Junto a los ríos de Babilonia: Recordando a Jerusalén cuando nunca ha estado allí

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Junto a los ríos de Babilonia

Recordando a Jerusalén cuando nunca ha estado allí

“Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos, y aun llorábamos, acordándonos de Sion. Sobre los sauces en medio de ella colgamos nuestras arpas. Y los que nos habían llevado cautivos nos pedían que cantásemos, y los que nos habían desolado nos pedían alegría diciendo: Cantadnos algunos de los cánticos de Sion.” (Salmos 137:1-3).

Hay numerosas interpretaciones agradables y populares de este salmo. Las palabras han estado en mi mente últimamente. Es difícil imaginar ser forzosamente llevados lejos de nuestro hogar. Pero la siguiente sección del salmo me interesa desde otra perspectiva.

“¿Cómo cantaremos cántico del Eterno en tierra de extraños? Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, pierda mi diestra su destreza. Mi lengua se pegue a mi paladar, si de ti no me acordare; si no enalteciere a Jerusalén como preferente asunto de mi alegría” (Salmos 137:4-6).

El salmista está recordando a Jerusalén. Como muchos cristianos, nunca he visitado Jerusalén. ¿Cómo puedo relacionarme a esto si nunca he estado allá?

Dios conecta varios temas a Jerusalén a través de su Palabra. Si examinamos tres de estos temas tendremos una imagen más clara de Jerusalén y una mejor apreciación de este salmo.

1. Un centro de adoración

Cuando Dios le dio al pueblo de Israel la Ley, él los dirigió a un lugar que él escogería, un lugar en el que ellos se reunirían (Deuteronomio 12:5). Pero el Señor no quería que su pueblo fuera a pasar el rato ahí. ¡Él quería que viajaran allá y que le adoraran! “…allí llevaréis todas las cosas que yo os mando: vuestros holocaustos, vuestros sacrificios, vuestros diezmos, las ofrendas elevadas de vuestras manos, y todo lo escogido de los votos que hubiereis prometido al Eterno” (Deuteronomio 12:11-14).

Siglos más tarde, Dios identificó este lugar como Jerusalén por medio de la dinastía del rey David: “Mas a Jerusalén he elegido para que en ella esté mi nombre” (2 Crónicas 6:6). Al hacer eso, Dios directamente conectó a Jerusalén con el propósito de la sincera adoración hacia él.

Cuando Israel y Judá vivieron división bajo los reyes Roboam y Jeroboam, el poder de esta conexión fue reconocido. Jeroboam creó nuevas prácticas de adoración para que el pueblo no se volviera a Roboam, quien controlaba Jerusalén en el sur (1 Reyes 12:28-33). Por ejemplo, Jeroboam hizo dos becerros de oro para la adoración en el norte, algo que Dios nunca ordenó y un error que ya se había cometido anteriormente (Éxodo 32:2-4). También instituyó un festival un mes después de la bíblica Fiesta de Tabernáculos, cuando los Israelitas tenían que viajar a Jerusalén para adorar (Levítico 23:33-36).

Como podemos ver en este ejemplo, debemos buscar a Dios y seguir sus instrucciones para que nuestra adoración sea de su agrado. El Señor mismo reforzó este principio durante su ministerio en la tierra al enseñar que “Dios es espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que le adoren” (Juan 4:24). Nuestra adoración debe ser dirigida solamente a Dios y debemos hacerlo adecuadamente (Mateo 4:10).

2. Una morada para su Espíritu

La casa del rey David también fue responsable del diseño y edificación del templo de Dios en Jerusalén, una obra de impresionante logística, artesanía y riqueza. Cuando llegó la hora de traer el arca del pacto adentro de este primer templo, los sacerdotes cantaron alabanzas y agradecimientos al Señor. El momento llegó cuando ellos ya no podían seguir cantando. Esta casa – este templo- fue lleno de la gloria de Dios; él la había escogido y la santificó (2 Crónicas 5:11-14, 2 Crónicas 7:16).

Como antes, este principio es reflejado más tarde en las escrituras. El apóstol Pablo escribió a una congregación que ellos eran el “templo de Dios, y que el Espíritu de Dios” moraba en ellos (1 Corintios 3:16-17). Aquellos en la Iglesia de Dios – sus hijos, esos que llevan su Espíritu – son el colectivo y santo Templo de Dios (Romanos 8:14; 1 Pedro 2:9).

El pueblo de Dios siempre ha sido instruido a tratar las cosas santas como tales (Éxodo 20:8-11; Éxodo 30:31-32). Como una parte de este santo templo, Pablo enseñó a los corintios que comenzaran a tratarse a sí mismos como santos, particularmente evitando la mala conducta sexual (1 Corintios 6:18-19). Los cristianos deben tratarse a sí mismos con honor y respeto cambiando su comportamiento para imitar a Jesucristo.

Pero el cristiano por su propia cuenta es solo una parte de ese gran templo, y debe ser un solo templo porque un solo Espíritu mora en él (Efesios 4:3-6). Una casa no es una casa si está quebrada en muchos pedazos. Tal casa está en malas condiciones para habitar en ella. Es una vergüenza para la casa de Dios que la división y el pecado echen raíces (1 Corintios 11:18-22; 1 Corintios 1:10-13).

Todos los cristianos deben buscar reparar relaciones rotas, cuidar unos a otros por medio del servicio, y entregarse al Espíritu que produce una Iglesia de Dios más unida (Romanos 12:18; Romanos 14:19). “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:10).

3. Un futuro esperanzador

Por la fe Abraham “esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:10). Dios tiene un futuro para su pueblo, y en el centro de todo, ha preparado a Jerusalén (Hebreos 11:16).

Durante el Reino de Dios, Jerusalén será un destino para gente de toda nación. Desde esta ciudad la Palabra de Dios saldrá a todos. Todos los vivos tendrán una oportunidad de conocer a Dios y sinceramente andar en sus caminos. Desde Jerusalén la paz comenzará y se expandirá por toda la faz de la tierra (Miqueas 4:1-3).

En ese tiempo un templo físico será reconstruido en Jerusalén y, al igual que el templo anterior, será llenado con la gloria de Dios (Ezequiel 43:2-5). Ofrendas llegarán a Dios desde este nuevo templo; será el centro mundial de la adoración piadosa.

Aún más en el futuro, una ciudad enteramente nueva pero familiar vendrá. Una ciudad no hecha de acero y ladrillos, sino de espíritu. Esta ciudad es la Nueva Jerusalén, y vendrá como parte de un nuevo cielo y una nueva tierra. Entonces, “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos”, y la muerte, tristeza y el dolor pasarán (Apocalipsis 21:1-4).

Este gran futuro es una poderosa esperanza, ¡una motivación para el pueblo de Dios! Nosotros atravesamos las pruebas y tiempos duros para sentir, ver y tocar este futuro: “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió” (Hebreos 10:23).

Jerusalén es un destino que mucha gente espera visitar algún día, pero también debería ser un lugar de gran importancia para los cristianos – ya sea que hayan estado ahí o no. A través de las escrituras, la ciudad es central en la adoración piadosa y los cristianos hoy en día deben continuar adorando a Dios sinceramente. Dios santificó el templo en Jerusalén con su Espíritu por muchos años, al igual que selecciona y separa a sus seguidores con su Espíritu en la actualidad. Los que poseen el Espíritu deben ser amorosos y unidos con los demás. Jerusalén es un rayo de luz del evangelio en este mundo oscuro, con un profetizado futuro de armonía y alegría para toda la humanidad. Aprendamos, exaltemos y no olvidemos nunca las lecciones de Jerusalén.