El misterio de la existencia humana: ¿Por qué estamos aquí?

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El misterio de la existencia humana

¿Por qué estamos aquí?

¿Ha observado alguna vez su propia mano, cómo se mueve y funciona? Desde nuestro moderno punto de vista podemos considerarla una verdadera maravilla de la tecnología robótica. No obstante, sus orígenes se remontan a un pasado muy distante y, desde luego, todas las partes del cuerpo humano y la forma en que operan son motivo de asombro.

Tal vez usted haya mirado más allá de su cuerpo al caminar por senderos montañosos, admirando el impresionante panorama de los picos nevados asomándose sobre las colinas y valles cubiertos de pasto, mientras las águilas planeaban en las alturas. O quizá se haya parado a la orilla del mar, escuchando el golpeteo de las olas y disfrutando el rocío marino. ¿No se ha sentido insignificante frente a las olas y el océano infinito?

Es muy probable que usted haya elevado la vista al horizonte mientras se pone el sol, cuando el cielo se convierte en un hermoso lienzo con pinceladas rojas y moradas. O tal vez haya observado una noche clara y sin luna lejos de la ciudad, cuando el cielo está tachonado de miríadas de estrellas que fulguran en la oscuridad.

¿Por qué existe todo esto? ¿Por qué está usted aquí? ¿Por qué estamos todos nosotros aquí? Aunque nos cueste admitirlo, en el fondo sabemos que todas estas maravillas no son el producto espontáneo de accidentes fortuitos. Por el contrario, son producto del diseño de un artista consumado – el Artista, el Hacedor de todas las cosas.

Pero, ¿con qué fin? La asombrosa verdad es que nuestro Creador ha descrito el propósito fundamental de nuestra existencia en su Palabra revelada a la humanidad: la Santa Biblia. En ella, él nos explica el increíble destino que ha diseñado para nosotros como parte de la relación que desea tener con usted y conmigo.

El lugar del hombre en el universo

Hace tres mil años, el rey David reflexionó sobre la aparente insignificancia de los seres humanos en comparación con la grandeza de los cielos. Él registró sus pensamientos al respecto en Salmos 8:3-4: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ‘¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria,
y el hijo del hombre, para que lo visites?’”

Sin embargo, David reconoció que Dios sí se preocupa de los seres humanos y que le ha delegado a la humanidad cierto grado de autoridad sobre su creación. Continuemos con el salmo: “Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies: ovejas y bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar” (vv. 5-8, énfasis agregado en todo este artículo).

David meditaba así acerca del dominio que Dios le dio al hombre al momento de la creación, y usó algunas de las mismas palabras que se encuentran en Génesis 1:26. En este pasaje, Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”.

Las palabras “hagamos” y “nuestro” en este pasaje denotan una pluralidad en Dios. Como se explica en Juan 1:1-3, en el principio había dos entidades, que en conjunto eran Dios: Dios y el Verbo, quien también era Dios. Más tarde ellos se revelaron como Dios el padre y Jesucristo. Vamos a estudiar este tema de la pluralidad en un solo Dios un poco más adelante, porque es crucial para entender el propósito del hombre. Pero primero, notemos el énfasis de David en los cielos cuando menciona el dominio que Dios le ha entregado al ser humano.

No todo está bajo el dominio del hombre aún

Las palabras de David en el Salmo 8 son citadas en Hebreos 2:6-7: “Pero alguien testificó en cierto lugar, diciendo: ‘¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que le visites? Le hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos; todo lo sujetaste bajo sus pies. Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él’”.

Pero el siguiente versículo en este pasaje entrega más detalles: “Pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas” (v. 8).

A primera vista pareciera que, según lo que escribió David, solo las criaturas terrenales fueron sujetas al hombre. No obstante, el pasaje en Hebreos destaca el comentario de David de que “todas las cosas” habían sido sometidas al dominio de la humanidad —todas las cosas, todo el universo. Sin embargo, también se indica aquí que el universo entero todavía no está bajo el control del ser humano, por lo cual la increíble implicancia de esta declaración es que eventualmente sí lo estará.

David y el autor de Hebreos, probablemente el apóstol Pablo, indudablemente sabían de la promesa que Dios había hecho por medio de Moisés: “el sol, la luna, las estrellas y todo el ejército del cielo . . . el Eterno tu Dios ha concedido a todos los pueblos debajo de todos los cielos” (Deuteronomio 4:19).

¡Vemos, entonces, que el hombre está destinado a compartir con Dios su gobierno sobre todo el universo creado! Pero esta es solo una fracción de un plan mucho más amplio. La afirmación de que el hombre fue hecho “un poco menor” que los ángeles a veces es traducida como “por un poco de tiempo lo hiciste algo menor que los ángeles” (versión Dios Habla Hoy. Vea el recuadro Algo menor” . . . pero por poco tiempo).

¿Son ustedes dioses?

Vayamos al meollo de este asunto. Los judíos en tiempos de Jesús lo acusaron de blasfemia por afirmar que era el Hijo de Dios: “porque tú, siendo hombre, te haces Dios” (Juan 10:33).

Fíjese en esta fascinante respuesta: “Jesús les respondió: ‘¿No está escrito en vuestra ley [en Salmos 82:6]: “Yo dije, ‘dioses sois?’” Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: “Tú blasfemas”, porque dije: “Hijo de Dios soy?”’” (Juan 10:34-36).

En otras palabras, Cristo dijo: “Si la Escritura llamó abiertamente dioses a los seres humanos, ¿por qué se molestan tanto solo porque yo digo que soy el Hijo de Dios?”

Pero cabe preguntarse: ¿son los seres humanos verdaderamente hijos de Dios? ¿Qué quiso decir Jesucristo con esto?

En Salmos 82:6, parte del cual citó Jesús, Dios les dice a los seres humanos: “Yo les he dicho: ‘Ustedes son dioses; todos ustedes son hijos del Altísimo’” (Nueva Versión Internacional). El vocablo hebreo traducido como “dioses” es elohim, y literalmente significa “dios” o “los poderosos”, pero en la Biblia su acepción más frecuente es “Dios” (es decir, el verdadero Dios). Esto se debe a que, aunque su forma es plural, la palabra elohim generalmente se usa como singular.

Algunos arguyen que la palabra en este contexto debe ser traducida como “jueces” (porque para ciertas personas la acepción “los poderosos” simplemente se refiere a seres humanos que ostentan poder). Pero los manuscritos originales del nuevo Testamento traducen la cita de Jesucristo en Juan 10 usando el término theoi, que significa “dioses”.

De hecho, es obvio que Jesús debe haber querido decir “dioses”, porque si él hubiera querido decir únicamente “jueces”, esto no tendría sentido. Veamos lo que sucedería en este caso: “Si la Escritura llamó abiertamente jueces a los seres humanos, ¿por qué se molestan tanto solo porque yo digo que soy el Hijo de Dios?” Esto se opone a toda lógica, porque la afirmación de Cristo solo adquiere sentido cuando la palabra elohim es traducida como “dioses”, no como “jueces”.

Sin embargo, podríamos argumentar, ¿pueden los seres humanos ser llamados legítimamente dioses, como Jesucristo dijo? ¿Cómo podemos entender esto?

Las Escrituras revelan una familia divina

La clave aquí es la palabra hijos,que aparece en Salmos 82. Debemos entender que Dios es una familia, una familia divina constituida de más de una persona. Hay un Dios (la familia Dios) compuesta de más de un Ser divino. (Esto está explicado detalladamente en nuestro folleto ¿Quién es Dios?).

La familia Dios estaba compuesta de dos Seres divinos, como mencionamos anteriormente: Dios el Padre y el Verbo, que se convirtió en carne como el Hijo de Dios, Jesucristo, quien después de su vida y muerte físicas resucitó a una existencia espiritual y divina, como “el primogénito de entre los muertos” (Colosenses 1:18) y “el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29). Por lo tanto, Jesús nació espiritualmente en la resurrección como el primero de muchos “hermanos” o hijos que vendrían después.

En realidad, Dios planeó desde un principio añadir muchos hijos a su familia. Leyendo nuevamente Génesis 1:26, vemos que solo después de crear las plantas y los animales para que se reprodujeran “según su género”, Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”, mostrando que el hombre había sido creado según el “género Dios”.

Para ayudarnos a entender el concepto del hombre creado por Dios a su imagen y semejanza,Génesis 5:3 nos dice que el primer hombre, Adán, más tarde “engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y llamó su nombre Set”. Sí, Dios estaba básicamente reproduciéndose a sí mismo a través de los seres humanos.

El apóstol Pablo les dijo a los hombres de Atenas: “como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: ‘Porque linaje suyo somos’” (Hechos 17:28).

Salmos 82 es mucho más fácil de comprender a la luz de estas explicaciones. En el versículo 6 la palabra dioseses sinónimo de “hijos del Altísimo”. Esto tiene perfecto sentido, porque cuando un ser tiene descendientes, éstos son de la misma especie. Los descendientes de los gatos son gatos; los descendientes de los perros son perros; los descendientes de los seres humanos son seres humanos; los descendientes de Dios son “dioses”, según las palabras del mismo Jesucristo.

Restricciones momentáneas

Sin embargo, debemos tener cuidado en este punto. Los seres humanos de ninguna manera son dioses en forma literal, por lo menos no todavía. De hecho, al comienzo las personas ni siquiera son hijos o hijas de Dios, excepto en el sentido de que fueron creadas por él a su imagen y semejanza.

Dios es espíritu eterno. Los seres humanos son carne mortal, aunque con un componente espiritual: el espíritu del hombre, que es el que nos da la capacidad intelectual y el entendimiento (Job 32:8; 1 Corintios 2:11). Esta distinción es muy importante, porque nos ayuda a comprender lo que Dios en realidad estaba diciendo.

Los seres humanos a quienes Dios se refiere en el Salmo 82 se habían puesto en lugar de Dios como jueces, como si fueran elohim (vv. 2-5). Sin embargo, en el versículo 6, el que Jesucristo citó, Dios confirma que ellos efectivamente son elohim. Versículo 7: “Pero como hombres moriréis, y como cualquiera de los príncipes caeréis”. Esto indica que siendo físicos y mortales, eran elohim solo en un sentido muy restringido: en cuanto a haber sido creados a imagen y semejanza de Dios y por tener el magnífico potencial de llegar a ser el mismo tipo de seres que el Padre y Jesucristo son actualmente.

De hecho, Dios a menudo “llama las cosas que no son, como si fuesen” (Romanos 4:17), contemplando su propósito como si ya se hubiera llevado a cabo. Asombrosamente, el propósito de Dios es promover a los seres humanos de esta existencia carnal al mismo nivel de existencia divina al que él pertenece.

Transformación que culmina con la gloria divina

Esto comprende un proceso de reproducción espiritual, mediante el cual Dios nos acoge como un padre a sus hijos. Comienza con su Espíritu, que se une a nuestro espíritu humano. “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16). A través de esta milagrosa unión, pasamos a ser “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4).

En efecto, estos hijos son descritos en 1 Pedro 1:23 como “siendo renacidos, no de simiente corruptible [simiente viene del griego sperma y aquí  quiere decir que ellos no provienen de la célula espermatozoide masculina que fertiliza el óvulo femenino para producir  la vida mortal y perecedera], sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre”.

Esta vida incorruptible e imperecedera a la que son guiados por las Escrituras comienza cuando Dios implanta su Espíritu en ellos, porque “El espíritu es el que da vida” (Juan 6:63). Más aún, el Espíritu Santo es el agente de la concepción espiritual.

El cristiano engendrado por el Espíritu es un hijo de Dios, un miembro genuino de elohim, la familia de Dios, pero no en su sentido pleno. Todavía tenemos que pasar por un proceso de crecimiento en esta vida, un periodo en el cual debemos desarrollar un carácter puro para asemejarnos más y más a Dios en la forma que pensamos y actuamos. Y al final de esta vida, en la resurrección al retorno de Cristo, los verdaderos cristianos serán transformados en seres espirituales, como el Padre y Cristo.

El apóstol Juan escribió: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2). De hecho, en numerosas escrituras se nos dice que recibiremos la gloria divina del Padre y de Cristo (Romanos 5:2; 2 Corintios 3:18; 1 Tesalonicenses 2:12; 2 Tesalonicenses 2:14; Colosenses 1:27; Hebreos 2:10; 1 Pedro 5:10).

Además, como coherederos con Cristo, y al igual que él, recibiremos dominio sobre todas las cosas, incluyendo todo el vasto universo (Romanos 8:17; Hebreos 1:1-3; Hebreos 2:5-9; Apocalipsis 21:7). ¡Pero para ejercer correctamente el dominio sobre todas las cosas, se requiere el poder sobrenatural de Dios!

En aquel tiempo, tal como Jesucristo, finalmente seremos “llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:19; compare Colosenses 1:19; 2:9). ¿Cómo puede alguien estar lleno de toda la plenitud de Dios y ser inferior a él? Esto quiere decir que después de nuestra transformación a seres espirituales seremos también divinos, aunque el padre y Jesucristo serán eternamente superiores a nosotros. (Vea “Deificación como hijos de Dios”, página 6).

¡Nacimos para ser hijos literales de Dios!

“Yo seré un padre para ustedes, y ustedes serán mis hijos y mis hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6:18, NVI). Y Dios no miente. El Padre quiere darnos a luz como sus hijos legítimos, para transformarnos en la misma clase de seres que él y Jesucristo son, aunque, como hemos dicho, siempre estaremos sujetos a su amorosa autoridad.

Y aunque los seres humanos que sean salvos serán elevados a un nivel existencial divino como verdaderos hijos de Dios y miembros legítimos de su familia, nunca pondrán en tela de juicio, ni individual ni colectivamente, la preeminencia del padre y de Cristo como líderes de la familia. Todo estará sometido a Jesucristo, con la excepción del Padre, y Cristo mismo estará sujeto al Padre (vea 1 Corintios 15:24-28). El Padre y Cristo seguirán siendo la cabeza de la familia por toda la eternidad, reinando soberanamente sobre los miles de millones de hijos divinos que serán añadidos a ella.

¡Por esto es que usted y yo nacimos! ¡Este es el destino sublime y potencial de toda la humanidad, y el propósito asombroso e inspirador para el cual fuimos creados!

La Biblia comienza y termina refiriéndose a este magnífico propósito. Ya hemos leído Génesis 1:26: “Entonces dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree . . .’”. Este versículo revela a Dios reproduciéndose a sí mismo mediante los seres humanos y compartiendo con ellos su gobierno sobre
la creación.

Ahora vamos a las últimas páginas de la Biblia. Dios dice en Apocalipsis 21:7: “El que salga vencedor heredará todo esto, y yo seré su Dios y él será mi hijo” (NVI). ¡Vemos nuevamente que nuestro propósito supremo incluye gobernar sobre todas las cosas y ser integrados como hijos a la familia de Dios! Como muestran estos versículos al comienzo y al final de las Escrituras, y muchos otros a través de ella, Dios desea tener una relación familiar estrecha con sus criaturas, ¡para compartir con nosotros todo lo que él tiene y lo que él es!

Este es el verdadero significado de la vida, y es tan maravilloso, que supera toda imaginación. ¡Atesórelo, viva para Dios con todo su corazón, y reciba el increíble destino para el cual usted fue creado!