El cristiano y la política

El cristiano y la política

Un breve paseo por las redes sociales nos bastará para constatar que son auténticos campos de batalla. En los intercambios de opiniones abunda el querer convencer al otro de una postura política, o demostrar lo errado que está por adherirse a la que profesa.

Muchas veces estas ideologías vienen con el disfraz de la religión. Jesucristo es tomado a préstamo como un ícono del socialismo y la revolución o adoptado como el fiel representante del conservadurismo.

Su ejemplo al voltear las mesas de los cambistas y echarlos del templo es usado para justificar la destrucción de la propiedad privada en las protestas que han estallado en distintos países. Sus enseñanzas morales, por el otro lado, son presentadas como una razón suficiente para discriminar al prójimo. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo… a menos que sea un inmigrante ilegal”.

Ni lo uno ni lo otro constituye una imagen acertada del Hijo de Dios.

En un estudio de la universidad de Standford, un grupo de científicos sociales descubrió cómo el sesgo político de los participantes les hacía imaginar a un Jesucristo más cercano a sus propias creencias que el auténtico. Los investigadores les pidieron que imaginaran qué pensaría Jesucristo de temas actuales, como la inmigración ilegal, el aborto, los impuestos, el matrimonio homosexual, entre otros. Los participantes reconocieron que sus puntos de vista no siempre podían reconciliarse con las enseñanzas de Jesucristo.

Esto es el equivalente a crear a Dios a nuestra propia imagen. El resultado siempre será un dios muy pequeño y limitado.

¿Qué debe hacer, pues, el seguidor de Cristo ante este espectáculo donde el cristianismo es vestido con colores políticos? ¿Será cierto que nuestras creencias son de derecha? ¿O a lo mejor serán de izquierda? ¿O quizás centristas o libertarias?

Lo cierto es que, a pesar de las similitudes que puedan verse en estas posturas políticas, el cristianismo jamás hará un calco perfecto con ningún sistema de este “presente siglo malo” (Gálatas 1:4). Por el contrario, el Nuevo Testamento muestra muy claramente de dónde proviene el cristianismo y en dónde debe estar la lealtad del cristiano.

Pablo le escribió lo siguiente a la iglesia en Filipos: “Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20).

Los filipenses estaban muy conscientes de los privilegios que les otorgaba la ciudadanía romana en aquella época. El propio Pablo echó mano de ellos para poder sobrevivir y predicar libremente el evangelio en el imperio romano. Sin embargo, les recordó que poseían una ciudadanía más preciada, al ser ciudadanos de un reino venidero y, por ende, estaban en compañía de Abraham y todos aquellos creyentes que, peregrinando en este mundo, esperaban una ciudad y un reino cuyo arquitecto y constructor es Dios (Hebreos 11:10).

En su epístola a los corintios, Pablo les recordó que él y sus colaboradores eran “embajadores de Jesucristo” (2 Corintios 5:20).

El rol de un embajador es representar su cultura y gobierno en un país extranjero. Todos los cristianos ─no solamente los comisionados con proclamar las buenas noticias─ somos embajadores de Jesucristo al estar en este mundo, representando y viviendo según los principios del Reino de Dios.

Los embajadores en nuestra sociedad son respetuosos del gobierno y las autoridades en el país en donde ejercen sus funciones, aunque no sean ciudadanos de dichos gobiernos. Igualmente, al cristiano se le exhorta a conducirse con respeto y de forma ordenada hacia las autoridades de la sociedad en la que se encuentre.

Sin embargo, el cristiano no es llamado a adherirse a un partido o ideología política para cambiar este mundo pues, aunque una ideología política pueda operar cambios en beneficio de las personas, nunca será una solución definitiva para los problemas de este mundo y jamás estará a la altura del reino de Dios.

Todas las ideologías políticas en nuestro mundo tienen sus aciertos y sus errores pues son de hechura humana. Ninguna es completamente mala y ninguna es completamente buena. Todas tienen sus luces y sus sombras pues son, en última instancia, un reflejo del fruto del conocimiento del bien y del mal que Adán escogió en el jardín del Edén.

Así pues, si bien el cristiano puede sentirse identificado con ciertas ideologías políticas de este mundo, debe recordar que, en el mejor de los casos, son solamente sistemas muy incompletos que están muy lejos del Reino venidero en el que sí vale la pena poner toda nuestra esperanza.