Redime tu tiempo

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Cuando era una joven recién casada, una actividad popular entre mis compañeras era ver las en Estados Unidos llamadas “operas de jabón” o telenovelas.

Al principio lo convertí en un hábito, pero rápidamente me di cuenta que estaba dedicando mucho de un tiempo que podía ser usado para realizar cosas más divertidas.

“Porque entre ellos están los que se meten en las casas y llevan cautivas a mujercillas cargadas de pecado, llevadas por diversas pasiones” (2 Timoteo 3:6).

Leí este verso y me pareció estar escuchando acerca de las telenovelas, dramas que mis amigas comentaban como si hubieran ocurrido a gente conocida. Parecía que estos personajes se deslizaban en nuestros hogares, inculcándonos pecados y lujurias, con los que de otra manera no hubiéramos entrado en contacto. Inmediatamente decidí que no podía seguir con este hábito y lo erradiqué en el acto.

Ahora estoy realizando el mismo análisis con relación a las redes sociales. Como desde hace pocos meses estoy pensionada, me he dado cuenta que dedico más y más tiempo a las redes sociales. Veo gente involucrándose en teorías conspirativas difundiendo sus verdades “ocultas”. Estas son situaciones que debemos analizar seriamente para poder decidir si las creemos o no.

No me considero lo suficientemente astuta para observar y separar a primera vista lo verdadero de las mentiras.  En ocasiones me devano el cerebro con cosas que no puedo demostrar de una u otra manera, por lo que he decidido no ocuparme de ellas.  Aun después de haber tomado esta decisión, encuentro personas que conozco enviándome videos que consideran que debo ver para estar al día con la realidad del mundo.

He tomado conciencia de que debo gastar menos de una hora diaria en las redes sociales. Hay que valerse de un reloj para saber cuánto tiempo se gasta en las redes. Podría retirarme completamente; pero, cuando me conecto, me limito a publicar aspectos positivos. No deseo estar atrapada en discusiones sin límite, acerca de situaciones sobre las cuales no tengo control ni forma de conocer la verdad, a menos que Dios me ilumine.

Traigo a mi mente este verso relacionado con la necesidad de evitar discusiones bizantinas: “Pero evita controversias necias, genealogías, contiendas y discusiones acerca de la ley, porque son sin provecho y sin valor” (Tito 3:9).

También estoy mirando la influencia negativa en nuestro cerebro, causada por gastar demasiado tiempo en información muy fragmentada. Es bien cierto que conduce a una pequeña reacción del mecanismo de la atención. Los psicólogos estudiosos del impacto, dicen que también puede activar la porción del cerebro responsable de las respuestas de lucha o escape ante el peligro. La información sesgada o incompleta no es nuestra amiga.

“Por tanto, tened cuidado cómo andáis; no como insensatos, sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Efesios 5:15-16).

Pienso que las redes sociales son la obsesión moderna que reemplaza a las telenovelas, con un mayor número de personas involucradas, y que pueden ser igual o mayormente perjudiciales. No solo lo anterior, las redes están constantemente explorando todo lo que lees o dices para bombardearte con anuncios, o usarlo por alguna compañía de datos para encausarlo como una tendencia nacional.  Nada de lo que digas o hagas queda entre tú y tus amigos.

“Andad sabiamente para con los de afuera, aprovechando bien el tiempo. Para que vuestra conversación sea siempre con gracia, sazonada como con sal, para que sepáis cómo debes responder a cada persona” (Colosenses 4:5-6).

Debemos ser cuidadosos en la forma de presentarnos en las redes sociales. Si usted no puede opinar cara a cara acerca de alguna persona en particular, no lo publique en los medios sociales. Podemos ofender a los pequeños sin darnos cuenta. Esto no significa evitar compartir la verdad, sino manifestarla con amor, teniendo en cuenta que otras personas pueden leer sus publicaciones.

 “Y llamando Jesús a un niño, le puso en medio de ellos.  Y dijo: De cierto os digo, que si no os volviereis, y fuereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humillare como este niño, este es el mayor en el reino de los cielos. Y cualquiera que recibiere a un tal niño en mi nombre, a mí recibe. Y cualquiera que escandalizare a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le anegase en el profundo de la mar” (Mateo 18:2-6).

Para causar ofensa, no tienes que estar cara a cara.

“Y yo os digo que de toda palabra vana que hablen los hombres, darán cuenta de ella en el día del juicio” (Mateo 12:36).