Necesidades

Usted está aquí

Necesidades

Algo que a veces no hacemos consciente, es que para llegar a la primer temporada de fiestas tenemos casi seis meses de preparación exclusiva. Atravesamos un desierto de seis meses en el que nos sustentamos con la inercia de la última temporada de fiestas… ¿o no?

Recuerdo que solía pensar eso. Cuando escuchamos los sermones y sermoncillos propios del regreso de las fiestas de otoño, se nos habla regularmente sobre recargar nuestras baterías espirituales y uno tiende a pensar que realmente eso eran esas fiestas. Un punto de control, una plataforma de salto, un propulsor.

Seis meses de estar solos figurativamente hablando, debería requerir algo adicional para sustentarnos. Y de hecho sí. Pero no es solo la inercia de esas fiestas.

Un par de años atrás, un amigo dio un sermoncillo sobre cómo sobrellevar el regreso de la fiesta de Tabernáculos, y comentó el papel trascendental del sábado en ello. Como un pequeño descanso constante, mediante el cual escalábamos poco a poco hasta llegar a la siguiente temporada de Fiestas. Me pareció revelador comprender cuán sabio es Dios para habernos dado su sábado.

Y creo que hay algo trascendental en esto.

Los sábados nos ayudan a sobrellevar la “soledad” de esa temporada. Pero el resto de la semana también tiene un propósito especial y muy peculiar: Nos hace necesitar a nuestro Padre.

Estar expuestos a los peligros del mundo, a las adversidades, a la malicia, la perversidad y corrupción, solo deberían tener un efecto en nosotros: desear salir de ahí. Y por eso el sábado es algo tan ansiado, porque nos reposa de ese efecto nocivo de vivir en un mundo en manos del adversario.

Pasamos seis días de la semana necesitando estar en un mejor lugar, en un santuario protegido por Dios. Y entonces nos damos cuenta de lo cierto que es lo dicho por Jesucristo en Juan 15:5: “separados de mí nada podéis hacer”. Y nos congregamos en el lugar que el Eterno nos diere.

Vivir en un mundo tan adverso nos revela cuánto necesitamos de Dios el Padre. Y en consecuencia también cuánto necesitamos de la redención de su Hijo para acceder a él.

Es una lección de humildad porque, como ocurrió con Pablo, si no sufriéramos de privaciones y problemas, no nos acercaríamos con tanta sinceridad a nuestro Creador. En 2 Corintios 15:10 leemos: “Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”.

¿Y cómo llegamos a Pascua?

¿Cansados y agobiados de este mundo? ¿Arrepentidos por nuestros pecados? Muy posiblemente débiles en el cuerpo, enfermos, pasando pruebas económicas, batallando con nuestras debilidades y las consecuencias de las mismas.

De algún modo llegamos a Pascua con toda la fuerza posible, porque estamos debilitados. Sabemos que nuestra fuerza viene de acercarnos a Dios. Y esta temporada es la de mayor cercanía con nuestro Padre. Lo buscamos más porque lo necesitamos más: Para que nos perdone, para que nos consuele, para demostrarle, de nueva cuenta, cuánto sabemos que lo necesitamos. Para renovar nuestro pacto con él, para recordar que estamos consagrando nuestra vida para su propósito.

Así como nos acercamos a nuestros seres queridos cuando necesitamos apoyo y nos sentimos menos fuertes, así deberíamos acercamos a Dios. No debería haber alguien más querido por nosotros que él.

En tiempos del Éxodo, Israel se congregó, se guardó para tener la fuerza de Dios de su lado en medio de un conflicto con el hombre más poderoso de su tiempo. La muerte no los tocó porque estaban juntos, resguardados en su hogar y bajo el resguardo del Eterno de los Ejércitos.

Cada Pascua estamos guardados del mundo, como dijo Jesucristo en Juan 17:16 al pedir por nosotros. Y ahora doblemente.

Estamos guardando Pascua en nuestros hogares, igual que el antiguo Israel. Estamos doblemente resguardados. Muchos de nosotros quizá nunca habíamos tenido la necesidad de guardar la Pascua solos. Pero hoy sí.

Tal vez este es un recordatorio de que nuestra fuerza viene de la congregación espiritual que llevamos a cabo. Estamos peleando no sólo con una enfermedad, o con el mundo, o con nuestra naturaleza. Estamos peleando contra el mayor adversario.

Cada israelita espiritual se encuentra bajo su techo. Pero todos unánimes. 

Hoy, quizá más que nunca, debamos inclinar nuestros rostros y orar con la imagen de nuestros hermanos y hermanas clara en nuestras mentes. Que el Eterno sepa que no estamos solos. Que somos un solo pueblo. Su pueblo. Que necesitamos su perdón, su protección, su pronta llegada.

Hoy somos más fuertes que nunca porque ni la distancia ni el aislamiento físico van a separar nuestros espíritus, ni a evitar que se postren ante la grandeza y la misericordia de nuestro Creador.