La letra y el espíritu de la ley

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La letra y el espíritu de la ley

Veamos cómo en sus palabras tan conocidas del Sermón del Monte enseñó acerca de la ley de Dios: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5:17). Jesús habló claramente: la ley de Dios no iba a ser abolida. Y según sus propias palabras, quienquiera que enseñe lo contrario, lo contradice directamente y va a tener que afrontar serios problemas (vv. 18-19).

Algunas personas suponen y enseñan que no necesitamos guardar la ley porque Jesucristo ya la “cumplió”. Pero malentienden fundamentalmente las palabras de Jesús. La palabra cumplir de este pasaje significa “hacer lleno, llenar hasta arriba” (W.E. Vine, Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento, 1985, 2:339). La misma palabra se aplica en el ejemplo de la red que estaba llena de peces en Mateo 13:48. De la misma forma en que un pescador llena su red con peces, Jesús “llenó” completamente la ley de Dios. Guardó perfectamente los 10 mandamientos, incluyendo la intención o sentido espiritual de las leyes de Dios y cómo debemos aplicarlas.

¿Cómo amplió Jesús la ley, mostrándonos la profundidad de su intención espiritual? Veamos un ejemplo en Mateo 5:27-28: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”.

Según el séptimo mandamiento, el adulterio es un acto inmoral; es pecado (Éxodo 20:14). Sin embargo, el enunciado literal de este mandamiento —la letra de la ley (2 Corintios 3:5-6)— no refleja la intención de Dios en su totalidad. Jesús mostró que el espíritu de la ley —su propósito espiritual— es muchísimo más amplio que la letra y abarca aun los pensamientos que tenemos hacia otros. Según lo que él enseñó, los pensamientos lujuriosos son adulterio mental, emocional y espiritual y, por lo tanto, son contrarios al principio básico de la voluntad de Dios, que es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:39).

También amplió la intención espiritual del sexto mandamiento, que prohíbe el asesinato (Éxodo 20:13). “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás, y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego” (Mateo 5:21-22). Jesús explicó que la ira descontrolada o injustificada puede quebrantar el espíritu del sexto mandamiento.

Luego continuó: “Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera . . . Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede” (vv. 33-37).

La enseñanza de Jesús acerca de los juramentos nos ilustra otro aspecto de aplicar el espíritu de la ley en lugar de aplicar sólo la letra de los mandamientos bíblicos. En este ejemplo el principio espiritual que resalta de la ley exige que aquellos que sirven a Dios sean honestos en todo lo que digan. No debe ser necesario prestar juramento para demostrar que las palabras son honestas y sinceras. Por lo tanto, el mandamiento que nos dice: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo 20:16) debe implicar para nosotros mucho más que sólo decir la verdad ante el compromiso de un juramento previo. Con la ampliación que Jesucristo le hace en el Nuevo Testamento, este mandamiento exige mucho más de nosotros, pues nos ordena: “No juréis en ninguna manera”.

Con la ayuda de su Espíritu, Dios nos permite discernir la intención de la ley, que se extiende mucho más allá de la letra —el enunciado literal— escrito originalmente en los cinco libros de la ley, que son los cinco primeros libros de la Biblia. Dios espera que analicemos situaciones específicas a las que se refiere la ley escrita, a fin de discernir los principios que hay en esas leyes de acuerdo con el espíritu y la intención de toda la palabra de Dios, tal como fue ampliada por Jesús y sus apóstoles.

Esto requiere una sabiduría y un equilibrio espiritual que sólo podemos tener si somos guiados por el Espíritu de Dios. Aquellos que no tienen el Espíritu de Dios simplemente no tienen este discernimiento. En vez de esto, su tendencia natural es ser hostiles a la ley de Dios (Romanos 8:7) y percibirla como “locura” (1 Corintios 2:14). No la perciben como una revelación de la sabiduría de Dios que debe entenderse y usarse correctamente (2 Timoteo 2:15).

Por medio de su Espíritu Dios nos ayudará a comenzar a discernir cómo aplicar los principios que se encuentran en las Escrituras, de tal forma que podamos discernir y comprender cabalmente su aplicación correcta. Esto significa que los parámetros de nuestra conducta deben ser aún más altos que los expresados por las palabras literales —la letra de las leyes— que se encuentran en el Antiguo Testamento.

Jesús ilustró esto con otros dos ejemplos. Primero explicó: “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos [que se enorgullecían de obedecer la letra de la ley], no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 5:20; comparar con Lucas 18:11).

Además enseñó: “Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos” (Lucas 17:10). Nuestra justicia debe exceder la letra de la ley. Para ser siervos útiles para Dios, es necesario que empecemos a discernir y a aplicar en nuestra obediencia a él los principios fundamentales (tales como fe, esperanza, amor, justicia, buen juicio y misericordia) en los que está basada la palabra de Dios.

Dios nos da su Espíritu para que podamos discernir adecuadamente y aplicar los principios espirituales, la intención, de las Sagradas Escrituras.