El síndrome del pecado
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El síndrome del pecado
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Se estableció como término médico con el aparecimiento del “síndrome de Down”, una condición genética causada por la presencia de una copia extra del cromosoma 21. Fue descrito por el médico británico John Langdon Down, pero su causa genética fue descubierta por el genetista francés Jérôme Lejeune, 93 años después. Normalmente, los seres humanos tenemos 46 cromosomas, pero las personas que padecen este síndrome tienen 47, debido a un error aleatorio al formarse el óvulo o el espermatozoide. Para procrear un nuevo ser, cada padre aporta la mitad (23 cromosomas) así, el nuevo ser vuelve a tener 46 cromosomas.
La persona que nace con síndrome de Down presenta rasgos faciales característicos como ojos rasgados, rostro aplanado y manos más pequeñas; suele presentar una discapacidad intelectual leve a moderada. Pero puede llevar una vida activa, estudiar, trabajar y formar parte de la sociedad.
En términos generales, cuando se presentan varios síntomas al mismo tiempo, es un indicio de un problema en el cuerpo o en la mente. Por ejemplo, el síndrome gripal ocurre cuando una persona presenta síntomas de fiebre, dolor de cabeza, cansancio, secreción nasal y tos al mismo tiempo, lo cual nos induce a pensar que padece de una influenza. Los signos, en este caso, lo constituyen el tipo de virus y su estructura.
Actualmente, aunque sigue siendo un término técnico, se ha venido utilizando para describir patrones de comportamiento o malestares colectivos en psicología, psiquiatría, sociología, antropología, pedagogía y hasta en el lenguaje cotidiano.
El síndrome del nido vacío
Es la imagen metafórica de un nido que queda vacío cuando los pichones crecen y se van para aprender a volar por su cuenta. Describe el sentimiento que experimentan algunos padres cuando sus hijos “vuelan del nido”, es decir, cuando se independizan. Aunque no es una enfermedad clínica, se reconoce como una transición emocional significativa que, en algunos casos, puede presentar síntomas de depresión o ansiedad.
Para superarlo, los padres deben entender que es natural que los hijos crezcan y formen su propia vida; llenar el tiempo con actividades que les apasionan, fortalecer la relación con su esposa o familia extendida, cuidar su bienestar emocional y aceptar la relación de adulto menos dependiente.
El síndrome del pecado
Así como el síndrome ─la unión de un síntoma y un signo─ puede revelar una enfermedad física, los comportamientos pecaminosos pueden manifestar una afección espiritual. El pecado puede entenderse como una condición que se manifiesta en múltiples síntomas: egoísmo, violencia, mentira, injusticia, etc.
El pecado es un estado persistente en el ser humano; no es un acto aislado sino un estado de separación de Dios que se manifiesta en forma de culpa, vergüenza, egocentrismo o un vacío interior.
Los síntomas del síndrome del pecado pueden ser: dureza de corazón, auto justicia, ruptura con el prójimo, negación de la verdad e incapacidad para amar o perdonar.
Diagnóstico y tratamiento
Los seres humanos no estamos condenados a vivir así por siempre. Jesucristo no vino solo a perdonar el pecado, sino a romper su poder. Como todo síndrome, mientras más se ignora, más daño causa, pero cuando se reconoce y se trata, surge la esperanza.
No debemos conformarnos con aliviar los síntomas, debemos ir a la raíz y entregar la causa al único que puede eliminarlo, nuestro Señor Jesucristo, el “médico del alma”.
En la Biblia, la levadura simboliza el pecado y la corrupción. Alejarnos del pecado representa una limpieza espiritual. Es un llamado a la santidad y un recordatorio de liberación. El apóstol Pablo lo describe así: "Desháganse de la vieja levadura quitándola para que sean como una nueva masa preparada, que es lo que realmente son. Cristo, nuestro cordero pascual, ha sido sacrificado por nosotros." 1 Corintios 5:7
Vencer el síndrome del pecado no es una tarea fácil. Es un proceso que consiste en caer menos, levantarse y caminar más cerca de Dios, porque Él busca corazones sinceros y una voluntad perseverante. Por esta razón, el salmista solicitaba: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio; renueva un espíritu fiel dentro de mí” Salmo 51:10.