Los verdaderos guerreros

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Los verdaderos guerreros

Generalmente cuando pensamos en un guerrero, viene a nuestra mente la imagen de un hombre fuertemente armado, valiente e implacable.  En la antigua Roma, los guerreros eran muy admirados, especialmente si habían luchado con éxito en batallas contra sus enemigos. El mismo Julio César, antes de escalar en su carrera política para llegar a ser emperador, fue un valiente guerrero.

Lo más probable es que Ud. no haya escuchado el nombre de Tatanka Yotanka. Él fue el líder espiritual de la tribu lakota y jefe supremo de la nación Sioux en las praderas de los Estados Unidos. Los colonizadores lo llamaban Sitting Bull que significa Toro Sentado. Él expresó: “El guerrero no es solo quien pelea, porque nadie tiene derecho a tomar la vida de otro hombre. El guerrero, para nosotros, es aquel que se sacrifica por el bien de los demás. Su tarea es cuidar a los mayores, a los indefensos, a aquellos que no pueden hacerlo por sí solos y, sobre todo, a los niños que son el futuro de la humanidad”

Nelson Mandela, el líder sudafricano que pasó 27 años en prisión y que luego fue electo como el primer presidente y galardonado con el Premio Nobel de la Paz dijo: “El valor no es ausencia de miedo, sino el triunfo sobre el mismo. El hombre valiente no es aquel que no experimenta temor, sino el que lo conquista”

Muchas guerras que se han librado han nacido en el corazón del ser humano. Para alcanzar la paz primero debemos ganar la batalla en el interior de nuestro ser.  Santiago 4:1-2 “¿De dónde surgen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que luchan dentro de ustedes mismos? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís”.

 Las guerras del pueblo de Israel

Cuando los israelitas salieron de Egipto, iban tras la búsqueda del territorio que Dios les había prometido, “una tierra que fluía leche y miel”. Pero para tomar posesión de ella, debían conquistarla. Por lo tanto, necesitaron guerreros que se enfrentaran a sus enemigos y los despojaran de estos territorios. Josué 1:6 “Esfuérzate y sé valiente; porque tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra de la cual juré a sus padres que la daría a ellos.”

Dios les había prometido esta tierra, pero no dependían únicamente de la destreza de sus guerreros porque en algunas ocasiones, cuando no obedecieron lo que Dios les dijo, salieron derrotados. Bajo la protección de Dios pudieron salvar obstáculos físicos para poseer estas tierras. Isaías 43:2-4 “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti”

Una milicia espiritual

Existe una confrontación por la posesión del Universo entre el Reino de Dios y el Reino de Satanás. Pero Dios tiene el poder absoluto y solo le concede a Satanás un poder limitado. La Iglesia, a pesar de vivir bajo un nuevo pacto, aún conserva su carácter de pueblo guerrero. Esto lo afirma el Apóstol Pablo en Efesios 6:12 “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”

La Iglesia, como un ejército, tiene una organización para aplastar la obra rebelde del adversario y cumplir los designios de Dios. Josué cita al Arcángel Miguel como el príncipe de los ejércitos de Dios. (Josué 5:13-14). El nombre del Arcángel significa “quién como Dios”

 La Iglesia es el cuerpo que se interpone en el camino de Satanás y Dios nos envía bajo la protección de su armadura, que incluye la verdad, la justicia, la fe, la salvación, la oración, su palabra y el Espíritu santo (Efesios 6:14-17).

Nuestra guerra es contra un enemigo real, mentiroso, astuto y engañador. Cuando Dios nos llama a sus filas, somos adiestrados en su conocimiento y nos otorga autoridad para vencer. 2 de Corintios 10:4-5 “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”. Aquí Pablo se refiere a la batalla librada en nuestra mente contra ideas y actitudes arrogantes. ¡Peleemos la buena batalla!