Cuando nuestros pensamientos están fuera de control

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Cuando nuestros pensamientos están fuera de control

Sentada en el piso junto a mi hijo de dos años, se suponía que estaba jugando el juego de los colores.

Cuadrado rojo, círculo azul, triángulo verde... pero sentía que todo se veía borroso. Mentalmente no me encontraba allí con mi hijo y el niño me lo hizo notar.

Tenemos que enfrentar nuestros miedos, y nuestro Dios es la más poderosa y definitivamente, la única defensa. Justamente necesitamos ponerlo en escena. 

Estaba sumergida en mis pensamientos relacionados con miedos, pesares, impotencia, desesperanza y preocupación por la cercanía del parto de nuestro segundo hijo. Con un embarazo de 36 semanas, los temidos dolores de la labor de parto, con mucha frecuencia están presentes en tu cerebro.

“¡Mamá!”

Mi hijo trató de ubicarme nuevamente en el juego. Definitivamente no me estaba comportando como la madre atenta que usualmente era. Me encontraba inmersa en estos pensamientos, que no eran positivos, que eran casi paralizantes. Mentalmente estaba repitiendo “pobre de mí”, pero no hacía esfuerzos para dominar la situación. Estaba diciéndome a mí misma que era natural y lógico que una mamá tuviera miedo y se preocupara por estas cosas.

De manera que continué ahí sentada con miedo hasta el punto de sentir rodar lágrimas por mis mejillas. Mi esposo me preguntó qué pasaba, y le respondí que estaba aterrada. Le manifesté la razón.

Él trató de tranquilizarme. “Te pondrás bien. No hay nada que temer. Dios te protegerá”. No le presté atención. Tenía el derecho de estar aterrada, e iba a estarlo sin importar lo que pasara.

A medida que me revolcaba en este ciclo destructivo realmente comencé a creer que no iba a ser capaz de reaccionar. Todas las clases y preparación que había tenido para realizar una labor de parto agradable, de repente, fueron en vano porque justamente no quería hacerlo.

Finalmente, mi esposo usó de esa autoridad amorosa, que a veces necesito.

 “Toma el control de tus pensamientos”, me dijo con firmeza. Lo dijo haciendo énfasis en que dejar que mi mente imaginara lo peor, no era lo que se suponía que debía hacer justo ahora.

Mi reacción inmediata fue que eso no me iba a ayudar. Pero después de pensarlo, llegué a la conclusión que mi esposo tenía la razón. Estaba interiormente perdida, concentrada en mi misma y en mis problemas, me sentía increíblemente derrotada.

¿Por qué quería permanecer en este estado emocional? ¿Por qué quería luchar para sentir desamparo?

A veces dejamos que los pensamientos negativos destruyan lo mejor de nosotros, en lugar de permitirnos mejorar nuestra conducta. Cristo en nosotros modera el negativismo frecuentemente arraigado en nuestros cerebros

Así que, elevé una oración.

Este fue el inicio de mi cambio. Posteriormente me sumergí en la Biblia y leí cada escritura que pude encontrar relacionada con el temor y los pensamientos.

Comencé con 2 Corintios 10:5 donde se nos aconseja llevar cautivo todo pensamiento. Nuestros pensamientos inciden en nuestros sentimientos y comportamiento. Pero mediante nuestras acciones, nuestros pensamientos pueden llegar a ser tan lógicos como sea posible. ¿Cómo hacemos esto? ¿Cómo sometemos estos pensamientos negativos y los superamos? 

 “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. (Filipenses 4:13)

Tenemos que enfrentar nuestros miedos, y nuestro Dios es la más poderosa y definitivamente, la única defensa. Justamente necesitamos ponerlo en escena.

 “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”. (Isaías 41:10)

Como se ha dicho, el mejor bien que poseemos es Cristo, a través del Espíritu Santo de Dios. Por lo tanto, debemos usar esa dádiva. Esa es la mejor arma que poseemos contra los malos pensamientos, y contra el pecado en general.

 “porque Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de poder y amor y de dominio propio”. (2 Timoteo 1:7)

Mi cerebro me indicaba que no podía hacerlo. Que no podía manejar por segunda vez los dolores del parto. Y definitivamente apartó mis pensamientos de Dios. No me sentía capaz de hacerlo 

Pero Dios puede hacerse cargo de mis pesares. Él puede llevar esta carga. Él puede darme fortaleza cuando me encuentre desfallecida. Si confiamos en él debemos buscarlo.

Él puede hacer lo mismo por cada uno de nosotros. 

De manera que, a medida que transcurren los días, las semanas, los meses, los años, podemos tener la certeza que pertenecemos a Dios y que él nos puede levantar. Nos puede rescatar. Está con nosotros donde quiera que vayamos. (Isaías 43:1; 1 Pedro 5:6-7; Isaías 35:4; Deuteronomio 31:6)

Justamente necesitamos dejarlo actuar.