El poder del Espíritu Santo
En su discurso inaugural como presidente de los Estados Unidos (marzo de 1933), Franklin D. Roosevelt dijo lo siguiente: “A lo único que debemos temer es al temor mismo”. Sus palabras iban dirigidas a una generación de compatriotas que temían perder sus propiedades, su empleo y la capacidad de poder alimentar a sus familias. Mis padres fueron parte del público al que se dirigió Roosevelt.
Las cosas no han cambiado mucho. Aún tenemos temor a perder nuestro trabajo, nuestra casa, o a no poder proveer para nuestra familia. ¿A qué le teme usted?
Dios quiere ayudarlo a vivir una vida productiva, libre de un temor paralizante. Si el miedo es parte de su vida diaria, la verdad sobre el Espíritu Santo de Dios es justo lo que necesita oír.
El Espíritu Santo de Dios ya está disponible
Temerosos, inseguros, perplejos. Estos adjetivos describen a los discípulos de Jesús una vez que él fue crucificado. Su Señor y Maestro había sido asesinado de manera brutal e inaudita, por lo cual concluyeron que la misión que les había encomendado había concluido.
Pero estos sentimientos negativos se mezclaron con una nueva emoción: Jesús, a quien vieron crucificado, se les apareció y les entregó nuevas instrucciones: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (Lucas 24:49).
Poco tiempo después se reunieron para celebrar la fiesta de Pentecostés. El recuerdo de lo que Jesús les había dicho debe haberlos tenido muy expectantes. Mientras estaban reunidos en Jerusalén, “ . . . de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hechos 2:2-4).
La espera había terminado. La promesa de Jesús ahora se estaba cumpliendo y, sin ninguna duda, habían recibido un gran poder de Dios. Su Espíritu Santo comenzó a cambiar sus vidas de manera increíble y evidente. Este mismo poder está disponible hoy en día para los que Dios está llamando a obedecerle. Aún más, está disponible para usted en este mismo momento.
Un Espíritu de cambio
El Espíritu de Dios es un espíritu de cambio, de conversión. Es lo que les permite a los cristianos comenzar a desarrollar el carácter de Jesucristo en sus propias vidas. Debemos esforzarnos por desarrollar primeramente nuestro lado espiritual, que tiene que ver con el carácter. Luego, ya con un carácter sólido y bien formado, podemos encargarnos de las cosas físicas del diario vivir, que a veces son muy difíciles.
¿Qué es el Espíritu Santo? No es la tercera persona de una trinidad, como muchos imaginan a Dios. Por el contrario, el Espíritu Santo es la esencia de Dios, la misma esencia que comparten Dios el Padre y Jesucristo, a pesar de que son seres distintos.
La Biblia nos muestra que el Espíritu Santo es además el poder de Dios que emana del Padre y del Hijo. Ellos se valen de ese poder para crear, y fue el mismo que usaron en la creación: “Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Génesis 1:2).
Aquí vemos que el Espíritu Santo de Dios es descrito como algo muy superior a lo que tal vez usted haya escuchado. Es el poder mediante el cual Dios, a través de Cristo, hace su voluntad, no solo en cuanto a la topografía de nuestro planeta, sino también en la vida de aquellos que depositan su fe en Dios y buscan su ayuda cada día.
¡El Espíritu Santo de Dios es la dimensión que falta en las vidas humanas para transformar a las personas más allá de lo imaginable!
La necesidad de avivar el Espíritu Santo
¿Necesita ayuda para vencer el pecado? ¿Necesita fe para vencer el miedo y enfrentar valerosamente las pruebas de la vida? La respuesta honesta es sí, todos la necesitamos. Particularmente, vencer el pecado es algo que somos incapaces de lograr por nuestra propia voluntad y esfuerzo. Lo que necesitamos es el poder del Espíritu de Dios en nuestras vidas.
¿Alguna vez ha observado cómo se extinguen los leños en una fogata? Al cabo de un tiempo, inevitablemente se apagan. Si queremos reavivar el fuego, es necesario que aticemos las brasas para que el oxígeno alimente y reactive las llamas. A continuación, uno puede añadir más leña y ver cómo el fuego se convierte nuevamente en una lumbre cálida y agradable.
El poder del Espíritu Santo opera básicamente de la misma manera. El Espíritu de Dios es una fuerza muy poderosa, muy similar al fuego, y tal como este, debe ser alimentado y “avivado” a fin de ser la eficaz herramienta con la que Dios nos transmite las cualidades necesarias para una vida exitosa.
El apóstol Pablo fue mentor de un joven ministro llamado Timoteo, a quien enseñó la manera de cultivar el don del Espíritu Santo:
“Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos [para una referencia acerca de cómo se recibe el Espíritu Santo, lea Hechos 8:17-19]. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:6-7).
Observe estas características del Espíritu Santo: poder, amor y dominio propio[otras versiones traducen dominio propio como autodisciplina, templanza, buen juicio]. Todas ellas son lo opuesto del miedo.
Precisamente el miedo era lo que el presidente Roosevelt estaba tratando de combatir cuando exhortó a la nación a no temer más que al miedo mismo. Sin embargo, a pesar de todo el tiempo transcurrido desde entonces, muchos de nosotros todavía experimentamos los mismos temores.
Pero Dios no quiere que vivamos aterrados, y nos ofrece una mejor manera de vivir. Tenemos que obedecer a nuestro Creador y adoptar su forma de vida para solucionar el problema de raíz.
Un Espíritu de poder
Piense en lo que Dios ofrece. En primer lugar, él promete poder. Para entender esto, debemos pensar en el poder de manera diferente a como lo percibe el mundo. El poder del que habla Pablo en la Biblia le permite a la persona vivir confiada, y cuando empieza a entender que su vida tiene un propósito, experimenta una satisfacción que en sí misma es un poder muy real.
Pero el punto de partida para tener control sobre nosotros mismos es conocer la razón por la cual hemos nacido. A continuación, necesitamos fortaleza interior para enfocarnos en la meta y actuar consecuentemente. Este es el poder al que Pablo se refiere en este versículo: poder sobre nosotros mismos, sobre nuestros pensamientos y acciones.
Cambiar nuestra vida de una manera tan profunda es todo un reto, por decir lo menos. ¡Probablemente sería más correcto decir que es imposible lograrlo solos! Cuando Dios nos dice que podemos tener un espíritu de poder, a lo que se refiere es al poder para cambiar verdaderamente nuestras vidas. Dios puede ayudarnos a experimentar este poderoso cambio, pero hay que dar un paso en esa dirección.
Un Espíritu de amor
El apóstol Pablo describe a continuación al Espíritu Santo como un Espíritu de amor. El amor es un concepto muy mal entendido en la actualidad; muy a menudo solo se le adjudica un sentido romántico, y aunque este puede ser parte de su significado, ni siquiera rasguña la superficie de lo que es realmente el amor. Para entender el amor es necesario examinar la definición que Dios nos entrega.
En una ocasión, los fariseos se reunieron con Jesús. Uno de ellos, intérprete de la ley, lo puso a prueba con esta pregunta: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?” (Mateo 22:36).
Cristo respondió yendo al meollo de lo que Dios requiere, y dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:37-40).
Sin embargo, amar a Dios y a los demás con tal profundidad, obedeciendo sus mandamientos (1 Juan 5:3), requiere algo que no poseemos en forma natural. Por el contrario, el amor de Dios es “derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5, La Biblia de las Américas). Necesitamos el poder del Espíritu Santo para transformarnos en personas capaces de amar profundamente, tal como Dios lo hace.
Un Espíritu de dominio propio
Finalmente, Pablo escribe que el Espíritu de Dios nos permite ejercer autodisciplina. Gracias al poder del Espíritu Santo podemos mantener nuestros pensamientos bajo control y sujetarnos a la estimulante dirección de Jesucristo.
Pablo escribió acerca de esto en otra carta:
“Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:3-5).
¿Tiene usted “quejas” contra Dios? Tal vez piense que Dios no es justo, o que no presta atención a sus súplicas. O quizá se sienta decepcionado porque no ha respondido a sus fervientes oraciones.
Vivir según el Espíritu de Dios significa desechar nuestros conceptos personales acerca de nuestro Padre. Implica verlo como él es en realidad y vernos a nosotros como realmente somos. Pablo desafió a los cristianos de su tiempo a “destruir argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios”, y a controlar cada uno de nuestros pensamientos “para que se someta[n] a Cristo” (2 Corintios 10:5, Nueva Versión Internacional). Esto requiere una mente con autodisciplina, moldeada por el Espíritu Santo.
Transformados por el Espíritu
Después del milagroso encuentro de Pablo con Jesús mientras se dirigía a Damasco, pasó por un proceso muy importante: fue bautizado y recibió el don del Espíritu Santo. A partir de ese momento, su vida tomó un rumbo correcto y enfocado en Dios. Más tarde, para que pudiéramos entender el poder que está a nuestra disposición, escribió acerca del proceso de transformación que debió experimentar.
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:1-2).
Antes de que Pablo fuera bautizado y recibiera el Espíritu Santo, vivía de acuerdo a su propio concepto de Dios. Cuando empezó a andar por el Espíritu, su perspectiva de la vida cambió completamente.
La experiencia de Pablo puede resumirse parafraseando lo que escribió en Romanos 8:5-8: Pensé que era una persona buena, que agradaba a Dios. Entonces me di cuenta de que solo era otro hombre como todos los demás, luchando y viviendo según mi propio criterio. Pero mi mente no era del todo justa ante Dios. Algo faltaba, y hasta que no di el paso necesario hacia Dios, mi vida fue vana. Mientras estuve tratando de hacerlo todo por mí mismo, no podía agradar
a Dios.
¿Ha llegado usted a ese punto? ¿Siente que le falta algo? Tal vez le frustre darse cuenta de que no puede superar sus defectos personales. La buena noticia es que puede tomar la decisión de resistir el pecado y, con la ayuda de Dios y el poder de su Espíritu Santo, vencerlo definitivamente. La diferencia entre el viejo y el nuevo Pablo fue el Espíritu
de Dios.
Note como lo explica él: “Sin embargo, ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo” (Romanos 8:9, NVI).
Viva una vida renovada por medio del Espíritu Santo
Ser cristiano comprende mucho más que adoptar una creencia o profesar una fe. Es indispensable que tengamos el Espíritu Santo. No existen atajos para llegar al verdadero cristianismo. Pero para recibir dicha dádiva debemos arrepentirnos, es decir, apartarnos de las obras pecaminosas para obedecer a Dios y su Palabra. La vida de un cristiano comprometido exige que vaya más allá del estricto contenido literal de la ley de Dios y se esfuerce por entender y poner en práctica su verdadero propósito.
Cristo dijo que mirar a alguien con lujuria es lo mismo que adulterar. Aún más, odiar a alguien equivale a asesinarlo (Mateo 5:21, 28). Cristo vino a la Tierra a explicar la dimensión espiritual y más profunda de la ley.
Pablo aprendió en carne propia la manera de sobreponerse a sí mismo y a su pasado, y cómo cambiar para convertirse en una persona diferente. ¿Es esto lo que quiere en su vida?
Pablo escribe: “Por tanto . . . tenemos una obligación, pero no es la de vivir conforme a la naturaleza pecaminosa. Porque si ustedes viven conforme a ella, morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos” (Romanos 8:12-15, NVI).
El Espíritu Santo nos libera del miedo y permite que entablemos una relación transformadora con Dios. Gracias a él podemos contar con el amor y el poder de Dios, que nos guía para que vivamos equilibradamente y tomemos decisiones inteligentes en todos los aspectos de nuestra vida.
¿Se ha arrepentido de sus pecados? ¿Ha aceptado a Jesucristo como su Salvador? ¿Ha seguido su ejemplo de ser bautizado? ¿Ha recibido la imposición de manos de parte de alguno de sus ministros, acompañada de una oración para que el Espíritu Santo le sea concedido?
A menos que usted haya seguido los pasos bíblicos del arrepentimiento, bautismo e imposición de manos, puede que no tenga el Espíritu de Dios. Esto no quiere decir que no sea sincero, pero Dios es enfático en lo que espera de nosotros: que sigamos cuidadosamente el ejemplo de Jesús y sus apóstoles.
Los temores que afligían a la sociedad durante la presidencia de Franklin Roosevelt todavía repercuten en nuestro mundo moderno. El hecho es que siempre habrá momentos de pruebas y dificultades; no podemos escapar de todas las circunstancias negativas de la vida, pero sí podemos evitar el miedo que provoca la falta de confianza sólida en nuestro Creador y en su amor, ¡que realmente nos ayuda a vivir una vida transformada y llena de poder, amor y dominio propio! BN