Cómo es patrocinada la obra de la iglesia
Jesucristo le asignó a su iglesia la tarea de proclamar el evangelio al mundo, hacer discípulos y cuidar de todos aquellos que Dios llame (Mateo 24:14; 28:19-20). Es una tarea monumental. Sin embargo, en un momento dado Dios llama sólo a una “manada pequeña” de personas a su iglesia para cumplir con semejante responsabilidad (Lucas 12:32).
Jesús instruyó a los discípulos: “De gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:8). Todo el camino de vida de Dios es un camino de dar y de servir. Por tanto, no debe sorprendernos que Jesús les dijera a sus discípulos que compartieran el evangelio sin esperar nada a cambio. En la actualidad la verdad de Dios se proclama sin pedirles nada a los que la solicitan. Veamos el ejemplo bíblico de cómo se financia la obra de predicar y publicar las buenas noticias.
La Biblia introduce el sistema de respaldo financiero por medio del ejemplo del patriarca Abraham. Pero antes de examinar este ejemplo, necesitamos tener en cuenta la importancia del papel de Dios como Creador del cielo y de la tierra. Él creó todo, incluyendo todos los recursos físicos que nos permite usar durante nuestra vida. Nos dice que todo le sigue perteneciendo a él (Salmos 24:1; Hageo 2:8). Por lo tanto, tiene el derecho de decirnos cómo usar lo que ha creado.
Dios reveló su camino de vida a Abraham, y hablando del patriarca dice: “. . . oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Génesis 26:5). Abraham también sabía que todas las bendiciones físicas son un regalo de Dios. Como “padre” de todos los creyentes (Romanos 4:11, 16), y como parte de su relación con Dios, Abraham nos dio un ejemplo al diezmar: dio al sacerdote de Dios una décima parte de todas las bendiciones que había recibido de Dios (Génesis 14:17-20; Hebreos 7:1-4).
Abraham inculcó esta misma práctica a sus descendientes. Su nieto Jacob prometió: “Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, el Eterno será mi Dios . . . y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti” (Génesis 28:20-22).
Cuando algunos de los descendientes de Abraham se convirtieron en la antigua nación de Israel, después de la liberación de la esclavitud de Egipto, Dios le dio a la tribu de Leví el diezmo como pago por el servicio que los levitas le prestaban a él. “Y he aquí yo he dado a los hijos de Leví todos los diezmos en Israel por heredad, por su ministerio, por cuanto ellos sirven en el ministerio del tabernáculo de reunión . . . Porque a los levitas he dado por heredad los diezmos de los hijos de Israel, que ofrecerán al Eterno en ofrenda; por lo cual les he dicho: Entre los hijos de Israel no poseerán heredad” (Números 18:21, 24).
Este respaldo financiero le dio a Israel los medios para que adorara y recibiera instrucción de acuerdo con la voluntad de Dios. La Epístola a los Hebreos describe un cambio en la administración, ya que la iglesia del Nuevo Testamento —el templo espiritual de Dios (1 Corintios 3:16; Efesios 2:19-22)— llegó a ser más importante que el templo físico. La responsabilidad de enseñar la verdad de Dios ahora recae en la iglesia del Nuevo Testamento. En el primer siglo los seguidores del mensaje del evangelio dieron ayuda monetaria y de otro tipo a Jesús, a sus discípulos y, más adelante, a otros colaboradores de la iglesia para respaldarlos en la obra que Cristo le había encomendado a su iglesia. Ejemplos de esto, y principios relativos a lo que estamos hablando, los encontramos en pasajes del Nuevo Testamento tales como Lucas 8:3; 10:7-8; 2 Corintios 11:7-9; y Filipenses 4:14-18).
¿Resaltó Jesús la importancia de la práctica bíblica de pagar el diezmo? Claro que sí. Veamos lo que les dijo a los escribas y fariseos: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello” (Mateo 23:23).
Los fariseos eran muy cuidadosos al pagar el diezmo incluso de las especias más pequeñas, pero con frecuencia pasaban por alto lo más importante de la ley. Jesús les dijo que debían hacer las dos cosas. No debemos pasar por alto ni el diezmo ni las cosas más importantes como “la justicia, la misericordia y la fe”.
Jesús y sus apóstoles enseñaron que una actitud generosa debe ser una parte fundamental del camino de vida cristiano. “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir” (Lucas 6:38).
Pasar por alto el diezmo es equiparado con robar a Dios (Malaquías 3:8-12). Podemos tener la confianza y la seguridad de que él ha prometido suplir las necesidades de aquellos que con entusiasmo y sinceridad buscan primeramente su reino y están dispuestos a tomar parte con él en la obra de predicar el evangelio en todo el mundo (Mateo 6:31-34; 2 Corintios 9:8).
Cristo le ha dado a su iglesia la comisión de continuar con la obra que él comenzó. El diezmo de Dios provee los recursos para llevar a cabo dicha comisión. Como cristianos, hemos sido llamados a ser colaboradores de Cristo.
“Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios” (1 Corintios 3:9). “Amado, fielmente te conduces cuando prestas algún servicio a los hermanos, especialmente a los desconocidos, los cuales han dado ante la iglesia testimonio de tu amor; y harás bien en encaminarlos como es digno de su servicio a Dios, para que continúen su viaje. Porque ellos salieron por amor del nombre de él, sin aceptar nada de los gentiles. Nosotros, pues, debemos acoger a tales personas, para que cooperemos con la verdad” (3 Juan 5-8).
¡Qué increíble bendición y responsabilidad hemos recibido, la de ser colaboradores, para trabajar con Dios en la predicación del evangelio al mundo!