Dios puede y quiere perdonarlo

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Dios puede y quiere perdonarlo

Pedro negó a Jesús tres veces justo antes de la crucifixión, dejando solo a su amigo y Maestro, tal como Jesús había predicho que lo haría. Lucas escribió que Pedro se dio cuenta de su fracaso y se fue, llorando amargamente (Lucas 22:62).

Es fácil entender la desesperación de Pedro. ¿Podría llegar a ser perdonado por su traición? ¿Acaso merecía el perdón? La Escritura nos dice que después de que Jesús fue resucitado, reconoció el sincero y profundo arrepentimiento de Pedro y le hizo saber que había sido perdonado.

Como resultado, poco tiempo después encontramos a un Pedro muy diferente. En vez de dejarse dominar por el temor y la duda, ahora era un hombre resuelto y valiente. En vez de sumirse en la vergüenza y la culpa, triunfantemente predicó acerca del perdón y la misericordia de Dios.

Su declaración registrada en Hechos 2:38 es uno de los pasajes más cruciales en la Biblia. Pedro redujo a su esencia lo que Dios espera de nosotros cuando se dirigió a sus oyentes con estas palabras: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”.

Tener el don del Espíritu Santo de Dios habitando en nosotros nos proporciona innumerables beneficios. Uno de los más valiosos es que nos permite perdonar mucho más fácilmente a quienes nos han hecho daño.

Pedro establece una verdad fundamental: que nuestro arrepentimiento y el perdón misericordioso de Dios son aspectos necesarios y complementarios en el proceso general de salvación.

Y como el perdón solo puede tener lugar después del arrepentimiento, démosle primero una mirada a este.

La necesidad de arrepentimiento

El libro de los Hechos cubre unos 30 años de la historia de la Iglesia primitiva, que comienzan en Jerusalén y terminan en Roma. Pablo, al igual que Pedro, continuamente predicó sobre la importancia de arrepentirse. Él testificó “a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20:21).

El verdadero arrepentimiento tiene dos componentes: primero, debe haber sincera “tristeza que proviene de Dios” (congoja por haber quebrantado sus mandamientos, no solo por estar sufriendo el castigo, 2 Corintios 7:9-10). Segundo, se debe dar un giro completo y cambiar de dirección, del camino de pecado al camino de obediencia a Dios (Ezequiel 18:23, 30-32). Pablo enfatiza que prometer dar la espalda al pecado no es suficiente. El arrepentimiento también requiere producir buenas obras, los frutos del arrepentimiento. Él exhortó a todos a “que se arrepintieran y se convirtieran a Dios, y que demostraran su arrepentimiento con sus buenas obras” (Hechos 26:20, NVI). Anteriormente, Juan el Bautista había exigido a sus oyentes “frutos dignos de arrepentimiento” (Lucas 3:8).

Poco antes, Pablo y Bernabé habían instado a la gente de Listra a que dejaran “estas cosas sin valor” y se volvieran “al Dios viviente” (Hechos 14:15, NVI). Aquellos que han sido realmente llamados por Dios experimentan un fuerte sentimiento que los impulsa a procurar el perdón siguiendo los pasos bíblicos que el Creador requiere para el arrepentimiento.

Continuar en el pecado (la falta de arrepentimiento) es un camino que conduce a un callejón sin salida. Solo hay un camino a seguir: buscar el perdón de Dios, arrepentirnos de nuestros pecados y permitirle a él que nos cambie.

David: ejemplo del arrepentimiento que conduce al perdón

Para Dios el pecado no es cosa ligera, y tampoco debería serlo para usted. En realidad, es un asunto extremadamente grave. Dios aborrece el pecado porque produce muerte y nos aparta de él, quien como buen Padre desea tener una relación estrecha e íntima con nosotros. Sin embargo, el pecado sin arrepentimiento nos impide experimentar ese nivel de cercanía con él.

La Biblia nos muestra un conmovedor ejemplo de la relación entre el arrepentimiento y el perdón mediante un suceso en la vida del rey David de Israel. Cuando él quebrantó al menos dos de los Diez Mandamientos tramando el asesinato de un soldado llamado Urías, después de haber cometido adulterio con la esposa de este, Betsabé, Dios le preguntó por intermedio del profeta Natán: “¿Por qué, entonces, despreciaste la palabra del Señor haciendo lo que le desagrada?” (2 Samuel 12:9, NVI). El tembloroso rey respondió: “¡He pecado contra el Señor!”

Pero vea la respuesta de Natán: “El SEÑOR ha perdonado ya tu pecado, y no morirás” (v. 13). El emotivo y sincero arrepentimiento que manifestó David quedó registrado para nosotros en el Salmo 51. Todo cristiano debería leerlo de vez en cuando para recordar la clase de corazón y actitud que Dios desea ver en nosotros. El arrepentimiento de David fue de corazón, lo cual creó un cambio en él y restableció su relación con Dios. Como resultado, Dios derramó su gracia y perdón sobre él.

En su misericordia, Dios nos ha proporcionado una forma de salir del pecado, aunque a un gran costo para sí mismo. Solo cuando comprendemos la grandeza de Dios y comenzamos a vernos realmente cómo somos en comparación con nuestro Creador, como lo hizo Job, podemos emprender el camino a un verdadero y genuino arrepentimiento y a su benevolente perdón.

El misericordioso y bondadoso perdón de Dios

El rey David alabó la compasiva naturaleza de Dios en el Salmo 103: “Alaba, alma mía, al Señor. . . y no olvides ninguno de sus beneficios. Él perdona todos tus pecados y sana todas tus dolencias. . . El Señor es clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor . . . No nos trata conforme a nuestros pecados ni nos paga según nuestras maldades.

“Tan grande es su amor por los que le temen como alto es el cielo sobre la tierra. Tan lejos de nosotros echó nuestras transgresiones como lejos del oriente está el occidente. Tan compasivo es el Señor con los que le temen como lo es un padre con sus hijos. Él conoce nuestra condición; sabe que somos de barro” (vv. 1-14, NVI).

Una vez que uno se arrepiente verdaderamente de sus pecados, recibe el perdón absoluto y total de Dios. Él aplica la sangre del sacrificio de su Hijo Jesucristo personalmente al arrepentido: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16).

Dios borra nuestras transgresiones a su ley mediante el sacrificio de Jesucristo, “en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Colosenses 1:14).

Nuestra nueva condición ante Dios

El arrepentimiento, el bautismo en agua y el recibimiento del Espíritu Santo de Dios (Hechos 2:38) hacen que para un cristiano empiece un cambio de vida completo. Después que se ha cruzado este puente, el perdón está asegurado. La salvación, sin embargo, está asegurada siempre y cuando continuemos arrepintiéndonos cuando caemos y volvamos a la senda de la ley de Dios obedeciendo los Diez Mandamientos (1 Juan 1:9). Como el salmista escribió, “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmos 119:105).

Jesucristo dijo: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió [el Padre], tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, más ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).

El apóstol Juan reiteró esta alentadora verdad en 1 Juan 5:11-12: “Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”.

Después de su resurrección, Jesús dijo del Mesías (refiriéndose a sí mismo), “que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén”, como un componente clave de la misión que les había encomendado a sus discípulos (Lucas 24:47). Ahora podemos ver cómo el arrepentimiento genuino, seguido por el perdón misericordioso y compasivo de Dios, convergen para impartir verdadera conversión ¡y colocarnos firmemente en el camino a la vida eterna!