El Último Gran Día
Se ofrecerá la vida eterna a toda la humanidad
La Biblia dice muy claramente que fuera del nombre de Jesucristo, “no hay otro nombre bajo el cielo” en el que los hombres puedan ser salvos (Hechos 4:12).
Este versículo plantea problemas muy serios para quienes creen que Dios está tratando desesperadamente de salvar a la humanidad en la época presente. Si este es el único tiempo para la salvación, tendremos que llegar a la conclusión de que la misión de Jesús para salvar a la humanidad ha sido un fracaso rotundo. Al fin y al cabo, miles de millones de personas han vivido y muerto sin haber oído siquiera una vez el nombre de Jesucristo, y todos los días mueren miles más que no tienen conocimiento alguno de él.
A pesar de los esfuerzos y la dedicación de innumerables misioneros a lo largo de los siglos, son muchas más las personas que se han “condenado” que las que han sido “salvas”. Si en verdad Dios es tan poderoso, ¿por qué son tantos los que ni siquiera han llegado a oír el mensaje de salvación? En la forma tradicional en que se presenta la lucha entre Dios y Satanás, Dios es el que resulta perdedor.
¿Cuál es el futuro de toda esa gente? ¿Qué es lo que Dios tiene en mente para aquellos que nunca creyeron en Jesucristo o no entendieron su verdadero mensaje? ¿En qué condición están dentro del plan divino? ¿Se han perdido para siempre, sin haber tenido siquiera la oportunidad para ser salvos?
¡No debemos dudar nunca del deseo ni del poder de Dios para salvarlos! Analicemos algunas de las creencias comunes y entendamos la maravillosa solución que nuestro Creador tiene para esas personas.
La solución del problema
El apóstol Pablo nos dice que Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4). Otro de los apóstoles agrega que Dios “no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Esta es la meta principal para Dios en su trato con la humanidad; él quiere que tantos como sea posible se arrepientan, vengan al conocimiento de la verdad ¡y reciban la vida eterna en su reino!
Jesús explicó cómo se logrará esto. En Juan 7:1-14 se nos dice cómo Jesús fue a Jerusalén para celebrar la Fiesta de los Tabernáculos. Luego, en los versículos 37-38 podemos leer lo siguiente: “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”.
Los estudiosos de la Biblia tienen diferentes opiniones sobre cuándo exactamente pronunció Jesús estas palabras. Lo más probable parece ser que haya sido el séptimo día de la Fiesta de los Tabernáculos, ya que el contexto de Juan 7 es el séptimo día, mientras que en los capítulos 8 y 9 se habla del octavo día.
Es también posible que la enseñanza de Jesús en Juan 7:3-38 haya sido hacia el final del séptimo día de la Fiesta de los Tabernáculos o a principios del octavo día (según la Biblia, los días se cuentan “de tarde a tarde”, Levítico 23:32), ya que al final del capítulo leemos que “cada uno se fue a su casa; y Jesús se fue al monte de los Olivos” (Juan 7:53-8:1). En Juan 8:2 leemos que Jesús continuó su enseñanza a la mañana siguiente.
En Levítico 23:39 podemos ver que este día les sigue inmediatamente a los siete días de la Fiesta de los Tabernáculos, pero es una fiesta aparte y tiene su propio significado. Con base en las palabras de Jesús y el ofrecimiento del Espíritu Santo (y por ende la salvación) a cualquiera que tuviera sed (Juan 7:37-39), nosotros nos referimos a esta fiesta como “el Último Gran Día”, aunque en Levítico se le llama simplemente “el octavo día”.
El simbolismo de la enseñanza de Jesús
¿Qué quería decir Jesús cuando habló de “agua viva”? Según la tradición, en tiempos de Jesús, durante la Fiesta de los Tabernáculos los sacerdotes traían en vasijas de oro agua del arroyo de Siloé y la vertían sobre el altar. Una alegre celebración acompañada del sonido de trompetas señalaba esta ceremonia mientras la gente cantaba estas palabras que se encuentran en Isaías 12:3: “Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de la salvación”.
Situándose donde todos podían oírlo, Jesús se valió de la ceremonia del agua para dar una lección al decir que todos los que estuvieran sedientos podían venir a él para apagar su sed . . . para siempre. En esta analogía, el agua representaba el Espíritu de Dios, el cual recibirían los que creyeran en Jesús (Juan 7:39). De hecho, lo que Jesús les dijo fue que las necesidades básicas de la sed y el hambre espirituales podían ser satisfechas sólo por medio de él, quien era “el pan de vida” (Juan 6:48) y la fuente de agua viva.
Pero ¿cuándo habría de acontecer esto? Antes de que transcurrieran seis meses, Jesús fue muerto por sus propios coterráneos con la ayuda de los romanos. Unos 40 años después, las legiones romanas acabaron con el templo y todas sus ceremonias, incluso la del agua.
La humanidad aún sufre hambre y sed del mensaje que Jesús trajo. La promesa que Dios hizo: “Derramaré mi Espíritu sobre toda carne” (Joel 2:28), aún no se ha cumplido totalmente. Miles de millones de personas han muerto sin recibir el pan y el agua espirituales que tanta falta les hacían. ¿Cuándo podrán recibir el agua viva que Jesús ofreció?
Una resurrección física y una oportunidad para recibir el Espíritu Santo
Para encontrar la respuesta, debemos tener en cuenta la pregunta que los discípulos le hicieron a Jesús antes de que ascendiera al cielo: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (Hechos 1:6). Los discípulos entendían esta restauración dentro del marco de las muchas profecías acerca de la reunificación de Israel.
Una de esas profecías se encuentra en Ezequiel 37:3-6, donde el profeta describe la visión que tuvo de un valle lleno de huesos secos. Dios le preguntó: “Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos?” Y el profeta contestó: “Señor Eterno, tú lo sabes”. Luego Dios, refiriéndose a los huesos, dijo: “He aquí, yo hago entrar espíritu en vosotros, y viviréis. Y pondré tendones sobre vosotros, y haré subir sobre vosotros carne, y os cubriré de piel, y pondré en vosotros espíritu [aliento], y viviréis; y sabréis que yo soy el Eterno”.
En esta visión se lleva a cabo una resurrección a la vida física. El relato muestra la desesperada situación en la que se encontraban esas personas: “Nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza, y somos del todo destruidos” (v. 11).
Pero su Creador les ofrece la esperanza de la resurrección y la dádiva del Espíritu Santo. En esta impresionante visión, el antiguo Israel sirve como ejemplo representativo de otros pueblos a los que Dios resucitará a la vida física. Dios dijo: “He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, os haré subir de vuestras sepulturas . . . Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis . . .” (vv. 12, 14). En ese tiempo futuro Dios permitirá que todos tengan libre acceso a las aguas vivas de su santo Espíritu.
Dios dijo además: “Y haré con ellos pacto de paz, pacto perpetuo será con ellos . . . Estará en medio de ellos mi tabernáculo, y seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (vv. 26-27).
El apóstol Pablo también habló de ese suceso futuro: “¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció” (Romanos 11:1-2). Y en el versículo 26 nos dice que “todo Israel será salvo”. Y no sólo Israel, sino también todos los que nunca han tenido la oportunidad de beber de las aguas vivas de la Palabra de Dios y de recibir su santo Espíritu podrán por fin hacerlo (Romanos 9:22-26). Dios les ofrecerá generosamente a todos la oportunidad de arrepentirse y de heredar la vida eterna.
El juicio del gran trono blanco
En Apocalipsis 20:5 el apóstol Juan dice que “los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años”. Aquí podemos ver una clara distinción entre la primera resurrección, la que se efectuará al retorno de Cristo (vv. 4-6), y la segunda resurrección, la cual se llevará a cabo al final del reinado milenario de Cristo. Recordemos que la primera resurrección será a la vida eterna; en la segunda, Dios resucitará a la gente a una existencia física de carne y hueso.
Juan también habla de la misma segunda resurrección acerca de la que escribió Ezequiel: “Vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras” (vv. 11-13).
Los muertos que están de pie ante su Creador son todos los que murieron sin haber conocido jamás al Dios verdadero. Como en la visión de Ezequiel de los huesos secos que vuelven a la vida, estas personas salen de sus tumbas y empiezan a conocer a Dios. Los “libros” (biblía en griego) son las Sagradas Escrituras, la única fuente del conocimiento de la vida eterna. Es así cómo finalmente todos tendrán la oportunidad de entender y de participar en el plan divino de salvación.
Conviene señalar muy claramente que esta resurrección a la vida física no es una segunda oportunidad para ser salvo. Toda esta gente volverá a la vida y, por primera vez, tendrá la oportunidad de conocer verdaderamente a su Creador. Serán juzgados “por las cosas que [están] escritas en los libros, según sus obras” (v. 12). Este período de juicio será un tiempo durante el cual disfrutarán de la oportunidad de escuchar, entender y tomar la decisión de seguir fielmente los caminos de Dios, y entonces sus nombres serán inscritos en el libro de la vida (v. 15). En ese tiempo miles de millones de personas podrán recibir la vida eterna.
El Último Gran Día nos enseña cuán profunda y amplia es la misericordiosa justicia de Dios. Jesús habló de la hermosa verdad que este día representa cuando comparó tres ciudades impenitentes de su época con tres ciudades del mundo antiguo: “¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón, que para vosotras. Y tú, Capernaum, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti” (Mateo 11:21-24).
Los habitantes de las antiguas ciudades de Tiro, Sidón y Sodoma —los cuales provocaron la ira de Dios por su gran depravación— recibirán misericordia en el día del juicio. Estas ciudades no tuvieron la oportunidad de conocer a Dios como la tuvieron Corazín, Betsaida y Capernaum. Dios resucitará a todas estas gentes en el tiempo de juicio que vendrá después de los mil años del reinado de Cristo, cuando aun los que vivieron en tiempos antiguos tendrán por primera vez la oportunidad de ser reconciliados con Dios. Será un tiempo en que todos, “desde el menor hasta el mayor de ellos”, conocerán a Dios (Hebreos 8:11). Los habitantes de estas ciudades, y de muchísimas otras como ellas, finalmente tendrán su oportunidad para ser salvos.
Este tiempo final de juicio completará el plan divino para la salvación del mundo. Será un tiempo de amor, de profunda misericordia y de los insondables juicios de Dios. Todos esos hombres y mujeres podrán beber las aguas vivas del Espíritu Santo, que mitigarán su sed más profunda. En este período de juicio justo y misericordioso volverán a la vida todas estas personas olvidadas desde hace mucho tiempo por la humanidad, pero a quienes Dios nunca ha olvidado.
¿Qué será, pues, de los que murieron sin tener un verdadero conocimiento de Jesucristo, el Hijo de Dios? ¿Qué esperanza hay para los miles de millones de seres que vivieron y murieron sin conocer el propósito divino? Como hemos podido ver, las Escrituras nos muestran claramente que ninguno de ellos está sin esperanza. Dios los resucitará a la vida física y les dará su oportunidad para conocerlo y recibir la salvación eterna. Esta es la asombrosa verdad que representa el Último Gran Día, la última de las siete fiestas bíblicas.
Dios se encargará de que su plan se cumpla y traerá muchos hijos a la gloria (Hebreos 2:10). La promesa de Dios de derramar su Espíritu “sobre toda carne” (Joel 2:28) se cumplirá en toda su magnitud. Las aguas vivas del Espíritu Santo estarán a la disposición de todos, como se representa en “el último y gran día de la fiesta” (Juan 7:37).
¡Cuán profundamente debemos apreciar estas fiestas que Dios nos ha dado! Sin ellas, no entenderíamos muchos aspectos del maravilloso plan maestro de salvación que él está llevando a cabo por amor a la humanidad.