Peña” en la cual se fundara la iglesia, sino Jesús”. Halley añade: “La “Roca” sobre la cual Jesús había de edificar su iglesia, no es Pedro, sino la verdad que Pedro confesaba, es decir, que Jesús es el Hijo de Dios. La deidad de Jesús es el cimiento sobre el cual descansa la iglesia. Es el credo fundamental del cristianismo. Tal es el significado inconfundible del lenguaje” (p. 392).

Pero este pasaje ha sido distorsionado por la iglesia Romana. Explica una fuente: “Cuando se buscó apoyo bíblico para las pretensiones del obispo de Roma a su primacía en la iglesia, las palabras pronunciadas por Cristo en esta ocasión fueron sacadas de su contexto original e interpretadas en el sentido de que Pedro era “esta roca”. El papa León I (445 d.C.) fue el primero en pretender haber recibido su autoridad de Cristo por medio de Pedro. Insistió que, por decreto de Cristo, Pedro era la roca, el fundamento, el guardián de la puerta del cielo, y que, por medio del papa como su sucesor, Pedro seguía realizando la tarea que le había sido encomendada. La mejor evidencia de que Cristo no designó a Pedro como la “roca” sobre la cual habría de construir su iglesia, es que ni siquiera Pedro así lo entendió. Los demás discípulos disputaron en repetidas veces el primer puesto y jamás reconocieron a Pedro como la cabeza de la iglesia” (Comentario Bíblico). Además, Pablo mencionó a los tres principales líderes en Jerusalén, y Pedro ni siquiera era el primero. Dijo: “Jacobo, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron… la diestra” (Gálatas 2:9).

De hecho, Jesús les dijo a todos los apóstoles que ellos [los 12] tendrían las llaves [un signo de autoridad] del reino (vea Mateo 18:18). Le dijo primero a Pedro: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos. Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo” (Mateo 16:19-20). Las “llaves del reino” es un término usado por los rabinos para indicar la autoridad que ellos tenían para administrar los juicios, pero no para añadir o quitarle a las Escrituras. Comenta Barclay: “Atar y desatar eran frases comunes, especialmente de los grandes rabinos sobre decisiones judiciales basándose en la ley de Dios”. Robertson añade: “La pretensión de poder perdonar pecados es un violento salto lógico, como el de pronunciar la absolución [que hacen los curas], en base al lenguaje rabínico empleado por Jesús acerca de atar y desatar”.

Pedro pensó que por el cumplido que recibió, ahora tenía derecho a reprender a Jesús. ¡Craso error! Sigue el relato: “Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Entonces Pedro, tomándole aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo 16:21-23). 

Pedro ni aún tenía el Espíritu Santo en él, ni era seguro que seguiría fiel. Satanás quería que fuera Pedro el traidor, pero Jesús rogó al Padre para que lo fortaleciera y evitara tal destino (vea Lucas 22:31-32). De hecho, Pedro negó tres veces a Jesús. Definitivamente no era la “roca” sobre la cual Jesús fundaría su iglesia.

Luego de reprender a Pedro, Jesús mencionó los sacrificios que tendrían sus discípulos por delante, y si lo negaran de corazón, perderían esa entrada al reino de Dios. “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo [todas las riquezas físicas], y perdiere su alma [su vida espiritual]?... porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras”. Aquí vemos que la obediencia a la ley de Dios es un requisito para ser parte del reino de Dios. Entramos en ese reino mediante la obediencia a la ley y al recibir la gracia o el perdón por nuestros pecados. Cristo terminó esta sección al decir: “De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino”.

Esto ocurre así: “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró [gr. metamorfosis—un cambio en forma y estructura] delante de ellos y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas; una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oid” (Mateo 17:1-5).

Unger menciona: “Esta predicción se cumplió una semana más tarde durante la transfiguración de Cristo, que fue una especie de representación gráfica en miniatura del glorioso suceso futuro—la venida del reino de Dios” (p. 488). Ahora bien, ¿estaban Moisés y Elías vivos en esos momentos? No, pues sólo era una visión y no algo real. Noten lo que les dijo Jesús a sus tres discípulos: “Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos” (Mateo 16:9). El término visión, del griego hórama, de acuerdo con el diccionario significa “una imagen mental que, de manera sobrenatural, se percibe por la vista, pero no es real”. Por ejemplo, la imagen de la bestia con siete cabezas en Apocalipsis no es real, sino que simboliza a un sistema político. Aquí las imágenes de Moisés y Elías, con Jesús transfigurado, representaban lo que sucedería en el futuro cuando vendría el reino de Dios en realidad.

¿Por qué escogió Dios a Moisés y Elías para representar a los seres humanos glorificados en su reino? De nuevo, debemos remontarnos a esos tiempos. Explica Barclay: “En el pensamiento judío, Moisés era el más grande entre los que dieron la ley de Dios, mientras que Elías era el más grande de los profetas”. Otro comentario añade: “La presencia de Moisés y Elías junto con Jesús confirman el papel que Jesús llevaría a cabo—magnificar la ley de Dios y cumplir las profecías de los profetas. La voz de Dios apoyó las palabras pronunciadas por Jesús”.

Una vez desaparecida la visión, volvió la realidad a imponerse y preguntaron por qué uno en el poder de Elías vendría primero, antes del Mesías. Cristo contestó: A la verdad, Elías viene primero [futuro], y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron… Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista” (Mateo 17:10-13). Aquí vemos una dualidad en cuanto a las dos venidas de Cristo. En la primera venida, ese “Elías” fue Juan el Bautista. En la segunda venida, también habrá otro en poder como “Elías” que vendría primero. Es obvio que tendrá que estar presente hasta que aparezca el Mesías. Nosotros somos parte de esta obra de Elías, y el Sr. Armstrong fue el que la comenzó, pero todavía queda mucho por hacer antes de que vuelva Jesús. Recuerden que aparecerán en los tiempos del fin los dos testigos, que harán grandes obras, y terminarán esa obra de “Elías”. Mientras tanto, debemos hacer nuestra parte.

Jesús y los tres discípulos descienden del monte, que, a propósito, no se menciona cuál fue, probablemente para que no se volviera en otro lugar de culto y de peregrinajes, al haberse transfigurado allí Jesús. El ser humano ama hacer santuarios, que es un tipo de idolatría y un buen negocio. En la Biblia esto está prohibido, y por eso tampoco menciona dónde fue sepultado Moisés.

Un hombre que tenía un hijo endemoniado se presenta y menciona que los otros discípulos no pudieron sacar al espíritu. Cristo se frustra al ver que sus discípulos no estaban lo suficientemente cerca de Dios. Los reprende y luego saca al demonio. Era un espíritu fuerte, y Jesús les dice: “Pero este género no sale sino con oración y ayuno” (Mateo 17:21). Por eso, cuando los ministros deben tratar tales casos, ayunan un día antes, y se dedican a la oración para estar muy cerca de Dios. Así, el poder de Dios en ellos logrará echar a estos espíritus de las personas.

Luego, Cristo de nuevo prepara a sus discípulos para los eventos que se acercan y los previene. “Estando ellos en Galilea, Jesús les dijo: El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres, y le matarán; mas al tercer día resucitará. Y ellos se entristecieron en gran manera”. Barclay explica: “A pesar de que los discípulos reconocían que Jesús era el Mesías, no captaban lo que esto implicaba. Para ellos, todavía pensaban en la típica noción judía de que el Mesías sería un gran rey guerrero que arrojaría a los romanos de Israel y establecería un gobierno mundial con los judíos a cargo. Por eso Jesús les prohibía decirle a las personas que era el Mesías, pues podría crear una trágica rebelión contra los romanos. Se calcula que en el siglo anterior al ministerio de Jesús perecieron 200.000 judíos en numerosas rebeliones.

Para finalizar, Jesús muestra que se deben pagar los impuestos, al presentarse unos cobradores del Templo. Barclay menciona: “El Templo en Jerusalén era un lugar costoso para mantener. Había sacrificios de un cordero en la mañana y en la tarde. Se quemaba incienso y la mantención del edificio era caro. En Éxodo 30:13 tenemos la ley sobre el impuesto anual del Templo para todos los varones mayores de 20 años. En el último mes del año, Adar, se montaban quioscos para cobrar este impuesto. Equivalía a dos dracmas, o el salario de dos días. Aunque Jesús era el “Hijo” de ese Templo, dedicado a él y a su Padre, y no tenía por qué pagarlo, en oración le pidió al Padre por un milagro. Igual que podía multiplicar el pan, ahora le dice a Pedro que pescara un pez, y que tendría una moneda adentro que pagaría ese impuesto. Hay muchas maneras que Dios pudo intervenir para lograrlo. Un ángel pudo colocar esa moneda en el vientre del pez o sencillamente fue creado dentro del pez por un milagro. El punto principal es que Jesús respetaba las leyes bíblicas, aunque no las tradiciones rabínicas, y nos dio un ejemplo para seguir. Todavía faltan muchas lecciones por aprender de su ministerio en Galilea.